Las Tres Encarnaciones del Hombre: Perro, Burro y Cerdo
Javier de Viana
Cuento
I
El auto que conducía al joven doctor Medina, a su señora madre y a sus dos primitas, Elvira y Leonor, había abandonado el camino real para penetrar en una larguísima avenida, bordeada a ambos lados por gigantescos eucaliptos, y que conducía en línea recta al edificio de la estancia “El Trebolar”.
Bien que éste estuviera asentado en una loma y fuese una construcción de considerable altura, desde aquel punto sólo se divisaban trozos del mirador, porque los árboles circundantes le formaban espeso cortinado de follaje.
En el rico trebolar de los potreros que bordeaban la avenida pacían tranquilamente las desgarbadas vacas normandas, de salientes ilíacos y enormes ubres, sin preocuparse del continuo retozar de los potrillos, que pasaban haciendo piruetas, por delante de sus belfos pulposos.
De trecho en trecho, las margaritas rojas teñían el verde del césped con grandes manchas que semejaban coágulos de sangre; y, como en la madrugada había caído una pequeña llovizna, el suave perfume de las marcelas y de los tréboles aromaban deliciosamente el aire.
—¡Qué hermosura! —exclamó Elvira; y tocando en el hombro a su primo Medina, que conducía el auto—, para un poco, primito, quiero hacerme un ramo con esas hermosas flores.
Juan, complaciente, frenó y las chicas apresuráronse a descender y pasar por entre los hilos del alambrado para formar sendos grandes ramos de las purpúreas florecillas silvestres.
—¡Qué paraje encantador!... —exclamó Elvira.
—Decididamente —intervino Leonor—; el dueño de este establecimiento debe ser un señor de buen gusto.
Juan rió sin responder.
—¿De qué ríes? —interrogó la joven.
—Ya lo sabrás luego, cuando conozcas a don Marcolino, el viejo más atrabiliario que pueda existir en el mundo.
—¿Es medio gaucho?
—Es más gaucho que la bota de potro.
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Dominio público
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Publicado el 26 de septiembre de 2025 por Edu Robsy.