Textos más populares esta semana de Hermanos Grimm publicados el 26 de agosto de 2016 | pág. 4

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autor: Hermanos Grimm fecha: 26-08-2016


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El Lebrato Marino

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Vivía cierta vez una princesa que tenía en el piso más alto de su palacio un salón con doce ventanas, abiertas a todos los puntos del horizonte, desde las cuales podía ver todos los rincones de su reino. Desde la primera, veía más claramente que las demás personas; desde la segunda, mejor todavía, y así sucesivamente, hasta la duodécima, desde la cual no se le escapaba nada de cuanto había y sucedía en sus dominios, en la superficie o bajo tierra. Como era en extremo soberbia y no quería someterse a nadie, sino conservar el poder para sí sola, mandó pregonar que se casaría con el hombre que fuese capaz de ocultarse de tal manera que ella no pudiese descubrirlo. Pero aquel que se arriesgase a la prueba y perdiese, sería decapitado, y su cabeza, clavada en un poste. Ante el palacio levantábanse ya noventa y siete postes, rematados por otras tantas cabezas, y pasó mucho tiempo sin que aparecieran más pretendientes. La princesa, satisfecha, pensaba: «Permaneceré libre toda la vida».

Pero he aquí que comparecieron tres hermanos dispuestos a probar suerte. El mayor creyó estar seguro metiéndose en una poza de cal, pero la princesa lo descubrió ya desde la primera ventana, y ordenó que lo sacaran del escondrijo y lo decapitasen. El segundo se deslizó a las bodegas del palacio, pero también fue descubierto desde la misma ventana, y su cabeza ocupó el poste número noventa y nueve. Presentóse entonces el menor ante Su Alteza, y le rogó le concediese un día de tiempo para reflexionar y, además, la gracia de repetir la prueba por tres veces; si a la tercera fracasaba, renunciaría a la vida. Como era muy guapo y lo solicitó con tanto ahínco, díjole la princesa:

— Bien, te lo concedo; pero no te saldrás con la tuya.


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Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Sastrecillo Listo

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Érase una vez una princesa muy orgullosa; a cada pretendiente que se le presentaba planteábale un acertijo, y si no lo acertaba, lo despedía con mofas y burlas. Mandó pregonar que se casaría con quien descifrase el enigma, fuese quien fuese. Un día llegaron tres sastres, que iban juntos; los dos mayores pensaron que, después de haber acertado tantas puntadas, mucho sería que fallaran en aquella ocasión. El tercero, en cambio, era un cabeza de chorlito, que no servía para nada, ni siquiera para su oficio; confiaba, empero, en la suerte; pues, ¿en qué cosa podía confiar? Los otros dos le habían dicho:

— Mejor será que te quedes en casa. No llegarás muy lejos con tu poco talento.

Pero el sastrecillo no atendía a razones, y, diciendo que se le había metido en la cabeza intentar la aventura y que de un modo u otro se las arreglaría, marchó con ellos, como si tuviera el mundo en la mano. Presentáronse los tres a la princesa y le rogaron que les plantease su acertijo; ellos eran los hombres indicados, de agudo ingenio, que sabían cómo se enhebra una aguja. Díjoles entonces la princesa:

— Tengo en la cabeza un cabello de dos colores: ¿qué colores son éstos?

— Si no es más que eso — respondió el primero —: es negro y blanco, como el de ese paño que llaman sal y pimienta.

— No acertaste — respondió la princesa. — Que lo diga el segundo.

— Si no es negro y blanco —dijo el otro, — será castaño y rojo, como el traje de fiesta de mi padre.

— Tampoco es eso — exclamó la princesa. — Que conteste el tercero; éste sí que me parece que lo sabrá.

Adelantándose audazmente el sastrecillo, dijo:

— La princesa tiene en la cabeza un cabello plateado y dorado, y estos son los dos colores.


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Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Ladrón Fullero y su Maestro

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Juan quería que su hijo aprendiera un oficio; fue a la iglesia y rogó a Dios Nuestro Señor que le inspirase lo que fuera más conveniente. El sacristán, que se encontraba detrás del altar, le dijo: «¡Ladrón fullero, ladrón fullero!».

Volvió Juan junto a su hijo y le comunicó que había de aprender de ladrón fullero, pues así lo había dicho Dios Nuestro Señor. Se puso en camino con el muchacho en busca de alguien que supiera aquel oficio. Después de mucho andar, llegaron a un gran bosque, y allí encontraron una casita en la que vivía una vieja. Preguntóle Juan:

— ¿No sabría de algún hombre que entienda el oficio de ladrón fullero?

— Aquí mismo, y muy bien lo podrás aprender —dijo la mujer—; mi hijo es maestro en el arte. — Y Juan habló con el hijo de la vieja:

— ¿No podría enseñar a mi hijo el oficio de ladrón fullero?

A lo que respondió el maestro:

— Enseñaré a vuestro hijo como se debe. Volved dentro de un año; si entonces lo conocéis, renuncio a cobrar nada por mis enseñanzas; pero si no lo conocéis, tendréis que pagarme doscientos ducados.

Volvió el padre a su casa, y el hijo aprendió con gran aplicación el arte de la brujería y el oficio de ladrón. Transcurrido el año, fue el padre a buscarlo, pensando tristemente, durante el camino cómo se las compondría para reconocer a su hijo. Mientras avanzaba sumido en sus cavilaciones, fijó la mirada ante sí y vio que le salía al paso un hombrecillo, el cual le preguntó:

— ¿Qué te pasa buen hombre? Pareces muy preocupado.

— ¡Ay! —exclamó Juan—, hace un año coloqué a mi hijo en casa de un maestro en fullería, el cual me dijo que volviese al cabo de este tiempo, y si no reconocía a mi hijo, tendría que pagarle doscientos ducados; pero sí lo reconocía, no debería abonarle nada. Y ahora siento gran miedo de no reconocerlo, pues no sé de dónde voy a sacar el dinero.


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Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Pobre Mozo Molinero y la Gatita

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Vivía en un molino un viejo molinero que no tenía mujer ni hijos, sino sólo tres mozos a su servicio. Cuando ya llevaban muchos años trabajando con él, un día les dijo:

—Soy viejo y quiero retirarme a descansar. Salid a recorrer el mundo, y a aquel de vosotros que me traiga el mejor caballo, le cederé el molino; pero con la condición de que me cuide hasta mi muerte—.

El más joven de los mozos, que era el aprendiz, se llamaba Juan, y los otros lo tenían por necio y no querían que llegase a ser dueño del molino. Marcháronse los tres juntos y, al llegar a las afueras del pueblo, dijeron los dos a Juan el tonto:

—Mejor será que te quedes aquí; en toda tu vida no podrás procurarte un jamelgo—.

Sin embargo, Juan insistió en ir con ellos, y al anochecer llegaron a una cueva en la que se refugiaron para dormir. Los dos mayores, que se creían muy listos, aguardaron a que Juan estuviese dormido, y luego se marcharon, abandonando a su compañero.

Cuando, al salir el sol, se despertó Juan, encontróse en una profunda caverna y, mirando en torno suyo, exclamó:

—¡Dios mío!, ¿dónde estoy?—.

Subió al borde de la cueva y salió al bosque, pensando: "Solo y abandonado, ¿cómo me procuraré el caballo?". Mientras andaba sumido en sus pensamientos, salióle al encuentro una gatita, de piel abigarrada, que le dijo en tono amistoso:

—¿Adónde vas, Juan?—.

—¡Bah! ¿Qué puedes hacer tú por mí?—.

—Sé muy bien qué es lo que buscas—, respondióle la gata —:un buen caballo. Vente conmigo; si me sirves durante siete años, te daré uno tan hermoso como jamás lo viste en tu vida—.


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Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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