El Rey del Arroyo
Javier de Viana
Cuento
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
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autor: Javier de Viana fecha: 25-10-2022
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
La idiosincrasia animal, como la humana, se plasma bajo la influencia combinada de factores internos y externos. Es ley fatal para las razas y los individuos, adaptarse a las mutaciones del medio ambiente o sucumbir. El perro gaucho no escapó al imperio de esa ley universal. A fin de perdurar, hubo de conformarse e identificarse con la naturaleza del suelo y las exigencias de la vida a que le sometía el trasplante. Y es así cómo el perro gaucho resultó adusto y parco, valiente sin fanfarronerías, y afectuoso sin vilezas, copia moral de la moralidad de su amo.
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Es el perro de los bañados.
Y es, entre todas las aves nativas, la más airosa.
Con su hermoso plumaje gríseo, con su gallardo penacho, con su porte majestuoso, siempre alta la testa, siempre en llamas la mirada, arrogante, altivo, desdeñoso, sin miedo a nada, ni a la escopeta, cuyos chumbos difícilmente traspasan su espesa coraza de plumas, es todo un alado cadete de Gascuña.
Severo en sus costumbres, sobrio, monógamo, es vigilante custodia de su compañera, mientras aova o empolla, y en sus viajes por los aires, en lo muy alto del cielo, rival en caudas con las águilas reales, siempre va acompañado de su consorte.
Desprecia las carroñas.
La podredumbre de las osamentas, buena está para cuervos, caranchos y chimangos, inmundos rapaces, escoria de la sociedad alada.
A él le ofrece el estero variado y limpio alimento.
La podredumbre de la mentira tampoco lo infecta Su grito de alarma no es nunca expresión de infundado sobresalto.
En estado doméstico, su vigilancia es muy superior a la canina.
El perro está sujeto a pesadillas y con frecuencia arranca ladridos que inquietan sin motivo al amo. Como todos los poetas cursis, es un enamorado de la luna, a la cual prodiga sus ásperas e inarmónicas baladas.
Y otras veces ladra de miedo, confundiendo el manso petizo del piquete con una feroz gavilla de bandoleros.
Y otras veces ladra de puro sabandija, para hacer méritos, para hacerse pasar por guardián insuperable.
En cambio, el chajá ni se equivoca ni miente; cuando el ave grande y altiva lanza en la obscuridad silenciosa de la noche campesina su sonora clarinada, él gaucho salta del lecho y prepara sus armas, apercibiéndose a la defensa...
Hay gente que se acerca a las casas: el alerta del chajá no falla nunca.
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Era hace mucho tiempo, mucho tiempo, en los primeros años de la colonia.
Las guerras guaraníticas y el intrincado pleito con los lusitanos, dejaban a los gobernadores españoles poco tiempo para ocuparse del fomento industrial de los territorios.
Las campañas estaban casi desiertas.
En el lejano orientd, en la enormidad de las tierras bañadas por el Hum, Olimar, Cebollatí, Tacuarí y Yaguarón, era menester trotar días enteros, desde el rancho de partida, para encontrar otro rancho.
Empero, en las boscosas riberas de los ríos, en los recovecos de las serranías y en las ubérrimas praderas, el puñado de vacunos y yeguarizos con que Hernandarias obsequió a nuestro suelo, había procreado portentosamente.
Eran miles y miles, que aumentaban sin tregua, malgrado las depredaciones de los mamelucos.
Eran malos.
Si por malo se entiende al altivo, a quien ama la libertad sobre todo, a quien prefiere la muerte al cautiverio.
La fosca naturaleza del suelo que forjó el carácter irreductible del charrúa y sus hermanos aborígenes, formó el mismo temperamento indómito y combativo en los toros y en los potros...
* * *
Una mañana, muy de mañana, Patricio La Cruz iniciaba la quinta jornada en su viaje al Brasil.
Ensilló su malacara, enrabó el tordillo redomón y emprendió marcha guiado por la brújula del instinto.
Había traspuesto los Olimares y bordeando los esteros del Cebollatí acercábase al Tacuarí.
Y apenas clareaba el día, cuando al caer en un valle se encontró con una enorme yeguada que le cerraba el paso.
Enarcados los cuellos, flotantes las crines, levantadas como pendones de guerra las caudas abrojientas, los potros, tendidos en guerrilla, lanzaron furibundos relinchos que las hembras coreaban.
Patricio dióse cuenta del peligro, pero su orgullo, —¡él también era potro!— lo impulsó a desafiarlo.
Y siguió avanzando.
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Rojeaba el naciente y se presentaba, una de esas serenas, encantadoras mañanas de otoño. El mozo recogió de la soga al overo, que estaba “alivianándose” desde tres días atrás, lo rasqueteó y cepilló prolijamente, le emparejó el tuzo, le arregló los vasos, limpiando con maestría el “candado”, y empezó a ensillar con las prendas de lujo. Entre los dos “cojinillos” de piel de alpaca, colocó el chiripá y la camiseta de merino negro, primorosamente bordados. Y apuntaba el sol, cuando montó a caballo y emprendió trote, internándose en la desolada soledad de la llanura pampeana. No existían caminos, no se columbraba un árbol ni una vivienda humana. Al acercarse el mediodía desmontó al reparo de un ombú caritativo. Desensilló, fué a darle agua al flete, en un manantial vecino, le bañó el lomo y lo ató a soga, utilizando la daga como estaca. “Churrasqueó” la lengua fiambre que llevaba, tendió el poncho bajo las frondas del ombú, y se dispuso a dormir una hora de siesta... Y a la hora justa tornó a ensillar, montó y prosiguió el viaje. Ni reloj ni brújula necesitaba: la altura del sol dábale la medida del tiempo, y bastaba su tino para orientarlo en el verde mar de la llanura... Al obscurecer, llegaba a la estancia, donde había casorio y baile y donde habría de encontrarse con su prometida. Desensilló, largó el overo, que se revolcó, dando sin dificultad “la vuelta entera”; merendó y toda una noche de “gatos”, “cuecas” y “pericones”, no lograron fatigar sus piernas de centauro...
“Parece que ha troteado fuerte” —observa uno; y él responde:
“No; treinta leguas no más; a gatitas ha sudao el overo...”
Dominio público
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Pedro y Juan, eran dos guachos criados en la Estancia del Venteveo, conjuntamente con otros varios.
Pero ellos, casi siempre vivían en pareja aislada.
Recíproca simpatía los ligaba. Simpatía extraña, porque Pedro era morrudo, fuerte, sanguíneo, emprendedor, audaz y de excesiva locuacidad; en tanto Juan, de la misma edad que aquél, era pequeño, débil, linfático, callado y taciturno...
Desde pequeños tratábanse de “hermano”; y acaso lo fueran.
Hechos hombres, la camaradería y el afecto fraternal persistieron.
Y las cualidades de ambos, en cuerpo y espíritu, fueron acentuándose.
Sin maldad, sin intención de herir, por irresistible impulso de su temperamento, Pedro perseguía siempre a Juan con burlas hirientes.
Y Juan callaba.
Una vez dijo:
—Mañana voy a galopiar el bagual overo que me regaló el patrón.
Pedro rió sonoramente y exclamó:
—¡Qué vas a galopiar vos! ¡Dejalo, yo te lo viá domar!...
—¿Y por qué no podré domarlo yo? —dijo
Juan.
Y Pedro tornó a reir y a replicar:
—Porque sos muy maula y no te atreverás a montarlo.
Juan empalideció:
—Mirá, hermano, —dijo;— siempre me estás tratando de maula...
—Porque lo sos.
—No lo repitás.
—Lo repito... ¿Qué le vas hacer si nacistes maula?...
—No lo repitás porque me tenes cansao y mi vas obligar a probarte lo contrario!
Pedro largó una carcajada.
—¡Y va ser aura mesmo! —exclamó Juan, poniéndose de pie y desnudando la daga.
—¡Abran cancha!... —gritó Pedro aprestándose a la lucha.— ¡Abran cancha que le viá pegar un tajito a mi hermano, pa que aprienda!...
Chocaron las dagas.
Juan estaba ceñudo y nervioso.
Pedro, sereno y sonriente.
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Ruda fué la jornada.
El Lucero ardía aún como brasa de espinillo en la orillita del horizonte, y apenas con ocho o diez cimarrones en el buche, la peonada, obedeciendo militarmente a la orden del patrón, montó a caballo.
Había que hacer una gran recogida de hacienda baguala, arrancar el toraje bravío de su refugio en la selva semivirgen, exponerse al embiste de las astas formidables y a las temibles costaladas en los rápidos virajes impuestos para esquivarlas; pasarse todo el día sin comer, acalambrarse las piernas en el continuo galopar, transir los brazos en el manejo de la rienda, de las boleadoras y del lazo...
Cerradas estaban ya las puertas del día al terminar la “parada de rodeo”.
Mas la tarea de los centauros no había terminado aún. Ni los peligros tampoco; la ronda, en campo abierto y con torada y vacaje montaraz, resultaba más arriesgada todavía que el aparear las reses y conducirlas al ceñuelo.
El patrón distribuyó los “cuartos de ronda”.
El último enlazó, desolló, carneó una vaquillona, hizo fuego, fué al arroyo por agua para preparar las “pavas” del amargo.
Churrasquear por turno, de prisa, sin tiempo casi para desentumir las piernas, dormir dos o tres horas sobre la grama, teniendo a mano la estaca que asegura el “mancador” del caballo al cual, por precaución, sólo se le ha quitado el freno y aflojado la cincha...
Y al clarear el día siguiente enhorquetarse y marchar arreando fieras...
¿Fatiga?
¡Nunca!
¿Protestas?
¡Jamás!
¿Miedos?
¡Oh!... Una madre gaucha que hubiese parido un hijo maula sería capaz de mascar cicuta y de tragar víboras vivas para que destruyeran su vientre infamado!...
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El águila, el carancho, el chimango y el gavilán, son los filibusteros del aire.
No producen nada y sus carnes son duras y nauseabundas.
Pero son valientes, y en la lucha por la existencia se exponen, como todos los bandoleros, a múltiples riesgos.
Y, además, trabajan; porque combatir y matar implican un considerable desgaste de fuerzas.
Su laboriosidad poco apreciable sin duda, es dañina y egoísta, por igual en las rapaces citadas y en las hormigas y otras muchas sabandijas, entre las cuales cabe incluir a los profesionales de la política.
En unos prima la fuerza.
En otros la astucia.
El ingenio en los demás.
Fuerza, astucia, ingenio, constituyen valores positivos, condenables sí, pero despreciables no.
En cambio, el cuervo, el urubú indígena, ese gran pajarraco desgarbado y sombrío, rehuye el peligro de la lucha y la fatiga del trabajo.
Indolente, despreciativo, con su birrete y su negra toga, tiene la actitud desdeñosa de un dómine pedante o de un distribuidor de la injusticia codificada por los pillos, para dar caza a los incautos e inocentes.
El cuervo posee un olfato privilegiado y unas rémiges potentes.
Los temporales y las epizootias carnean para él. Desde enormes distancias siente la hediondez de las osamentas y surcando veloz el espacio, es el primero en llegar al sitio del festín.
Concurren otros holgazanes tragaldabas, pero él los mira con indiferencia despectiva. Ninguno ha de aventajarle en tragar mucho y a prisa.
Al sentirse ahito, da unas zancadas y antes de remontar el vuelo se despide de los menesterosos que quedan picoteando el resto de la carroña, diciéndoles sarcásticamente con su voz gangosa:
—Hasta la vuelta.
¡La vuelta del cuervo!...
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
La habitación era grande; las paredes bajas y negras; el piso de tierra de “cupys”, de un color pardo obscuro; la paja del techo parecía una lámina de bronce oxidado, lo mismo que el maderamen, la cumbrera de blanquillo, las tijeras de palma, las alfajías de tacuara.
Y como la pieza tenía por únicas aberturas un ventanillo lateral y una puerta exigua en uno de los mojinetes, reinaba en ella denso crepúsculo.
En el fondo del aposento había un amplio y tosco lecho sobre el que reposaba un anciano en trance de agonía.
Debajo del poncho de paño que le servía de cobertor, advertíase lo que fuera la grande y fuerte armazón de un cuerpo tallado en tronco de un quebracho varias veces centenario.
La respetable cabeza de patriarca, de abundosa melena y su larga barba níveas, con amplia frente, de imperiosa nariz aguileña, posaba plácidamente sobre la almohada.
Una viejecita venerable, sentada a la cabecera de la cama, con el rostro compungido y los ojos agrios y las manos sarmentosas apoyadas en las rodillas, hacía pasar, oculta y lentamente, las cuentas del rosario, mientras sus labios flácidos, plegados sobre las encías desdentadas, se movían con disimulada lentitud formulando sin voz una piadosa plegaria.
Rodeando el lecho y llenando el aposento había una treintena de personas, hombres y mujeres que pintaban canas, hombres y mujeres de rostros juveniles y chicuelos que, sentados en el suelo, con los ojos muy abiertos, parecían amedrentados por la penumbra, el silencio y el aspecto solemne y compungido de los mayores...
Agonizaba el abuelo rodeado de su numerosa prole.
Agonizaba con serena energía.
Sus ochenta y nueve años lo conducían a trasponer las puertas de la vida con merecida placidez al término de tan prolongado y brioso batallar.
Intensificada la sombra, encendieron escuálida vela de sebo.
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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.