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31 de Marzo

Javier de Viana


Cuento


I

En la mañana del 31 de Marzo de 1886, la infantería revolucionaria hizo alto junto á un arroyuelo de caudal escaso y márgenes desarboladas. El ejército había pernoctado el 28 en Guaviyú, vivaqueando allí mismo el 29, y en la tarde había emprendido la marcha, rumbo al Nordeste, sobre un flanco de la cuchilla del Queguay, evitando los numerosos afluentes del río de este nombre. No fué posible conseguir más que un limitado número de caballos, y las infanterías debieron hacer la jornada á pie. ¡Dura jornada!

Dos días y dos noches anduvo la pesada caravana arrastrándose por terrenos incultos cubiertos de rosetas y por abandonadas carreteras en cuyo pavimento la llanta de los vehículos pesados y la pesuña de los vacunos trashumados habían dejado, en la tierra blanda, profundas huellas que los soles subsiguientes convirtieron en duros picachos.

Los soldados, en su mayor parte, iban descalzos; y aquellos pobres pies delicados de jóvenes montevideanos sufrían horriblemente al aplastar los terrones, ó sangraban, desgarrada la fina epidermis por las aguzadas puntas de las rosetas.

No se había comido, no se había dormido, no se habían hecho en el trayecto sino pequeños altos —cinco ó diez minutos de reposo en cada hora de marcha—; y aquellos músculos, demasiado débiles para soportar tanta fatiga, comenzaron á ceder como muelles gastados.

Durante el último día, las carretas que conducían municiones y pertrechos debieron alzar varios soldados que se habían desplomado, abatidos, rendidos por el cansancio, indiferentes á las amenazas, á los insultos y hasta á los golpes, como bestias transidas que caen y no van más allá, insensibles al acicate, rebeldes al castigo.


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Dominio público
18 págs. / 32 minutos / 239 visitas.

Publicado el 29 de noviembre de 2023 por Edu Robsy.

Una Porquería

Javier de Viana


Cuento


Amigos, pero entrañablemente amigos, eran Lindolfo y Caraciolo; amigos de aquellos entre quienes carecen de valor las palabras tuyo y mío.

Si Lindolfo no encontraba su cinchón al ensillar, tomaba el de Caraciolo; si Caraciolo, en un apuro, hallaba más a mano el freno de Lindolfo, con él enfrenaba. Por eso andaban casi siempre con las «garras» misturadas.

Común de ambos eran los escasos bienes que poseían, siendo, como eran, humildes peones de estancia, y además, mocetones despreocupados y divertidos. Pero común de ambos era también el opulento caudal de sus corazones.

A pesar de esto llegaron a ser rivales. El caso ocurrrió del modo siguiente:

Con motivo de una hierra frutuosa el patrón regaló un potrillo a cada uno de los peones. Lindolfo eligió un pangaré; Caraciolo eligió un overo. Un año después ellos mismos domaron sus pingos, y para probarlos decidieron una carrera por un cordero «ensillado», es decir, el almuerzo: un cordero al asador, el pan, el vino y lo demás.

Corrieron y ganó el overo.

Lindolfo no se dió por satisfecho y concertaron otra prueba, tiro igual, plazo de un mes.

Volvió a perder el pangaré, pero tampoco quedó convencido su dueño.

—Me has ganao por la largada.

—¡Qué quiere, hermano! Cuando se corre un caballo hay que cerrar la boca y abrir los ojos. Aunque te advierto que no me vas a ganar ni haciendo vaca con el diablo.

—¿Querés jugarla pal otro domingo?

—¿Las mismas trecientas varas?

—Dejuro.

—Ta güeno.

Y al domingo siguiente corrieron con igual suerte. Esta vez Lindolfo quedó amoscado. No pudo, como antes, soportar impasible las burlas de su amigo. Este comprendió «que estaba demasiado caliente el horno y que había peligro de que se arrebatase el amasijo», y calló.


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Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 52 visitas.

Publicado el 31 de diciembre de 2022 por Edu Robsy.

Un Viaje Inútil

Javier de Viana


Cuento


La tarde ofrecía el aspecto de un reloj que se hubiese parado súbitamente. Nada ha cambiado, nada se ha transformado; pero cesaron el movimiento y el sonido: la vida quedó en suspenso.

El cielo, hasta entonces nublado, se aclaró de pronto, con una claridad opalina y la atmosfera quedó inmóvil, rígida y pálida, cual si la naturaleza hubiera sufrido un síncope.

Todo el mundo en el contorno. En el firmamento lechoso, ningún pájaro batía el aire con sus rémiges. En la campiña, las bestias, sorprendidas por aquel insólito crespúsculo, permanecieron quietas, atemorizadas. Las ovejas andariegas se apeñuscaron, formando grupos que a la distancia semejaban montículos de calcárea blancura. Los vacunos suspendieron la metódica ocupación de la rumia, y los caballos, gachas las orejas, entristecidos los ojos, parecían clavados sobre sus cuatro remos, esperando con filosófica resignación, la borrasca presentida.

En las casas imperaba igual silencio. El ambiente húmedo y cálido, apelmazaba los cerebros y sellaba los labios.

Las gallinas, creyendo con su feliz imbecilidad, que había llegado la noche, instaláronse tranquilamente en sus habituales dormideros.

En el galpón, los perros, presintiendo un peligro, echaban a los hombres miradas investigadoras y demandadoras de auxilio; mas, al notar la indiferencia de éstos, se estiraban, buscando el mayor contacto con la tierra, la buena madre, que siempre ampara y nunca castiga, que amamanta con igual cariño a los hijos buenos y a los hijos malos, a la oveja y al lobo, a la zarza dañina y al trigo sagrado...

Tal inercia plegaba los espíritus, que cuando Marina penetró en el galpón para recoger las fuentes y los platos del almuerzo, no hubo un sólo peón que se preocupara de decirle una zafaduría o darle un pellizco, caso nunca visto desde que Marina entró de peona en la estancia.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 29 visitas.

Publicado el 11 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Un Deshonesto

Javier de Viana


Cuento


Hacía calor, sentí sed y me introduje en el primer bar que se ofreció a mi paso.

Era aquello una cueva larga, estrecha, obscura.

En los muros laterales, encerrados en marcos de color terroso parecían dormitar Thiers y Gambetta, Grevy y Carnot, con los rostros maculados por la indecencia de las moscas. Al fondo, remando sobre la anaquelería indigente que se encontraba detrás del mostrador, un espejo oval lucía su luna turbia protegida por un tul amarillo.

Me senté, pedí un chopp, y mientras bebía el inmundo brebaje, observaba el recinto.

En el fondo, cerca del despacho, estaba sentado un parroquiano. Aparentaba más de cuarenta años; la vestimenta, trabajada; la barba, canosa y sin aseo; el rostro, con residuos de inteligencia ocracio y demacrado.

Tenía por delante una copa de licor casi intacta, y entre sus dedos enflaquecidos, azulados, sostenía en alto un periódico. Simulaba leer. La mirada, turbia y vaga, parecía un riacho helado.

Aquel hombre me atrajo, quizá por su visible tristeza, quizá por su evidente penuria moral. No recuerdo con qué pretexto entablamos conversación.

Hablamos, es decir, él habló, contándome su historia. En la incoherencia del relato, en el ilogismo de algunos episodios, en la inverosimilitud de ciertos hechos, advertí que mentía, que mentía a cada instante, con la obstinación de un maniático, con la indisciplina mental de un beodo. Pero, en realidad, no mentía: inventaba para explicar con dolorosa sinceridad, las tribulaciones, las caídas y la bancarrota de su ser moral.

Más o menos suprimidas las digresiones, me dijo lo siguiente:


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 52 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Triunfo Amargo

Javier de Viana


Cuento


A José R. Gómez.


Hacía más de cuatro años que Fausto Vera viajaba por Europa, estudiando á veces, recreándose en ocasiones, aburriéndose casi siempre, cuando recibió aviso telegráfico del repentino fallecimiento de su padre.

Inmediatamente hizo sus preparativos, y un mes después estaba de regreso. Á su llegada á Buenos Aires se aisló, substrayéndose á sus numerosas relaciones, y, apenas concluidos los trámites de la testamentaría, se largó á su estancia de Entre Ríos.

El capataz y los peones que fueron á esperarlo á la estación con un breack y un carrito, previendo copioso equipaje que transportar, sufrieron una desilusión. Fausto sólo llevaba consigo una pequeña valija, una escopeta y dos perros.

Durante la primera semana rehuyó ocuparse del establecimiento. Substituyó el zapato por la bota, el pantalón por la bombacha, el jacquet por el ponchito. Antes del amanecer estaba en el galpón, y después de cimarronear copiosamente en franca camaradería con los peones, ensillaba él mismo su caballo y se largaba al campo con su escopeta y con sus perros. Experimentaba satisfacción inmensa volviendo á recorrer las lomas y las hondonadas, los dorados esteros, las verdes embalsadas, las plácidas lagunas y los boscosos potriles, toda aquella naturaleza bella, fuerte, virgen y calcinada por el sol que había adobado su juventud.

Sentía como una imperiosa necesidad de deseuropeizarse, de expulsar del alma los clisés ahumados, los paisajes gríseos, las impresiones penosas de sociedades enormemente viejas y gastadas que durante años le habían obscurecido y desnaturalizado su yo, en cuya reconquista afanábase.


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2 págs. / 3 minutos / 31 visitas.

Publicado el 22 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Sin Palo ni Piedra

Javier de Viana


Cuento


Es el Pipirí un arroyuelo insignificante, plácido, casi lampiño y que da la impresión de un joven exangüe, agobiado por un mal constitucional incurable.

Sobre el llano, de muy leve declive, las aguas blanquísimas parecen inertes, tan grande es la pereza con que van marchando hacia la confluencia. Se diría que expresamente dilatan el término inevitable de su apacible andar, horrorizadas con la perspectiva de mezclarse a las masas briosas del gran río, que, en impetuoso galope van a choca con las duras aguas marinas.

En sus márgenes, vénse, de trecho en trecho, raros bosquecillos de sauce, que acrecientan la melancólica fisonomía del paisaje.

A un centenar de varas del arroyo, hay una casita de muros muy blancos y de techos de teja ensombrecida por la acción del tiempo.

Al frente se yergue, como celoso guardián, un opulento paraíso; y tras un modesto jardincillo, se extiende la huerta, con escasos árboles frutales, viejos también, casi improductivos. Una lujuriosa madreselva, de ramas gruesas, negras, nudosas, se eleva, retorciéndose hasta el alero de la techumbre y se desparrama por la fachada, prediéndose a los barrotes de las rejas de las ventanas.

Un gran silencio reina de continuo en aquella casa, que parece estar en duelo o habitada por algún enfermo grave. Hasta el viejo perro canelo que dormita junto a la puerta principal, cumple sus deberes de guardián anunciando la aproximación de los forasteros con discreto y apagado ladrido...

En una tarde de otoño, cuyo cielo pálido aumentaba la melancolía del lugar, una joven paisana, extremadamente bella, sentada en un rústico banquito, al pie del paraíso, cosía.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 23 visitas.

Publicado el 17 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Sentencias

Javier de Viana


Cuento, aforismos


¿Quién lo dijo?

Lo dijo la experiencia por boca de cien gauchos viejos curtidos a guascazos en las perrerías de la vida.

Y cada uno construyó un versículo y de su conjunto nació la Biblia nuestra, de autor anónimo, como todos los libros sagrados, producto de la sabiduría popular, que es la suprema sabiduría.

Y conjuntemos las canciones de gesta y la voz de todos los rapsodas, en un libro único que lee, sin comentarlo y sin admitir comentarios, un Homero gaucho.

Imaginémoslo un viejo de abundosa cabellera, de luengas barbas, —cañaveral de argento,— un busto erguido, no obstante las carradas de años, —madera dura y espinosa,— descargada sobre sus lomos; de unos ojos que aún alumbran con la luz intensa y cálida del lucero del alba; con unos labios grandes que se abren ampliamente para dar paso a la palabra honrada, sin formar ningún pliegue por el cual pudiera deslizarse solapadamente el inmundo reptil de la mentira.

Imaginémoslo con su aspecto de patriarca, sentado sobre un trozo de ceibo, rodeado de catecúmenos, para quienes evangelizaba así:...


“Quien no tiene cariño pa su Patria, en tampoco lo ha tenido pa su madre; y solo los hijos de tordo no tienen cariño pa su madre.”


* * *


“Tené presente, y esto meteteló en lo más hondo de los sesos, que si has hecho mil sacrificios por la Patria, el día que reclames poniendo precio a uno solo de ellos, habrás perdido todo tu capital.”


* * *


“Ser bueno con la esperanza de la recompensa, es baja acción de agiotista. Bueno, realmente bueno, es quien siembra el bien, sin preocuparse de quienes utilizarán la cosecha, ni de si algo le corresponderá en lo rendido por la cosecha.”


* * *


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3 págs. / 5 minutos / 36 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Por la Petiza Lobuna

Javier de Viana


Cuento


Al Dr. Pedro Manini y Ríos.


Era un grande, un hermoso dominio—cerca de cien leguas de campo,—pero, muerto don David, liquidaba la testamentaría, pagadas las costas, el tasador, el agrimensor, el procurador, el abogado, á cada uno de los catorce hijos del brasileño ricacho, sólo le quedó un guiñapo de tierra; cinco ó seis leguas por cabeza, unas chacras como quien dice.

Se hubiesen considerado pobres con la herencia paterna; pero cada uno de ellos—machos y hembras—tenía su fortuna propia, constituida á base de matrimonios inteligentes. Los Souza, los Ribeiro y los Andrade, formaban una gran familia de estancieros millonarios. Casábanse siempre entre ellos desde tiempo inmemorial, y si la raza iba degenerando por el pernicioso efecto de la consanguinidad, en cambio acrecentábanse cada vez más las fortunas. Todos ellos eran extravagantes, desequilibrados, medio locos; pero todos conservaban incólume la virtud ancestral: la tacañería.

El viejo David, un filósofo analfabeto, como deben ser los verdaderos filósofos, un viejecito enclenque, giboso, exageradamente barbudo, solía decir:

—Os Souza, os Ribeiro y os Andrade, têm mais cornos que todos os fazendeiros da naçâo.

Y, según las estadísticas oficiales y la murmuración comarcana, no mentía.

Su hijo mayor, Hildebrando, viudo de su prima Liberata, había desertado la grande estancia que le aportó su mujer, y se había ido á poblar en el campo heredado del padre. Construyó un rancho bajo y panzudo, á la orilla misma del arroyo,—no para hacer más cómodo el baño, sino para facilitar el acarreo del agua,—y allí se instaló en compañía de una contraparente pobre.


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2 págs. / 3 minutos / 25 visitas.

Publicado el 24 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Las Madres

Javier de Viana


Cuento


A Jaime Roch.

Otra vez golpea en las cuchillas uruguayas el duro casco de los corceles bravios, cabalgados por hombres torvos, de músculo potente, fiera mirada y corazón indómito. Desiertas están las heredades; y los campos, extensos y verdes, poblados de encantos y rebosantes de savia, parecen muertos sin el arado que abre la tierra fecunda, sin las haciendas que pastan sus mieses, sin el labriego y el pastor que alegran las comarcas con sus cantos, trabajo del alma, mientras se empeñan en la santa faena, trabajo del músculo.

Por llanos y quebradas, por desfiladeros y por abras, grupos sigilosos se deslizan con cautela, impidiendo en lo posible el ludimiento de lanzas y de sables. Cuando ascienden las lomas, la mirada escudriña recelosa, aviesa, olfateando la muerte, y las lanzas se blanden como en son de reto á la soledad extensa y muda, en cuya atmósfera flotan enconos y se ciernen peligros.

Y así van puñados de varones fuertes, entregados hasta ayer á la labor honesta y ruda de labrar los campos y apacentar los ganados. En los centros urbanos, las candilejas de petróleo iluminan las casas desiertas, y en el despoblado, los soles ardientes chamuscan la paja de los ranchos vacíos, ó calientan las grandes moradas señoriales, donde se enmohecen las herramientas de trabajo, en tanto las mujeres y los niños observan el horizonte con indecible tristeza.


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4 págs. / 8 minutos / 98 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Venganza del Buey

Javier de Viana


Cuento


A Emilio Frugoni.


Pitando fuerte el colorado rionovo envuelto en chala, el viejo Sandalio borbotó una humada gris con la cual confundió en un solo tono, su faz gris, sus ojos grises, su cabello, su barba y sus grandes bigotes grises, y dijo con una voz grísea también:

—¿Hará tiempo d’eso, no?...

Desconcertado por la irónica interrupción, don Pedro Lucas truncó el relato y púsose á considerar á su compadre, medio con rabia, medio con lástima.

Es axioma zoológico, que los animales más pequeños sean los más ponzoñosos;—justa compensación, en la lucha por la existencia, concedida por la madre Natura á quienes carecen de otro medio para asegurar la supervivencia. Ella da cerebro á unos; músculo y garras á otros; agilidad á éste, hipertrofia visual ó auditiva á algunos; humildes, pero protectores mimetismos á los más indefensos, y veneno á los ínfimos, á los que condenados á vivir arrastrándose, en penosos serpeos, están siempre expuestos á ser aplastados por el tacón de un sabio ó por el casco de un bruto.

Don Juan Lucas era un hombre grande, morrudo, sin una achura de desperdicio; grande, fuerte y bueno como un buey.

Al igual de los bueyes, tenía unos bofes potentes, capaces de oxigenar muchos litros de sangre por día; y un corazón amplio, de sólidas paredes y con maravillosas válvulas,—aspirantes y expelentes, incansables é infalibles en su ruda labor de riego; y un estómago que era un concienzudo químico; y un hígado y un riñón que resultaban celosos policianos... Sólo tenía, como los bueyes, un órgano pequeño y flojo, don Juan Lucas: era el cerebro.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 35 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

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