Textos más populares este mes de Henry James publicados por Edu Robsy

Mostrando 1 a 10 de 57 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Henry James editor: Edu Robsy


12345

Las Alas de la Paloma

Henry James


Novela


Volumen I

Libro I

I

Aguardaba, Kate Croy, a que entrara su padre, pero la estaba haciendo esperar sin la menor consideración, y a veces veía, reflejado en el espejo de la chimenea, un rostro decididamente pálido por el enfado que la había llevado casi al punto de marcharse sin verle. No obstante, fue precisamente al llegar a ese punto cuando decidió quedarse; se cambió de sitio y fue del sofá raído hasta el sillón con brillos en la tapicería que sólo con tocarla producía —lo había comprobado— una sensación pegajosa y resbaladiza. Había contemplado las estampas amarillentas de las paredes y la revista solitaria de hacía más de un año, que contribuía, junto con la lamparita de pantalla coloreada y un tapete blanco no demasiado limpio, a exagerar el efecto del mantel púrpura que había sobre la mesa; sobre todo había salido de vez en cuando al balconcillo al que daban acceso dos altas cristaleras. Desde esa perspectiva, aquel callejón vulgar ofrecía un parco consuelo a la salita no menos vulgar; su principal función era recordarle que las estrechas y ennegrecidas fachadas principales, ajustadas a unos esquemas que habrían parecido poca cosa incluso en la parte de atrás de un edificio, constituían la cara pública presagiada por tales intimidades. Uno las intuía en aquel cuarto exactamente igual que intuía otras cien salitas iguales o peores desde la calle. Cada vez que volvía a entrar, cada vez que, llevada por su impaciencia, estaba a punto de marcharse, era para sumirse en un abismo más profundo, mientras saboreaba la vaga e insulsa emanación de las cosas, el fracaso de la fortuna y el honor. En realidad, si seguía esperando era, en cierto sentido, para no añadir, a todas las demás vergüenzas, la vergüenza del miedo, del fracaso individual y personal.


Información texto

Protegido por copyright
567 págs. / 16 horas, 33 minutos / 792 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Las Bostonianas

Henry James


Novela


LIBRO PRIMERO

I

—Olive bajará dentro de unos diez minutos; me pidió que se lo dijera. Unos diez minutos: esa es Olive. Ni cinco ni quince, pero tampoco diez exactamente, sino más bien nueve u once. No me pidió que le dijera que se siente feliz de verlo, porque no sabe si lo está o no, y por nada del mundo se expondría a decir algo impreciso. Si hay alguien honesto esa es Olive Chancellor; es la rectitud en persona. Nadie dice nada impreciso en Boston; la verdad es que no sé cómo tratar a esta gente. Bien, de cualquier manera estoy muy contenta de verlo.

Estas palabras fueron pronunciadas con aire voluble por una mujer rubia, regordeta y sonriente que entró en una angosta sala en la que un visitante que aguardaba desde hacía algunos minutos se encontraba inmerso en la lectura de un libro. El caballero no había siquiera necesitado sentarse para comenzar a interesarse en la lectura; al parecer había tomado el volumen de una mesa tan pronto como llegó, y, manteniéndose de pie, después de una sola mirada al apartamento, se había sumido en sus páginas. Puso a un lado el libro al acercarse la señora Luna, sonrió, le estrechó la mano y dijo como respuesta al último comentario de la dama:

—Usted ha sugerido que dice mentiras. Tal vez esa sea una.

—Oh, no, no hay de qué maravillarse en que me alegre su visita —respondió la señora Luna— si le digo que he pasado ya tres largas semanas en esta ciudad donde nadie miente.

—Sus palabras no me parecen demasiado elogiosas —dijo el joven—. Yo no pretendo mentir.

—Oh, cielos, ¿cuál es la ventaja entonces de ser un sureño? —preguntó la dama—. Olive me ha encargado de decirle que espera que se quede usted a comer. Y si lo ha dicho es que verdaderamente lo espera. Está dispuesta a correr el riesgo.

—¿Tal como estoy? —preguntó el visitante, adoptando un aspecto más bien humilde.


Información texto

Protegido por copyright
534 págs. / 15 horas, 36 minutos / 753 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Otra Vuelta de Tuerca

Henry James


Novela


La historia nos había mantenido alrededor del fuego lo suficientemente expectantes, pero fuera del innecesario comentario de que era horripilante, como debía serlo por fuerza todo relato que se narrara en vísperas de navidad en una casa antigua, no recuerdo que produjera comentario alguno aparte del que hizo alguien para poner de relieve que era el único caso que conocía en que la visión la hubiese tenido un niño.

Se trataba, debo mencionarlo, de una aparición que tuvo lugar en una casa tan antigua como aquella en que nos reuníamos: una aparición monstruosa a un niño que dormía en una habitación con su madre, a quien despertó aquél presa del terror; pero al despertarla no se desvaneció su miedo, pues también la madre había tenido la misma visión que atemorizó al niño. Aquella observación provocó una respuesta de Douglas —no de inmediato, sino más tarde, en el curso de la velada—, una respuesta que tuvo las interesantes consecuencias que voy a reseñar. Alguien relató luego una historia, no especialmente brillante, que él, según pude darme cuenta, no escuchó. Eso me hizo sospechar que tenía algo que mostrarnos y que lo único que debíamos hacer era esperar. Y, en efecto, esperamos hasta dos noches después; pero ya en esa misma sesión, antes de despedirnos, nos anticipó algo de lo que tenía en la mente.

—Estoy absolutamente de acuerdo en lo tocante al fantasma del que habla Griffin, o lo que haya sido, el cual, por aparecerse primero al niño, muestra una característica especial. Pero no es el primer caso que conozco en que se involucre a un niño. Si el niño produce el efecto de otra vuelta de tuerca, ¿qué me dirían ustedes de dos niños?

—Por supuesto —exclamó alguien—, diríamos que dos niños significan dos vueltas. Y también diríamos que nos gustaría saber más sobre ellos.


Información texto

Protegido por copyright
132 págs. / 3 horas, 52 minutos / 476 visitas.

Publicado el 2 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Lección del Maestro

Henry James


Novela corta


I

Le habían informado de que las señoras estaban en la iglesia, pero eso quedó corregido por lo que vio al llegar a lo alto de los escalones (bajaban desde una gran altura en dos brazos, con un giro circular de efecto muy encantador) ante el umbral de la puerta que dominaba el inmenso césped desde la larga y clara galería. Tres caballeros, en la hierba, a distancia, estaban sentados bajo los grandes árboles, pero la cuarta figura no era un caballero, la figura del traje carmesí que formaba una mancha tan viva, tan como «toque de color» en medio del fresco y denso césped. El criado había llegado hasta allí con Paul Overt para enseñarle el camino y le había preguntado si deseaba ir primero a su cuarto. El joven declinó ese privilegio, no teniendo desorden que reparar tras un viaje tan corto y cómodo, y deseando tomar posesión inmediatamente, con una percepción general, de la nueva escena, tal como solía. Se quedó allí un poco con los ojos puestos en el grupo y en la admirable imagen, los amplios terrenos de una vieja casa de campo, junto a Londres (lo cual la hacía mejor), en un espléndido domingo de junio.

—Pero esa señora ¿quién es? —dijo al criado antes que se fuera.

—Creo que es la señora St. George, señor.

—La señora St. George, la esposa del distinguido… —entonces Paul Overt se detuvo, dudando si el lacayo sabría.

—Sí, señor; probablemente, señor —dijo el criado, que parecía desear insinuar que una persona que estaba en Summersoft sería naturalmente distinguida, al menos por matrimonio. Sus maneras, sin embargo, le hicieron al pobre Overt sentirse por el momento como si él mismo no lo fuera mucho.

—¿Y los caballeros? —preguntó.

—Bueno, señor, uno de ellos es el general Fancourt.

—Ah sí, ya sé; gracias.


Información texto

Protegido por copyright
78 págs. / 2 horas, 16 minutos / 254 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Papeles de Aspen

Henry James


Novela corta


I

Había llegado yo a tener confianza con la señora Prest; en realidad, bien poco habría avanzado yo sin ella, pues la idea fructífera, en todo el asunto, cayó de sus amistosos labios. Fue ella quien inventó el atajo, quien cortó el nudo gordiano. No se supone que sea propio de la naturaleza de las mujeres el elevarse, por lo general, al punto de vista más amplio y más liberal, quiero decir, en un proyecto práctico; pero algunas veces me ha impresionado que lancen con singular serenidad una idea atrevida, a la que no se habría elevado ningún hombre. «Sencillamente, pídales que le acepten a usted en plan de huésped.» No creo que yo, sin ayuda, me habría elevado a eso. Yo andaba dando vueltas al asunto, tratando de ser ingenioso, preguntándome por qué combinación de artes podría llegar a trabar conocimiento, cuando ella ofreció esta feliz sugerencia de que el modo de llegar a ser un conocido era primero llegar a ser un residente. Su conocimiento efectivo de las señoritas Bordereau era apenas mayor que el mío, y, de hecho, yo había traído conmigo de Inglaterra algunos datos concretos que eran nuevos para ella. Ese apellido se había enredado hacía mucho tiempo con uno de los más grandes apellidos del siglo, y ahora vivían en Venecia en la oscuridad, con medios muy reducidos, sin ser visitadas, inabordables, en un destartalado palacio viejo de un canal a trasmano: ésa era la sustancia de la impresión que mi amiga tenía de ellas. Ella misma llevaba quince años establecida en Venecia y había hecho mucho bien allí, pero el círculo de su benevolencia no incluía a las dos americanas, hurañas, misteriosas, y, no sé por qué, se suponía que no muy respetables (se creía que en su largo exilio habían perdido toda cualidad nacional, además de que, como implicaba su apellido, tenían alguna vena francesa en su origen); personas que no pedían favores ni deseaban atención.


Información texto

Protegido por copyright
119 págs. / 3 horas, 28 minutos / 97 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Retrato de una Dama

Henry James


Novela


1

Era la hora dedicada a la ceremonia del té de la tarde y sabido es que, en determinadas circunstancias, hay en la vida muy pocas horas que puedan compararse a ésa por el agrado y atractivo que ofrece a quienes saben disfrutarla. Hay momentos en los cuales, se tome o no se tome té —cosa que, desde luego, algunos no hacen jamás—, la situación constituye por sí misma una verdadera delicia. Las personas que están presentes en mi imaginación al intentar escribir la primera página de esta sencilla historia ofrecían a la vista un cuadro admirablemente ilustrador del disfrute de tan inocente pasatiempo. Los utensilios de ágape tan parco e íntimo se hallaban dispuestos sobre el tierno césped de una antigua casa de campo inglesa durante una hora que yo calificaría de momento supremo de una espléndida tarde de verano. Se había desvanecido parte de dicha tarde, pero aún quedaba de ella bastante, que era precisamente su parte de más bella y extraordinaria calidad. Faltaban todavía algunas horas para el verdadero atardecer, mas el torrente de intensa luz de verano había empezado ya a decrecer, se había vuelto más suave el aire, y las sombras, como desperezándose, se iban estirando poco a poco sobre la tupida y tierna hierba. Era, como decimos, pausado su alargamiento, y el escenario de la naturaleza contribuía a favorecer el nacimiento de ese estado de ánimo, de solaz y abandono, que constituye la fuente principal de placer en semejante actividad y a semejante hora. Puede decirse que el intervalo de tiempo comprendido entre las cinco y las ocho de la tarde de un día estival es a veces una pequeña eternidad; mas en momentos como éste cabe afirmar que es y no puede ser más que una eternidad de placer. Los participantes en la misma parecían estar disfrutando tranquilamente de él, y, por añadidura, no eran de los pertenecientes al sexo que se supone proporciona el mayor número de adeptos a tales ceremonias.


Información texto

Protegido por copyright
786 págs. / 22 horas, 56 minutos / 1.300 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

La Princesa Casamassima

Henry James


Novela


Prólogo

Creo que la forma más sencilla de explicar el origen de La princesa Casamassima es decir que la novela nació directamente del interés y la costumbre de pasear por la calle durante el primer año de una larga estancia en Londres. Andaba mucho, como ejercicio, por diversión, para aprender, y sobre todo volvía siempre andando cuando cenaba fuera de casa, caso mucho más frecuente que lo contrario; y como hacer eso significaba recibir muchas impresiones, éstas se agitaban y buscaban una salida, de forma que al cabo de algún tiempo había nacido el libro. Puedo afirmar que, cuando echo la vista atrás, la exploración atenta de Londres, el asalto directo que la gran ciudad lleva a cabo sobre una imaginación predispuesta a reaccionar, explica plenamente una gran parte de la obra. Hay otro elemento secundario que tiene su origen en una fuente distinta, y del que ahora hablaré, pero la idea primera fue, sin duda alguna, el fruto rotundo y maduro de andar por las calles. Claro que uno andaba con los ojos abiertos de par en par, y me apresuro a decir que semejante costumbre, mantenida durante mucho tiempo y en recorridos considerables, llega a provocar una solicitación mística, una urgente llamada de todas las cosas a ser interpretadas y, en la medida de lo posible, reproducidas. «Argumentos» y situaciones, carácter e historia, la tragedia y la comedia de la vida son cosas que, en tales condiciones, parecen mascarse punzantes en el aire; y para una mente que sienta curiosidad ante la escena humana, sus significados y revelaciones, la gran Babilonia gris se transforma fácilmente en un jardín cuajado de inmensa e ilustrativa flora. Historias posibles, figuras presentables se levantan mientras el observador se mueve en la espesa selva, aletean como la caza espantada y, antes de que se dé cuenta, él mismo necesita protegerse del roce de importunas alas.


Información texto

Protegido por copyright
670 págs. / 19 horas, 33 minutos / 170 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Owen Wingrave

Henry James


Cuento


I

—¡Pero tú estás mal de la cabeza! —clamó Spencer Coyle mientras el joven lívido que tenía enfrente, un poco jadeante, repetía: «Francamente, lo tengo decidido» y «Le aseguro que lo he pensado bien». Los dos estaban pálidos, pero Owen Wingrave sonreía de un modo exasperante para su supervisor, quien aun así distinguía lo bastante para advertir en aquella mueca— era como una irrisión intempestiva —el resultado de un nerviosismo extremo y comprensible.

—No digo que llegar tan lejos no haya sido un error; pero precisamente por eso me parece que no debo dar un paso más —dijo el pobre Owen, esperando mecánicamente, casi humildemente— no quería mostrarse jactancioso, ni de hecho podía jactarse de nada, —y llevando al otro lado de la ventana, a las estúpidas casas de enfrente, el brillo seco de sus ojos.

—No sabes qué disgusto me das. Me has puesto enfermo —y, en efecto, el señor Coyle parecía abatidísimo.

—Lo lamento mucho. Si no se lo he dicho antes ha sido porque temía el efecto que iba a causarle.

—Tenías que habérmelo dicho hace tres meses. ¿Es que no sabes lo que quieres de un día al siguiente? —demandó el hombre mayor.

El joven se contuvo por un momento; luego alegó con voz temblorosa: «Está usted muy enfadado conmigo, y me lo esperaba. Le estoy enormemente reconocido por todo lo que ha hecho por mí, yo haría por usted cualquier cosa a cambio, pero eso no lo puedo hacer, ya sé que todos los demás me van a poner como un trapo. Estoy preparado…, estoy preparado para lo que sea. Eso es lo que me ha llevado cierto tiempo: asegurarme de que lo estaba. Creo que su disgusto es lo que más siento y lo que más lamento. Pero poco a poco se le pasará —remató Owen.


Información texto

Protegido por copyright
44 págs. / 1 hora, 17 minutos / 78 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Banco de la Desolación

Henry James


Novela corta


I

En su opinión, a lo largo de su última y desagradable charla, ella le había transmitido prácticamente la insinuación, la espantosa, brutal y vulgar amenaza, aunque, a pesar del valor y la confianza que le quedaban —confianza en lo que alegremente él hubiera llamado con un poco más de agresividad la fuerza de su posición—, había juzgado mejor no tomarlo en cuenta. Pero ahora no se trataba de no entender o de fingir que no entendía; las amenazadoras y repulsivas palabras que despiadadamente salían de sus labios, eran como dedos de una mano que ella se metiera en el bolsillo con el fin de extraer el monstruoso objeto que mejor sirviera para —¿cómo podría definirlo?— una declaración de guerra.

—Si dentro de tres días no he recibido una respuesta distinta por su parte, pondré el asunto en manos de mi abogado, a quien, por si le interesa saberlo, ya he visto. Presentaré una denuncia por «incumplimiento de promesa matrimonial» contra usted, Herbert Dodd, tan cierto como que me llamo Kate Cookham.


Información texto

Protegido por copyright
65 págs. / 1 hora, 54 minutos / 105 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

12345