Textos más populares este mes de Javier de Viana disponibles | pág. 9

Mostrando 81 a 90 de 318 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Javier de Viana textos disponibles


7891011

Soledad

Javier de Viana


Cuento


Había una sierra baja, lampiña, insignificante, que parecía una arruga de la tierra. En un canalizo de bordes rojos, se estancaba el agua turbia, salobre, recalentada por el sol.

A la derecha del canalizo, extendíase una meseta de campo ruin, donde amarilleaban las masiegas de paja brava y cola de zorro, y que se iba allá lejos, hasta el fondo del horizonte, desierta y desolada y fastidiosa como el zumbido de una misma idea repetida sin cesar.

A la izquierda, formando como costurón rugoso de un gris opaco, el serrijón se replegaba sobre sí mismo, dibujando una curva irregular salpicada de asperezas. Y en la cumbre, en donde las rocas parecen hendidas por un tajo de bruto, ha crecido un canelón que tiene el tronco torcido y jiboso, la copa semejante a cabeza despeinada y en conjunto, el aspecto de una contorsión dolorosa que naciera del tormento de sus raíces aprisionadas, oprimidas, por las rocas donde está enclavado.

Casi al pie del árbol solitario, dormitaba una choza que parecía construida para servir de albergue a la miseria; pero a una miseria altanera, rencorosa, de aristas cortantes y de agujados vértices. Más allá, los lastrales sin defensa y los picachos adustos, se sucedían prolongándose en ancha extensión desierta que mostraba al ardoroso sol de enero la vergüenza de su desolada aridez. Y en todas partes, a los cuatro vientos de la rosa, y hasta en el cielo, de un azul uniforme, se notaba idéntica expresión de infinita y abrumadora soledad.

No cantaban los chajaes en el pajonal vecino, ni gritaban los teros a la vera del cañadón menguado, ni silbaban, volando al ras del suelo, sobre las masiegas de paja mansa, las tímidas perdices. La naturaleza allí, no tiene lengua; el corazón de la tierra no palpita allí. El sol abrasador del mes de enero, calcina las rocas, agrieta el suelo, achicharra las yerbas, seca los regatos, y sin embargo, se siente frío en aquel sitio.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 45 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Más Oveja que la Oveja

Javier de Viana


Cuento


Y sin hacerse rogar más, don Indalecio comenzó de esta manera:

—La justicia lo condenó pa treinta años... Yo no sé; ninguno de nosotros sabemos de esas cosas, porque la ley es muy escura y más enredada que lengua de tartamudo... pero pa mí qu’el pobre Sabiniano no era merecedor d’esa pena... ¿A ustedes que les parece? ...

—¡Qué nos va a parecer!... ¡Que p’abrír sentencia carece conocer el hecho; y hast’aura usté, se lo pasó escarsiando sin largar la carrera!

—Jué cosa simple. A Graciana, la mujer de

Sabiniano, se le antojó un día que se juese a comprar una botella'e miel de caña ...

—¿Se habrá cansao de la caña con ruda?

—No interrumpás... Ella dijo que se l’había mandao la entendida p’al mal de riñones, por culpa del cual se l'hinchaban bárbaramente los pieses.

Ese día era domingo, llovía como mundo, la pulpería distaba tres leguas, y Sabiniano había largao la víspera su lobuno cansadazo dispués de haber trabajao de sol a sol en el aparte del Rodeo Grande de la Estancia.

—«Tené pasencia hasta mañana —propuso él; y ella, enfurecida, l'escupió esto:

—«¡Siempre has de ser el mesmo cochino!... ¡Sos capaz de dejarme morir por no tomarte una molestia y gastar unos centavos pa mi salú!... ¡Y eso que yo echo los bofes pa servirte como si juese una piona! ...

Sabiniano recordó que desde veinte días atrás llevaba la misma ropa interior porque su mujer «no había tenido tiempo» de lavarle y plancharle otra muda; y que tuvo que coser él mismo el rasgón que le hizo una «uña de ñapinday» mientras «leñaba» en el monte; y que la mayor parte de los atardeceres, cuando volvía cansao del trabajo, tenía que hacer juego y calentar la comida, porque ella cenaba temprano pa tener tiempo de dir a casa de alguna comadre de la ranchería pa prosiar desollando vivos a conocidos y conocidas...


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 30 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Captura Imposible

Javier de Viana


Cuento


El hecho ocurrió en una provincia muy próxima a la capital, y en una época nada remota. Se impone esta advertencia, porque, de haber sucedido en el lejano norte, y durante el caos de la organización nacional, ofrecería un interés muy relativo.

Contó el caso ante numeroso auditorio, reunido en la trastienda de la pulpería principal del pago, don Melitón Zavaleta, viejo gaucho que, en sus ochenta años de vida campasina, «había visto —en su decir— de todo, menos caballos verdes, burros parejeros y justicia justiciera».

—En el tiempo de antes vide muchas cosas fieras: vide paisanos güenos palenquiaos como potros, p’hacerles aflojar el cogote; vide otros a quienes les sobaron los costillares a talerazos y vide otras cosas entuavía piores, que no las digo porque de sólo mentarlas me se descompone el estómago...

—¿Y a usted no le salpicó el barro?

—En aquel entonces,... y áura es cuasi lo mesmo,... defender la justicia era dir contra l’autoridá... Tapemo el cuerpo’el dijunto con el poncho del olvido... y vamo al cuento, qu’es achura de vaca ricién carniada...

—A mí me lo contó el escribiente de la polecía de... no quiero decir de ande, porque quien tiene esperiencia tiene sencia y el diablo sabe más por viejo que por lo que aprendió en la escuela.

—¿Hay escuelas en el infierno?

—¡Dejuro qui’a de haber!

—Pero máistros no, porque siendo la vida pa ellos un infierno, deben estar en el paraíso por santos.

—O en el purgatorio, por zonzos.

—Bueno —intervino el almacenero—dejenló a don Melitón que termine su cuento.

—Ya lo viá rematar... Es el caso que un gran comerciante’e la capital mardó a la provincia un... yo no mi acuerdo cómo los llaman... vichador... ambulante... no mi acuerdo...

—¿Un corredor?


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 3 minutos / 35 visitas.

Publicado el 2 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

La Salvación de Niceto

Javier de Viana


Cuento


Desnudos el pie y la pierna, desabrochada la camisa de lienzo listado, dejando ver el matorral de pelos grises que le cubrían el pecho, un codo apoyado sobre el suelo y sobre la mano la vieja pesada cabeza, don Liborio parecía dormido; dormido como carpincho al borde de] agua, en el crepúsculo de un atardecer tormentoso.

La línea de uno de los aparejos pasaba por entre el dedo gordo y el índice del pie derecho, de modo que la más mínima picada le sería advertida inmediatamente. El otro aparejo estaba sujeto por la mano izquierda, perezosamente extendida sobre la hierba, a lo largo del cuerpo.

Don Liborio parecía de mal humor, aquella tarde. La botella de ginebra estaba intacta; el fogón sin encender, el mate sin empezar y en los labios del viejo pescador no se veía —¡cosa asombrosa!— el pucho de cigarro negro.

Sin duda: don Liborio debía estar enfermo...

Pedro Miguez, que se había acercado con la idea de pasar un buen rato escuchando los cuentos interminables del viejo, consideró haber hecho un viaje inútil.

—¿Pescando, don Liborio? —había preguntado con afabilidad; y el otro, con dureza:

—¡No, dando 'e comer a los pescaos!... Si aura hasta los doraos y los surubises parecen dotores!... Pa comer la carnada son como cangrejos pero cuidando'e mezquinarle la jeta al fierro!...

—Vea, ahora está picando —indicó el forastero.

—¡Picando! ¿picando qué?... la gurrumina, el sabalaje no más!... pescao serio ninguno...

Ya no va quedando más qu'eso en el país, gurrumina, sabalaje, resaca!...

El viejo gritó casi la última frase. Luego, fregándose la barriga con la palma de la ancha y velluda mano, se quejó:

—¡Desde ayer que las tripas no hacen más que corcobiar dentro el corral de la panza!...

Pa mí que son los gíievos de ñandú que comí antiyer y mi han patiao...

—¿Comería muchos?...


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 24 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

El Lazo

Javier de Viana


Cuento


Ocho tientos, nada más que ocho tientos...

¡Cuánta ciencia se requiere para elegir y preparar el cuero, cortar, emparejar y sobar a mordaza esos largos y delgados filamentos de piel, que el arte del trenzador convertirá luego en cable de acero.

El cuchillito “mangorrero” hace prodigios en la labor preliminar de afinar y emparejar. El trenzador es generalmente un gaucho de barbas tordillas, —tordillas blancas, como el pelo de los tordillos viejos,— pero el pulso es sereno y firme; para el gaucho de ley hay dos cosas que no tiemblan nunca por más llenas de años que lleven las maletas de la vida: el pulso y el corazón.

Preparados los tientos, entra a operar el artista, que, aparte de su habilidad, parece tener mucha fuerza en las muñecas y mucha saliva en la boca...

Una buena friega con hígados de novillo recién carneado, y ya está pronto el admirable instrumento campero, con el cual harán prodigios la destreza y el temerario arrojo de los centauros.

Esa obra prolija y sabia del viejo paisano va a ser factor importantísimo en la fundación de la industria nacional.

Substituyendo con frecuencia la brutalidad de las boleadoras, él capturará el potro que defiende su libertad en frenéticas carreras por las llanuras y por las serranías.

Y él cautivará al toro indómito que ha de convertirse, bajo el peso del yugo, con el arado o la carreta, en eficaz colaborador del hombre en aquella lucha titánica de la civilización del desierto.

Y con su ayuda las vacas montaraces serán domesticadas, convertidas en bondadosas lecheras.

Y, en casos dados, también servirá para pelear con las fieras, los yaguaretés y los pumas y los perros cimarrones, que sembraban el terror en el despoblado.

Y en el vado de un arroyo crecido, será maroma para jardineras y diligencias.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 32 visitas.

Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

La Seca

Javier de Viana


Cuento


Las atroces torturas de la sed convulsionaban al campo que, desaparecido el verde pelaje, mostraba la ignominia de su epidermis parda y por todas partes agrietada. Las vacas esqueléticas, cuyos ilíacos amenazaban agujerear el cuero, tenían pintada en sus grandes ojos buenos, la angustia del aniquilamiento. Los terneros, escuálidos, bamboleantes, imploraban con balidos lamentables, el sustento que no podían darle las ubres exhaustas. De trecho en trecho veíanse manchas negras formadas por grandes bandas de cuervos que se cebaban glotonamente en las osamentas de las reses muertas. El persistente viento Norte, abrumador y deletéreo, acrecentaba el tormento de la sequía... A intervalos nublábase el sol, encendiendo la esperanza de una lluvia reparadora; pero minutos después desaparecían los nubarrones, restaurando la inclemencia solar... Ya la desolación iba llegando al máximo, cuando en un atardecer de fuego, fue lentamente toldándose el cielo hasta producir una obscuridad de eclipse. También, con desesperante lentitud, fué cambiando el viento, y tanto los humanos como las bestias, enmudecieron para no “ahuyentar la tormenta”... Transcurrió más de una hora de indescriptible ansiedad... De súbito, una enorme daga de fuego rasgó de arriba abajo la negra capucha... Restalló furibundo un trueno; gruesas y espaciadas gotas cayeron sobre la tierra, cuya avidez dejó escapar un vaho capitoso. y segundos más tarde, una lluvia torrencial bañó la tierra, devolviendo la alegría y la esperanza a los campos, a las plantas, a las bestias y a los hombres.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 47 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Por la Patria

Javier de Viana


Cuento


Cuando el viejo octogenario terminó su breve exposición, don Torcuato, que había bandeado los setenta, se puso de pie, se atuzó la luenga barba blanca, carraspeó y dijo:

—Tengo cinco suertes de campo y como diez mil guampudos... Disponga de tuito, compadre, porque tuito esto no es más qu’emprestao. Me lo dió la Patria, a la Patria se lo degüelvo.

Y sin decir más, volvió a sentarse sobre el banquito de ceibo, casi quemándose las patas con las brasas del fogón.

Tomó la palabra don Cipriano.

Y se expresó así:

—Yo tengo campos, tengo haciendas y tengo algunos botijos llenos de onzas... Si es por la Patria, lo juego todo a la carta ’e la Patria.

Y se sentó. Y tomando con los dedos una brasa, reencendió el pucho.

Don Pelegrino se manifestó de esta manera:

—Nosotros, con mis hijos y mis yernos, semo veintiuno. Formamo un escuadrónenlo. Plata no tenemo, pero cuero pa darlo a la Patria sí....

Y hablaron otros varones, todos de cabellos encenizados, residuo glorioso de las falanges del viejo Artigas, corazones hechos de luz, músculos hechos de ñandubay.

Y más o menos, todos dijeron en poco variada forma:

—La Patria es la Madre; a la Patria como a la

Madre, nada puede negársele.

Y como habían ido consumiéndose los palos en el fogón, tornóse obscuro el recinto e hízose el silencio, casi siempre hermano de la sombra.

Transcurrieron minutos.

Y entonces don Torcuato, dirigiéndose a Telmo su viejo capataz, lo interpeló así:

—Tuitos se han prenunciao, menos vos. ¿Qué decís vos?

El anciano aludido encorvó el torso, juntó los tizones del hogar, sopló recio, lengüetó una llama, hubo luz.

Y respondió pausadamente:


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 27 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Maula

Javier de Viana


Cuento


Contaba ño Luz:

Una güelta, la perrada estaba banqueteando con las achuras del novillo vicien carniao, cuando se presientó un perro blanco, lanudo, feo, con las patas llenas de cascarrias de barro que sonaban al andar como los cascabeles de la víbora de ese nombre.

Los perros suspendieron la merienda y se abalanzaron sobre el intruso, revolcándolo y mordiéndolo, hasta que “Calfucurá”, jefe de aquella tribu perruna, se interpuso, imponiendo respeto.

—¿Qué andás haciendo'? —interrogó airadamente “Calfucurá”.

—Tengo hambre, —respondió con humildad el forastero.

—¿Y no tenés amos?

—Tuve; pero m’echaron porque una noche dentraron ladrones en casa y se alzaron con varias cosas.

—¿Y no ladrastes?

—No.

—¿Por qué?

—Tuve miedo; soy maula.

—¿Sos joven?

—Si.

—¿Tenés buenos dientes?

—Sí... ¡Hace cinco días que ando cruzando campo y sin comer!... De tuitos laos m'espantan y tuitos los perros me corren!...

—¡Hacen bien! —sentenció “Calfucurá”.— El trabajo del perro, como el del polecía, es ser guapo; siendo flojo no vale la carne que come, porque sin trabajar naides tiene derecho a comer!... Ahí tenes esas tripas amargas; enllená las tuyas y seguí viaje...


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 47 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Sentencias

Javier de Viana


Cuento, aforismos


¿Quién lo dijo?

Lo dijo la experiencia por boca de cien gauchos viejos curtidos a guascazos en las perrerías de la vida.

Y cada uno construyó un versículo y de su conjunto nació la Biblia nuestra, de autor anónimo, como todos los libros sagrados, producto de la sabiduría popular, que es la suprema sabiduría.

Y conjuntemos las canciones de gesta y la voz de todos los rapsodas, en un libro único que lee, sin comentarlo y sin admitir comentarios, un Homero gaucho.

Imaginémoslo un viejo de abundosa cabellera, de luengas barbas, —cañaveral de argento,— un busto erguido, no obstante las carradas de años, —madera dura y espinosa,— descargada sobre sus lomos; de unos ojos que aún alumbran con la luz intensa y cálida del lucero del alba; con unos labios grandes que se abren ampliamente para dar paso a la palabra honrada, sin formar ningún pliegue por el cual pudiera deslizarse solapadamente el inmundo reptil de la mentira.

Imaginémoslo con su aspecto de patriarca, sentado sobre un trozo de ceibo, rodeado de catecúmenos, para quienes evangelizaba así:...


“Quien no tiene cariño pa su Patria, en tampoco lo ha tenido pa su madre; y solo los hijos de tordo no tienen cariño pa su madre.”


* * *


“Tené presente, y esto meteteló en lo más hondo de los sesos, que si has hecho mil sacrificios por la Patria, el día que reclames poniendo precio a uno solo de ellos, habrás perdido todo tu capital.”


* * *


“Ser bueno con la esperanza de la recompensa, es baja acción de agiotista. Bueno, realmente bueno, es quien siembra el bien, sin preocuparse de quienes utilizarán la cosecha, ni de si algo le corresponderá en lo rendido por la cosecha.”


* * *


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 45 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Hormiguita

Javier de Viana


Cuento


ta

Era una pobre muchacha, muy delgada, muy pálida, con lacios cabellos negros, con grandes ojos tristes, con finos labios amargos. Era una pobre muchacha, débil como un tallo de flechilla, insignificante como uno de esos pajaritos sin colores, sin voz, casi sin vuelo, que nacen, viven y mueren en la húmeda obscuridad de los pajonales.

Llamábase Tomasa y la llamaban «Hormiguita». Se había criado en la estancia como un cachorro flaco, que caído sin que nadie supiera de donde, nadie se preocupa de averiguarlo; era como esos yuyos que nacen en lo alto del muro del patio: como no lucen, ni sirven, ni estorban, pasan inadvertidos.

Tan pequeña, tan silenciosa, hablando rara vez y con voz incolora y débil, deslizándose más que marchando, en rápidos saltitos de chingólo, nadie se daba cuenta de la enorme labor ejecutada al cabo del día por la humilde «Hormiguita». Ella ordeñaba, levantándose con la aurora; ella hacía diariamente un queso: ella amasaba todos los sábados; ella dirigía las comidas; ella cebaba todas las tardes, el amargo para el patrón, y el dulce con azúcar quemada, para la patrona y las niñas.

Y concluido el trajín diurno, recogida en su pieza, no se acostaba antes de un par de horas de trabajo de aguja, recomponiendo sus ropas, confeccionándose alguna prenda humilde.

Cuando habla baile en la estancia, o cuando las niñas iban a algún baile en estancias vecinas, «Hormiguita» pasaba lo mas del tiempo «ayudando», ofreciéndose para cebar el mate, hacer el chocolate o servir los refrescos.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 41 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

7891011