Textos peor valorados de Hector Hugh Munro "Saki" | pág. 7

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autor: Hector Hugh Munro "Saki"


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Cura de Agitación

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Sobre el portaequipajes del compartimiento de ferrocarril, frente a Clovis, había una sólida maleta con un prolijo rótulo: «J. P. Huddle, La Conejera, Tilfield, cerca de Slowborough». Bajo el portaequipajes estaba sentada la humana encarnación del rótulo, un individuo sólido y sosegado, sosegadamente vestido y de sosegada conversación. Aun sin su conversación (que se dirigía a un amigo sentado a su lado y se refería principalmente a tópicos tales como el retraso de los jacintos y la presencia de sarampión en la rectoría) hubiera podido estimarse con bastante justeza su temperamento y perspectiva mental. Pero no parecía dispuesto a dejar que nada corriera por cuenta de un observador casual, y su conversación no tardó en volverse personal e introspectiva.

—No sé por qué —le decía a su amigo—; no tengo mucho más de cuarenta años, pero siento como si hubiera alcanzado ya la paz de la edad madura. Mi hermana muestra la misma tendencia. Nos gusta que todo se encuentre en su lugar acostumbrado; que las cosas sucedan en su momento oportuno; que todo sea habitual, ordenado, puntual, metódico con la más escrupulosa exactitud. Por ejemplo, para referirnos a algo insignificante, un tordo viene haciendo su nido, año tras año, en el amento del jardín; este año, sin que medie ninguna razón aparente, lo hizo sobre la hiedra del muro. No hablamos mucho de ello, pero creo que ambos pensamos que el cambio es innecesario y algo irritante incluso.

—Quizá —dijo el amigo—, se trata de otro tordo.

—Lo hemos pensado —dijo J. P. Huddle—, y creo que esa posibilidad nos molesta más todavía. No nos parece que a esta altura de la vida tenga que sobrevenirnos un cambio de tordo; y, sin embargo, como le dije antes, no hemos llegado a una edad en que estas cosas se hagan sentir seriamente.

—Lo que ustedes necesitan —dijo el amigo— es una cura de agitación.


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7 págs. / 12 minutos / 176 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Penitencia

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Octavio Rutile era uno de esos individuos joviales y alegres que tenía el sello inconfundible de la amabilidad. La paz de su alma, como sucede con la mayoría de los de su especie, dependía en gran medida de la pródiga aprobación de sus semejantes. Había perseguido y dado muerte a un gato y, con ello, había cometido un acto que él mismo de ninguna manera aprobaba. Se alegró cuando el jardinero enterró el cuerpo en una tumba excavada de prisa bajo un roble que se levantaba solitario en el prado, el mismo árbol al que se había trepado la acosada presa como último recurso de salvación. Había sido un hecho desagradable y cruel en apariencia, pero las circunstancias lo habían exigido. Octavio criaba gallinas; al menos algunas; otras se desvanecían y dejaban sólo unas pocas plumas ensangrentadas como señal de su modo de desaparición. El gato de la gran casa gris, cuyos fondos daban al prado, había sido sorprendido en varias visitas furtivas a los gallineros, y después de ciertas negociaciones mantenidas con quienes detentaban la autoridad en la casa gris, se había acordado una sentencia de muerte: «Los niños se apenarían, pero no tenían necesidad de enterarse». Esa fue la última palabra sobre el asunto.

Los niños en cuestión eran un permanente desconcierto para Octavio; en el curso de unos pocos meses, consideró que debería ya conocer sus nombres, edades y fechas de cumpleaños, y también que ellos deberían haberle presentado sus juguetes favoritos. Pero se mostraban tan evasivos como el prolongado y sordo muro que los separaba del prado, un muro sobre el que sus tres cabezas aparecían a veces imprevisiblemente. Tenían sus padres en la India; de eso se había enterado Octavio en el vecindario; los niños, aparte de agruparse según sus vestidos por sexo —una niña y dos varones— no le revelaron nada más. Y ahora parecía que estaba empeñado en algo que les concernía de cerca, pero que debía ocultárseles.


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6 págs. / 11 minutos / 228 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

El Casamentero

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


El reloj del comedor dio las once con la respetuosa prudencia de alguien cuya misión en la vida es ser ignorado. Cuando el paso del tiempo hiciera imperativas la abstinencia y la migración, las luces darían la señal en la forma acostumbrada.

Seis minutos más tarde Clovis se acercó a la mesa con la ferviente expectativa de quien ha comido esquemáticamente y mucho tiempo atrás.

—Estoy muriéndome de hambre —anunció esforzándose por tentarse con gracia y leer el menú al mismo tiempo.

—Lo imaginé —respondió su anfitriona— al ver que ha sido usted casi puntual. Debí advertirle que soy una Revolucionaria Alimenticia. Pedí dos cuencos de pan y leche y algunos bizcochos dietéticos. Espero que no tenga inconveniente.

Clovis pretendió después que no había palidecido durante una fracción de segundo.

—De cualquier modo —dijo—, no debería usted bromear con tales cosas. Esa especie de gente existe en realidad. Sé de quienes las han conocido. ¡Pensar en todos los manjares que existen, pasarse la vida masticando aserrín, y enorgullecerse por añadidura!

—Son como los flagelantes de la Edad Media que vivían mortificándose.

—Ellos estaban justificados hasta cierto punto —dijo Clovis—. Lo hacían para salvar sus almas inmortales, ¿no es así? No me diga usted que un hombre al que no le gustan las ostras, los espárragos y los buenos vinos tiene alma o siquiera estómago. Sencillamente tiene el instinto de desdicha altamente desarrollado.

Clovis se entregó durante unos pocos dulces instantes a la tierna intimidad de unas ostras que iban desapareciendo velozmente.


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2 págs. / 5 minutos / 162 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


James Cushat—Prinkly era un joven que siempre había abrigado la firme convicción de que un día de estos iba a casarse; y hasta los treinta y cuatro años de edad no había hecho nada para justificarla. Quería y admiraba a un gran número de mujeres, en conjunto y desapasionadamente, sin dedicar a una en particular ninguna consideración matrimonial, lo mismo que uno puede admirar los Alpes sin por ello querer ser dueño de un pico en concreto. Su falta de iniciativa a este respecto despertaba cierto grado de impaciencia entre las mujeres románticas del círculo hogareño. Su madre, sus hermanas, una tía que vivía con ellos y dos o tres comadres íntimas contemplaban su moroso acercamiento al estado conyugal con una desaprobación que harto distaba de ser muda. Sus coqueteos más inocentes eran vigilados con la intensa avidez con que un grupo de foxterriers escrutaría los más leves movimientos de un ser humano que diera razonables indicios de poder sacarlos a pasear. Ningún mortal de corazón decente resiste durante mucho tiempo las súplicas de varios pares de ojos perrunos anhelantes de un paseo; James Cushat—Prinkly no era tan terco o indiferente a las influencias caseras como para hacer caso omiso del deseo expreso de su familia de que se enamorara de alguna chica agradable y casadera; y cuando su tío Jules abandonó esta vida y le legó una no muy modesta herencia, de veras pareció que lo correcto sería acometer la empresa de descubrir a alguien con quien compartirla. Llevaba adelante este proceso de descubrimiento más por la fuerza del peso y las sugerencias de la opinión pública que por iniciativa propia.


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5 págs. / 8 minutos / 300 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Cuentista

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Era una tarde calurosa y el vagón del tren también estaba caliente; la siguiente parada, Templecombe, estaba casi a una hora de distancia. Los ocupantes del vagón eran una niña pequeña, otra niña aún más pequeña y un niño también pequeño. Una tía, que pertenecía a los niños, ocupaba un asiento de la esquina; el otro asiento de la esquina, del lado opuesto, estaba ocupado por un hombre soltero que era un extraño ante aquella fiesta, pero las niñas pequeñas y el niño pequeño ocupaban, enfáticamente, el compartimiento. Tanto la tía como los niños conversaban de manera limitada pero persistente, recordando las atenciones de una mosca que se niega a ser rechazada. La mayoría de los comentarios de la tía empezaban por «No», y casi todos los de los niños por «¿Por qué?». El hombre soltero no decía nada en voz alta.

—No, Cyril, no —exclamó la tía cuando el niño empezó a golpear los cojines del asiento, provocando una nube de polvo con cada golpe—. Ven a mirar por la ventanilla —añadió.

El niño se desplazó hacia la ventilla con desgana.

—¿Por qué sacan a esas ovejas fuera de ese campo? —preguntó.

—Supongo que las llevan a otro campo en el que hay más hierba —respondió la tía débilmente.

—Pero en ese campo hay montones de hierba —protestó el niño—; no hay otra cosa que no sea hierba. Tía, en ese campo hay montones de hierba.

—Quizá la hierba de otro campo es mejor —sugirió la tía neciamente.

—¿Por qué es mejor? —fue la inevitable y rápida pregunta.

—¡Oh, mira esas vacas! —exclamó la tía.

Casi todos los campos por los que pasaba la línea de tren tenían vacas o toros, pero ella lo dijo como si estuviera llamando la atención ante una novedad.

—¿Por qué es mejor la hierba del otro campo? —persistió Cyril.


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6 págs. / 11 minutos / 85 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Atardecer

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Norman Gortsby estaba sentado en un banco del parque dando la espalda a una franja de césped con arbustos, cercada por las barandillas del parque, con el Row delante de él, al otro lado de un ancho camino para carruajes. Hyde Park Corner, con el estruendo y los bocinazos del tráfico, se encontraba inmediatamente a su derecha. Eran las seis horas y treinta minutos de una tarde de principios de marzo y el crepúsculo había caído sobre la escena; un crepúsculo mitigado por una débil luz de luna y muchos faroles callejeros. Había un gran vacío en el camino y la acera, aunque muchas figuras poco consideradas se movían silenciosamente a través de la penumbra o se perfilaban discretamente sobre un banco o una silla, apenas distinguiéndose de la oscuridad sombría en la que estaban sentados.

La escena complacía a Gortsby y armonizaba con su actual estado mental. Para él el crepúsculo era la hora del derrotado. Los hombres y las mujeres que habían luchado y perdido, que habían ocultado lo más lejos posible de la visión de los curiosos sus fortunas derribadas y sus esperanzas muertas, surgían en esta hora del anochecer, cuando las ropas raídas, los hombros caídos y la mirada infeliz podían pasar desapercibidos, o en todo caso no ser reconocidos.

Un rey que ha sido vencido verá miradas extrañas, así de amargo es el corazón del hombre.


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5 págs. / 9 minutos / 759 visitas.

Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Ventana Abierta

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—Mi tía bajará enseguida, señor Nuttel —dijo con mucho aplomo una señorita de quince años—; mientras tanto debe hacer lo posible por soportarme.

Framton Nuttel se esforzó por decir algo que halagara debidamente a la sobrina sin dejar de tomar debidamente en cuenta a la tía que estaba por llegar. Dudó más que nunca que esta serie de visitas formales a personas totalmente desconocidas fueran de alguna utilidad para la cura de reposo que se había propuesto.

—Sé lo que ocurrirá —le había dicho su hermana cuando se disponía a emigrar a este retiro rural—: te encerrarás no bien llegues y no hablarás con nadie y tus nervios estarán peor que nunca debido a la depresión. Por eso te daré cartas de presentación para todas las personas que conocí allá. Algunas, por lo que recuerdo, eran bastante simpáticas.

Framton se preguntó si la señora Sappleton, la dama a quien había entregado una de las cartas de presentación, podía ser clasificada entre las simpáticas.

—¿Conoce a muchas personas aquí? —preguntó la sobrina, cuando consideró que ya había habido entre ellos suficiente comunicación silenciosa.

—Casi nadie —dijo Framton—. Mi hermana estuvo aquí, en la rectoría, hace unos cuatro años, y me dio cartas de presentación para algunas personas del lugar.

Hizo esta última declaración en un tono que denotaba claramente un sentimiento de pesar.

—Entonces no sabe prácticamente nada acerca de mi tía —prosiguió la aplomada señorita.

—Sólo su nombre y su dirección —admitió el visitante. Se preguntaba si la señora Sappleton estaría casada o sería viuda. Algo indefinido en el ambiente sugería la presencia masculina.

—Su gran tragedia ocurrió hace tres años —dijo la niña—; es decir, después que se fue su hermana.


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3 págs. / 6 minutos / 419 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Tregua

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—Le he pedido a Latimer Springfield que pase el domingo con nosotros y se quede a pasar la noche —anunció la señora Durmot durante el desayuno.

—Creía que estaba en medio de unas elecciones —comentó su marido.

—Exactamente; las elecciones son el miércoles, y para entonces el pobre hombre habrá trabajado hasta convertirse en una sombra. Imagina cómo debe ser la campaña electoral con esta lluvia terrible que lo empapa todo, recorrer caminos rurales cubiertos de barro para hablar ante un público humedecido en un salón escolar lleno de corrientes de aire, y así un día tras otro durante quince días. El domingo por la mañana tendrá que hacer una aparición en algún lugar de culto, e inmediatamente después puede venir con nosotros a tomarse un respiro de todo lo que esté relacionado con la política. Ni siquiera voy a permitir que piense en ella. He ordenado que quiten del rellano de la escalera el cuadro de Cromwell disolviendo el Parlamento, y también el retrato que hizo «Ladas» de Lord Rosebery, que colgaba del salón de fumadores. Y Vera —añadió la señora Durmot dirigiéndose a su sobrina de dieciséis años—: ten cuidado con el color de la cinta que te pones en el pelo; por ningún motivo debe ser azul o amarillo, pues son los colores de los partidos rivales; los colores naranja o verde esmeralda son casi igual de malos, con este asunto de la independencia irlandesa que tenemos entre manos.

—En las ocasiones importantes siempre me pongo una cinta negra en el pelo —contestó Vera con dignidad aplastante.


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Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

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