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Justicia

Javier de Viana


Cuento


Dalmiro, mocetón de veintiocho años, era hijo único de Paulino Soriano, rico hacendado en las costas del Yi.

Muerta doña Inés, la patrona, la familia, compuesta de Paulino, Dalmiro y Josefa, —sobrina huérfana recogida y criada en la casa,— holgaba en el caserón.

Cierto que la servidumbre era numerosa: negras abuelas de motas blancas, negras jóvenes y presumidas con su tez de hollín y sus dientes de mazamorra, y un cardumen de negritos y negritas que al arrastrarse por el patio parecían pichones de patos picazos.

Pero todos eran silenciosos.

La adustez del patrón no necesitaba voces para imponerse.

No era malo el viejo gaucho; pero su exagerado espíritu de orden, respeto y justicia, le imponían una rígida severidad.

Amando entrañablemente a su hijo, éste creíalo hostil.

Dalmiro era indolente en el trabajo, brusco en sus maneras, provocativo en su decir; en tanto Bibiano, un peoncito de su misma edad y criados juntos, distinguíase por su incansable laboriosidad, su modestia, su comedimiento y sensatez.

Eran compañeros inseparables y con harta frecuencia don Paulino amonestaba a su flojedad y sus arrebatos, elogiando de paso a Bibiano.

—¡Usté nunca me da razón! —exclamó amoscado, cierta ocasión.

—Porque nunca la tenes, —replicó, severo, el anciano.

Desde entonces el “patroncito” comenzó a tomarle rabia al compañero. Y esa malquerencia fué subiendo de punto al enterarse de que Bibiano requería de amores a Josefa, que ella le correspondía y que don Paulino miraba con agrado la presunta unión.

Y Dalmiro, que nunca se había preocupado de su prima, quiso interponerse, y comenzó a perseguirla, más que con ruegos amorosos, con imposiciones y amenazas. Rechazólo la moza, y ante las lúbricas agresividades de Dalmiro, se vió obligada a poner en conocimiento del patrón lo que ocurría.


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1 pág. / 2 minutos / 37 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Huevo Guacho

Javier de Viana


Cuento


Don Plácido y doña Mariquita son dos muchachos de cabellos blancos. El anda orillando los sesenta y ella pisa ya el umbral del medio siglo.

Al verlos, bajo el verde parral del patio de la Estancia, en las mansas tardes del estío, se les tomaría por un casal de chicuelos con pelucas enharinadas.

Ambos son, en efecto, de pequeña estatura, regordetes, de rostro fresco y sonrosado, de vivos ojos y de unas dentaduras tan blancas, sanas y parejas que causarían envidia a un mocetón congolés.

Misia Mariquita tejía, con ágiles dedos, una colcha de crochet, empezada en el invierno anterior y a la fecha a medio hacer.

Don Plácido leía «Mundo Argentino», que le llegaba los viernes y que al final del viernes subsiguiente aun no lo había concluido de leer.

Durante horas y horas, hasta que empezaba a apagarse el día, la chinita Pampa «acarreaba» el mate dulce, con cáscara de naranja y azúcar quemada, para la patrona; en tanto, el negrito Tordo iba y venía incesante con el amargo para el patrón.

Y uno leía y la otra tejía, pero interrumpiendo con frecuencia sus respectivas ocupaciones para bromearse mutuamente.

—Me parece que antes que vos concluyas esa colcha va’parir la yaguané machorra...

—Y en antes que vos acabes de ler el «Mundo» van a pasar dos veranos... Cuatro, cinco, seis...

—¡Sos inorante!... ¿Te pensás qu’el «Mundo» es un campito como el nuestro, que en dos horas, se recorre al tranco?...

—¡Callate vejestorio!... Siete, ocho, nueve...

—¡Mirá, mirá! —exclamó alegremente don Plácido, cogiendo un mechón de cabellos de su esposa;— mirá, mirá!... ti ha salido un pelo negro! t’estás golviendo moza!...

—¡Sosegate, impertinente! —manifestó ella con fingido enojo;— ya m’hiciste equivocar los puntos, y tengo que deshacer la hilera... Uno, dos, tres...


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3 págs. / 5 minutos / 30 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Filosofía

Javier de Viana


Cuento


—Nunca carece apurarse pa pensar las cosas, pero siempre hay que apurarse p'hacerlas, —explicaba el viejo Pancho.— Antes d'emprender un viaje se debe carcular bien el rumbo y dispués seguirlo sin dir pidiendo opiniones que con seguridá lo ostravean.

Y si hay que vandiar un arroyo crecido y que uno no conoce, por lo consiguiente, cavilar pu'ande ha de cáir y pu’ande v'abrir y cerrar los ojos: Dios y el güen tino lo han de sacar en ancas.

Dicen que “vale más rodiar que rodar”, pero yo creo que quien despunta un bañao por considerarlo fiero, o camina río abajo esperando encontrar paso mejor, o quien ladea una sierra temiendo espinar el caballo, no llega nunca o llega tarde a su destino.

—¿Y pa casarse? —preguntó irónicamente al narrador, celibatario irreductible, don Mateo.

—Pa casarse hay que pensar muchísimo. De día cuando se ve la novia y está cerca; de noche cuando está lejos y no ve... Pa casarse hay que pensar muchísimo, y...

—¿Y?...

—Y cuando se ha pensao muchísimo, sólo un bobeta se casa.


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1 pág. / 1 minuto / 119 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Filosofando

Javier de Viana


Cuento


Durante el día se trabajó fuerte en la estancia de los Horcones, recorriéndose todos los vericuetos del campo, escudriñando los montes, arreando toda la hacienda a los rodeos, para el recuento general de fin de año.

A la noche, en la cocina, los peones amargueaban y jaraneaban sin sentir cansancio, sin que las doce horas de rudo trabajo continuo hubiese ablandado sus músculos.

Estaban allí cuatro mozos y un viejo. Este en medio de la rueda, narraba aventuras y reía anécdotas con verbosidad andaluza, sin quitar de la boca la bombilla, porque, circulaban dos mates, y él apañaba los dos, como cordero endoblado.

—Una ocasión, —decía,— allá pu’el Entre Ríos cerquita ’e Chajarí...

—¿Usté ej entrerriano? —interrumpió un mozo.

—Si... Cuando Urquiza era gobierno...

—¡Toro lindo, Urquiza!... ¿no?...

—Torazo... Díbamos una tropilla’e muchachos...

—¿Usté era muchacho entonce, don Cesáreo?...

—¡Dejuro!... Alguna vez juí muchacho... ¿O te pensás, poca abierta, que a mi me parieron viejo?...

—No, pero ha de haber tiempo d’eso...

—¡Añares!... Pero miren, che, si me van a estar pialando las palabras en cuanto pisan la puerta ’e la manguera e’ la jeta, es más mejor que deje...

Rieron los peones y el viejo disponíase a continuar, cuando fué interrumpido por la voz colérica de Paula, la piona, que en la puerta de la cocina gritaba:

—¡A ver, pues, si me dá lao!...

Estas palabras iban dirigidas a Pedro, un gauchito taciturno, que estaba allí, recostado al marco, ajeno a la charla de sus compañeros.

—¡Está bien, dona!... —replicó el mozo con voz suave y triste.— ¡Pero pa eso no tiene necesidá de empujarme con la pata, como si juese perro echao junto al fogón!...

—Si usté no estuviese siempre atravesao en la puerta como un jueves en medio’e la semana!...


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Publicado el 7 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

En la Orilla

Javier de Viana


Cuento


Al eximio pintor nacional Pío Collivadino.


Casi en seguida de cenar, apenas absorbidos dos cimarrones, Santiago abandonó el balcón y fué á recostarse al cerco del guardapatio, recibiendo con fruición la gruesa garúa que no tardó en empaparle la camisa. Con el cuerpo en actitud de absoluto abandono, con el chambergo en la nuca, tenía la mirada persistentemente fija en el horizonte obscuro.

En su mente de baqueano desarrollábase, con precisión de detalles, todo el paisaje borrado por las sombras: la loma acuchillada; un cañadón pedregoso, tras el cual el alambrado y la cancela, abriéndose sobre el camino real que corre, casi en línea recta, cosa de cinco leguas hasta el fangoso y temido paso de la Espadaña en el sucio Cambaí; después, cortando campo —y cortando alambrados— se podía, en cuatro horas de buen galope, ganar la frontera brasileña; en total, unas veinte leguas, una bagatela, no obstante estar pesados los caminos con la persistente llovizna de tres días...

Más de veinte minutos permaneció Santiago en muda contemplación; y más tarde, trasponiendo el guardapatio, fué hasta donde pacía, atado á soga, su doradillo. Le tanteó el cogote, le palmeó el anca, le acarició el lomo, y volvió, con calmosa lentitud, hacia las casas. Penetró en su cuartito; puso sobre el cajón que le servía de baúl el cinto, la pistola y el facón; armó y encendió un cigarrillo y se tiró vestido, boca arriba, sobre el catre de cuero, aflojándole la rienda al pingo de la imaginación.

Estaba tranquilo. La agitación febril de los días anteriores desapareció cuando su espíritu se hubo detenido en una resolución irrevocable: Bonifacio no se casaría con Josefa por la suprema razón de que los muertos no pueden desposarse.


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2 págs. / 4 minutos / 34 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

El Mancarrón

Javier de Viana


Cuento


Un caballo que plantado sobre sus cuatro patas avejigadas, con las ranillas peludas, abrojientas las crines y la cola, lanudo el pelambre, estira el pescuezo, agacha la cabeza y ni se queja mientras la cincha cruel, de la que apenas quedan cinco o seis hilos, le oprime la panza abultada, dilatada por su habitual alimentación de pastos ruines, es solamente “un caballo”; es algo menos que un caballo, es un “mancarrón”.

Es feo, es desgarbado. No es, generalmente, viejo, sino envejecido.

Es fuerte todavía.

Aguanta todo un día cinchando leña en el monte y no se queja por que después de haberlo galopado a lo largo de veinte leguas, lo desensillen al anochecer y lo larguen al campo, bañado en sudor, para que sus pulmones desafíen el horror de las heladas invernales.

Es humilde, es dócil y ha dejado de presumir.

Cuando algún peoncito zaparrastroso, —de mucha melena y pata descalza,— lo hacía formar en la orilla del camino entre los espectadores de una “carrera grande”, él, con el pescuezo estirado y la cabeza gacha, ni tentaciones experimentaba de comparar la miseria del “apero” que le vestía, con los “herrajes” de plata y oro de sus vecinos, fletes de lujo cuando no “parejeros” a la expectativa de un lance.

Y cuando “soltaban” la carrera y los contendientes pasaban en frenético galope entre el estruendo de aplausos, de gritos, de incitaciones, —que les hacían redoblar energías, espoloneados por el orgullo del triunfo,— él, que en un tiempo fué parejero que en más de una ocasión experimentó esas sensaciones de arrogante desafío, de ansias de victoria, permanecía indiferente, agachadas las orejas, fijos los grandes ojos tristes en el suelo árido, pelado, que no ofrecía ni la amarillenta raíz de una sosa pastura a su estómago veterano en hambrunas.

Mancarrón...


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1 pág. / 1 minuto / 38 visitas.

Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

¡El Lobo!... ¡El Lobo!...

Javier de Viana


Cuento


Era un muchacho enclenque, las piernas increíblemente flacas, arqueado el torso, hundido el pecho, demacrado y pálido el rostro, donde los grandes ojos obscuros estaban inmovilizados en eterna expresión de espanto.

Tenia quince años; se llamaba Cosme, pero sólo le llamaban El idiota.

Vivía El idiota con un viejo puestero sin familia, cuyo rancho dormitaba a dos cuadras del Arroyo Malo. En el arroyo pasaba el chico casi todo el día, todos los días, pescando que era cuanto sabía hacer. Algunos suponíanlo al viejo don Pancho abuelo del idiota: pero eso no era cierto. Si lo tenía consigo, era obedeciendo a órdenes del patrón, quien le había cedido el rancho de la finada Jesusa, encargándolo al mismo tiempo del cuidado del huérfano, que contaba ocho años en la época de la desgracia.

Refiriendo ésta, volaban muchas narraciones distintas, bordadas todas ellas con comentarios absurdos. La verdad parece ser así:

El patrón don Estanislao era ya maduro cuando se casó con la viuda doña Paula, la mujer más mala que haya nacido en el pago del Arroyo Malo, desde el tiempo de españoles hasta ahora. Sus celos lo tenían medio loco a don Estanislao, que era hombre bueno, aún cuando la cara enorme, la cabeza cerduda, la nariz chata, los ojos saltones y los rígidos bigotes le dieron un cierto aspecto feroz de lobo fluvial.

Los celos de doña Paula se enredaban en todo bicho que gastase polleras, fuese joven, fuese viejo, rubio, pardo o negro. Ni la lógica, ni las posibilidades, ni la verosimilitud intervenían para nada en sus agravios. Don Estanislao estaba ya a punto de enllenarse, cuando su consorte descubrió las relaciones que en un tiempo tuvo con Jesusa, la puestera del Arroyo Malo... ¡Ardió el campo!...

Al fin de dos meses de vida envenenada, Estanislao se dijo una mañana:

—¡Este animal no me va a dejar ni cebo en las tripas !... Hay que buscarle remedio.


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Publicado el 1 de enero de 2023 por Edu Robsy.

El Gato

Javier de Viana


Cuento


Ningún animal ha sido más discutido que el gato; ningún otro ha tenido a la vez tantos entusiastas panegiristas y tantos enconados detractores; prueba evidente de su superioridad. Es el primer ácrata, el fundador del individualismo, altanero, consciente de sus derechos y sus deberes. Tiene una misión que cumplir en el hogar que lo alberga, y la cumple sin agradecimientos serviles por la hospitalidad y con profundo desdén por el aplauso y la alabanza. Es altivo y valiente. Ocupa poco espacio en la casa, pero ese espacio es suyo, como lo es su personalidad. Si lo fastidian, araña y muerde; si lo provocan, hace frente y se defiende sin considerar el tamaño ni las armas del adversario. No se mete con nadie ni admite que nadie se meta con él. No carece de afectos y sabe corresponderlos a quien, se los profesa, pero sin humildades, sin bajezas, sin adulonerías; trata a todos de igual a igual. Su soberbio individualismo no se prostituye jamás, ni ante la necesidad ni ante la amenaza.


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

El Deber de Vivir

Javier de Viana


Cuento


A Carlos Roxio.


Un chamberguito color de aceituna, con la copa deformada, con las alas caídas, tapábale a manera de casquete la coronilla, dejando desbordar la melena gris amarillo, ensortijada y revuelta, acusando escasas relaciones con el peine; la cara pequeña, acecinada, hirsuta, con su nariz fina y curva, con sus pómulos prominentes, con los ojillos azul de acero, con sus labios finos, torcidos hacia un lado por "la continuación del pito", ofrecía una indefinible expresión de bondad, de astucia, de fuerza, de penas pasadas, de energías en reserva.

Cubierto el busto, huesudo y fuerte, por una camisa de lienzo, metidas las piernas en amplio pantalón de pana,—roído y rodilludo.—y los pies en agujereadas alpargatas de lona, mojadas con el rocío, esgrimiendo en la diestra, grueso y nudoso bastón de tala —respeto de canes— llegó a la cocina en momentos en que don Timoteo, en cuclillas soplaba el fuego a plenos plumones.

—Ostia! Cume hace frío cuesta mañana!—dijo a manera de saludo.

El viejo, sin volver la cabeza, habituado como estaba a la matutina visita de su vecino—respondió:

—Dejuro; mitá de agosto... Una helada macanuda...

Sin sacarse el sombrero de la cabeza, ni la pipa de los dientes, ni abandonar el garrote, don Gerónimo, el gringo don Gerónimo, el viejo chacarero,—tomó un banquito y arrimándolo al fogón, sentóse en silencio, esperando que el fuego ardiera, y chillase el agua de la pava, y preparara don Timoteo el cimarrón del desayuno.

Humeó el sebo sobre los tizones y a efectos de un recio soplido, brotó la llama, incendiando la hojarasca y llenando de luz rojiza la estrecha y negra cocina.

El viejo paisano se sentó sobre un trozo de ceibo, se sacó el pucho que tenía detrás de la oreja, cogió una rama encendida, prendió, chupó, y recién entonces dio vuelta y miró al visitante, diciéndole:

—¿Qué tal?


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Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

El Crimen del Viejo Pedro

Javier de Viana


Cuento


En el pago de Quebracho Chico había un viejo que cuando era muchacho todos lo nombraban simplemente «Pedro», y más tarde «Pedro Lezama», y después «el viejo Lezama» y al último, «el Viejo» nada más.

En el pago de Quebracho Chico había, naturalmente, muchos viejos; pero cuando se nombraba «el viejo», así, a secas, todo Dios sabía que era refiriéndose al viejo Pedro Lezama.

Nadie sabía a ciencia fija su edad; pero echando cálculos, a ojo de buen cubero, coincidían los comarcanos que por lo menos un rodeo de vacunos y dos o tres majadas habían pasado por sus tripas, y que con las cuerdas de tabaco negro que había pitado, se podía hacer un lazo largo como para enlazar las siete cabrillas del cielo.

Era muy viejo; muy viejo, pero lo extraordinario era que parecía haber nacido viejo o no haber envejecido, porque a través de los años y las generaciones que lo contemplaban, era una cosa siempre igual, como el sol, como la luna, como el río, como la loma, como el bajo, como las piedras del cerrillo que enorgullece el pago.

Las depresaciones que el tiempo operaba en su físico, no se advertían, a fuerza de perdurar invariable su espíritu, su pensar, su ser expresivo.

De chico fué un infeliz, sumiso, inofensivo, siempre dispuesto a hacerse a un lado para dar paso a otro, u otros que venían de atrás empujando y que lo dejaban atrás por la simple audacia del empujón. Si alguno le pisaba la cola a un perro, casi siempre él estaba al lado y el perro lo mordía a él y con frecuencia recibía, sobre la mordedura, un rebencazo del capataz o del patrón o de un peón cualquiera, por haberle pisado la cola al perro.

Y en su mocedad y en su edad madura y en su vejez, siguió siempre pisándole la cola al perro y siempre con las mismas consecuencias desagradables.


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3 págs. / 5 minutos / 56 visitas.

Publicado el 16 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

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