El Gato
Javier de Viana
Cuento
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Mostrando 281 a 290 de 305 textos encontrados.
autor: Javier de Viana etiqueta: Cuento textos disponibles
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Se llamaba Juan Fierro.
Durante los primeros treinta años de su vida fue simplemente Juan. El segundo término de la fórmula de su nombre parecía irrisorio: ¡Fierro, él!...
Era blando, dúctil, sin resistencia. A causa de su propensión a abrirle sin recelos la puerta de la amistad al primer forastero que golpeara, no llegó a quedarle más que un caballo de su tropilla, un mal pabellón en el recado, una camisa en el baúl y el calificativo de zonzo.
Llegado a esa etapa de su vida, ya no tuvo amigos. Por cada afecto sembrado, le había nacido una ingratitud. Sin embargo, heroico y resignado, doblaba el lomo, cavaba la tierra, fertilizándola con el riego de sudor de su frente, echando sin cesar al surco semillas de plantas florales y semillas de plantas sativas.
Cosechaba abrojo que pincha y miomio que envenena. Y a pesar de ello proseguía siendo Juan, sin que por un momento le asaltase la tentación de ser Fierro.
Empero, si es verdad que en el camino se hacen bueyes y que el clavo de la picana concluye casi siempre por abatir las más orgullosos altiveces, también es verdad que el rebenque y la espuela usados en forma injusta y desconsiderada, suele convertir al matungo más manso.
Tal le ocurrió a Juan Fierro.
A los treinta años presentaba un aspecto de viejo decrépito. Su rostro enflaquecido agrietábase en arrugas. Sus ojos fueron perdiendo poco a poco el brillo y tenían la lumbre triste de un fogón que se apaga, ahogadas las brasas por las cenizas. Sus labios, que ni la risa ni los besos calentaban ya, evocaban la tristeza de la arpa desencordada, en cuya gran boca muda ya no brotan las melodías que otrora hicieran estremecer en sensación voluptuosa la madera de su alma sonora...
Los pocos que todavía llegaban a su casa juzgaban mentalmente:
—Este candil se apaga.
O si no:
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Publicado el 30 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.
Los mellizos Melgarejo eran tan parecidos físicamente, que, a no estar juntos, resultaba difícil, aun a quienes a diario los trataban, saber cuál era Juan y cuál Pedro. Sus temperamentos, en cambio, contrastaban diametralmente. Expansivo, audaz y valentón, Pedro; reconcentrado, tranquilo y prudente, Juan. Pedro hería constantemente a Juan con ironías sangrientas. Cuando alguien expresaba la dificultad de distinguirlos, él acostumbraba decir:
—Es fácil: insultennós... Si es mi hermano, afloja; si soy yo, peleo. He oído decir que en el cristiano, la mitad de la sangre es sangre, y la otra mitad es agua... Cuando nosotros nacimos parece que yo me llevé toda la sangre y Juan el agua... ¡Pobre mi hermano!... ¡Es flojo como tabaco aventao!...
Cierta tarde de domingo, en la pulpería Juan estaba por comprar unas bombachas... Pedro entró en ese instante y dijo con hiriente sarcasmo:
—¿Por qué no te compras mejor unas polleras?...
Rió de la ocurrencia. Empurpúresele el rostro a Juan, quien exclamó airado:
—¿Querés probar quien de los dos es más guapo?... ¡Comprométete a acetar lo que yo proponga!. ..
—¡Acetao!
Juan extendió entonces la mano izquierda sobre el mostrador, y dijo a su hermano:
—Poné la tuya encima.
Pedro la puso... Y entonces el otro, desenvainando la daga y con un golpe rápido, dejó las dos manos clavadas al madero del mostrador...
Ninguno de los dos lanzó un quejido; ninguno de los dos hizo un ademán ni manifestó un gesto de dolor.
-Y aura... ¿qué decís? —preguntó Juan.
—Que sos mi hermano —respondió Pedro.
—¿Saco la daga?...
—Sacala o dejala... ¡a tu gusto!...
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
La barranca, cortada a pique. Diez metros más abajo, el río, ancho, silencioso, argentado por pródigo baño de luz lunar. A tres metros del borde de la barranca, la selva; la selva alta, apiñada, hirsuta y agresiva.
Es pasada media noche. Casi absoluto silencio. En su sitio habitual, sentado al borde del barranco, colgando las piernas sobre el río, «pitando» de continuo, y con frecuencia echando mano al porrón de ginebra, don Liborio —el pescador famoso— esperaba pacientemente que los dorados, surubíes o pacús, se decidieran a morder en alguno de los tres anzuelos de los tres aparejos, horas hacía, sumergidos en la linfa.
Noche serena, de mucha luna y con las aguas en violento repunte, no era nada propicia para la pesca. Un axioma. Pero don Liborio no se impacientaba. Profesional, sabía que el éxito de la pesca estriba en la paciencia. Hay peces vivos y peces zonzos. Empeñarse en atrapar los primeros es perder el tiempo. Carece esperar, hacerse el zonzo y con esa táctica siempre cae de zonzo algún vivo.
Cuando, de pronto, crujieron las ramas, denunciando que alguien avanzaba por la estrecha vereda que conducía al playo pesquero, don Liborio no se dignó volver la cabeza: de pumas, ya ni rastros quedaban en la comarca; malevos, algunos; contrabandistas, muchos; pero todos amigos: él era como cueva de ñacurutú, campo neutral, donde solían albergarse, fraternalmente, peludos y lechuzas, aperiases y culebras.
Recién se dignó volver la cabeza cuando una voz conocida dijo a su espalda:
—Güeña noche, don Liborio...
—Dios te guarde, hijo... ¡Ah! ¿Sos vos Ulogio?...
—Yo mesmo.
—¿Y qué venís'hacer a esta hora, en la costa’el rio?...
—A pescar, no más.
—Yo creiba —replicó maliciosamente el viejo— que vos sólo pescabas en el pueblo, pescado con polleras ...
Y él, compungido:
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Publicado el 6 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
A Leoncio Monge.
—Hermano ¿cómo es el estilo de aquella décima que cantó el Overito en la reunión de Tabeira?
—No mi acuerdo.
— ¿No es así?
Y Pepe López, apoyado en el mango del hacha, silbó un estilo.
—¿Es ese?
—Puede. No mi acuerdo.
Y cubierto de sudor el rostro color de arcilla, bien afirmado sobre las recias piernas desnudas, Evaristo tornó a levantar el hacha que, con ritmo lento y majestuoso, caía sonoramente sobre el tronco grueso y duro de una arnera.
Pepe López se escupió las manos y continuó embistiendo a su árbol.
Durante un cuarto de hora sólo se oyó el ruido sordo de las herramientos mordiendo la leña viva. El sol caía a plomo sobre la gramilla y las zarzas y los árboles abatidos en el reducido potril. En el contorno, los guayabos, los coronillas, los virarós apretados, estrechadas sus armazones que habían resistido a los zarpazos de los vientos, se inmovilizaban, serenos y nobles, con la tristeza augusta del héroe que va a morir una muerte obscura. Las pavas del monte, escondidas en lo más hondo y obscuro, lanzaban su queja en un canto semejante a un ruego. Muy arriba, en plena luz solar, sobre penachos de los yatays, las águilas permanecían quietas, silenciosas, solemnes, como los últimos representantes de la raza madre en el martillo.
—Hermano ¿m'empresta su tostao pa dentrar en la penca'e Farías?
—No puedo, lo necesito.
—¿Pa matreriar?
—¡Quién sabe!—replicó Evaristo siempre taciturno.
Pepe López meneó la cabeza y siguió hachando.
—¡Me caigo... y no me levanto! —gritó.—¡Siempre ha de haber un ñudo pa un apurao y un bagual pa un maturrango!... ¡Cuasi me desloma este guayabo que se volió pal lao de enlazar como gringo recién llegao!...
Rió, cantó una vidalita, y luego, con el mismo tono irónico y jaranista, preguntó:
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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.
Habíamos andado todo el día, a tranco de mula por el serpeante camino que a veces cruza en diámetro un vallecito circular, a veces se hunde, a manera de reptil en el amplio túnel formado por las insolentes ramasones de los quebrachos, grandes como catedrales.
Iba cayendo la tarde y teníamos la vista y la mente fatigadas con la incesante contemplación de la selva sin término. Un viento del sur, espantando el bochorno, castigábanos en cambio con el polvo rojizo y sutil de las arenosas tierras de la pampa chaqueña; el tormento del polvo, digno competidor de la saña perversa de mosquitos y jejenes. El cielo mantenía en la inmensidad de su imperio el impertinente azul que enceguece, que domina, que anonada con la monotonía de sus luminosidades.
Saliendo de un laberinto de frondas ásperas y amenazantes, abrióse de pronto ante nosotros un risueño vallecito tapizado con el dañino capihacuá (pasto que pincha), terror de las cabalgaduras a las cuales se obliga a cruzar sobre ellos sin la protección de las polainas de cuero.
Formaba el descampado aquel, una circunferencia casi perfecta en un diámetro no mayor de quinientos metros. Aquí y allá, sobre el tapiz de hierba, gallardeaban las palmas carandaís, la teja natural de las techumbres comarcanas.
Por todas partes la selva lujuriosa rodeaba el valle con alta, ancha, impenetrable barrera, entre cuyos verdes diversos, echaban como una sonrisa los lapachos con las grandes manchas rosadas de sus flores, junto al cobre de los adustos guayacanes y la púrpura imperial de los ceibos. En el centro del playo centelleaba cual pupila de acero un lagunejo de aguas blancas donde bogaban dulcemente, semejando diminutos barcos negros, los pescadores mbiguás.
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Publicado el 9 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.
A Cándido Campos.
¡Si habré yo visto noches endiabladas, de viento, de lluvia, de
frío, de truenos, de rayos, todo revuelto y enfurecido en una negrura de
fondo de zalamanca!... ¡Pero esa noche!... Aquello no era llover, era
diluviar. Parecía que Dios, después de haber abierto los grifos del
cielo, se hubiera ido a matear con San Pedro y que, discutiendo
parejeros, se hubiera olvidado de volver para cerrarlos...
Caía agua como calamidades sobrecristiano sin suerte; y, entreverados con el chaparrón, unos truenos bárbaros, amenazando romper el techo del campo, y unos relámpagos inmensos que corcobiaban en el cielo, jediendo a rayo.
¡Qué noche, madre mía!... Y era en Agosto, con un frío que daba asco.
Yo tenía las botas llenas de agua, la bombacha pegada a las piernas y el poncho, empapado, me pesaba sobre los hombros como si me hubiese caído encima uno de los cuatrocientos novillos gordos de la tropa.
Debo advertir que era en el tiempo de antes puro campo abierto, sin calles alambradas, sin corrales donde encerrar. Y llevábamos tres días, arriando novillada chúcara, liviana de pies, armada en cornamenta, sobrada de bríos, brava y potente como los espinillares del Cebollatí, de donde la habíamos recogido a tarascón de perro en los garrones.
El frío, el sueño, el cansancio, habían hecho de mí algo semejante a una pulpa blandita cubierta de espuma... asquerosa: una de esas pulpas de res flaca y cansada, que ni los perros mascan. Palabra: ¡no exagero!...
Era la primera vez que tropiaba. Los peones me consideraban un tanto cajetilla, y el amor propio me obligó a esfuerzos cpie luego comprendí eran, zonceras y zonceras peligrosas.
Pero vuelvo al relato.
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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.
Tras siete años de ausencia, Delio Malvar retornaba a su provincia.
Obtenido el diploma de médico, tuvo halagadoras ofertas para que se radicase y ejerciese en la capital: su puesto de interno en San Roque le aseguraba el pan; la decidida protección de sus maestros Meléndez y Güeno, —dos celebridades médicas,— le abría las puertas de un porvenir lisonjero.
Sin embargo el gusanillo de la nostalgia comenzó a roerle la entraña y no obraba sólo la nostalgia; había también el imperioso y bien humano deseo de presentarse triunfador en aquel pueblo donde creció en la pobreza, diariamente abofeteado por el desdén o por la compasión de los ricos ignaros.
Cuando el buque aferró, casi en mitad del río lo que Delio vió no fué la playa arenosa ni el alto murallón de defensa, ni los eucaliptos de la plazoleta Berón de Astrada, ni las barrancas gríseas, ni las peñas brunas, ni la península histórica; no advirtió ningún detalle: el «Turagüy» se le fué encima, entrándole de golpe, en un súbito reverdecimiento de todos los recuerdos juveniles guardados celosamente en un repliegue del alma durante la larga ausencia.
La primera semana pasada en el terruño fue de perpetua alegría para el joven médico.
¡Con cuánta satisfacción estrechábala mano de los amigos mareándolos a preguntas !... Todos y todo le interesaba; inquiría noticias hasta de las personas más insignificantes y de las cosas más vulgares, con una volubilidad y una vertiginosidad de chicueío.
—¿Y el negro Damían, el vendedor de chicharrones, vive todavía?...
—¿Se ha casado Ranchita Suárez?
—¿Siempre está igual el cementerio de La Cruz, con su iglesia sombría, sus muros en escombros, sus sepulcros abandonados y la negra, ruinosa tumba del héroe del Pago Largo, profanada por las gallinas y los perros?
Y continuaba así, interminablemente en una especie de prolijo inventario de sus recuerdos.
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Publicado el 7 de enero de 2023 por Edu Robsy.
Estaba obscureciendo cuando don Fidel regresó de su gira por el campo. Los peones que mateaban en el galpón y lo vieron acercarse al lento tranco de su tordillo viejo,—ya casi blanco de puro viejo,—observaron primero el balanceo de las gruesas piernas, luego la inclinación de la cabeza sobre el pecho, y, conociéndolo a fondo, presagiaron borrasca.
—Pa mí que v'a llover—anunció uno.
—Pa mí que v'a tronar,—contestó otro; y Sandalio, el capataz, muy serio, con aire preocupado, agregó:
—Y no será difícil que caigan rayos.
Casi todos ellos, nacidos y criados en el establecimiento, casi todos ellos hijos y nietos de servidores de los Moyano, conocían perfectamente a don Fidel.
Grandote, panzudo, barbudo, tenía el aspecto de un animal potente, inofensivo para quien no le agrediera, temible para quien se permitiese fastidiarlo.
Fué siempre liso como badana y límpido cual agua de manantial. Habitualmente, recias carcajadas hacían estremecer el intrincado bosque de sus barbas, como se estremecen alegres los pajonales, cuando en el bochorno estival, la fresca brisa vespertina, mojada en agua del río, hace cimbrar con su risa las lanzas enhiestas, enclavadas en el cieno del bañado.
Empero, al llegar a la cincuentena, cuando murió su mujer de una manera trágica y algo misteriosa, el carácter de don Fidel cambió en forma sensible.
Normalmente era el mismo de antes, bondadoso y justo, severo, pero ecuánime; mas, de tiempo en tiempo y sin causa aparente, tornábase irascible, violento y atrabiliario, lanzando reproches infundados y sosteniendo ideas absurdas, al solo objeto de que los inculpados se defendiesen, o los interpelados le contradijeran, para exacerbarse, montar en cólera y desatarse en denuestos y amenazas.
Pasada la crisis, volvía a ser el hombre bueno, más suave que maneador bien sobado y bien engrasado con sebo de riñonada.
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Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
Sobre el catre estaba extendida la maleta de lienzo azul, y al lado, esparcidas con descuido, varias piezas de ropa. En tanto hurgaba en el fondo de la rústica caja, extrayendo sus escasas prendas, Silvestre monologaba:
—¡Tanto trabajo que cuesta hacer un nido, y qué fácil qu'es echarlo al suelo!...
—¡Pero cuando se hace se canta y cuando se voltea se llora!...—dijo alguien a su espalda.
Volvió rápidamente la cabeza e iba a responder irritado al importuno; más, reconociéndole, suavizóse la expresión de su semblante y exclamó con humildad y afecto:
—La bendición, padrino...
Un viejo de largos y ralos cabellos canos, adelantó, sentóse al borde del catre y luego contestó:
—No digo «que Dios te haga un santo» porque ya cuasi lo sos... Estee... ¿Estás de viaje?...
El mozo se sentó sobre la caja y casi gimiendo respondió:
—¡Viaje muy largo!...
—¿P'ande vas?...
—¡No lo sé!... ¡Voy pu'ái, pu'el mundo!... ¡La tierra es grande, y ande cabe tanta sabandija ha de haber un rincón pa un hombre honrao!...
—Eso está mal—objetó el anciano.—¡El hombre, pa ser hombre, siempre ha de saber ande va, pu'ande va y a qué vá!...
—¿Y cuando a uno lo echan?
—Naides te ha echao a vos desta casa, qu'entuavía es mía, y lo será, si Dios quiere, hasta que me toque clavar la guampa.
—Usté sabe, padrino, más mejor que yo, que hay muchos modos de espantar un perro.
—M'hijo Facundo no puede haberte espantao a vos, porque te apresea y te quiere cuasi lo mesmo que yo...
—¡Ya sé qu'el patrón es muy güeno!... Pero, en cambio...
—¡En cambio mi nuera es más mala que un alacrán!... ¿Qué t'hizo? Habla...
El mozo resistió un momento, pero concluyó por ceder, a la necesidad de confesar su pena.
Dominio público
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Publicado el 17 de agosto de 2022 por Edu Robsy.