Textos favoritos de Henry James que contienen 'u' | pág. 4

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Nona Vincent

Henry James


Cuento


I

—No sé si pedirle que me la lea —dijo la señora Alsager mientras aún se entretenían un poco junto a la chimenea antes de que él se despidiese. Miraba el fuego de soslayo, apartando el vestido y haciendo la proposición con una tímida sinceridad que se sumaba a su encanto. Tenía siempre un encanto enorme para Allan Wayworth, como el aire todo de la casa, que era simplemente una especie de destilación de sí misma, tan dulce, tan tentadora, que el joven, antes de marcharse, daba siempre varios pasos en falso. Había pasado en ella algunos buenos ratos, había olvidado, en su cálido, dorado salón, muchas de las soledades y muchas de las preocupaciones de su vida, tanto que había llegado a constituirse en la respuesta inmediata a su ansiedad, en la cura de sus males, en el puerto en el que se refugiaba de sus tormentas. Sus tribulaciones no eran inauditas, y algunas de sus virtudes, si bien nada extraordinarias, eran relativamente notables, teniendo en cuenta que era muy inteligente para ser tan joven, y muy independiente para ser tan pobre. Tenía veintiocho años, pero había vivido mucho y estaba lleno de ambiciones, de curiosidades y de desengaños. La oportunidad de hablar de algunas de estas cosas en Grosvenor Place corregía perceptiblemente las inmensas desventajas de Londres. Desventajas que, en su caso, se concretaban principalmente en la insensibilidad mostrada hacia el estilo literario de Allan Wayworth. Tenía un estilo, o creía tenerlo, y el inteligente reconocimiento de esta circunstancia era el más dulce consuelo que la señora Alsager habría podido prodigar.


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41 págs. / 1 hora, 12 minutos / 57 visitas.

Publicado el 9 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Eugene Pickering

Henry James


Cuento


1

Esto sucedió en Homburg, hace varios años, antes de que el juego se hubiese prohibido. La noche era bastante cálida, y todo el mundo se había congregado en la terraza del Kursaal y la explanada inmediata, con el fin de escuchar a la excelente orquesta; mejor dicho, medio mundo, pues la concurrencia era parejamente masiva en las salas de juego, alrededor de las mesas. Por doquier el gentío era grande. La velada era perfecta, la temporada estaba en su apogeo, las abiertas ventanas del Kursaal arrojaban largos haces de luz artificial hacia los oscuros bosques y, de vez en cuando, en las pausas de la música, casi se podía oír el tintineo de los napoleones y las metálicas apelaciones de los crupieres alzarse sobre el expectante silencio de las salas. Yo había estado vagando con una amiga, y al fin nos disponíamos a sentarnos. Empero, las sillas escaseaban. Ya había logrado capturar una, pero no parecía fácil hallar la segunda que nos faltaba. Me encontraba a punto de desistir resignado e insinuar que nos encamináramos a los divanes damasquinados del Kursaal, cuando observé a un joven indolentemente sentado en uno de los objetos de mi búsqueda, con los pies apoyados en los palos de otro más. Esto excedía la cuota de lujo que legítimamente le correspondía, conque prestamente me acerqué a él. Desde luego pertenecía a la especie que mejor sabe, en casa y fuera de ella, proveer a su propia comodidad; mas algo en su apariencia sugería que su actual proceder se debía más bien a desapercibimiento que a egocentrismo. Se hallaba con la vista fija en el director de orquesta y atendía absorto a la música. Tenía las manos enlazadas bajo sus largas piernas, y su boca se entreabría con aire casi embobado.

—Hay aquí tan pocas sillas —dije— que necesito suplicarle que me ceda una de ellas.


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61 págs. / 1 hora, 48 minutos / 57 visitas.

Publicado el 9 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Sir Dominick Ferrand

Henry James


Cuento


Capítulo I

«Hay algunas pegas, pero si lo modifica lo aceptaré —decía la árida nota del señor Locket; y no había malgastado tinta en la posdata al añadir—: Venga a verme, y le explicaré lo que me propongo». Esta comunicación había llegado a Jersey Villas con el primer correo, y Peter Baron casi no había tenido tiempo de engullir su correosa tortita antes de ponerse en marcha en cumplimiento de las órdenes del editor. Sabía que esta precipitación delataba mucha impaciencia, y no tenía ninguna gana de parecer impaciente: eso no decía nada en su favor; pero ¿cómo conservar, como una deidad, la calma, por muy predispuesto a ella que estuviese, si era la primera vez que una de las más importantes revistas aceptaba, aunque fuera haciendo ciertos crueles distingos, una muestra de su apasionado genio juvenil?


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70 págs. / 2 horas, 3 minutos / 86 visitas.

Publicado el 9 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

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