Textos más descargados de Hermanos Grimm | pág. 3

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autor: Hermanos Grimm


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Las Tres Plumas

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Érase una vez un rey que tenía tres hijos, de los cuales dos eran listos y bien dispuestos, mientras el tercero hablaba poco y era algo simple, por lo que lo llamaban «El lelo». Sintiéndose el Rey viejo y débil, pensó que debía arreglar las cosas para después de su muerte, pero no sabía a cuál de sus hijos legar la corona. Díjoles entonces:

— Marchaos, y aquel de vosotros que me traiga el tapiz más hermoso, será rey a mi muerte —. Y para que no hubiera disputas, llevólos delante del palacio, echó tres plumas al aire, sopló sobre ellas y dijo—: Iréis adonde vayan las plumas.

Voló una hacia Levante; otra, hacia Poniente, y la tercera fue a caer al suelo, a poca distancia. Y así, un hermano partió hacia la izquierda; otro, hacia la derecha, riéndose ambos de «El lelo», que, siguiendo la tercera de las plumas, hubo de quedarse en el lugar en que había caído.

Sentóse el mozo tristemente en el suelo, pero muy pronto observó que al lado de la pluma había una trampa. La levantó y apareció una escalera; descendió por ella y llegó ante una puerta. Llamó, y oyó que alguien gritaba en el interior:

«Ama verde y tronada,
pata arrugada,
trasto de mujer
que no sirve para nada:
a quien hay ahí fuera, en el acto quiero ver».

Abrióse la puerta, y el príncipe se encontró con un grueso sapo gordo, rodeado de otros muchos más pequeños. Preguntó el gordo qué deseaba, a lo que respondió el joven:

— Voy en busca del tapiz más bello y primoroso del mundo.

El sapo, dirigiéndose a uno de los pequeños, le dijo:

«Ama verde y tronada,
pata arrugada,
trasto de mujer
que no sirve para nada:
aquella gran caja me vas a traer».


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3 págs. / 5 minutos / 423 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Juan el Listo

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Pregunta la madre a Juan:

— ¿Adónde vas, Juan?

Responde Juan:

— A casa de Margarita.

— Que te vaya bien, Juan.

— Bien me irá. Adiós, madre.

— Adiós, Juan.

Juan llega a casa de Margarita.

— Buenos días, Margarita.

— Buenos días, Juan. ¿Qué traes de bueno?

— Traer, nada; tú me darás.

Margarita regala a Juan una aguja. Juan dice:

— Adiós, Margarita.

— Adiós, Juan.

Juan coge la aguja, la pone en un carro de heno y se vuelve a casa tras el carro.

— Buenas noches, madre.

— Buenas noches, Juan. ¿Dónde estuviste?

— Con Margarita estuve.

— ¿Qué le llevaste?

— Llevar, nada; ella me dio.

— ¿Y qué te dio Margarita?

— Una aguja me dio.

— ¿Y dónde tienes la aguja, Juan?

— En el carro de heno la metí.

— Hiciste una tontería, Juan; debías clavártela en la manga.

— No importa, madre; otra vez lo haré mejor.

— ¿Adónde vas, Juan?

— A casa de Margarita, madre.

— Que te vaya bien, Juan.

— Bien me irá. Adiós, madre.

— Adiós, Juan.

Juan llega a casa de Margarita.

— Buenos días, Margarita.

— Buenos días, Juan. ¿Qué traes de bueno?

— Traer, nada; tú me darás.

Margarita regala a Juan un cuchillo.

— Adiós, Margarita.

— Adiós, Juan.

Juan coge el cuchillo, se lo clava en la manga y regresa a su casa.

— Buenas noches, madre.

— Buenas noches, Juan. ¿Dónde estuviste?

— Con Margarita estuve.

— ¿Qué le llevaste?

— Llevar, nada; ella me dio.

— ¿Y qué te dio Margarita?

— Un cuchillo me dio.

— ¿Dónde tienes el cuchillo, Juan?

— Lo clavé en la manga.

— Hiciste una tontería, Juan. Debiste meterlo en el bolsillo.


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3 págs. / 5 minutos / 153 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Elsa la Lista

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Érase un hombre cuya hija no daba un solo paso sin usar su cabeza, por lo que le llamaban Elsa la Lista.

En cuanto fue mayor, su padre dijo:

—Es tiempo de que se case.

Y la madre dijo:

—Sí, con tal que alguien la quiera.

Por aquel entonces llegó de muy lejos un joven campesina quien llamaban Juan, y éste dijo:

—Sí, me casaré con la muchacha, a condición de que sea tan lista como dicen.

—¡Oh —dijo el padre—, nuestra Elsa no es ninguna tonta!

Y la madre dijo:

—¡Ay, qué gran verdad es ésa! De tan lista como es, puede ver al viento cuando viene calle abajo. Y además, hasta oye toser a las moscas.

—Bueno, ya se verá —dijo Juan—. Pero si no es lista, no me caso.

Sentados ya a la mesa, la madre dijo:

—Elsa, baja al sótano y trae cerveza.

La lista muchacha tomó el jarro del estante y se fue trota que trota escaleras abajo, haciendo sonar vivamente la tapa por el camino para no perder el tiempo.

Una vez en el sótano buscó un taburete, lo puso frente al barril y se sentó para no tener que agacharse, no fuera a ser que, a lo mejor, le diese un dolor en la espalda.

Luego colocó el jarro en su sitio y le dio vuelta a la llave.

Pero mientras esperaba a que se llenase el jarro, para no tener los ojos sin hacer nada empezó a mirar por todas partes, pared por pared, hasta llegar al techo. ¡Y descubrió, justo encima de su cabeza, una piqueta que los albañiles habían dejado allí por descuido!

Y ya tienen ustedes a Elsa la Lista llorando a más no poder mientras pensaba: «Si me caso con Juan y tenemos un hijito y, cuando sea mayor, lo mandamos a buscar cerveza aquí abajo, ¡esa piqueta puede muy bien caerle en la cabeza y matarlo!»

Y allí se quedó sentada llora que te llora a todo pulmón por el posible accidente.


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4 págs. / 8 minutos / 172 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Agua de la Vida

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Hubo una vez un rey que enfermó gravemente. No había nada que le aliviara ni calmara su dolor. Después de mucho deliberar, los sabios decidieron que sólo podría curarle el agua de la vida, tan difícil de encontrar que no se conocía a nadie que lo hubiera logrado. Este rey tenía tres hijos, el mayor de los cuales decidió partir en busca de la exótica medicina. — Sin duda, si logro que mejore, mi padre me premiará generosamente. — Pensaba, pues le importaba más el oro que la salud de su padre.

En su camino encontró a un pequeño hombrecillo que le preguntó su destino. — ¿Qué ha de importarte eso a ti?, ¡Enano! Déjame seguir mi camino. El duende, ofendido por el maleducado príncipe, utilizó sus poderes para desviarle hacia una garganta en las montañas que cada vez se estrechaba más, hasta que ni el caballo pudo dar la vuelta, y allí quedó atrapado. Viendo que su hermano no volvía, el mediano decidió ir en busca de la medicina para su padre: “Toda la recompensa será para mí”.— pensaba ambiciosamente.

No llevaba mucho recorrido, cuando el duende se le apareció preguntando a dónde iba: — ¡Qué te importará a ti! Aparta de mi camino, ¡Enano! El duende se hizo a un lado, no sin antes maldecirle para que acabara en la misma trampa que el mayor, atrapado en un paso de las montañas que cada vez se hizo más estrecho, hasta que caballo y jinete quedaron inmovilizados. Al pasar los días y no tener noticias, el menor de los hijos del rey decidió ir en busca de sus hermanos y el agua milagrosa para sanar a su padre.


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2 págs. / 4 minutos / 684 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Blancanieve y Rojarosa

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Una pobre mujer vivía en una cabaña en medio del campo; en un huerto situado delante de la puerta, había dos rosales, uno de los cuales daba rosas blancas y el otro rosas encarnadas. La viuda tenía dos hijas que se parecían a los dos rosales, la una se llamaba Nieveblanca y la otra Rosaroja. Eran las dos niñas lo mas bueno, obediente y trabajador que se había visto nunca en el mundo, pero Nieveblanca tenía un carácter más tranquilo y bondadoso; mientras a Rosaroja la gustaba mucho más, correr por los prados y los campos en busca de flores y de mariposas. Nieveblanca, se quedaba en su casa con su madre, la ayudaba en los trabajos domésticos y la leía algún libro cuando habían acabado su tarea. Las dos hermanas se amaban tanto, que iban de la mano siempre que salían, y cuando decía Nieveblanca: —No nos separaremos nunca, contestaba Rosaroja: —En toda nuestra vida; y la madre añadía: —Todo debería ser común entre vosotras dos.

Iban con frecuencia al bosque para coger frutas silvestres, y los animales las respetaban y se acercaban a ellas sin temor. La liebre comía en su mano, el cabrito pacía a su lado, el ciervo jugueteaba delante de ellas, y los pájaros, colocados en las ramas, entonaban sus mas bonitos gorjeos.

Nunca las sucedía nada malo; si las sorprendía la noche en el bosque, se acostaban en el musgo una al lado de la otra y dormían hasta el día siguiente sin que su madre estuviera inquieta.

Una vez que pasaron la noche en el bosque, cuando las despertó la aurora, vieron a su lado un niño muy hermoso, vestido con una túnica de resplandeciente blancura, el cual las dirigió una mirada amiga, desapareciendo en seguida en el bosque sin decir una sola palabra. Vieron entonces que se habían acostado cerca de un precipicio, y que hubieran caído en él con solo dar dos pasos más en la oscuridad. Su madre las dijo que aquel niño era el Ángel de la Guarda de las niñas buenas.


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6 págs. / 12 minutos / 445 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Pobre y el Rico

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Murió una vez un pobre aldeano que fue a la puerta del Paraíso; al mismo tiempo murió un señor muy rico que subió también al cielo. Llegó San Pedro con sus llaves, abrió la puerta y mandó entrar al señor, pero sin duda no vio al aldeano, pues cerró dejándole fuera y desde allí oyó la alegre recepción que hacían al rico en el cielo con músicas y cánticos. Cuando quedó todo en silencio volvió por fin San Pedro y mandó entrar al pobre. Esperaba éste que a su regreso volverían a continuar los cánticos y músicas, más todo continuó en silencio. Le recibieron con mucha alegría, los ángeles salieron a su encuentro, pero no cantó nadie. Preguntó a San Pedro por qué no había música para él como para el rico, o si era que en el cielo reinaban las mismas diferencias que en la tierra. -No, le contestó el Santo, el mismo aprecio nos merecéis uno que otro, y obtendrás la misma parte que el que acaba de entrar en las delicias del Paraíso; pero mira, pobretones así como tú, llegan aquí a centenares todos los días, mientras que ricos como el que acaban de ver entrar, apenas viene uno de siglo en siglo.


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1 pág. / 1 minuto / 558 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Piñoncito

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Un guardabosque salió un día de caza y, hallándose en el espesor de la selva, oyó de pronto unos gritos como de niño pequeño. Dirigiéndose hacia la parte de la que venían las voces, llegó al pie de un alto árbol, en cuya copa se veía una criatura de poca edad. Su madre se había quedado dormida, sentada en el suelo con el pequeño en brazos, y un ave de rapiña, al descubrir el bebé en su regazo, había bajado volando y, cogiendo al niño con el pico, lo había depositado en la copa del árbol.

Trepó a ella el guardabosque, y, recogiendo a la criatura, pensó: «Me lo llevaré a casa y lo criaré junto con Lenita». Y, dicho y hecho, los dos niños crecieron juntos. Al que había sido encontrado en el árbol, por haberlo llevado allí un ave le pusieron por nombre Piñoncito. Él y Lenita se querían tanto, tantísimo, que en cuanto el uno no veía al otro se sentía triste.

Tenía el guardabosque una vieja cocinera, la cual, un atardecer, cogió dos cubos y fue al pozo por agua; tantas veces repitió la operación, que Lenita, intrigada, hubo de preguntarle:

— ¿Para qué traes tanta agua, viejecita?

— Si no se lo cuentas a nadie, te lo diré —respondióle la cocinera. Aseguróle Lenita que no, que no se lo diría a nadie, y entonces le reveló la vieja su propósito—: Mañana temprano, en cuanto el guardabosque se haya marchado de caza, herviré esta agua, y, cuando ya esté hirviendo en el caldero, echaré en él a Piñoncito y lo coceré.

Por la mañana, de madrugada, levantóse el hombre y se fue al bosque, mientras los niños seguían aún en la cama. Entonces dijo Lenita a Piñoncito:

— Si tú no me abandonas, tampoco yo te abandonaré.

Respondióle Piñoncito:

— ¡Jamás de los jamases!

Y díjole Lenita:


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2 págs. / 4 minutos / 162 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Blancanieves y los Siete Enanitos

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Había una vez una niña muy bonita, una pequeña princesa que tenía un cutis blanco como la nieve, labios y mejillas rojos como la sangre, y cabellos negros como el azabache. Su nombre era Blancanieves.

A medida que crecía la princesa, su belleza aumentaba día tras día hasta que su madrastra, la reina, se puso muy celosa. Llegó un día en que la malvada madrastra no pudo tolerar más su presencia y ordenó a un cazador que la llevara al bosque y la matara. Como ella era tan joven y bella, el cazador se apiadó de la niña y le aconsejó que buscara un escondite en el bosque.

Blancanieves corrió tan lejos como se lo permitieron sus piernas, tropezando con rocas y troncos de árboles que la lastimaban. Por fin, cuando ya caía la noche, encontró una casita y entró para descansar. Todo en aquella casa era pequeño, pero más lindo y limpio de lo que se pueda imaginar. Cerca de la chimenea estaba puesta una mesita con siete platos muy pequeñitos, siete tacitas de barro y al otro lado de la habitación se alineaban siete camitas muy ordenadas. La princesa, cansada, se echó sobre tres de las camitas, y se quedó profundamente dormida.

Cuando llegó la noche, los dueños de la casita regresaron. Eran siete enanitos, que todos los días salían para trabajar en las minas de oro, muy lejos, en el corazón de las montañas.

—¡Caramba, qué bella niña! —exclamaron sorprendidos—. ¿Y cómo llegó hasta aquí?

Se acercaron para admirarla cuidando de no despertarla. Por la mañana, Blancanieves sintió miedo al despertarse y ver a los siete enanitos que la rodeaban. Ellos la interrogaron tan suavemente que ella se tranquilizó y les contó su triste historia.

—Si quieres cocinar, coser y lavar para nosotros —dijeron los enanitos—, puedes quedarte aquí y te cuidaremos siempre.


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Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Yorinda y Yoringuel

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Érase una vez un viejo castillo, que se levantaba en lo más fragoso de un vasto y espeso bosque. Lo habitaba una vieja bruja, que vivía completamente sola. De día tomaba la figura de un gato o de una lechuza, y al llegar la noche recuperaba de nuevo su forma humana. Poseía la virtud de atraer a toda clase de aves y animales silvestres, de los que se alimentaba. Todo aquel que se acercaba a cien pasos del castillo quedaba detenido, sin poder moverse del lugar hasta que ella se lo permitía; y siempre que entraba en aquel estrecho círculo una doncella, la vieja la transformaba en pájaro y, metiéndola en una cesta, la guardaba en un aposento del castillo. Tendría quizás unas siete mil cestas de esta clase.

Vivía también por aquel entonces una doncella llamada Yorinda, más hermosa que ninguna. Era la prometida de un doncel, muy apuesto también, que tenía por nombre Yoringuel. Hallábanse en lo mejor de su noviazgo, y nada les gustaba tanto como estar juntos. Para poder hablar a solas, se fueron un día a pasear por el bosque.

— ¡Guárdate bien — dijo Yoringuel — de acercarte demasiado al castillo!

Era un bello atardecer; el sol brillaba entre las ramas de los árboles, bañando con su luz el verde de la selva, y una tórtola cantaba su lamento desde lo alto de la vieja haya.

De pronto, a Yorinda se le saltaron las lágrimas; sentóse al sol, y se echó a llorar; y también lloraba Yoringuel. Ambos se sentían presa de una extraña angustia, como si presintieran la proximidad de la muerte. Miraban a su alrededor, desconcertados, y no sabían cómo volver a casa. El sol se ocultaba; sólo la mitad de su disco sobresalía de la cima de la montaña cuando Yoringuel, al dirigir la mirada a través de la maleza, descubrió, a muy poca distancia, el viejo muro del castillo. Aterrorizado, sintió una angustia de muerte, mientras Yorinda cantaba:


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Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Rey Rana o el Fiel Enrique

Hermanos Grimm


Cuento infantil


En aquellos remotos tiempos, en que bastaba desear una cosa para tenerla, vivía un rey que tenía unas hijas lindísimas, especialmente la menor, la cual era tan hermosa que hasta el sol, que tantas cosas había visto, se maravillaba cada vez que sus rayos se posaban en el rostro de la muchacha.

Junto al palacio real extendíase un bosque grande y oscuro, y en él, bajo un viejo tilo, fluía un manantial. En las horas de más calor, la princesita solía ir al bosque y sentarse a la orilla de la fuente. Cuando se aburría, poníase a jugar con una pelota de oro, arrojándola al aire y recogiéndola, con la mano, al caer; era su juguete favorito. Ocurrió una vez que la pelota, en lugar de caer en la manita que la niña tenía levantada, hízolo en el suelo y, rodando, fue a parar dentro del agua. La princesita la siguió con la mirada, pero la pelota desapareció, pues el manantial era tan profundo, tan profundo, que no se podía ver su fondo. La niña se echó a llorar; y lo hacía cada vez más fuerte, sin poder consolarse, cuando, en medio de sus lamentaciones, oyó una voz que decía:

— ¿Qué te ocurre, princesita? ¡Lloras como para ablandar las piedras!

La niña miró en torno suyo, buscando la procedencia de aquella voz, y descubrió una rana que asomaba su gruesa y fea cabezota por la superficie del agua.

— ¡Ah!, ¿eres tú, viejo chapoteador? —dijo—. Pues lloro por mi pelota de oro, que se me cayó en la fuente.

— Cálmate y no llores más —replicó la rana—. Yo puedo arreglarlo. Pero, ¿qué me darás si te devuelvo tu juguete?

— Lo que quieras, mi buena rana —respondió la niña—: mis vestidos, mis perlas y piedras preciosas; hasta la corona de oro que llevo.


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Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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