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autor: Javier de Viana fecha: 25-10-2022 contiene: 'u'


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Los “Pelos”

Javier de Viana


Cuento


“Entre las múltiples supersticiones gauchas —dice uno de nuestros eminentes sociólogos— se encuentra la que prejuzga las aptitudes de una cabalgadura por el color de su pelambre. Así, un “tordillo” es excelente nadador; los “overos” no tienen igual para carreras; los “tubianos” no sirven para nada; y sigue sin término la sandez de la clasificación empírica que hace depender las condiciones del equino del color de su pelo”.

Completemos, primero, —para enseñanza de quienes tienen o tengan necesidad de utilizar ca2ballos— la lista que dejó trunca el sabio:

Los “lobunos” son maulas para el “camino”, vale decir, para “parejeros”; los “moros”, los “pangarés” y los “tostados” son infatigables en las galopadas de los largos viajes; los “overos” —perdone el maestro— son ligeros, pero sin resistencia; los “tubianos” —otra vez, perdón,— resultan insuperables como “carretoneros”; los “zainos” son dóciles, vigorosos e inteligentes; los “oscuros”, excelentes para las tierras bajas, resultan inservibles en las serranías; los “blancos” son todos asustadizos, y no existe un “picazo” que no sea receloso e irreductiblemente arisco (de ahí, tal vez, el proverbio: “Montar el picazo”); los “rabicanos”, los “lunarejos”, los “entrepelaos”, resultan muy buenos o inservibles.

Todo eso es verdad; verdad relativa, como todas, pero verdad comprobada por larguísima experiencia, verdad que la ciencia explica y que nuestros sociólogos califican de “superstición”, porque en su ignorancia trastruecan los términos del fenómeno: no es el “pelo” el que da las aptitudes; son las aptitudes heredadas las que determinan el pelo, como que en la naturaleza nada es arbitrario ni caprichoso.


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Sin Papel Sellado

Javier de Viana


Cuento


Don Carlos Barrete y don Lucas García fueron amigos desde la infancia.

Sus padres eran hacendados linderos.

Andando el tiempo, los viejos murieron y Carlos y Lucas los reemplazaron al frente de sus respectivos establecimientos.

La amistad continuó, acrecentada, por los vínculos espirituales contraídos por múltiples compadrazgos. Don Carlos era padrino de casi todos los hijos de don Lucas y éste de los de aquél.

Bastante ricos ambos, ocurrió que a Barrete empezó a perseguirlo la mala suerte: destrozos de temporales, epidemias, negocios ruinosos...

Cierto día llegó a casa de su amigo con aire preocupado. Conversaron; conversaron sobre cosas sin importancia, sin valor, sin trascendencia. Pero García notó, sin dificultad, que aquél había ido con un objeto determinado y que no se atrevía a abordarlo.

Y díjole:

—Vea, compadre: colijo que usté tiene que hablarme de algo de importancia. Vaya desembuchando, no más, qu'entre amigos y personas honradas se debe largar sin partidas.

Y García, desnudando su conciencia como quien desnuda el cuerpo para tirarse a nado en arroyo crecido, dijo:

—Adivinó, compadre. M'encuentro en un apuro machazo. Usté sabe que donde hace unos años el viento m’está soplando ’e la puerta... Tengo que levantar una apoteca y vengo a ver si usté...

—¿Cuanto?

—La suma es rigularcita.

—¡Diga no más!

—Cuatrocientas onzas.

—¡Como si me hubiese vichao el baúl! Casualmente hace cinco días vendí una tropa ’e novillos, y mas o menos esa es la mesma cantidá que tengo. Espere un ratito.

Salió don Lucas y volvió a poco trayendo en nn pañuelo de yerbas las onzas solicitadas.

El visitante vació en el cinto las monedas, sin contarlas.

Ni él ni su amigo hablaron de documentos. Entre esos hombres ningún documento valía más que la palabra de hombre honrado.


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El Chajá

Javier de Viana


Cuento


Es el perro de los bañados.

Y es, entre todas las aves nativas, la más airosa.

Con su hermoso plumaje gríseo, con su gallardo penacho, con su porte majestuoso, siempre alta la testa, siempre en llamas la mirada, arrogante, altivo, desdeñoso, sin miedo a nada, ni a la escopeta, cuyos chumbos difícilmente traspasan su espesa coraza de plumas, es todo un alado cadete de Gascuña.

Severo en sus costumbres, sobrio, monógamo, es vigilante custodia de su compañera, mientras aova o empolla, y en sus viajes por los aires, en lo muy alto del cielo, rival en caudas con las águilas reales, siempre va acompañado de su consorte.

Desprecia las carroñas.

La podredumbre de las osamentas, buena está para cuervos, caranchos y chimangos, inmundos rapaces, escoria de la sociedad alada.

A él le ofrece el estero variado y limpio alimento.

La podredumbre de la mentira tampoco lo infecta Su grito de alarma no es nunca expresión de infundado sobresalto.

En estado doméstico, su vigilancia es muy superior a la canina.

El perro está sujeto a pesadillas y con frecuencia arranca ladridos que inquietan sin motivo al amo. Como todos los poetas cursis, es un enamorado de la luna, a la cual prodiga sus ásperas e inarmónicas baladas.

Y otras veces ladra de miedo, confundiendo el manso petizo del piquete con una feroz gavilla de bandoleros.

Y otras veces ladra de puro sabandija, para hacer méritos, para hacerse pasar por guardián insuperable.

En cambio, el chajá ni se equivoca ni miente; cuando el ave grande y altiva lanza en la obscuridad silenciosa de la noche campesina su sonora clarinada, él gaucho salta del lecho y prepara sus armas, apercibiéndose a la defensa...

Hay gente que se acerca a las casas: el alerta del chajá no falla nunca.


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Justicia

Javier de Viana


Cuento


Dalmiro, mocetón de veintiocho años, era hijo único de Paulino Soriano, rico hacendado en las costas del Yi.

Muerta doña Inés, la patrona, la familia, compuesta de Paulino, Dalmiro y Josefa, —sobrina huérfana recogida y criada en la casa,— holgaba en el caserón.

Cierto que la servidumbre era numerosa: negras abuelas de motas blancas, negras jóvenes y presumidas con su tez de hollín y sus dientes de mazamorra, y un cardumen de negritos y negritas que al arrastrarse por el patio parecían pichones de patos picazos.

Pero todos eran silenciosos.

La adustez del patrón no necesitaba voces para imponerse.

No era malo el viejo gaucho; pero su exagerado espíritu de orden, respeto y justicia, le imponían una rígida severidad.

Amando entrañablemente a su hijo, éste creíalo hostil.

Dalmiro era indolente en el trabajo, brusco en sus maneras, provocativo en su decir; en tanto Bibiano, un peoncito de su misma edad y criados juntos, distinguíase por su incansable laboriosidad, su modestia, su comedimiento y sensatez.

Eran compañeros inseparables y con harta frecuencia don Paulino amonestaba a su flojedad y sus arrebatos, elogiando de paso a Bibiano.

—¡Usté nunca me da razón! —exclamó amoscado, cierta ocasión.

—Porque nunca la tenes, —replicó, severo, el anciano.

Desde entonces el “patroncito” comenzó a tomarle rabia al compañero. Y esa malquerencia fué subiendo de punto al enterarse de que Bibiano requería de amores a Josefa, que ella le correspondía y que don Paulino miraba con agrado la presunta unión.

Y Dalmiro, que nunca se había preocupado de su prima, quiso interponerse, y comenzó a perseguirla, más que con ruegos amorosos, con imposiciones y amenazas. Rechazólo la moza, y ante las lúbricas agresividades de Dalmiro, se vió obligada a poner en conocimiento del patrón lo que ocurría.


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Come-Cola

Javier de Viana


Cuento


Malambio Ojeda tenía la mala costumbre de preparar con demasiada lentitud las cosas. En cierta oportunidad debía correr un caballo de su patrón y todo el mundo esperaba una derrota.

La más incrédula era Leonilda, la hija del capataz, quien díjole con mofa cruel:

—¡Lástima de potrillo!... ¡Tan lindo y tener que comer cola!...

—¡Le juego un pañuelo de seda y le doy el campo! —respondió el mozo.

—¡Jugado! —respondió ella en el acto.

Llegó el día de la prueba, y el moro de Malambio ganó por más de dos cuerpos el primer “terno”, no obstante haberle tocado competir con el favorito.

Por eso al volver al camino para la decisión —la lucha entre los tres ganadores de los respectivos “ternos”, nadie aceptaba, sino con gran usura, apuestas contra el moro.

Comenzaron las “partidas”, que Malambio, prudente, decidido a largar con ventaja, prolongó por largo tiempo. Su caballo, hasta entonces tranquilo, se enardeció extremadamente. Leonilda, que a orilla del camino presenciaba la lucha desde el pescante del breack, batió palmas, y gritó:

—¡Come-cola, come-cola!

Malambio púsose tan nervioso como su moro, y cuando bajaron la bandera, largó atravesado, dando lugar a que los contrarios le sacasen una ventaja que de ningún modo pudo recuperar después, y una vez más “comió cola”...

Por la noche hubo gran baile en la pulpería, y el desgraciado mozo decidió corregirse de su exceso de preparación y declararle a Leonilda el amor que de largo tiempo atrás le profesaba. Más de dos horas estuvo preparando las frases con que habría de abordarla. Entró al fin a la sala y díjole:

—Aquí le traigo el pañuelo perdido.

—Tuvo güen gusto —agradeció ella observando la prenda.

—Y espero me conceda esta polca...

Sonrió la moza y respondióle con hiriente ironía:

—¡Comió cola, Malambio!... Estoy comprometida.


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De Guapo a Guapo

Javier de Viana


Cuento


Los mellizos Melgarejo eran tan parecidos físicamente, que, a no estar juntos, resultaba difícil, aun a quienes a diario los trataban, saber cuál era Juan y cuál Pedro. Sus temperamentos, en cambio, contrastaban diametralmente. Expansivo, audaz y valentón, Pedro; reconcentrado, tranquilo y prudente, Juan. Pedro hería constantemente a Juan con ironías sangrientas. Cuando alguien expresaba la dificultad de distinguirlos, él acostumbraba decir:

—Es fácil: insultennós... Si es mi hermano, afloja; si soy yo, peleo. He oído decir que en el cristiano, la mitad de la sangre es sangre, y la otra mitad es agua... Cuando nosotros nacimos parece que yo me llevé toda la sangre y Juan el agua... ¡Pobre mi hermano!... ¡Es flojo como tabaco aventao!...

Cierta tarde de domingo, en la pulpería Juan estaba por comprar unas bombachas... Pedro entró en ese instante y dijo con hiriente sarcasmo:

—¿Por qué no te compras mejor unas polleras?...

Rió de la ocurrencia. Empurpúresele el rostro a Juan, quien exclamó airado:

—¿Querés probar quien de los dos es más guapo?... ¡Comprométete a acetar lo que yo proponga!. ..

—¡Acetao!

Juan extendió entonces la mano izquierda sobre el mostrador, y dijo a su hermano:

—Poné la tuya encima.

Pedro la puso... Y entonces el otro, desenvainando la daga y con un golpe rápido, dejó las dos manos clavadas al madero del mostrador...

Ninguno de los dos lanzó un quejido; ninguno de los dos hizo un ademán ni manifestó un gesto de dolor.

-Y aura... ¿qué decís? —preguntó Juan.

—Que sos mi hermano —respondió Pedro.

—¿Saco la daga?...

—Sacala o dejala... ¡a tu gusto!...


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Por Ver a la Novia

Javier de Viana


Cuento


Rojeaba el naciente y se presentaba, una de esas serenas, encantadoras mañanas de otoño. El mozo recogió de la soga al overo, que estaba “alivianándose” desde tres días atrás, lo rasqueteó y cepilló prolijamente, le emparejó el tuzo, le arregló los vasos, limpiando con maestría el “candado”, y empezó a ensillar con las prendas de lujo. Entre los dos “cojinillos” de piel de alpaca, colocó el chiripá y la camiseta de merino negro, primorosamente bordados. Y apuntaba el sol, cuando montó a caballo y emprendió trote, internándose en la desolada soledad de la llanura pampeana. No existían caminos, no se columbraba un árbol ni una vivienda humana. Al acercarse el mediodía desmontó al reparo de un ombú caritativo. Desensilló, fué a darle agua al flete, en un manantial vecino, le bañó el lomo y lo ató a soga, utilizando la daga como estaca. “Churrasqueó” la lengua fiambre que llevaba, tendió el poncho bajo las frondas del ombú, y se dispuso a dormir una hora de siesta... Y a la hora justa tornó a ensillar, montó y prosiguió el viaje. Ni reloj ni brújula necesitaba: la altura del sol dábale la medida del tiempo, y bastaba su tino para orientarlo en el verde mar de la llanura... Al obscurecer, llegaba a la estancia, donde había casorio y baile y donde habría de encontrarse con su prometida. Desensilló, largó el overo, que se revolcó, dando sin dificultad “la vuelta entera”; merendó y toda una noche de “gatos”, “cuecas” y “pericones”, no lograron fatigar sus piernas de centauro...

“Parece que ha troteado fuerte” —observa uno; y él responde:

“No; treinta leguas no más; a gatitas ha sudao el overo...”


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Calvario

Javier de Viana


Cuento


Largo y fino rasgo trazado con tinta roja abarca el naciente.

En la penumbra se advierten, sobre la loma desierta, veinte bultos grandes como ranchos chicos, rodeados por varios centenares de bultos más pequeños esparcidos a corta distancia unos de otros...

Clarea.

De debajo de los veinte bultos grandes, que resultan ser otras tantas carretas, empiezan a salir hombres.

Mientras unos hacen fuego para preparar el amargo, otros, desperezándose, entumidos, se dirigen hacia los bultos chicos, los bueyes, que al verlos aproximar, comprenden que ha llegado el momento de volver al yugo y empiezan a levantarse, con lentitud, con desgano, pero con su resignación inagotable.

Toda la campiña blanquea cubierta por la helada.

Las coyundas, que parecen de vidrio, queman las manos callosas de los gauchos; pero ellos, tan resignados como sus bueyes, soportan estoicamente la inclemencia...

Hace dos días que no se carnea; los fiambres de previsión se terminaron la víspera y hubo que conformarse con media docena de “cimarrones” para “calentar las tripas”.

En seguida, a caballo, picana en ristre.

—¡Vamos Pintao!... ¡Siga Yaguané!...

La posada caravana ha emprendido de nuevo la marcha lenta y penosa por el camino abominable, convertido en lodazal con las copiosas lluvias invernales.

La tropa llevaba ya más de un mes de viaje. Las jornadas se hacían cada vez más cortas, por la progresiva disminución de las fuerzas de la boyada... y todavía faltaban como cincuenta leguas para, llegar a la Capital!...

Con desesperante lentitud va serpenteando, como monstruosa culebra parda, el largo convoy. Las bestias, que aún no han calentado los testuces doloridos, apenas obedecen al clavo de la picana.


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Filosofía

Javier de Viana


Cuento


—Nunca carece apurarse pa pensar las cosas, pero siempre hay que apurarse p'hacerlas, —explicaba el viejo Pancho.— Antes d'emprender un viaje se debe carcular bien el rumbo y dispués seguirlo sin dir pidiendo opiniones que con seguridá lo ostravean.

Y si hay que vandiar un arroyo crecido y que uno no conoce, por lo consiguiente, cavilar pu'ande ha de cáir y pu’ande v'abrir y cerrar los ojos: Dios y el güen tino lo han de sacar en ancas.

Dicen que “vale más rodiar que rodar”, pero yo creo que quien despunta un bañao por considerarlo fiero, o camina río abajo esperando encontrar paso mejor, o quien ladea una sierra temiendo espinar el caballo, no llega nunca o llega tarde a su destino.

—¿Y pa casarse? —preguntó irónicamente al narrador, celibatario irreductible, don Mateo.

—Pa casarse hay que pensar muchísimo. De día cuando se ve la novia y está cerca; de noche cuando está lejos y no ve... Pa casarse hay que pensar muchísimo, y...

—¿Y?...

—Y cuando se ha pensao muchísimo, sólo un bobeta se casa.


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El Gato

Javier de Viana


Cuento


Ningún animal ha sido más discutido que el gato; ningún otro ha tenido a la vez tantos entusiastas panegiristas y tantos enconados detractores; prueba evidente de su superioridad. Es el primer ácrata, el fundador del individualismo, altanero, consciente de sus derechos y sus deberes. Tiene una misión que cumplir en el hogar que lo alberga, y la cumple sin agradecimientos serviles por la hospitalidad y con profundo desdén por el aplauso y la alabanza. Es altivo y valiente. Ocupa poco espacio en la casa, pero ese espacio es suyo, como lo es su personalidad. Si lo fastidian, araña y muerde; si lo provocan, hace frente y se defiende sin considerar el tamaño ni las armas del adversario. No se mete con nadie ni admite que nadie se meta con él. No carece de afectos y sabe corresponderlos a quien, se los profesa, pero sin humildades, sin bajezas, sin adulonerías; trata a todos de igual a igual. Su soberbio individualismo no se prostituye jamás, ni ante la necesidad ni ante la amenaza.


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