Textos más vistos de Hermanos Grimm publicados por Edu Robsy disponibles | pág. 12

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autor: Hermanos Grimm editor: Edu Robsy textos disponibles


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La Mesa, el Asno y la Vara Maravillosa

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Había una vez un sastre que tenía tres hijos y una cabra. Como la cabra daba leche para toda la familia, era necesario procurarla buen pasto, y llevarla al campo todos los días. Los hijos se hallaban obligados a esto y lo hacían por turno. Un día la llevó el mayor al cementerio, donde había yerba muy crecida, que comió con extraordinaria alegría dando muchos saltos. Cuando volvían a casa al anochecer, la preguntó el mancebo.

—¿Has comido, cabra?

A lo que le contestó.

Estoy atascada,
Saciada.
¡Bah!, ¡ba!

—Vamos a casa, dijo el joven y cogiéndola por la cuerda la llevó al establo, donde la ató.

—Ha comido la cabra todo lo que quería, dijo el sastre viejo.

—Sí, contestó el hijo, está atascada y saciada.

Mas queriendo el padre asegurarse por sí mismo, fue al establo y se puso a acariciar a su querido animal, diciéndole.

—¿Cabrita, has comido bien?

La cabra le contestó.

¿Cómo había de comer,
si no he hecho más que correr
sin hallar una hoja que pacer?
¡Beh!, ¡be!

—¡Qué viejo!, dijo el sastre, y saliendo del establo, regañó a su hijo.

—Embustero, no me has dicho, que la cabra estaba harta y ha vuelto en ayunas.

—Cogió encolerizado la vara de medir, y le echó de la casa dándole de palos.

Al día siguiente tocaba la vez al hijo segundo, quien buscó a lo largo del cercado del jardín un lugar bien provisto de yerba y la cabra cortó hasta el último tallo. —Por la noche cuando se trataba de volver la preguntó.

—¿Has comido, cabra?

A lo que contestó.

Estoy atascada,
Saciada.
¡Bah!, ¡ba!

—Vamos a casa dijo el joven y la llevó al establo, donde la ató.

—¿Ha comido la cabra todo lo que necesitaba?, dijo el sastre.

—¡Oh!, sí, contestó el hijo, está atascada y saciada.


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10 págs. / 18 minutos / 127 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Novia del Bandolero

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Érase una vez un molinero que tenía una hija muy linda, y cuando ya fue crecida, deseaba verla bien casada y colocada. Pensaba: «Si se presenta un pretendiente como Dios manda y la pide, se la daré».

Poco tiempo después, llegó uno que parecía muy rico, y como el molinero no sabía nada malo de él, le prometió a su hija. La muchacha, sin embargo, no sentía por él la inclinación que es natural que una prometida sienta por su novio, ni le inspiraba confianza el mozo. Cada vez que lo veía o pensaba en él, una extraña angustia le oprimía el corazón. Un día le dijo él:

— Eres mi prometida, y nunca has venido a visitarme.

Respondió la doncella:

— Aún no sé dónde está tu casa.

— Mi casa está en medio del bosque oscuro —contestó el novio.

Ella todo era inventar pretextos, diciendo que no sabría hallar el camino, pero un día el novio le dijo muy decidido:

— El próximo domingo tienes que venir a casa. He invitado ya a mis amigos, y para que encuentres el camino en el bosque, esparciré cenizas.

Llegó el domingo, y la muchacha se puso en camino; sin saber por qué, sentía un extraño temor, y para asegurarse de que a la vuelta no se extraviaría, llenóse los bolsillos de guisantes y lentejas.

A la entrada del bosque vio el rastro de ceniza y lo siguió; pero a cada paso tiraba al suelo, a derecha e izquierda, unos guisantes. Tuvo que andar casi todo el día antes de llegar al centro del bosque, donde más oscuro era. Allí había una casa solitaria, de aspecto tenebroso y lúgubre. Dominando su aprensión, entró en la casa; dentro reinaba un profundo silencio, y no se veía nadie en parte alguna. De pronto se oyó una voz:

«Vuélvete, vuélvete, joven prometida.

Asesinos viven en esta guarida».

La muchacha levantó los ojos y vio que la voz era de un pájaro, encerrado en una jaula que colgaba de la pared. El cual repitió:


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3 págs. / 6 minutos / 302 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Novia del Conejillo

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Érase una vez una mujer y su hija, las cuales vivían en un hermoso huerto plantado de coles. Y he aquí que, en invierno, viene un conejillo y se pone a comer las coles. Dijo entonces la mujer a su hija:

— Ve al huerto y echa al conejillo. Y dice la muchacha al conejillo:

— ¡Chú! ¡Chú! ¡Conejillo, acaba de comerte las coles!

Y dice el conejillo:

— ¡Ven, niña, súbete en mi colita y te llevaré a mi casita!

Pero la niña no quiere. Al día siguiente vuelve el conejillo y se come las coles; y dice la mujer a su hija:

— ¡Ve al huerto y echa al conejillo!

Y dice la muchacha al conejillo:

— ¡Chú! ¡Chú! ¡Conejillo, acaba de comerte las coles!

Dice el conejillo:

— ¡Ven, niña, súbete en mi colita y te llevaré a mi casita!

Pero la niña no quiere. Al tercer día vuelve aún el conejillo y se come las coles. Dice la mujer a su hija:

— ¡Ve al huerto y echa al conejillo!

Dice la muchacha:

— ¡Chú! ¡Chú!, ¡Conejillo, acaba de comerte las coles!

Dice el conejillo:

— ¡Ven, niña, súbete en mi colita y te llevaré a mi casita!

La muchacha monta en la colita del conejillo, y el conejillo la lleva lejos, lejos, a su casita y le dice:

— Ahora cuece berzas y mijo; invitaré a los que han de asistir a la boda.

Y llegaron todos los invitados. (¿Que quiénes eran los invitados? Tal como me lo dijeron, os lo diré: eran todos los conejos, y el grajo hacía de señor cura para casar a los novios, y la zorra hacía de sacristán, y el altar estaba debajo del arco iris.)

Pero la niña se sentía sola y estaba triste. Viene el conejillo y dice:

— ¡Vivo, vivo! ¡Los invitados están alegres!

La novia se calla y se echa a llorar. Conejillo se marcha, Conejillo vuelve, y dice:

— ¡Vivo, vivo! ¡Los invitados están hambrientos!


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1 pág. / 2 minutos / 321 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Ondina del Estanque

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Había en cierto tiempo un molinero que vivía feliz con su mujer: tenían dinero y bienes y su propiedad aumentaba de año en año, pero la desgracia, dice el proverbio, viene durante la noche; su fortuna disminuyó de año en año, lo mismo que se había aumentado, y por último el molinero apenas podía llamar suyo el molino en que habitaba. Hallábase muy afligido, y cuando se acostaba por la noche terminado su trabajo, apenas podía descansar, pues sus penas le hacían dar vueltas en la cama. Una mañana se levantó antes de la aurora y salió para tomar el aire, imaginando que sentía algún alivio en su pesar. Cuando pasaba cerca de la escalera del molino, comenzaba a apuntar el primer rayo del sol y oyó un ligero ruido en el estanque. Se volvió y distinguió a una mujer muy hermosa, que se elevaba lentamente en medio del agua; sus largos cabellos, que había echado con sus delicadas manos sobre sus espaldas, descendían por ambos lados y cubrían su cuerpo blanco y brillante como la nieve. No tardó en conocer que era la ondina del estanque, e ignoraba en su terror si debía quedarse o huir de allí, pero la ondina dejó oír su dulce voz, le llamó por su nombre y le preguntó por qué estaba tan triste. El molinero permaneció como mudo en un principio, pero oyéndola hablar con tanta gracia, se animó y le refirió que anteriormente había vivido feliz y rico, y que ahora se había quedado tan pobre que ignoraba qué hacerse.

—No tengas cuidado, contestó la ondina; yo te haré más feliz y dichoso de lo que nunca has sido; mas es preciso que me prometas darme lo que acaba de nacer en tu casa.

—Sin duda será algún perro o algún gato, pensó para sí el molinero y la prometió lo que la pedía.


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6 págs. / 10 minutos / 136 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Paja, la Brasa y la Alubia

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Vivía en un pueblo una anciana que, habiendo recogido un plato de alubias, se disponía a cocerlas. Preparó fuego en el hogar y, para que ardiera más deprisa, lo encendió con un puñado de paja. Al echar las alubias en el puchero, se le cayó una sin que ella lo advirtiera, y fue a parar al suelo, junto a una brizna de paja. A poco, una ascua saltó del hogar y cayó al lado de otras dos. Abrió entonces la conversación la paja:

— Amigos, ¿de dónde venís?

Y respondió la brasa:

— ¡Suerte que he tenido de poder saltar del fuego! A no ser por mi arrojo, aquí se acababan mis días. Me habría consumido hasta convertirme en ceniza.

Dijo la alubia:

— También yo he salvado el pellejo; porque si la vieja consigue echarme en la olla, a estas horas estaría ya cocida y convertida en puré sin remisión, como mis compañeras.

— No habría salido mejor librada yo —terció la paja—. Todas mis hermanas han sido arrojadas al fuego por la vieja, y ahora ya no son más que humo. Sesenta cogió de una vez para quitarnos la vida. Por fortuna, yo pude deslizarme entre sus dedos.

— ¿Y qué vamos a hacer ahora? —preguntó el carbón.

— Yo soy de parecer —propuso la alubia—, que puesto que tuvimos la buena fortuna de escapar de la muerte, sigamos reunidos los tres en amistosa compañía, y, para evitar que nos ocurra aquí algún otro percance, nos marchemos juntos a otras tierras.

La proposición gustó a las otras dos, y todos se pusieron en camino. Al cabo de poco llegaron a la orilla de un arroyuelo, y, como no había puente ni pasarela, no sabían como cruzarlo. Pero a la paja se le ocurrió una idea:

— Yo me echaré de través, y haré de puente para que paséis vosotras.


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1 pág. / 2 minutos / 115 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Pícara Cocinera

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Érase una cocinera llamada Margarita, que calzaba zapatos de tacón colorado; y cuando salía con ellos, se contoneaba, muy satisfecha y presumida, y pensaba: «¡Eres una guapa moza!».

Y cuando llegaba a casa, de puro contenta se bebía un trago de vino, y como el vino le abría el apetito, empezaba a probar los guisados que tenía en el fuego, hasta quedarse harta, al tiempo que decía: «La cocinera ha de vigilar cómo sabe el guisado».

Un día le dijo su señor:

— Margarita, esta noche vendrá un invitado; prepárame un par de gallinas tiernas, que estén bien asadas.

— ¡Descuide el señor! —respondió Margarita.

Degolló las dos gallinas, las escaldó, las desplumó, las ensartó en el asador y, al anochecer, las puso al fuego para que se asaran. Las gallinas comenzaron a dorarse, y el huésped no comparecía, por lo que dijo Margarita a su amo:

— Si no viene el invitado tendré que sacar las gallinas del fuego, y será lástima no poder comerlas pronto, pues ahora es cuando están más jugosas y en su punto.

— Me llegaré yo a buscar al invitado —respondió el dueño.


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2 págs. / 4 minutos / 125 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Reina de las Abejas

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Allá en aquellos tiempos hubo un rey que tenía dos hijos, que se fueron en busca de aventuras, lanzándose a todos los excesos de la disipación, por lo que no volvían a su casa paterna. Fue a buscarlos su hermano menor, al que llamaban el Simple, pero cuando los encontró comenzaron a burlarse de él, porque en su sencillez pretendía saber dirigirse en un mundo donde se habían perdido ellos dos, ellos dos que tenían mucho más talento que él.

Habiéndose puesto en camino juntos encontraron un hormiguero. Los dos hermanos mayores querían llenarle de tierra para divertirse viendo la ansiedad de las hormigas que correrían por todas partes cargadas con sus huevos; pero su hermano el Simple les dijo:

—Dejad en paz a esos animales; no consentiré que les hagáis daño.

Poco después encontraron un lago en el que nadaban no sé cuantos patos. Los dos mayores querían coger un par de ellos para mandarlos asar, pero el menor se opuso diciendo:

—Dejad en paz a esos animales; no consentiré que los mate nadie.

Mucho mas allá todavía distinguieron en un árbol una colmena tan llena de miel que corría por el tronco abajo. Los dos mayores querían prender fuego el árbol para ahumar a las abejas y apoderarse de la miel; pero su hermano el Simple los contuvo, diciéndoles:

—Dejad en paz a esos animales; no consentiré que los queméis.


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2 págs. / 4 minutos / 412 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Sepultura

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Un labrador muy rico estaba un día delante de su puerta, mirando sus campos y sus huertos; el llano estaba cubierto por la cosecha; los árboles estaban cargados de fruta. El trigo de los años anteriores llenaba de tal modo sus graneros, que las vigas del techo se doblaban bajo su peso. Sus establos estaban llenos de bueyes, de vacas y de caballos.

Entró en su cuarto y dirigió una mirada al cofre en que encerraba el dinero, pero mientras estaba absorto en la contemplación de estas riquezas, creyó oír en su interior una voz que le decía:

—¿Has hecho feliz, a pesar de todo tu oro, a alguno de los que te rodeaban? ¿Has aliviado la miseria de los pobres? ¿Has repartido tu pan con los que tenían hambre? ¿Has estado satisfecho con lo que poseías y no has deseado nunca más?

Su corazón no vaciló en contestar:

—Siempre he sido duro e inexorable, nunca he hecho nada por mis parientes ni por mis amigos. Más que en Dios he pensado siempre en aumentar mis riquezas. Aun cuando hubiera poseído el mundo entero, no hubiera tenido nunca bastante.

Este pensamiento le atemorizó, temblándole las rodillas de tal modo que se vio obligado a sentarse. Al mismo tiempo llamaron a la puerta. Era uno de sus vecinos, cargado de hijos, a quienes no podía sustentar.

—No ignoro, pensaba para sí, que mi vecino es mucho más desapiadado que rico; sin duda no hará caso de mí, pero mis hijos me piden pan; voy a hacer una prueba.

En cuanto llegó a la presencia del rico, le dijo de esta manera:

—No ignoro que no os gusta socorrer a nadie, pero me dirijo a vos en la última desesperación, como un hombre que, estando próximo a ahogarse, se agarra a la más débil rama. Mis hijos tienen hambre: prestadme un puñado de trigo. Un rayo de compasión penetró por primera vez en el hielo de aquel corazón avaro.

—No te prestaré un puñado, le respondió; te daré una fanega, pero con una condición.


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3 págs. / 6 minutos / 131 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Serpiente Blanca

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Hace ya de esto mucho tiempo. He aquí que vivía un rey, famoso en todo el país por su sabiduría. Nada le era oculto; habríase dicho que por el aire le llegaban noticias de las cosas más recónditas y secretas. Tenía, empero, una singular costumbre. Cada mediodía, una vez retirada la mesa y cuando nadie hallaba presente, un criado de confianza le servía un plato más. Estaba tapado, y nadie sabía lo que contenía, ni el mismo servidor, pues el Rey no lo descubría ni comía de él hasta encontrarse completamente solo.

Las cosas siguieron así durante mucho tiempo, cuando un día picóle al criado una curiosidad irresistible y se llevó la fuente a su habitación. Cerrado que hubo la puerta con todo cuidado, levantó la tapadera y vio que en la bandeja había una serpiente blanca. No pudo reprimir el antojo de probarla; cortó un pedacito y se lo llevó a la boca.

Apenas lo hubo tocado con la lengua, oyó un extraño susurro de melódicas voces que venía de la ventana; al acercarse y prestar oído, observó que eran gorriones que hablaban entre sí, contándose mil cosas que vieran en campos y bosques. A comer aquel pedacito de serpiente había recibido el don de entender el lenguaje de los animales.

Sucedió que aquel mismo día se extravió la sortija más hermosa de la Reina, y la sospecha recayó sobre el fiel servidor que tenía acceso a todas las habitaciones. El Rey le mandó comparecer a su presencia, y, en los términos más duros, le amenazó con que, si para el día siguiente no lograba descubrir al ladrón, se le tendría por tal y sería ajusticiado. De nada sirvió al leal criado protestar de su inocencia; el Rey lo hizo salir sin retirar su amenaza.


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4 págs. / 8 minutos / 159 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Las Tres Hilanderas

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Allá en aquellos tiempos había una joven muy perezosa que no quería hilar. Su madre se incomodaba mucho; pero no podía hacerla trabajar. Un día perdió la paciencia de manera que llegó a pegarla, y su hija se puso a llorar a gritos. En aquel momento pasaba por allí la Reina, y oyendo los sollozos, mandó detener su coche y entró en la casa preguntando a la madre por qué pegaba a su hija con tanta crueldad, que se oían en la calle los lamentos de la niña. La mujer, avergonzada, no quiso contarla la pereza de su hija, y la dijo:

—No puedo hacerla que suelte el huso ni un solo instante, quiere estar hilando siempre, y yo soy tan pobre que no puedo darla el lino que necesita.

—Nada me gusta tanto como la rueca —la respondió la Reina—; el ruido del huso me encanta, dejadme llevar a vuestra hija a mi palacio, yo tengo lino suficiente e hilará todo lo que quiera. La madre consistió en ello con el mayor placer, y la Reina se llevó a la joven.

En cuanto llegaron a palacio la condujo a tres cuartos que estaban llenos de arriba abajo de un lino muy hermoso.

—Hílame todo ese lino —la dijo—, y cuando esté concluido, te casaré con mi hijo mayor. No te dé cuidado de que seas pobre; tu amor al trabajo es un dote suficiente.

La joven no contestó; pero se hallaba en su interior consternada, pues aunque hubiera trabajado trescientos años, sin dejarlo desde por la mañana hasta por la noche, no hubiera podido hilar aquellos enormes montones de estopa. Así que se quedó sola, echó a llorar, permaneció así tres días sin trabajar nada. Al tercero, vino a visitarla la Reina y se admiró de ver que no había hecho nada; pero la joven se excusó, alegando su disgusto por verse separada de su madre. La Reina aparentó quedar satisfecha con esta excusa, pero la dijo al marcharse:

—Bien, pero mañana es necesario empezar a trabajar.


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2 págs. / 4 minutos / 392 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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