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Sobre el Recado

Javier de Viana


Cuento


Imposible es concebir al rudo domador del desierto sin el complemento de su apero.

El civilizador primitivo, el obrero heroico que desafiando todos los peligros y soportando todas las fatigas pobló las hoscas soledades, echó los cimientos de la industria madre, conquistó la independencia e impuso la libertad, vivió siempre sobre el recado, pasó toda su vida sobre el recado.

Desde el amanecer hasta el toldar de la noche, el épico pastor de músculos de acero y voluntad de sílice, bregaba infatigable enhorquetado en su pingo, y el apero era a un tiempo silla y herramienta y arma defensiva.

En el transcurso del medio, siglo de la gesta, los lazos y las boleadoras del abuelo gaucho contribuyeron con mucha mayor eficacia, al fundamento de la riqueza pública y de la integración nacional, que los latines y las ampulosidades retóricas de los “lomos negros” ciudadanos.

El apero es la expresión perfecta de la multiplicidad de necesidades a que estuvo sometido el individualismo victorioso de nuestro gaucho.

Cada prenda merece un himno, porque cada una de ellas desempeña un cometido.

Desde la humilde “bajera” hasta el orgulloso “cojinillo”, desde el “fiador” a la “encimera”, bozal, cabresto, maneador y manea, todo constituye algo semejante a un taller, donde ninguna pieza es inútil, donde a cada una le corresponde un cometido, y en ocasiones, múltiples.

Durante casi todo el día y todos los días, el gaucho permanece sobre el recado. Sobre él trabaja, sobre él pelea y sobre él va en busca de los reducidos placeres que le ofrece su vida de luchador sin treguas.

Y cuando llega la noche, la silla, la herramienta, el arma, se convierten en lecho.


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1 pág. / 1 minuto / 42 visitas.

Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Sin Segunda Repetida

Javier de Viana


Cuento


Sobre el catre estaba extendida la maleta de lienzo azul, y al lado, esparcidas con descuido, varias piezas de ropa. En tanto hurgaba en el fondo de la rústica caja, extrayendo sus escasas prendas, Silvestre monologaba:

—¡Tanto trabajo que cuesta hacer un nido, y qué fácil qu'es echarlo al suelo!...

—¡Pero cuando se hace se canta y cuando se voltea se llora!...—dijo alguien a su espalda.

Volvió rápidamente la cabeza e iba a responder irritado al importuno; más, reconociéndole, suavizóse la expresión de su semblante y exclamó con humildad y afecto:

—La bendición, padrino...

Un viejo de largos y ralos cabellos canos, adelantó, sentóse al borde del catre y luego contestó:

—No digo «que Dios te haga un santo» porque ya cuasi lo sos... Estee... ¿Estás de viaje?...

El mozo se sentó sobre la caja y casi gimiendo respondió:

—¡Viaje muy largo!...

—¿P'ande vas?...

—¡No lo sé!... ¡Voy pu'ái, pu'el mundo!... ¡La tierra es grande, y ande cabe tanta sabandija ha de haber un rincón pa un hombre honrao!...

—Eso está mal—objetó el anciano.—¡El hombre, pa ser hombre, siempre ha de saber ande va, pu'ande va y a qué vá!...

—¿Y cuando a uno lo echan?

—Naides te ha echao a vos desta casa, qu'entuavía es mía, y lo será, si Dios quiere, hasta que me toque clavar la guampa.

—Usté sabe, padrino, más mejor que yo, que hay muchos modos de espantar un perro.

—M'hijo Facundo no puede haberte espantao a vos, porque te apresea y te quiere cuasi lo mesmo que yo...

—¡Ya sé qu'el patrón es muy güeno!... Pero, en cambio...

—¡En cambio mi nuera es más mala que un alacrán!... ¿Qué t'hizo? Habla...

El mozo resistió un momento, pero concluyó por ceder, a la necesidad de confesar su pena.


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1 pág. / 3 minutos / 25 visitas.

Publicado el 17 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Sin Palo ni Piedra

Javier de Viana


Cuento


Es el Pipirí un arroyuelo insignificante, plácido, casi lampiño y que da la impresión de un joven exangüe, agobiado por un mal constitucional incurable.

Sobre el llano, de muy leve declive, las aguas blanquísimas parecen inertes, tan grande es la pereza con que van marchando hacia la confluencia. Se diría que expresamente dilatan el término inevitable de su apacible andar, horrorizadas con la perspectiva de mezclarse a las masas briosas del gran río, que, en impetuoso galope van a choca con las duras aguas marinas.

En sus márgenes, vénse, de trecho en trecho, raros bosquecillos de sauce, que acrecientan la melancólica fisonomía del paisaje.

A un centenar de varas del arroyo, hay una casita de muros muy blancos y de techos de teja ensombrecida por la acción del tiempo.

Al frente se yergue, como celoso guardián, un opulento paraíso; y tras un modesto jardincillo, se extiende la huerta, con escasos árboles frutales, viejos también, casi improductivos. Una lujuriosa madreselva, de ramas gruesas, negras, nudosas, se eleva, retorciéndose hasta el alero de la techumbre y se desparrama por la fachada, prediéndose a los barrotes de las rejas de las ventanas.

Un gran silencio reina de continuo en aquella casa, que parece estar en duelo o habitada por algún enfermo grave. Hasta el viejo perro canelo que dormita junto a la puerta principal, cumple sus deberes de guardián anunciando la aproximación de los forasteros con discreto y apagado ladrido...

En una tarde de otoño, cuyo cielo pálido aumentaba la melancolía del lugar, una joven paisana, extremadamente bella, sentada en un rústico banquito, al pie del paraíso, cosía.


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3 págs. / 6 minutos / 28 visitas.

Publicado el 17 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Ruptura

Javier de Viana


Cuento


A Alberto Ghiraldo.


Juan avanza pausadamente por el patio. El ruido que producen las rodajas de sus espuelas es ahogado por los compases furiosos de la polka que chiflan cuatro guitarras en la sala.

Llega á la enramada. Su moro, que lo ha reconocido, levanta la cabeza, orejea y ahoga un relincho. A la luz blanca de la luna, sus grandes é inteligentes ojos brillan rojizamente, fijándose en el amo con expresión interrogativa.

Hace ya muchas horas que la manea mortifica sus manos finas y nerviosas; hace ya mucho tiempo que el recado está sobre su lomo y que la cincha oprime sin piedad su vientre.

En la mirada que dirige al amo hay pintada extrañeza; en el impaciente tascar del freno hay como un reproche.

Juan ha comprendido: cariñosamente lo palmea en el cuello. Enseguida afloja la cincha, acomoda prolijamente el recado, ata el poncho á los tientos, desprende la manea.

El moro, que también ha comprendido, escarba alegremente el suelo.

Por cinco minutos, el gaucho permanece pensativo, las riendas en la mano y la mano apoyada en la cabezada del basto. En el instante en que alzaba el pie para estribar, una voz sonó á su espalda.

—¿Te vas asina?...

Volviendo la cabeza, pero sin cambiar de actitud, Juan respondió:

—Dejuro... ¿De qué otra laya iba á dirme?

Suspiró la moza, acercóse al jinete y exclamó con pena:

—¡Cómo has cambiao, Juan!... ¡Cómo te has vuelto malo!... ¡Qué diferencia de antes, cuando sabías bailar conmigo y decirme al oído cosas lindas!...

—Las palabras, Malvina, son como las flores cuya lindura y cuyo perfume se concluyen entre dos viajes del sol.

—Tus palabras de entonces yo las guardo en la memoria como si juesen flores secas venidas de uno que me quiso y se murió...

El gauchito fijó sus ojos de cálida mirada en la atristada fisonomía de Malvina. Con cariño, pero con firmeza, dijo:


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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Puesta de Sol

Javier de Viana


Cuento


Sinforoso y Candelario, eran los dos peones más viejos de la Estancia. Debían ser zonzos los dos, porque ya empezaban a envejecer, en una vejez que atesoraba trabajos sin cuento, y seguían tan pobres como cuando, jóvenes ambos, entraron en el establecimiento para recojer la tropilla en las mañanas, encerrar en la tarde los terneros de lecheras y hacer mandados a toda hora.

Eran viejos ya, Candelario y Sinforoso.

Como sus existencias habían bostezado juntas, pegada una a la otra, se conocían de la cruz a la cola y no tenían nada que decirse. Sin embargo, todas las tardes, concluido el trabajo de aradores a que finalmente les habían destinado, se iban al galpón, avivaban el fuego, calentaban agua, verdeaban y charlaban.

¿Qué podrán decirse aquellos dos hombres? Nada. Pero hablaban, hablaban, diciendo «nada o, lo cual en ocasiones y para ciertas personas, resulta lo más difícil de decir. Ellos lo ejecutaban por hábito...


* * *


El galpón, largo de veinticinco metros, tenía al frente una arcada mirando al campo. Puerta no tenía. En el fondo se amontonaban los cueros de oveja y los cueros de vacuno, juntos con herramientas de labranza. Allá por el medio, el fogón. Junto al fogón, mateando, Sinforoso y Candelario, charlaban.

—Ta dura la tierra.

—A sigún ... pal bajo no'stá mala.

—Si no apuramo, va venir tarde la siembra.

—Pal cañadón va precisar tres fierros por qu’está plagao de abrojos.

—¿Y en el aito?... ¡La chinchilla d'asco!... ¿No está medio frión?. ..

—No, tuavía está güeno... ¡Pucha! ¡los bichos coloraos m'están comiendo!...

—Frieguesé con caña.

—Se m’acabao. Pue que mañana baya a la pulpería, ansina le doy tempranito un galope al pangaré, pa bajarle la panza. Ta medio pesao.

—Dejuro, de ocioso... Tengo ganas de firmarlo en la penca'e Palacios...


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2 págs. / 4 minutos / 95 visitas.

Publicado el 4 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

Prosiando

Javier de Viana


Cuento


A Bernardo Maupeu.


Como cueva de peludo era el potrero. Serpeante senda, tan angosta que las zarzas castigaban ambos flancos del caballo, y tan bajamente techada por el entrecruzamiento de las ramazones que debía el jinete mantenerse todo el tiempo echado sobre las crines; larguísima y obscura senda, en parte cortada por canalizos, en sitios obstruida por troncos atravesados, conducía al playo liso, limpio y verde, donde los matreros reposaban en absoluta seguridad.

Afuera, en el campo libre debía estar sobrando luz todavía, porque aún no habían vuelto las palomas de su excursión a los rastrojos, ni cantado la calandria la oración de silencio; pero allí, en el potril diminuto, enmurallado por árboles de veinte metros de altura y con más ramas que hijos tiene un matrimonio pobre, amulatábase el cielo y podía darse por ido el día.

Al pie de un vivaró que se alzaba a manera de torrejón sobre la chusma montaraz, el viejo don Tiburcio y el imberbe Saturno cimarroneaban y proseaban a la espera de los compañeros que salieron al mediodía en busca de carne.

Las circunstancias, el sitio, la hora, todo era propicio a la meditación, a pasar revista al pretérito, desgajando, descascarando, poniendo al descubierto el "cerno" del palo, lo que resiste, lo que perdura, lo que deslinda y orienta.

Decía el viejo:

—Asina es j'el destino 'e los hombre... Pero yo siempre he creído qu'el destino no es un bicho ciego que sacude palo p'acá y p'allá, sin carcular ni eligir, voltiando lo mesmo al inocente y al indino... No; qué querés: no creo. El destino no marca asina no más, al puro ñudo, sino que cuando tira una lechiguana pa un lao y desparrama la yel pal otro, razón no le ha de faltar p'hacerlo.


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2 págs. / 4 minutos / 30 visitas.

Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Por Ver a la Novia

Javier de Viana


Cuento


Rojeaba el naciente y se presentaba, una de esas serenas, encantadoras mañanas de otoño. El mozo recogió de la soga al overo, que estaba “alivianándose” desde tres días atrás, lo rasqueteó y cepilló prolijamente, le emparejó el tuzo, le arregló los vasos, limpiando con maestría el “candado”, y empezó a ensillar con las prendas de lujo. Entre los dos “cojinillos” de piel de alpaca, colocó el chiripá y la camiseta de merino negro, primorosamente bordados. Y apuntaba el sol, cuando montó a caballo y emprendió trote, internándose en la desolada soledad de la llanura pampeana. No existían caminos, no se columbraba un árbol ni una vivienda humana. Al acercarse el mediodía desmontó al reparo de un ombú caritativo. Desensilló, fué a darle agua al flete, en un manantial vecino, le bañó el lomo y lo ató a soga, utilizando la daga como estaca. “Churrasqueó” la lengua fiambre que llevaba, tendió el poncho bajo las frondas del ombú, y se dispuso a dormir una hora de siesta... Y a la hora justa tornó a ensillar, montó y prosiguió el viaje. Ni reloj ni brújula necesitaba: la altura del sol dábale la medida del tiempo, y bastaba su tino para orientarlo en el verde mar de la llanura... Al obscurecer, llegaba a la estancia, donde había casorio y baile y donde habría de encontrarse con su prometida. Desensilló, largó el overo, que se revolcó, dando sin dificultad “la vuelta entera”; merendó y toda una noche de “gatos”, “cuecas” y “pericones”, no lograron fatigar sus piernas de centauro...

“Parece que ha troteado fuerte” —observa uno; y él responde:

“No; treinta leguas no más; a gatitas ha sudao el overo...”


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Por un Olvido

Javier de Viana


Cuento


A Enrique Queirolo.


Invierno aborrecido aquel!... Era un llover que parecía que el cielo se hubiese agujereado por todas partes; y los vientos medio como locos, remolineaban, corriendo de aquí para allá, chiflaban con rabia y tan pronto se agachaban, arrastrándose por el suelo, barriendo el campo, y cacheteando bárbaramente a los árboles, como subían al cielo, llevándose por delante a los pájaros que se inclinaban, como buque que se va a pique.

—Y el frío!... ¡Virgen santísima!... El frío andaba suelto, mordiendo carnes con ferocidad de perro cimarrón.

A todo esto el sol, el único que podía sujetar un poco a aquellos tres bandidos,—la lluvia, el viento y el frío,—asomaba un poco la cabeza, miraba con un ojo solo, y se mandaba mudar en seguida, sin lástima, no digo por los hombres, pero al menos por los árboles y por los pobres corderitos recién nacidos.

¡Qué invierno canalla!

Recuerdo una vez, estaba anocheciendo y Paulino Suárez había desuñido junto al paso real de las Mulas. El arroyo estaba hondo, y si caía un chaparrón, el paso atrancado y un par de días de demora, pagando pastoreo en campo más pelado que badana.

Paulino Suárez, es claro, estaba con un humor de perro viejo acosado por la sabandija.

—¡Echa más leña, gurí!—de rezongó al muchacho que, arrollado junto al fogón, temblaba de frío lo mismo que cachila al pie de una masiega.—Y todavía no se había enderezado el chico, cuando ya el padre gritaba:

—¡Pero sopla el juego, haragán! ¿No ves que m'está augando el humo'?...

En eso se oyó a lo lejos el prolongado y triste rechinar de una carreta. El viejo prestó el oído y dijo:

—Son las carretas del pardo Serapio. ¡Siempre cachaciento el pardo!...


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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Por Qué Basilio Mató un Fraile

Javier de Viana


Cuento


Al sentir la detonación del escopetazo y ver caer del caballo al padre Jacinto con la cabeza deshecha, Alfonso, horrorizado, taloneó al matungo, le aflojó la rienda, cruzó a galope el vado y siguió a escape por el camino real, sin dirección y sin propósito.

Iba huyendo, simplemente. Iba huyendo de la espantosa escena presenciada. En los tres años que llevaba al servicio del padre Jacinto, había tenido oportunidad de ver muchos muertos, y de ver morir; pero nunca había visto matar a nadie.

Al pasar, disparando por frente a la comisaría rural, un milico que lo vió y supuso iba con el caballo desbocado, montó, salió a su encuentro y lo detuvo.

El chico sintió crecer su espanto, porque para la mentalidad objetivadora de las sencillas almas campesinas, un crimen es un triángulo con tres vértices igualmente aguzados y peligrosos: el delincuente, la policía y el juez.

La turbación del muchacho, infundió sospechas. Se le sometió a un interrogatorio y él respondió contando lo que sabía y lo que había visto. Su declaración decía textualmente así:

«El jueves cinco salimos de la villa San Pedro, el padre Jacinto y yo para hacer una gira por la campaña. El padre Jacinto era un cura jovencito, recientemente nombrado teniente en la parroquia. Parecía muy pobre, y el párroco, que era viejo y achacoso, le cedió la oportunidad de ganarse muchos pesos, casando y cristianando en excursión campera.

«Habían andado ocho días con resultado bastante halagüeno. Realizaron muchos casamientos y la mar de bautizos, lo que importó una buena suma de dinero y con muy escasos gastos, porque el alojamiento siempre era gratuito y aún no se había consumido una tercera parte de la damajuana de agua bendita que Alfonso llenó en la cachimba del fondo de la iglesia.


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3 págs. / 6 minutos / 48 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Por No Doblarse

Javier de Viana


Cuento


A mi amigo, el ilustre gobernador de Corrientes, Dr. Juan Ramón Vidal.


En lo más obscuro de lo más hondo del monte; en algo como una ampolla que formaba la selva,—una ampolla reventada al término de la senda de pumas que iba en caprichoso caracoleo, desde la vera pantanosa hasta la barranca que contiene el furor de la laguna;—en el medio de una glorieta cerrada y toldada por lapachos más viejos que Nembucú,—el bisabuelo de mi bisabuelo,—humeaban los tizones de un fogón recién apagado.

La mucha sombra que envolvía el diminuto potril, parecía aumentar el silencio de aquel sitio agreste y espinoso en que hasta las aves consideraban con respeto la majestad protectora de sus troncos envejecidos y endurecidos en lucha inmemorial con los pamperos que soplaban de arriba y las aguas que castigaban de abajo en las crecidas insolentes de otoño.

De un lado del fogón estaba Cantalicio, mordiendo la bombilla de lata del amargo, encontrado singularmente amargo aquella tarde.

En frente estaba Eloíso, con su cara apacible y serena, semejante al tronco seco de un ceibo viejo cuya copa continúa verdeando de hojas y rojeando de flores.

De pronto, Cantalicio, dijo:

—Hermano, ya m'encomienza á jeder la vida?...

Y Eloíso, apretando el cigarrillo entre sus labios color de camalote arrancado, contestó:

—Hum!...

—Estoy cansao;—continuó el del mate, tirando el mate sobre la yerba,—¿Pa qué hacerle botón á un lazo que no tiene presilla?... ¿No te parece?...

—¡Hum!

—Hasta aura, dispués del primer rajón dao en el poncho 'e la vida, fi cosiendo; pero aura se mi hace que y’ estoy como carona 'e negro: más tientos que cuero!... ¿No hayás?

—¡Hum!....

—¡Qué vida!... Condenado á peliar jaguaretés y vivir como vizcacha por haber muerto una perdiz... ¿No es triste?...


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3 págs. / 5 minutos / 41 visitas.

Publicado el 25 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

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