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Otra Vuelta de Tuerca

Henry James


Novela


La historia nos había mantenido alrededor del fuego lo suficientemente expectantes, pero fuera del innecesario comentario de que era horripilante, como debía serlo por fuerza todo relato que se narrara en vísperas de navidad en una casa antigua, no recuerdo que produjera comentario alguno aparte del que hizo alguien para poner de relieve que era el único caso que conocía en que la visión la hubiese tenido un niño.

Se trataba, debo mencionarlo, de una aparición que tuvo lugar en una casa tan antigua como aquella en que nos reuníamos: una aparición monstruosa a un niño que dormía en una habitación con su madre, a quien despertó aquél presa del terror; pero al despertarla no se desvaneció su miedo, pues también la madre había tenido la misma visión que atemorizó al niño. Aquella observación provocó una respuesta de Douglas —no de inmediato, sino más tarde, en el curso de la velada—, una respuesta que tuvo las interesantes consecuencias que voy a reseñar. Alguien relató luego una historia, no especialmente brillante, que él, según pude darme cuenta, no escuchó. Eso me hizo sospechar que tenía algo que mostrarnos y que lo único que debíamos hacer era esperar. Y, en efecto, esperamos hasta dos noches después; pero ya en esa misma sesión, antes de despedirnos, nos anticipó algo de lo que tenía en la mente.

—Estoy absolutamente de acuerdo en lo tocante al fantasma del que habla Griffin, o lo que haya sido, el cual, por aparecerse primero al niño, muestra una característica especial. Pero no es el primer caso que conozco en que se involucre a un niño. Si el niño produce el efecto de otra vuelta de tuerca, ¿qué me dirían ustedes de dos niños?

—Por supuesto —exclamó alguien—, diríamos que dos niños significan dos vueltas. Y también diríamos que nos gustaría saber más sobre ellos.


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132 págs. / 3 horas, 52 minutos / 481 visitas.

Publicado el 2 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Owen Wingrave

Henry James


Cuento


I

—¡Pero tú estás mal de la cabeza! —clamó Spencer Coyle mientras el joven lívido que tenía enfrente, un poco jadeante, repetía: «Francamente, lo tengo decidido» y «Le aseguro que lo he pensado bien». Los dos estaban pálidos, pero Owen Wingrave sonreía de un modo exasperante para su supervisor, quien aun así distinguía lo bastante para advertir en aquella mueca— era como una irrisión intempestiva —el resultado de un nerviosismo extremo y comprensible.

—No digo que llegar tan lejos no haya sido un error; pero precisamente por eso me parece que no debo dar un paso más —dijo el pobre Owen, esperando mecánicamente, casi humildemente— no quería mostrarse jactancioso, ni de hecho podía jactarse de nada, —y llevando al otro lado de la ventana, a las estúpidas casas de enfrente, el brillo seco de sus ojos.

—No sabes qué disgusto me das. Me has puesto enfermo —y, en efecto, el señor Coyle parecía abatidísimo.

—Lo lamento mucho. Si no se lo he dicho antes ha sido porque temía el efecto que iba a causarle.

—Tenías que habérmelo dicho hace tres meses. ¿Es que no sabes lo que quieres de un día al siguiente? —demandó el hombre mayor.

El joven se contuvo por un momento; luego alegó con voz temblorosa: «Está usted muy enfadado conmigo, y me lo esperaba. Le estoy enormemente reconocido por todo lo que ha hecho por mí, yo haría por usted cualquier cosa a cambio, pero eso no lo puedo hacer, ya sé que todos los demás me van a poner como un trapo. Estoy preparado…, estoy preparado para lo que sea. Eso es lo que me ha llevado cierto tiempo: asegurarme de que lo estaba. Creo que su disgusto es lo que más siento y lo que más lamento. Pero poco a poco se le pasará —remató Owen.


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44 págs. / 1 hora, 17 minutos / 82 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Adina

Henry James


Cuento


Parte I

Habíamos estado hablando sobre Sam Scrope alrededor del fuego —conscientes, todos nosotros, de la norma de mortuis. Nuestro anfitrión, sin embargo, había permanecido en silencio, un poco para mi sorpresa, pues sabía que había sido particularmente cercano a nuestro amigo. Pero una vez nuestro grupo se hubo disuelto y me quedé a solas con él, avivó el fuego, me ofreció otro puro mientras aspiraba el suyo con aire reflexivo, y me explicó la siguiente historia:


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55 págs. / 1 hora, 36 minutos / 143 visitas.

Publicado el 7 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Historia de una Obra Maestra

Henry James


Novela corta


Parte I

Fue apenas el verano pasado, durante una estancia de seis semanas en Newport, cuando John Lennox se prometió a Miss Marian Everett, de Nueva York.

Mr. Lennox era viudo, sin hijos, y poseía una gran fortuna. Tenía treinta y cinco años, un aspecto suficientemente distinguido y unos modales excelentes. Era también un hombre de costumbres irreprochables, que contaba con una cantidad excepcional de sólida información y cuyo carácter, se decía, había sido sometido a un difícil y provechoso periodo de prueba durante su corta vida de casado. Por todo ello, se consideraba que era Miss Everett quien se llevaba un buen partido y la que más salía ganando con el enlace.

Sin embargo, también Miss Everett era una joven muy atractiva desde el punto de vista del matrimonio. La bella Miss Everett, como la llamaban para distinguirla de algunas primas poco agraciadas con quienes, dado que no tenía madre ni hermanas, estaba obligada a pasar una gran parte de su tiempo como exigía el decoro. Esa cualidad, cabe suponer, proporcionaba a la muchacha una satisfacción mayor que la que podía producir en sus jóvenes y excelentes parientes.


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40 págs. / 1 hora, 11 minutos / 130 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Un Episodio Internacional

Henry James


Novela corta


1

Hace cuatro años, en 1874, dos jóvenes caballeros ingleses tuvieron ocasión de viajar a Estados Unidos. Cruzaron el océano en pleno verano y cuando llegaron a Nueva York el 1 de agosto, la febril temperatura de la ciudad les sorprendió sobremanera. Tras desembarcar en el muelle se encaramaron a uno de esos enormes autobuses elevados que transportan a los pasajeros a los hoteles y que, entre sacudidas y trompicones, inició su ruta a través de Broadway. El aspecto de Nueva York en pleno verano no es quizás el más favorecedor, aunque no está exento de un aire pintoresco, e incluso brillante. Nada podría parecerse menos a una típica calle inglesa que la interminable avenida, rica en incongruencias, a lo largo de la cual avanzaban nuestros dos viajeros, observando a ambos lados la agradable animación de las aceras: los heterogéneos y coloridos edificios, las inmensas fachadas de mármol blanco que brillaban bajo la luz intensa y cruda en las cuales rótulos dorados se engarzaban en variadísimos toldos, pancartas y estandartes, la extraordinaria cantidad de ómnibus, coches de caballos y demás vehículos democráticos, los vendedores de bebidas refrescantes, los pantalones blancos y los grandes sombreros de paja de los policías y el paso airoso de los elegantísimos jóvenes sobre el asfalto; la luminosidad, la novedad y la frescura tanto de las personas como de las cosas. Los jóvenes caballeros habían intercambiado pocas observaciones, pero al cruzar Union Square, frente al monumento a Washington, bajo la mismísima sombra proyectada por la imagen del padre de la patria, uno de ellos comentó:

—Parece un lugar peculiar.

—Extraño, muy extraño —dijo el otro, que era el más listo de los dos.

—Lástima que haga un calor tan brutal —continuó tras una pausa el primero.

—Ya sabes que nos encontramos en latitud baja.

—Eso diría yo.


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88 págs. / 2 horas, 34 minutos / 79 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Cuatro Encuentros

Henry James


Cuento


I

El primero tuvo lugar en el campo, con motivo de una pequeña recepción, una noche de nieve de hará unos diecisiete años. Mi amigo Latouche, que iba a pasar la Navidad con su madre, había insistido en que lo acompañara, y la amable señora había dado en nuestro honor la fiesta de la que hablo. A mi modo de ver reunía todo el sabor y lo que cabe esperar de este tipo de actos; nunca había estado en la Nueva Inglaterra profunda durante aquella época del año. Había estado nevando todo el día y las conchestas de nieve nos llegaban a la rodilla. Me preguntaba cómo habían logrado llegar las señoras hasta la casa; pero deduje que precisamente eran aquellos rigores invernales los que hacían que una reunión que ofrecía el encanto de acoger a dos caballeros de Nueva York mereciese semejante esfuerzo desesperado.

Durante toda la velada, la señora Latouche me estuvo preguntando si «no quería» enseñar mis fotografías a algunas de las jóvenes. Las fotografías estaban en dos enormes cartapacios, y las había traído a casa su hijo, quien, como yo, acababa de llegar de Europa. Miré a mi alrededor y me sorprendió ver que la mayoría de las jóvenes tenían objetos de interés más absorbentes que el más vivido de mis heliograbados. Pero había una persona junto a la chimenea, sola, que contemplaba la habitación con una vaga sonrisita, con un discreto y velado anhelo que parecía, de alguna manera, contrastar con su aislamiento. La miré un momento y opté por ella.

—Me gustaría enseñárselas a aquella joven.

—Oh, sí —dijo la señora Latouche—, es la persona ideal. No le interesa coquetear: hablaré con ella.

Respondí que si no le interesaba coquetear tal vez no fuera la persona ideal; pero la señora Latouche ya había andado unos pasos hacia ella y se lo había propuesto.


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38 págs. / 1 hora, 7 minutos / 101 visitas.

Publicado el 7 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Eugene Pickering

Henry James


Cuento


1

Esto sucedió en Homburg, hace varios años, antes de que el juego se hubiese prohibido. La noche era bastante cálida, y todo el mundo se había congregado en la terraza del Kursaal y la explanada inmediata, con el fin de escuchar a la excelente orquesta; mejor dicho, medio mundo, pues la concurrencia era parejamente masiva en las salas de juego, alrededor de las mesas. Por doquier el gentío era grande. La velada era perfecta, la temporada estaba en su apogeo, las abiertas ventanas del Kursaal arrojaban largos haces de luz artificial hacia los oscuros bosques y, de vez en cuando, en las pausas de la música, casi se podía oír el tintineo de los napoleones y las metálicas apelaciones de los crupieres alzarse sobre el expectante silencio de las salas. Yo había estado vagando con una amiga, y al fin nos disponíamos a sentarnos. Empero, las sillas escaseaban. Ya había logrado capturar una, pero no parecía fácil hallar la segunda que nos faltaba. Me encontraba a punto de desistir resignado e insinuar que nos encamináramos a los divanes damasquinados del Kursaal, cuando observé a un joven indolentemente sentado en uno de los objetos de mi búsqueda, con los pies apoyados en los palos de otro más. Esto excedía la cuota de lujo que legítimamente le correspondía, conque prestamente me acerqué a él. Desde luego pertenecía a la especie que mejor sabe, en casa y fuera de ella, proveer a su propia comodidad; mas algo en su apariencia sugería que su actual proceder se debía más bien a desapercibimiento que a egocentrismo. Se hallaba con la vista fija en el director de orquesta y atendía absorto a la música. Tenía las manos enlazadas bajo sus largas piernas, y su boca se entreabría con aire casi embobado.

—Hay aquí tan pocas sillas —dije— que necesito suplicarle que me ceda una de ellas.


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61 págs. / 1 hora, 48 minutos / 59 visitas.

Publicado el 9 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

La Figura en el Tapiz

Henry James


Cuento


I

He hecho unas pocas cosas y ganado un poco de dinero. Quizás incluso haya tenido tiempo para empezar a pensar que soy mejor de lo que podrían sugerir los beneficios que recibo, pero cuando estimo el alcance de mi pequeña carrera (un hábito apresurado, pues de ninguna manera ha terminado) sitúo mi verdadero punto de partida en la noche en que George Corvick, sin aliento y afligido, vino a pedirme un favor. El había hecho más cosas que yo, y ganado más dinero, aunque había oportunidades para la inteligencia que, según mi opinión, a veces desaprovechaba.


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48 págs. / 1 hora, 25 minutos / 108 visitas.

Publicado el 2 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Lo que Maisie Sabía

Henry James


Novela


PREFACIO DEL AUTOR

Encuentro de nuevo, en el primero de estos tres Relatos, otro ejemplo más del crecimiento de un «gran roble» a partir de una minúscula bellota; pues Lo que Maisie sabía es cuando menos el caso de un árbol que se desarrolla por encima de cualquier previsión que su pequeña simiente hubiese podido parecer autorizar en un primer examen. Me había sido narrado casualmente el modo en que la situación del infortunado pequeño vástago de un matrimonio divorciado había sido afectada, bajo la mirada de mi informante, por el nuevo casamiento de uno de sus progenitores (cuál de ellos, no lo recuerdo); de manera que, a causa del poco entusiasmo por la compañía de la pequeña criatura expresado por el nuevo cónyuge de dicho progenitor, no podía ser llevada a término con facilidad la ley que regía su infantil existencia, consistente en que debía vivir alternativamente una temporada con su padre y otra con su madre. Aun cuando en un principio cada miembro de la desunida pareja había deseado vengativamente impedirle a su retoño cualquier relación con el otro, ahora el progenitor nuevamente desposado buscaba más bien desembarazarse de él: es decir, dejarlo tanto como fuera posible, y excediéndose de las fechas y plazos estipulados, al cargo del adversario; incumplimiento éste que, tomado por el adversario como prueba de mala intención, naturalmente era compensado y vengado mediante una perfidia equivalente. El desdichado infante se había encontrado, así, prácticamente repudiado, rebotando de raqueta a raqueta cual una pelota de tenis o un volante. Este pequeño personaje no podía menos que incidir hasta lo más profundo sobre la sensibilidad y aparecérsele a quien esto escribe como punto de partida de una narración: una narración que demandaba una buena dosis de desarrollos.


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375 págs. / 10 horas, 57 minutos / 191 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

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