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Bichito

Javier de Viana


Cuento


Como érase en primavera y en pleno campo —donde el sol no encuentra estorbos a sus amores fecundos,— el amor reía en el bosque con los rojos labios de los ceibos en flor; reía en las lomas con las boquitas multicromadas de los pastos florecidos; reía con el saltarín montoncito de plumas del chingolo; reía en las plácidas pupilas de las potrancas y en las pupilas de fuego y en las crines eréctiles de los potros; en la luciente piel de los vacunos; en la blanca bondad de los ovinos; en el polvo que burbujeaba en el aire, y en la abismante suavidad celeste del gran techo.

Ese cálido efluvio que, penetrando en el alma de todos los seres les obligaba a hincharse y a reventar en flor sacudió la timidez de Horacio, decidiéndole a jugar de una vez los últimos realitos de esperanza amorosa que le restaban.

El domingo temprano recogió el bayo de las crines de ópalo, lo lavó, rasqueteó y cepilló con esmero, lo aperó cuidadosamente y, poco después de mediodía, partió a trote corto, rumbo a la casa de Ana Fermina.

Llegó demasiado temprano; los perros, cuya digestión iba a turbar, lo recibieron con inusitada belicosidad; las muchachas sorprendidas con las cabezas empapeladas y los trapillos de entre casa, tuvieron para con él una agria cortesía. Lo condujeron a la sala, se sentaron, cambiáronse frases sin objeto y dificultosamente expresadas. Dos minutos después, Rómula, la mayor, se levantó y con un breve:

—Con permiso —desapareció.

Josefa no demoró en imitarla, con el pretexto de ordenar a Bichita que cebase el mate; pero ya su hermana debió adelantarse en la galantería, pues cuando Horacio se reconfortaba con lo que consideró una táctica convenida para dejarlos solos, entró la chica con el amargo. Como concluyera en dos sorbos, Ana Fermina se levantó diciendo:


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2 págs. / 4 minutos / 37 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2023 por Edu Robsy.

Campo

Javier de Viana


Cuentos, colección


Última campaña

I

—Siguiendo el Avestruz abajo, abajo, como quien va pal Olimar... ¿ve aquella eslita 'e tala, pallá de aquel cerrito?... Güeno, un poquito más pa la isquierda va encontrar la portera, qu'está al laíto mesmo 'e la cañada, y dispués ya sigue derecho pa arriba por la costa 'el alambrao.

—¿Y no hay peligro de perderse?

—¡Qué va 'aber! Dispués de pasar la portera y atravesar un bajito, va salir á lo 'e Pancho Díaz, aquellos ranchos que se ven allá arriba, y dispués deja los ranchos á la derecha y dispués de crusar la cuchillita aquella que se ve allá... ¿no ve... paca de aquellos árboles?... sigue derecho como escupida de rifle y se va topar la Estancia del coronel Matos en seguidita mesmo.

—Gracias, amigo. Hasta la vista.

—De nada, amigo. Adiosito.

Cambiáronse estas palabras entre dos viajeros, desconocidos entre sí, y á quienes la casualidad había puesto un momento frente á frente en medio de un camino.

Uno de ellos—paisano viejo, vecino de las inmediaciones—se alejó rumbo al Norte, cantando entre dientes una décima de antaño; y el otro, joven que trascendía á pueblero y casi á montevideano—no obstante la bota de montar, la bombacha, el poncho, gacho aludo y pañuelo de golilla—, continuó hacia el Sur, castigando al bayo que trotaba por la falda de un cerro pedregoso.

Se estaba haciendo tarde; una llovizna fastidiosa mojaba el rostro del viajero, y un viento frío que corría dando brincos entre las asperezas de la sierra, le levantaba las haldas del poncho, que se le enredaba en el cuello, ó le cubría la cabeza, obligando á su brazo derecho á continuo movimiento de defensa.

Malhumorado iba el joven, quien, para colmo de incomodidades, luchaba vanamente con el viento por encender un cigarrillo, que al fin hubo de arrojar con rabia después de haber gastado la última cerilla.


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164 págs. / 4 horas, 47 minutos / 127 visitas.

Publicado el 11 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

Carancho

Javier de Viana


Cuento


A Hilario Percibal.


Muy pocas personas conocen su verdadero nombre; yo creo que él mismo lo ha olvidado á fuerza de sentirse llamar desde hace cerca de medio siglo, «Carancho», el negro Carancho y nada más.

Porque Carancho hace mucho tiempo que es viejo, El cuerpo enorme, alto y ancho se conserva siempre erguido, pero los ojos, color borra de vino denuncian una montonera de años y, por otra parte, las motas están casi blancas, cosa que en un negro indica la proximidad de la centuria.

Así y todo, Carancho continúa fuerte, capaz de voltear con cuatro hachazos un coronilla de veinte postes y de quebrarle la «carretilla», de un «seco», al bagual más cogotudo.

Carancho vive y ha vivido siempre allá por Cerro Largo, cerca de la frontera, y probablemente nació allí, aunque él no lo sabe, como tampoco sabe quiénes fueron sus padres. Si alguien se lo pregunta, responde invariablemente:

—No mi acuerdo; cuando nací era muy botija; pero carculo que debo haber nacido en un bañao, de algún güevo guacho de ñandusá farrista, porque á pesar de haber rodao por tuito el país, como si juese taba ’e chancho, en tuavía no he tropezao con un pariente.

—Los parientes son los peores, cuando la familia es larga—filosofó uno, cierta vez; y el negro respondió:

—La mía es como cola ’e perdiz.

Cuando era joven, Carancho tuvo sus veleidades revolucionarias, y como casi todos los negros, se hizo blanco. De sus campañas le quedaron dos cosas: la fama de muy guapo y un profundo disgusto por el oficio.

El solía decir:

—Como siempre tuve una juerza ’é toro, con cada lanzazo hacía un dijunto, y me cansé de trabajar pa los cuervos, los caranchos y los chimangos!...

—¿Como cuanta gente habrá muerto Carancho?...

A quien le interrogó de esa manera, el negro respondió mirándolo severamente:


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2 págs. / 3 minutos / 45 visitas.

Publicado el 21 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

¡Dame Tiempo, Hermano!

Javier de Viana


Cuento


A Francisco de Viana.


Indalecio y Juan Antonio eran como chanchos.

En el concepto gaucho, esto quiere decir que se revolcaban juntos, se rascaban mutuamente y relinchaban a tiempo.

Es posible que mucha gente entienda tanto esto después como antes de la explicación; y entonces será mejor que no siga leyendo, porque tampoco podrá explicarse el conflicto psicológico que se plantea en estás páginas.

¡Bueno! Indalecio y Juan Antonio eran como chanchos. Peones en la misma estancia, obreros en la misma labor, durante años habían recibido la platita del patrón y los rezongos de la patrona. Juntos se habían achicharrado en los estíos y se habían helado en los inviernos lluviosos y habían dormido juntos, muchísimas veces a campo raso, rondando novillos en las lomas, o hachando coronillas en el bosque; y otras muchísimas habían dormido en el fondo del galpón, sobre cueros de vacunos o sobre fardos de lana, cuerpo contra cuerpo, poncho sobre poncho. En fin, eran como chanchos.

Juan Antonio era huérfano; huérfano como uno de esos talas que nacen entre las piedras sin que nadie los plante.

Indalecio era huérfano, asemejándose su origen al de esos ombúes brotados en las cuchillas como por milagro, sin que ninguna mano humana hubiese cavado un hoyo y depositado una simiente.

Ambos eran guachos; pero con una diferencia: el ombú es siempre solitario, hijo único de un viento vagabundo de un tordo bohemio. Los talas, en cambio, proceden de ovarios prolíferos y generalmente crecen en caterva.

Así, mientras Indalecio era solo como el lucero, Juan Antonio tenía tres hermanos y una hermana. Los hermanos andaban desparramados por ahí, pero Benita se había criado de peona en la estancia.


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2 págs. / 4 minutos / 48 visitas.

Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Don Bruno el Perverso

Javier de Viana


Cuento


A Otto Miguel Cione.


Si por hombre bueno se entiende aquel que ríe siempre, que divierte á los demás con sus decires, que perdona ofensas y renuncia derechos, que infamado, tiene lástima por el infamador, que robado, prefiere perder su bien á abrirle la cárcel al ladrón; al que siente lástimas, compasiones y misericordias; al que, frente á la falta ó al delito, busca atenuantes en vez de agravantes... don Bruno Sepulveda no era un hombre bueno.

Todo lo contrario. Era estúpidamente honrado y recto; tenía un carácter absurdamente inflexible, y no existían para él sino hombres honrados y hombres pillos, hombres trabajadores y hombres haraganes. Para aquel á quien juzgaba dotado de las dos cualidades primarias de honestidad y laboriosidad, su bolsa estaba siempre abierta, por grandes ó por pequeñas sumas. Abría y reabría créditos y en ocasiones tomaba el grueso lápiz de carpintero, que usaba para sus apuntes, y borraba de un rayón una deuda.

Cuando alguien necesitaba de su ayuda para trabajar, su ayuda era segura; pero implacablemente impedía desensillar y le negaba un churrasco al gaucho vagabundo y haragán, que rueda de rancho en rancho imponiendo el prestigio de sus habilidades en el manejo de la guitarra y del facón.

Con tal carácter, don Bruno Sepúlveda, pasaba en el pago por un hombre malo. Casi siempre y en casi todas partes acontece lo mismo: al que es fuerte y justo, se le califica de malo.


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Publicado el 23 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

El Más Fuerte

Javier de Viana


Cuento


A las dos de la tarde, soportando con estoicismo el quemante sol de noviembre, don Evaristo Villar avanzaba animosamente en el aporcado de su gran tablón de papas.

No descansaba en el manejo de la azada, sino, de rato en rato, para beber el mate que le traía su hija Luz.

En uno de sus «viajes», la niña, compadecida, viendo a su viejo padre bañado en sudor, rogó:

—¿Por qué no deja un rato, tata, y espera que baje un poco el sol?

—Porque no se puede, hija mía;—respondió con bondad cariñosa el anciano;—si no me apresuro en el trabajo, corro el riesgo de perder la cosecha... ¡Y nosotros ya no podemos exponernos a perder nada!...

Don Evaristo era un hombre de más de sesenta años. Era pequeño, flaco, pero huesudo, con una amplia caja torácica. De color cetrino, de nariz aguileña, de ojos obscuros, de pómulos salientes, de mentón ancho, grueso y prolongado, su rostro expresaba una mezcla, poco común, de bondad y de energía.

No había aún cumplido diez años cuando abandonó su asoleada tierra de Castilla para venir a América con la eterna ensoñación del vellocino de oro.

Empezó su carrera como dependiente ínfimo en un ínfimo boliche de campaña. Enérgico, sobrio fué ascendiendo y prosperando, de etapa en etapa, crecía. Llegó a ser dueño de un almacén importante y del campito en que estaba ubicado.

Se casó, ya en edad madura, y tuvo una hija, Luz que resultó tan buena y cariñosa como doña Emilia, su madre, y don Evaristo vivía contentísimo, feliz cuando un hombre puedo serlo.

Pero ocurrió que un año desastroso para la ganadería y la agricultura, echó abajo, de golpe, como un soplido de huracán, todos los esfuerzos acumulados por aquel honesto luchador.


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2 págs. / 4 minutos / 33 visitas.

Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

En Nombre de Marta

Javier de Viana


Cuento


Caraciolo Villareal era un verdadero misterio que traía intrigado al pago.

¿A qué se debía aquella profunda taciturnidad, que nunca abandonaba a Caraciolo?...

Los que lo conocieron, diez años atrás, recordaban que era uno de los mozos más alegres del pago. Y como era muy rico, muy bueno, muy generoso, tenía tantos amigos como personas habitaban la comarca.

Sin embargo, de pronto, se aisló, dejó de concurrir a los bailes, a las yerras, a las carreras, a las pulperías, y aún dentro de su misma casa mostrábase inaccesible a las visitas.

De madrugada, daba sus órdenes al capataz, montaba a caballo y salía a vagar sin rumbo por el campo, no regresando, frecuentemente, hasta el obscurecer. Cenaba de prisa y se encerraba en su habitación.

Tras la muerte del padre, había quedado completamente solo en el inmenso caserón de la estancia.

Y cada vez su rostro era más sombrío, su voz más áspera, mayor su deseo de aislamiento.

¿Qué pasaba en el alma de aquel mozo? Riquísimo, dueño de inmensos dominios, Caraciolo era, a los treinta años, un hombre soberbio. Alto, fornido, con una hermosa estampa de criollo, de rostro varonil y bello, rodeado de prestigios personales por su valentía, su destreza campera y su bondad, ¿qué mal le atormentaba a sí?... ¿Enfermedad?... No; conservábase robusto, fuerte, lleno de energías.

¿Mal de amores?... Era la suposición general, pero nadie le conocía ninguna aventura amorosa.

Y era así, sin embargo.

Lindando con la Estancia de su padre estaba la Estancia del coronel Egidio Rojas, y ambas familias mantenían una amistad tradicional.

Caraciolo era hijo único; don Egidio sólo tenía una hija, Marta. La madre de Caraciolo y la madre de Marta, murieron con intervalo de pocos meses, cuando él tenía quince años y ella no había cumplido los diez. Criados juntos, un cariño infantil los unía.


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Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Justicia Humana

Javier de Viana


Cuento


Al Dr. Victoriano Martínez.


Ya no se veía más que un pedacito de sol,—como un trapo rojo colgado en las crestas agudas de la serranía de occidente,—cuando don Panta, echando la caldera sobre el rescoldo y el mate al lado, apoyando en el pico de aquella la bombilla de éste, ordenó al decir:

—Vamos p'adentro, qu'el día está desensillando.

Cruzaron el patio, entre ortigas, malvabiscos, vértebras y canillas de carnero; y tras un puntapié dado al perro que dormitaba junto a la puerta y que salió gritando y rengueando, patrón y huéspedes entraron en el comedor de la estancia.

Los tres invitados rodearon la mesa y permanecieron de pie, el sombrero en la mano, los brazos caídos inmóviles.

En eso entró la patrona, una china adiposa y petiza que andaba con un pesado balanceo de pata vieja. La saludaron; los gauchos pidieron permiso para quitarse los ponchos y las armas; se sentaron; la peona trajo el hervido; cenaron. Durante la comida, la patrona se mostró disgustada, y no era para menos ¡no había podido entablar una conversación! Primero habló de la mujer del pulpero López, que era una gallega sucia, y los invitados respondieron a coro:

—Sí, señora.

Luego dijo que las hijas de don Camilo se echaban harina en la cara, no teniendo para comprar polvos y reventaban pitangas para darse colorete; y los gauchos tragando a prisa un bocado, atestiguaron diciendo:

—Sí, señora.

Después manifestó la mala opinión que tenía de la esposa del vecino Lucas; su indignación por la haraganería de las hermanas Gutiérrez; la repugnancia que le causaba la mujer de Fagúndez y el asco que sentía por la barragana del comisario. Y los invitados mascando, mascando, respondían siempre:

—Sí, señora.


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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Carta de la Suicida

Javier de Viana


Cuento


Corridos todos los trámites, enterrada la difunta, el juez de paz entregó a Torcuato la carta que ella había dejado escrita para él, su prometido.

Torcuato recibió el pliego, le dió vuelta entre sus dedos callosos, lo miró, tornó a darle vueltas y concluyó por doblarlo al medio y guardarlo cuidadosamente en el bolsillo interior de la chaqueta.

A pesar de que estaba obscureciendo, de que no había almorzado y de que sus ranchos quedaban lejos y atrásmano, montó a su caballo y se dirigió al trote, rumbo a la pulpería de don Manuel.

Allí, a solas con ei dueño de la casa, sacó la carta, se la presentó y dijo con súplica solemne:

—Vengo pa que me lea esto.

Don Manuel, —un gallego petizo, grueso, hinchado con los cuatro o cinco miles de pesos que congestionaban sus arterias de labriego,— se caló las antiparras, rasgó el sobre escrito y tras un momento de afanoso estudio,confesó con rabia:

—¡No entiendo estus jarabatus!

Torcuato, resignado, guardó la carta, montó a caballo y trotó hasta su rancho, distante, muy distante. La noche era obscura pero Torcuato y su overo sabían rumbiar con los ojos cerrados. La noche era fría; pero Torcuato y su overo tenían la piel curtida, resistente a todos los rigores del clima; helada, sol, lluvia, granizo... ¿que les iban a contar de nuevo?

El paisano llegó a su rancho, que con ser chico le pareció inmenso esa noche. Tiró el puncho sobre el catre, se acostó sin desvestirse. Como no había cerrado la puerta se quedó mirando hacia afuera, hacia lo negro sin término, abiertos los ojos que el sueño no quería cerrar.

Cuando la aurora echó un resoplido purpúreo en el interior del rancho, el paisano se enderezó en la cama. Al recojer el poncho lo encontró destrozado, como si hubiese estado escarbando una alimaña uñosa.


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Publicado el 6 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

La Perra Rabiosa

Javier de Viana


Cuento


Los viejos vecinos de Marmarajá conservaban buena memoria de Teresa López, que durante muchos años fué una gran fogata a cuyo alrededor iban a revolotear y a quemarse las alas los más gallardos mozos del pago, ardiendo en rivalidades y que más de una vez salpicaron con su sangre las claras zarazas de los vestidos de la coqueta.

Era muy linda, Teresa. Alta, esbelta, blanca la piel, azules los ojos, rubios los cabellos, aguileña la nariz, era, sin duda, retoño atávico de su madre, mulata brasileña de labios jetudos, nariz aplastada—herencia materna—y el oro en las motas y el celeste en las pupilas, don del «fazendeiro» alemán que fué su padre.

Y a estos contrastes fisiológicos, correspondían otros tantos contrastes morales. A veces imponíase la ardencia del café: a veces triunfaba la cebada de la cerveza. Compuesto inestable hallábase a merced de las influencias del medio ambiente.

Pero su característica era la coquetería perversa que no atraía a los hombres para gozar del homenaje sino del dolor que causaba en sus adoradores su infalible falsía, siempre manifestada con refinamientos de crueldad.

Y si engañar a un hombre constituía para ella un placer el máximum de la satisfacción era robárselo al cariño de otra mujer. Joven o viejo, lindo o feo, rico o pobre, todo era igual para ella.

—Teresa no come nunca los pescaos que saca del agua—decía un paisano sentencioso—;por eso lo mismo hecha el anzuelo a un dorao que a un bagre sapo.

De entre sus innumerables amores—trágicos muchos de ellos—uno dió amplio campo al comentario comarcano.

Julio Lara, uno de los mozos más serios y juiciosos del pago, iba a casarse con una chica muy buena. Se querían entrañablemente, con un amor sereno, tranquilo, reposado, con uno de esos amores que tienen por base la estimación recíproca y por fin ayudarse mutuamente en las luchas de la vida.


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3 págs. / 5 minutos / 40 visitas.

Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

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