Textos más populares este mes de Isabel Petrus | pág. 2

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autor: Isabel Petrus


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La Escritora de Historias

Isabel Petrus


Cuento


Las tenía de todos los tamaños, de todas las medidas, de todos los sabores, de todos los colores.

Lo suyo era visceral, total: amaba escribir historias, y hacía de ello su vida misma. Pasaba las horas ante su máquina de escribir, y se olvidaba, al hacerlo, de hablar, de comer, de dormir. Cuando sentía nacer una historia en su interior, nada era capaz de detener el impulso que la llevaba a agarrar su máquina, y llenar aquel folio blanco que era como una tentación, como un pecado.

Había empezado como un juego, y acabó siendo más fuerte que la vida misma. Y arrancaba chispas a su máquina de escribir, mientras su imaginación volaba por libre, descubriendo mundos, inventando realidades que, hasta que ella aparecía, se escondían muchas veces detrás de la realidad misma. Y lo que escribía era tan obvio, tan real, tan cierto, que nadie dudaba de que su vida era rica y densa, interesante, como sus mismas historias. Nadie podía escribir con tal intensidad, convenciendo tanto, sin ser parte real de lo contado.

Cuando ella hablaba de amor, una imaginaba las más ardientes historias, los más densos romances, los besos más apasionados, los más agotadores clímax. No podía ser de otro modo. Y, quienes la leían, sentían envidia de sus vivencias, e intentaban imitarla, igualar lo que ella explicaba:

«Sus ojos la subyugaban. Y ella se dejaba hipnotizar. Sus caricias, ¡ah, sus caricias!. Y el placer inmenso se extendía en oleadas, mientras besaba su cuello, y sus manos recorrían su cuerpo, sin darle un momento de reposo...».

¿Cómo no creer que era la mejor amante del mundo? Se preguntaba más de una, mientras suspiraba resignada, mirando al manta de su marido, que nunca la llevaba a estas colas de placer, ni le hacía sentir algo parecido, y que se limitaba a darse la vuelta, en la cama, tras musitar un:


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Una Casa con Mucho Amor

Isabel Petrus


Cuento


Habían empezado como en un sueño. Despacito, poco a poco, a costa de ataques de nervios continuos, convirtieron aquella especie de nave inmensa, esto sí, muy bien situada, en la casa de sus sueños.

Me explicaban, entre la ilusión y el ensueño, cómo se habían colocado las baldosas del baño, minúsculas, una a una, cómo cada uno de los detalles se había discutido hasta la saciedad, y cómo cada uno de los logros acumulados era fruto de discusiones continuas con los albañiles, con todo el personal que compartió los sabores y sinsabores de tan magna obra.

Doscientos metros cuadrados arrancados a la vulgaridad, a la nada, para convertirlos en un sueño hecho realidad: ellos podían hacerlo, tenían los medios, el lugar, los sueños y la ilusión, y, poco a poco, lo convirtieron en esta presencia viva que les envolvió, después, durante años, y les hizo más fácil la convivencia, el ensueño, la continua presencia que significa, de repente, pasar de ser uno a ser dos, con los inmensos problemas que ello conlleva.

Discutir sobre azulejos, madera de parquet, o acabados de obra, une mucho. Durante algún tiempo uno no necesita ser chistoso, ocurrente o extraordinario, porque no hace falta inventar temas de conversación: la decoración lo llena todo, y los posibles vacíos se llenan con cemento de obra, mármol, lechos y molduras de yeso. Esto siempre da un respiro a uno mismo, y uno juega a ser genio, por encima de cualquier vulgaridad, uno se siente al pairo de tantos problemas de cada día.

Poco a poco, fue tomando forma y color aquel sueño que les había ocupado, y liberado, anocheceres y discusiones, que había hecho de ellos genios creadores, y había llenado vacíos llenos de sinamor, pero ocupados al fin.

Nadie les había avisado del peligro que corrían al terminar su aventura, nadie imaginaba lo que podía pasar después. Verdaderamente, era difícil de adivinar.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Maruja S.L.

Isabel Petrus


Cuento


Maruja es cualquier cosa menos una sociedad limitada.

Derrocha tiempo, humanidad, presencia a su alrededor. Corre de un lado para otro desde que empieza el día porque, claro, ella no trabaja, y, ante esto, todo el mundo en casa se siente capacitado para pedirle algo, exigirle más, esperar que ella se desmonte por piezas por el resto de la familia.

Anda en esta edad indecisa, que se difumina en su cara y en su cuerpo como una nube, bordeando los cuarenta, aunque a veces ha de esforzarse para recordar que ya ha cumplido los treinta.

Y es que, todo, absolutamente todo, parece que pasó ayer. Ha de contar mentalmente los años que han transcurrido desde su boda, desde el nacimiento de Carlos, desde que Lorena hizo la primera comunión. Claro que guarda un álbum gordote y estropeado en los bordes, en el que todo el mundo le sonríe desde la distancia en el tiempo, en el que ella, más que nadie, conoce fechas y felicidades, aventuras y desventuras, sin necesidad de que nadie le recuerde el cuándo, el cómo, el dónde.

Sin ella saberlo, es un prototipo ideal. Es, exactamente, lo que no quiere ser su hija, lo que no fue su madre, lo que no querría ser ella misma.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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