Textos más descargados de Javier de Viana publicados por Edu Robsy que contienen 'u' | pág. 21

Mostrando 201 a 210 de 318 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Javier de Viana editor: Edu Robsy contiene: 'u'


1920212223

¡Imposible!

Javier de Viana


Cuento


En aquel día el sol había hecho lo de un viejo quemado por el rescoldo de ardientes pasiones juveniles: todo el día, pero todo el día, desde la hora de ordeñar hasta la hora de acostarse las gallinas, estuvo derramando oro líquido sobre las colinas y los valles. Al caer la noche, los pastos, borrachos de luz, pálidos, ajados, se doblaban sobre sus tallos esperando la ducha restauradora del rocío nocturno.

En el cielo, las Tres Marías iban elevándose muy lentamente; y en rumbo opuesto, el Lucero, «rastaquere» del firmamento, centelleaba como brillante de coronel brasileño y avanzaba con cautela a fin de hallarse en el cénit, justo a media noche. Al sur, la Cruz Americana abría los brazos a una multitud de estrellas menores, en tanto, a su izquierda, el Saco de Carbón dibujaba tres sombras irregulares, sobre la sombra regular del todo de la tierra.

A lo lejos parpadeaba Venus en guiños de coqueta; y más lejos aún, en lo remoto de lo remoto, Sirio, sultán celeste, dominaba con el sereno fulgor de su pupila a la luz de las pupilas temblorosas de las estrellas de su harem.

Un enjambre de luces taraceaba la bóveda obscura; una diversidad de luces; blancas algunas, como gotas de argento, como ascuas otras; serenas luces de planetas, padres de familia; luces inquietas de soles vírgenes; luces infantiles de asteroides y luces opalinas de nebulosas, que pasean por el espacio con orgullosa desvergüenza el vientre inflamado en su preñez de mundos.

La luna demoraba en salir.

Tras los montes, la divina pastora juntaba nácares, perlas y lirios, esperando que el aliento de los prados y de las selvas hubiesen perfumado el ambiente, que se acallaran todos los rumores de la vigilia afanosa, a fin de que pudiese llegar hasta ella la elegía de los suspiros y la endecha de los besos.

La luna demoraba en salir.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 5 minutos / 36 visitas.

Publicado el 7 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

Hermanos

Javier de Viana


Cuento


A Eduardo Acevedo Díaz.


Era en 1870, a principios de la guerra blanca encabezada por Timoteo Aparicio, lanceador famoso.

Policarpo y Donato anduvieron por mucho tiempo en medio de la soledad tan negra y silenciosa, que el primero, a instantes, creía estar inmóvil, dormido y soñando, haciéndose necesario un esfuerzo grande de voluntad para volver al hecho real.

Parecerá exageración y no lo es. Necesítase costumbre, hábito de muchos años, para no caer en este estado de semi inconciencia, tras una larga marcha a caballo; los músculos mordidos por la fatiga, el cerebro escarbado por el sueño.

Y unido a eso, la penosa impresión del medio ambiente: las tinieblas que la mirada no consigue sondar por más que se dilaten hasta el dolor las pupilas; por todas partes el silencio, el imponente silencio del campo, que nada turba: en la grande y muda soledad hostil, el alma se estremece y se contrae en dolorosa sensación de pequeñez, de aislamiento y de impotencia.

Dominado por la inmensidad que vencía las insistencias del amor propio, Policarpo interpeló a su acompañante.

—¡Donato! —exclamó.

—¡Chut! —respondió el negro; y como éste había sofrenado su caballo, se encontraron los dos viajeros uno junto a otro.

—¡Donato!—volvió a decir el mozo; y el interpelado respondió con voz autoritaria y petulante:

—Primeramente, has de saber que quien va juyendo nunca debe hablar juerte.

—¿Y acaso nosotros vamos huyendo?

—Dejuramento: tuito aquel que yeba peligro pu'ande va, va juyendo. Acomódate en el mate esta sabiduría, que a la fija no te enseñaron los dotores de la ciudá.

Policarpo no encontró réplica y reconociendo la lógica del filósofo simiesco, dijo:

—Bueno, ¿y qué?


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 41 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Filosofías Gauchas

Javier de Viana


Cuento


La habitación era grande: tenía como cinco brazas de frente y medio maneador de largo. Era bajita, eso sí, porque muros de tensión si se hacen altos, se tuercen cuando los empuja el pampero. Y allá, en la Cañada del Indio, del sur bonaerense—trecientas leguas de llanura abrumadora, desabrida como mate lavado,—los pamperos, entropillados, corretean a diario, haciendo estragos.

La habitación era grande, y parecía más grande por la casi ausencia de muebles; del mismo modo que parece más grande un caballo desensillado.

Y allí sólo había una mesa de pino, larga, flanquada a cada lado por un escaño.

Sobre la mesa veíase un candelero de latón sosteniendo una vela de baño, amarilla y ruin como rama de duraznero apestado; una botella de caña, varios vasos, un naipe y un platillo con porotos.

Sobre los escaños había, del lado de montar, don Candalicio, el dueño de la casa: tordillo negro, flaquerón, aire de matungo asoleado; el pardo Eusebio, cara entre comadreja y zorro y lo de víbora que tienen indispensablemente los mulatos.

Del lado de enlazar estaban: el sordo Díaz, alias «Tapera», capataz de la estancia, contemporáneo de los ombúes del patio; Roque Suárez, por mal nombre «La Madalena», muy alto, muy flaco, muy feo, con la cara muy larga, la nariz muy afilada, los ojos muy chicos...

Desde las siete de la noche, hora en que terminó la cena, hasta las diez, había estado jugando al «solo», tomando mate y chupando caña. Y hubieran continuado, sin duda, si Roque Suárez no hubiese arrojado las cartas, a raíz del tercer «codillo», exclamando con su voz aflautada, dolorosa y desagradable:

—¡Es al ñudo prenderle juego a la leña verde!...

—Cuestión de echarle sebo—insinuó maliciosamente el mulato.

Y el patrón con bondad:

—¡Pobre amigo Suárez!... Y'está caliente!...


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 42 visitas.

Publicado el 8 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Fiel

Javier de Viana


Cuento


Jesusa está contenta.

Es domingo. Los patrones han hecho atalajar el breack y han salido para las carreras.

Los peones se han ido todos para las carreras.

Liborio también. Liborio es el cochero.

Jesusa, después de haber limpiado toda la vajilla, tiene miedo en el caserón inmenso y solitario. Está absolutamente abandonada. Se lava las manos en la pileta, se quita el delantal... En uno de los ganchos de la carne se ve colgado un corazón de vaca. Coje el cuchillo de la cocina, corta un trozo. Junto al muro duerme una caña de pescar; la toma. Sale... la puerta del patio suena al cerrarse. Un gato que dormita sobre el muro se asusta y salta...

Las gallinas picotean en el guardapatio. La chancha overa, echada al sol, hace ¡grun! ¡grun! mientras diez lechoncitos rosados, exprimen las ubres, sacudiendo sin descanso los rabitos filiformes.

Algún pato ventrudo y patiancho, avanza parsimoniosamente, las plumas en desorden, abierto el pico espatulado.

Las gallinas se esponjan y hastiadas de amores, no hacen caso al gallo, que, al pasar junto a ellas, caído el copete, pálidas las carúnculas, roza los espolones y ensaya un requiebro por compadrada, sin deseos él también.

Por allá duerme un perro, tirando de tiempo en tiempo, furiosas dentelladas a las moscas que le molestan en su reposo.

Sobre el horcón de la enramada, un hornero, posado en la pared del nido en construcción, medita. Cerquita, entre las ramas de unas talas escuálidas, sin miedo de pincharse, varias urracas saltan, gritan, se ríen, dejando en las espinas jirones de sus vestimentas gríseas.

Más allá en la copa de los eucaliptos, las cotorras vocean, vocean, armando una farra tan descomunal, y tan sin objeto, que una águila posada en uno de los árboles para descansar un momento, se indigna, agita las alas y tiende serenamente el vuelo.

Jesusa observa durante unos instantes.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 35 visitas.

Publicado el 14 de diciembre de 2022 por Edu Robsy.

Facundo Imperial

Javier de Viana


Cuento


A Martiniano Leguizamón.


No es fábula, es una historia real y triste, acaecida en una época todavía cercana, bien que sepultada para siempre; es una historia vulgar, un crimen común, sin otra originalidad que el procedimiento empleado para realizarlo; trasunto de los tiempos bárbaros y avergonzadores del caudillismo analfabeto y sensual, repugnante episodio de despotismo cuartelero que ya sólo puede revivir en las creaciones evocadoras del arte.

I

En la campaña del litoral, en casa de un rico hacendado, al finalizar la esquila. A la tarde se ha merendado en el monte bajo amplio cenador silvestre formado por apretadas ramazones de sauces y guayabos; la alfombra era de trébol y gramilla; los adornos, tapices escarlatas de ceibos en flor, albos racimos de arrayán, guirnaldas de pasionarias y rubíes de arazá; la orquesta, cuatro guitarras que sabían gemir como calandrias cantando amores en el pórtico del nido al apagarse el sol; por únicos manjares, doradas lonjas del tradicional asado con cuero.

Por la noche se bailó en la sala de la estancia. Muchas parejas, mucho gaucho burdo, mucha criolla tímida; destacándose en el conjunto de rostros bronceados y de polleras almidonadas, Rosa, la morocha de ojos más negros, de labios más rojos, de cuerpo más airoso; entre los hombres, imponiéndose estaban Santiago Espinel, comandante, comisario y caudillo, y Facundo Imperial, joven, rico, buen mozo. Ambos cortejaban a Rosa: ambos se odiaban.

Espinel era bajo y grueso; tenía estrecha la frente y pequeños los ojos, roma la nariz, carnosos los labios, copiosa la barba.

Imperial era alto, delgado, garboso; linda la cabeza de rizada cabellera, enérgica la aguileña nariz, algo pálido el rostro y de un rubio obscuro la barba muy sedosa y muy brillante; los ojos color topacio, tenían la mirada suave, atterciopelada, de las razas que mueren.


Leer / Descargar texto

Dominio público
15 págs. / 27 minutos / 104 visitas.

Publicado el 28 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Entre el Bosque

Javier de Viana


Cuento


Es un potril pequeño, de forma casi circular.

Espesa y altísima muralla de guayabos y virarós forma la primera línea externa de defensa.

Entre los gruesos y elevados troncos de los gigantes selváticos, crecen apeñuscados, talas, espinillos y coronillas, que ligados entre sí por enjambres de lianas y plantas epifitas, forman algo así como el friso del muro.

Y como esta masa arbórea impenetrable, se prolonga por dos y tres leguas más allá del cauce del Yi y las sendas de acceso forman intrincado laberinto, ha de ser excepcionalmente baqueano, más que baqueano instintivo, quien se aventure en ese mar.

Del lado del río sólo hay una débil defensa de sauces y sarandíes; pero por ahí no hay temor de sorpresa, y, en cambio, facilita la huida, tirándose a nado en caso de apuro.

Soberbio gramillal tapiza el suelo potril y un profundo desaguadero proporciona agua permanente y pura; la caballada de los matreros engorda y aterciopela sus pelambres.

Los matreros tampoco lo pasan mal.

Ni el sol, ni el viento, ni la lluvia los molestan.

Para carnear, rara vez se ven expuestos a las molestias y peligros de salir campo afuera; dentro del bosque abunda la hacienda alzada, rebeldes como ellos, como ellos matreros.

Miedo no había, porque jamás supieron de él aquellos bandoleros, muy semejantes a los famosos bandoleros de Gante.

Hombres rudos que habían delinquido por no soportar injurias del opresor.

Los yaguaretés y los pumas, en cuya sociedad convivían, eran menos temibles y menos odiosos que aquéllos...

¿Criminales?...

¿Por qué?...

¿Por haber dado muerte, cara a cara, en buena lid, a algún comisario despótico o algún juez intrigante y venal?...

No. Hombres libres, hombres dignos, hombres muy dignos.

Sarandí, Rincón e Ituzaingó se hizo con ellos.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 25 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

En Busca del Médico

Javier de Viana


Cuento


Jacobo y Servando se habían criado juntos y fueron siempre buenos amigos, no obstante la disparidad de caracteres: Jacobo era muy serio, muy reflexivo, muy ordenado, muy severo en el cumplimiento del deber. Servando, en el fondo bueno, carecía de voluntad para refrenar su egoísmo.

Jacobo amaba a Petra, y Servando le atravesó el caballo; conquistó a la moza con su charla dicharachera, con su habilidad de bailarín y con sus méritos de guitarrista. Y se casó con ella, sin pensar un solo instante en el dolor que le causaba a su amigo.

Una mañana, Jacobo hallábase en la pulpería, cuando cayó Servando. Llevaba un aire afligido y su caballo estaba bañado en sudor.

—¿Qué te pasa? —preguntó Jacobo.

—¡Dejame!... Mi mujer está gravemente enferma y tía Paula dijo que ella no respondía, y que fuese al pueblo a buscar al médico...

—Y apúrate, pues... De aquí al pueblo hay tres leguas y pico...

—¡Ya lo sé!... ¡Sólo a mí me pasan estas cosas!... ¡Mozo!... ¡Deme un vaso de ginebra!... ¿Tomás vos?

—No.

—¡Claro!... Vos sos feliz, no tenés en qué pensar... ¡Eche otra ginebra, mozo!...

Servando convida a los vagos tertulianos de la glorieta y les cuenta su aflictivo tranco.

—¡Comprendo!... —dice uno.

—¡Me doy cuenta!... —añado otro.

—Pero hay que conformarse, ser fuerte, —concluye un tercero.

—Es lo que yo digo —atesta Servando.

—¡Mozo!, ¡sirva otra vuelta!...

Jacobo observa ensombrecido y entristecido. Sale: medita; le aprieta la cincha a su pangaré, le palmea la frente y dice:

—¡Pobre amigo!... Ayer trabajaste todo el día en el rodeo... ¡Ahora un galopo de seis leguas, entre ir y venir!... ¡Vamos al pueblo!... ¡Sí los buenos no sirviéramos para remediar las canalladas de los malos, no mereceríamos el apelativo de buenos!...


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 30 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Empate

Javier de Viana


Cuento


Un fogón enorme echaba llamaradas, haciendo día en la amplia cocina del cortijo.

¿Por qué tan gran fuego?...

La noche estaba boquiando y no habría de faltar más de una hora para que aparecieran en el naciente las pinceladas rojas de las barras del día.

¿Para qué aquel gran fuego?... No hacía frío y con la décima parte de las brasas del fogón sobraba para calentar el agua de la pava con que cimarroneaban los dos viejos, el viejo criollo Campoverde y el viejo napolitano Pomidoro.

Los dos tenían la barba espesa y tordilla,—tordilla blanca, como los tordillos viejos;—pero Pomidoro ostentaba un cráneo pelado, amarillo, semejante a un huevo fresco de ñandú, mientras que Campoverde conservaba toda su crin bravía. Eran bastante viejos los dos, y durante más de veinte años se habían odiado intensa y recíprocamente.

Pomidoro había empezado por arrendar a Campoverde una chacra que, cultivada con todo esmero, le permitió al italiano, laborioso y ahorrativo, ir acumulando moneda. Verdad que hacía de todo. Aparte del cultivo, no muy extenso, de maíz y trigo, su huerta proveía de hortalizas, de duraznos y de sandías al pago entero. Todos los domingos, Teresa, su mujer, hacia gran hornada de pan, que sus hijos, Sabina y Pedro, iban a vender por el contorno. Además, Genaro Pomidoro era el único albañil, el único carpintero y el único mecánico del lugar.

Si había que levantar un muro, componer una azotea, remendar un tejado, construir una puerta o arreglar una máquina descompuesta, era forzoso recurrir a Pomidoro. Y de esta pluralidad de ocupaciones, juntando pesos con centavos, iba formando libras esterlinas destinadas a la obscuridad del botijo.

Campoverde no tenía mala voluntad para su arrendatario; empero, en su orgullo de criollo, despreciaba al «gringo», encontrando lo más natural que éste, cada vez que se acercaba, se quitase el sombrero y lo saludara con un respetuoso:


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 33 visitas.

Publicado el 30 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

El Crimen del Viejo Pedro

Javier de Viana


Cuento


En el pago de Quebracho Chico había un viejo que cuando era muchacho todos lo nombraban simplemente «Pedro», y más tarde «Pedro Lezama», y después «el viejo Lezama» y al último, «el Viejo» nada más.

En el pago de Quebracho Chico había, naturalmente, muchos viejos; pero cuando se nombraba «el viejo», así, a secas, todo Dios sabía que era refiriéndose al viejo Pedro Lezama.

Nadie sabía a ciencia fija su edad; pero echando cálculos, a ojo de buen cubero, coincidían los comarcanos que por lo menos un rodeo de vacunos y dos o tres majadas habían pasado por sus tripas, y que con las cuerdas de tabaco negro que había pitado, se podía hacer un lazo largo como para enlazar las siete cabrillas del cielo.

Era muy viejo; muy viejo, pero lo extraordinario era que parecía haber nacido viejo o no haber envejecido, porque a través de los años y las generaciones que lo contemplaban, era una cosa siempre igual, como el sol, como la luna, como el río, como la loma, como el bajo, como las piedras del cerrillo que enorgullece el pago.

Las depresaciones que el tiempo operaba en su físico, no se advertían, a fuerza de perdurar invariable su espíritu, su pensar, su ser expresivo.

De chico fué un infeliz, sumiso, inofensivo, siempre dispuesto a hacerse a un lado para dar paso a otro, u otros que venían de atrás empujando y que lo dejaban atrás por la simple audacia del empujón. Si alguno le pisaba la cola a un perro, casi siempre él estaba al lado y el perro lo mordía a él y con frecuencia recibía, sobre la mordedura, un rebencazo del capataz o del patrón o de un peón cualquiera, por haberle pisado la cola al perro.

Y en su mocedad y en su edad madura y en su vejez, siguió siempre pisándole la cola al perro y siempre con las mismas consecuencias desagradables.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 56 visitas.

Publicado el 16 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Don Bruno el Perverso

Javier de Viana


Cuento


A Otto Miguel Cione.


Si por hombre bueno se entiende aquel que ríe siempre, que divierte á los demás con sus decires, que perdona ofensas y renuncia derechos, que infamado, tiene lástima por el infamador, que robado, prefiere perder su bien á abrirle la cárcel al ladrón; al que siente lástimas, compasiones y misericordias; al que, frente á la falta ó al delito, busca atenuantes en vez de agravantes... don Bruno Sepulveda no era un hombre bueno.

Todo lo contrario. Era estúpidamente honrado y recto; tenía un carácter absurdamente inflexible, y no existían para él sino hombres honrados y hombres pillos, hombres trabajadores y hombres haraganes. Para aquel á quien juzgaba dotado de las dos cualidades primarias de honestidad y laboriosidad, su bolsa estaba siempre abierta, por grandes ó por pequeñas sumas. Abría y reabría créditos y en ocasiones tomaba el grueso lápiz de carpintero, que usaba para sus apuntes, y borraba de un rayón una deuda.

Cuando alguien necesitaba de su ayuda para trabajar, su ayuda era segura; pero implacablemente impedía desensillar y le negaba un churrasco al gaucho vagabundo y haragán, que rueda de rancho en rancho imponiendo el prestigio de sus habilidades en el manejo de la guitarra y del facón.

Con tal carácter, don Bruno Sepúlveda, pasaba en el pago por un hombre malo. Casi siempre y en casi todas partes acontece lo mismo: al que es fuerte y justo, se le califica de malo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 44 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

1920212223