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autor: Javier de Viana etiqueta: Cuento textos disponibles


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Desagradecidos

Javier de Viana


Cuento


Lucía una soberbia mañana de otoño, de luminosidad enceguecedora, de un ambiente fresco, que alegraba el espíritu y despertaba energías: «un día como pa domingo»,—según la frase de Caraciolo.

La recorrida del campo fué un agradable paseo matinal, sin trabajo alguno: los alambrados se encontraban en perfecto estado: con las pasturas en flor, la hacienda estaba inmejorable y en las majadas aún no había dado comienzo la parición.

Sandalio, Felipe y Caraciolo retornaban a las casas, al tranquito, charlando, aspirando con fruición el aire puro, embalsamado con las yerbas olorosas que alfombraban las colinas.

Estando aún a cinco o seis cuadras del galpón, el negro Sandalio levantó la cabeza, olfateó con fruición y dijo:

—Estoy sintiendo el olor del asao... Vamos apurando un poco, porque ya saben que a ese señor si lo hacen esperar se pone todo fruncido.

Felipe haciendo pantalla con la mano y tras ligera observación exclamó:

—En la enramada hay dos caballos ensillados: y si no me equivoco, uno es el zaino del comisario Morales.

—¡Eh!...—exclamó Caraciolo con expresión de disgusto; pues, por lo general la visita de la policía nunca llevaba a los moradores de los ranchos otra cosa que incomodidades e inquietudes.

Llegaron. Felipe no se había equivocado: en el galpón, al lado del fogón, haciendo rueda al costillar que se doraba en el asador, estaban el comisario y el sargento, haciéndole honor al amargo que cebaba el viejo Leandro.

Al respetuoso saludo de los peones, el comisario respondió con amabilidad inusitada:

—¿Qué tal, juventú, como les va diendo?... ¿Rejuntando solsito pal invierno?... Sientensé no más, por mí, no hagan cumplimientos.

Y luego, dirigiéndose al viejo Pancho, el comisario continuó el relato interrumpido por la llegada de los peones.


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2 págs. / 4 minutos / 79 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Vidalita

Javier de Viana


Cuento


Al caer la tarde, todas las tardes, Nepomuceno—Pomuceno, como lo llamaban allá—iba al arroyo, para darles de beber, después de haberlos paseado, al tordillo y al alazán, los dos parejeros del patrón.

Tarea diaria, y al parecer interminable, porque el patrón no se resolvía nunca a armar una carrera, y sus fletes—maulas, al decir de los comarcanos—envejecían tragando maíz y alfalfa.

Era aquella la tarde de un lunes, y todos los lunes Pomuceno estaba seguro de encontrarse con Jova en el arroyo, pues era su día de lavado. Y siempre, en ese día, cuidaba el mozo de empilcharse bien, lonjearse las quijadas y enaceitarse el pelo.

Él la saludó, como siempre, afectuosamente; y ella Le correspondió, como siempre en términos de una afectuosidad semejante.

—Linda la tarde—anunció él; y ella:

—Si usted no lo dice no lo hubiera albertido...

—Pero, vea: pa que yo albierta que hay una cosa linda, estando usté presente, carece qu'esa cosa sea muy linda.

—¡Me gustó ese piacito!... ¿Por qué no hace una vidalita asina?

—¡Dale con las vidalitas!

—Dejuro... ¿Y si me gustan?... ¿Quiere que le diga l'última que me compuso Silverio?

—¡No, no!... ¡Silverio!... ¡Un indio ñato y picao de viruelas!...

—¡Pero es pueta!

—Y rengo, tamién.

—No li hace, pero canta muy lindo.

—¿De modo que a mí nunca me v'a querer?... ¿Siempre me v'abrir el caballo pa darle la preferencia al fiero Silverio?

Jova, haciendo un mohín picaresco, respondió:

—¡Quién sabe!... Si usté apriende a componerme vidalitas...

Y como todos los lunes, el lindo mozo se volvió a las casas, conduciendo al tranco lento los parejeros del patrón y maldiciendo su incapacidad poética.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 26 visitas.

Publicado el 16 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Empate

Javier de Viana


Cuento


Un fogón enorme echaba llamaradas, haciendo día en la amplia cocina del cortijo.

¿Por qué tan gran fuego?...

La noche estaba boquiando y no habría de faltar más de una hora para que aparecieran en el naciente las pinceladas rojas de las barras del día.

¿Para qué aquel gran fuego?... No hacía frío y con la décima parte de las brasas del fogón sobraba para calentar el agua de la pava con que cimarroneaban los dos viejos, el viejo criollo Campoverde y el viejo napolitano Pomidoro.

Los dos tenían la barba espesa y tordilla,—tordilla blanca, como los tordillos viejos;—pero Pomidoro ostentaba un cráneo pelado, amarillo, semejante a un huevo fresco de ñandú, mientras que Campoverde conservaba toda su crin bravía. Eran bastante viejos los dos, y durante más de veinte años se habían odiado intensa y recíprocamente.

Pomidoro había empezado por arrendar a Campoverde una chacra que, cultivada con todo esmero, le permitió al italiano, laborioso y ahorrativo, ir acumulando moneda. Verdad que hacía de todo. Aparte del cultivo, no muy extenso, de maíz y trigo, su huerta proveía de hortalizas, de duraznos y de sandías al pago entero. Todos los domingos, Teresa, su mujer, hacia gran hornada de pan, que sus hijos, Sabina y Pedro, iban a vender por el contorno. Además, Genaro Pomidoro era el único albañil, el único carpintero y el único mecánico del lugar.

Si había que levantar un muro, componer una azotea, remendar un tejado, construir una puerta o arreglar una máquina descompuesta, era forzoso recurrir a Pomidoro. Y de esta pluralidad de ocupaciones, juntando pesos con centavos, iba formando libras esterlinas destinadas a la obscuridad del botijo.

Campoverde no tenía mala voluntad para su arrendatario; empero, en su orgullo de criollo, despreciaba al «gringo», encontrando lo más natural que éste, cada vez que se acercaba, se quitase el sombrero y lo saludara con un respetuoso:


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3 págs. / 6 minutos / 33 visitas.

Publicado el 30 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

La Inocencia de Candelario

Javier de Viana


Cuento


Conducido a presencia del juez de instrucción, Candelario mostróse tranquilo, casi jovial, como quien está plenamente convencido de su inocencia y seguro de ser absuelto.

Con palabra fluida y sin menor titubeo respondió al interrogatorio:

—Que yo le tenia mucha rabia al finao, no lo niego... ¿pa qué lo viá negar?... Yo sé que no se debe hablar mal de un dijunto, pero la verdá hay que decirla, y Baldomero, como chancho, era chancho y medio...

—¡Guarde forma! —amonestó severamente el juez.

—¿Que guarde qué? ...

—¡Que hable con respeto!

—¡Ah! disculpe, señor juez ... Yo quería decir que era muy puerco. Pa cargar una taba era como mandado hacer, y agarrando el naipe, yo li asiguro, señor juez, que ni usté mesmo es capaz de armar un pastel tan bien como lo hacia el finao! ...

—¿Y usted cree que yo hago pasteles? —interrogó sonriendo el magistrado.

—Es un por decir...

—Bueno, siga explicando cómo lo asesinó a Baldomero Velázquez.

Candelario se puso de pie, y haciendo grandes aspavientos negó:

—¡Asesinarlo yo!... ¡Ave María Purísima!...

Yo nunca juí asesino, don juez... se lo juro por la memoria ’e mi padre, que Dios conserve en su gloria.

—¿En la gloria, su padre?

—¡Dejuramente!... ¡Si era un santo!

—¿Y por santo lo fusilaron?

—¡Una equivocación, don juez! ¡Una equivocación machaza... Es verdá que el finao tata mató una noche, mientras dormían, al patrón, a la patrona y a un muchachito mamón...

—¿Y lo hizo por santo?

—¡No, don juez!... Lo qui’ai es que el dijunto tata era sonámbulo, sabe, y aquella noche se levantó soñando que una banda ’e bandidos había asaltao la casa y corrió en defensa de los patrones.

—¡Y los mató!

—¡Equivocao, dejuro, por culpa el sonambulismo... ¡Pobrecito tata!...


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1 pág. / 3 minutos / 70 visitas.

Publicado el 9 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

El Rey del Arroyo

Javier de Viana


Cuento


Triunfa primavera. Los árboles, cual las muchachas hacendosas, se han confeccionado ellos mismos primorosos vestidos de seda verde recamada de flores policromas. Cada arrayán es un pebetero, cada sarandí un incensario. Los pajaritos, ebrios de luz y de perfume y de amor, trinan sin cesar, brincando de rama en rama. Al borde del arroyo, sobre pequeña barranca que semeja el estrado de un trono, triunfa, envuelto en el regio manto escarlata, un majestuoso ceibo. Bello como el “prince charmant” de las leyendas, es el orgullo del bosque y el rey del arroyo... No existe en los más fastuosos parques de la ciudad, árbol que le iguale en hermosura. Pero no se le admite en los parques y jardines de la ciudad, porque es un rey bárbaro, de estirpe gaucha, como el ombú, el ñangapiré y la pasiflora. La exuberancia de sus flores, purpúreas como la sangre pura que nutrió los organismos sanos y fuertes de la raza nativa, ofende la clorótica languidez de las realezas importadas.


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

La Guitarra

Javier de Viana


Cuento


La noche cayó de súbito, como si hubiese sido un gran cuervo abatido de un escopetazo.

La atmósfera, inmóvil, tenía una humedad gomosa, mortificante, repulsiva como la baba del caracol.

Reinaba un silencio opresivo. Las cosas no tenían rumores; las bocas no tenían lenguas.

Ni un solo farolito estelar taraceaba la cúpula de lumaquela funeraria del cielo.

Tan sólo de cuando en cuando, alguna luciérnaga hacía pestañear su diminuto fanal fosforescente.

En el galpón, el hogar está apagado. El trashoguero, cubierto de ceniza, no deja sospechar ni un resto de lumbre...

En el rancho está solito Venicio.

Solito vive, sin más compañeros que sus dos perros picazos y los horneros que tienen sus abovedados palacios en la cumbrera del rancho, ornando el mojinete.

No hay otra cosa en diez leguas a la redonda.

Ningún camino conduce a la suya...

Para ahuyentar la tristeza ambiente, Venicio coge la guitarra y sentándose en un banquito de ceibo, bajo el alero del rancho, improvisa estilos y coplas, coplas y estilos que son como la expresión de una gran sensibilidad cautiva dentro de la jaula inmensa del cielo.

Los sentimientos que borbotean en el alma del gaucho solitario, se cuajan en melodías que se expanden y van decreciendo hasta morir en lo lejano, como el son de una campana de iglesia lugareña.

Canta la guitarra y cauta gemidos, penas de soledad, nostalgia de afectos.

Y en la noche caliginosa que pesa sobre el desierto, sus voces suaves, arrulladoras como canto de palomas monteses, y a veces severas en el vibrar de las bordonas, parecen salmos religiosos, ansias de un anacoreta que sueña amores, procreación, vida, patria... el futuro que su visión profética dibuja en las sombras...


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1 pág. / 1 minuto / 44 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Juicio de Imprenta

Javier de Viana


Cuento


La copiosa cuanto intempestiva lluvia obligó a suspender las carreras y al atardecer no quedaban arriba de 20 personas en la pulpería.

Algunos «rialudos» adueñáronse de las dos únicas carpas de vivanderos, entregándose a «trucos» barullentos o a silenciosas partidas de monte, mientras la chusma, refugiada en la «glorieta», derrochaba charla y ginebra.

Más de una docena de harapientos habíanse juntado allí; y si bien todos metían baza, gritando, como de estilo el tallador era el viejo Malaquías.

Menguando en carnes cuanto opulento en pelos, presentaba Malaquias una simpática y original fisonomía. Sus grandes ojos pardos, rebosantes de malicia, parecían reir siempre, con una risa burlona, y despectiva. Con una cara larga y flaca, con su nariz curva y fina, ofrecía un cierto aspecto de pájaro —de urraca— decían algunos.

Sus cuentos sabrosos, su charla amena, sus hirientes invectivas, permitíanle vivir de gorra, vagando de rancho en rancho y de pulpería en pulpería, sin más bien que su yegüita tubiana y su «recado de negro».

Sin ser muy vasto su repertorio, sabía él variar sus historias, renovando los dicharachos y adjuntando episodios inéditos. Pero de todas ellas, la más grata al paisanaje era la del juicio de imprenta, en que había actuado como protagonista.

Aquella tarde, el auditorio, saturado de alcohol, le había exigido relatos escandalosos —de los cuales tenía buen acopio,— pero al fin clamaron por la famosa aventura, que los encantaba, como todas las vivezas gauchas.

Condescendiente, Malaquias apuró un vaso de ginebra y dió comienzo así:


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Publicado el 7 de enero de 2023 por Edu Robsy.

La Yunta de Urubolí

Javier de Viana


Cuento


A Benjamín Fernández y Medina

I

Quizás Orestes Araujo—nuestro sabio é infatigable geógrafo—sepa la ubicación precisa del arroyo y paraje denominados de "Urubolí", el lindo vocablo quichua que significa Cuervo blanco, y que, según Félix Azara, dio origen á una curiosa leyenda guaranítica. Las cartas geográficas del Uruguay no señalan ni uno ni otro; y por mi parte sólo puedo aventurar que están situados allá por el Aceguá, en la región misteriosa de ásperas serranías mal estudiadas, de abruptos altibajos donde mora el puma, y abras angostas donde suele asomar su hocico hirsuto el aguará, en los empinados cerros de frente calva y de faldas pobladas de baja y espesa selva de molles y espina de cruz. Ello es que, encerrado entre dos vertientes, existía hace tiempo un pequeño predio, un vallecito hondo y fértil, rico en tréboles y gramillas, donde acudían en determinadas épocas las novilladas alzadas. En un flanco de la montaña, mirando al Norte, alzábase un ranchejo de adobe y totora, y en él moraba el poseedor—ya que no el dueño—de aquel bien mostrenco.


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28 págs. / 49 minutos / 58 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Con la Ayuda de Dios

Javier de Viana


Cuento


De que eran mentiras las dos terceras partes de los relatos de Polonio Denis estaban convencidísimos todos los moradores de la Estancia Amarilla. Sin embargo, todos gustaban de sus narraciones.

—¡Miente tan lindo!—solía decir don Regino y los demás asentían.

Era Polonio un mozo como de veinticinco años, linda estampa de criollo; fuerte, ágil de cuerpo y de espíritu, siempre alegre y hábil y rudo en el trabajo, cuando se le antojaba trabajar. Porque, como él mismo decía:

—Cuando yo tengo ganas de trabajar, no le tengo envidia a naides, pa enlazar en un rodeo, pa liar en una manguera, pa montiar, pa esquilar...¡pa lo que sea!... ¡Lástima que cuasi nunca tengo ganas!...

Y era así. De pronto desaparecía.

—Hasta luego—exclamaba, montando a caballo; y regresaba cinco o seis meses después.

¿Por dónde había andado?... Se ignoraba. Por la Banda Oriental, por el Brasil, por el Paraguay, por todas partes. Y de todas partes traía amenas historias de amores y peleas, en las cuales, naturalmente, era él protagonista y triunfador.

Una vez—narraba cierta tarde—estaba apuntando al «monte» en la trastienda de una pulpería del Juquery, en Río Grande do Sul. Eran tres brasileros que me tenían agarrao pa mixto. Yo les jui aflojando piola, hasta qu'en un redepente golpié la carpeta con la mano, gritando:

«¡Sepan que la plata que llevo en el cinto no son bienes de dijunto, canejo!...»

«En conforme dije ansina, los tres brasileros se levantaron haciendo ademán de «rascarse». Yo carculé qué se me venían al humo, con intención de «madrugarme»; y sacando el facón, hice asina,—un semicírculo,—como p'abrir cancha... ¿Y qué veo hermanitos?... Los tres brasileros cayeron al mesmo tiempo agarrándose las panzas!... ¡Sin querer, amigo, y como mi facón estaba muy afilao, de un solo viaje les había bajao las tripas a los tres!... Lo que son los compromisos, ¿no?...»


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3 págs. / 6 minutos / 39 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

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