Textos más populares este mes de Javier de Viana | pág. 4

Mostrando 31 a 40 de 306 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Javier de Viana


23456

Por el Nene

Javier de Viana


Cuento


Bien dice la filosofía gaucha que cuando un rancho se empieza a llover, es al ñudo remendar la quincha.

La vida había ofrecido a Pío Barreto un rancho pequeño pero abrigado, cómodo y lindo. Con sus ahorros de trabajador juicioso, sin vicios, logró adquirir un pedacito de campo. Una majada de quinientas ovejas, media docena de lecheras, otra media docenas de caballos, tres yuntas de bueyes y una extensa chacra —que él sólo roturaba, sembraba, carpía y recolectaba— permitíanle vivir desahogadamente.

Y su mujer, linda, buena y hacendosa, y su hijito, sano y alegre como un cachorro, y su santo padre, el viejo Exaltación, ensolecían su existencia, pagando con creces sus fatigas.

Pío contaba cuarenta años; su mujer Eva, treinta; cinco el perjeño y el abuelo... muchos.

Nunca un altercado, nunca una discordia en aquella casa, donde —bueno es decirio— no se conocían los parejeros, ni los naipes, ni las bebidas alcohólicas.

Asemejábase aquel hogar a la cañada que corría a dos cuadras de las casas: las aguas siempre puras, viajaban siempre con el mismo lento ritmo, sin remover ia piedrecillas del lecho y sin asustar con rugientes brusquedades a las plácidas plateadas mojarritas que en copiosos cardúmenes pirueteaban disputándose las hojas carnosas de los berros que enverdecían las riberas del regato.

Pero un día cayó una centella sobre el mojinete del rancho y el olor de azufre ausentó para siempre la alegría de aquel sitio: una tarde, mientras Pío recorría su compito, repuntando la majada, se sintieron desde las casas dos tiros. Y como al llegar la noche, Pío no regresara, el viejo, alarmado, ensilló y fuese al campo.

En un bajío, junto a las pajas, se encontró con el cadáver de su hijo...

Lo velaron, lo enterraron.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 27 visitas.

Publicado el 30 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

El Muerto del Esquinero

Javier de Viana


Cuento


¿Sabe el lector lo que es un “esquinero”?

¿No?... Llámase así el poste grueso, fuerte, plantado en el vértice que forma el ángulo de dos líneas de alambrado. Por más recio que fuese y por más hondo que esté enterrado, este “principal” esquinero no podría nunca resistir a las dos fuerzas divergentes que necesariamente lo harían caer en el sentido de la resultante diagonal.

A objeto de contrarrestar esas dos acciones combinadas, se cava —a un par de metros del alambrado, en su parte externa— una fosa de un metro de profundidad, donde se sepulta otro poste, grueso, duro, imputrescible, al cual se amarra una brida, resistente torzal de alambre que parte de la punta del “esquinero”.

Este poste acostado bajo tierra, se llama —en el gráfico decir campesino— “un muerto”.

Se le echa tierra encima; se apisona; más tarde la gramilla crece encima y el foso queda como una tumba olvidada...

Cierta vez, viajando por el despoblado, el que esto escribe, llegó al caer de la noche, a un rancho pobre, donde tres gauchos viejos velaban el cadáver de un viejo gaucho. Indagó quién era el muerto y respondieron:

“Un hombre que vivió haciendo el bien y a quien, al morir, nadie lo recuerda. Hay hombres que son como los “muertos” de “esquineros” de alambrao, que soportan todo el peso, hacen la gloria de los otros y nadie los considera, porque están bajo tierra y nadie los ve y nadie los oye... ”


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 46 visitas.

Publicado el 13 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

La Muerte del Abuelo

Javier de Viana


Cuento


La habitación era grande; las paredes bajas y negras; el piso de tierra de “cupys”, de un color pardo obscuro; la paja del techo parecía una lámina de bronce oxidado, lo mismo que el maderamen, la cumbrera de blanquillo, las tijeras de palma, las alfajías de tacuara.

Y como la pieza tenía por únicas aberturas un ventanillo lateral y una puerta exigua en uno de los mojinetes, reinaba en ella denso crepúsculo.

En el fondo del aposento había un amplio y tosco lecho sobre el que reposaba un anciano en trance de agonía.

Debajo del poncho de paño que le servía de cobertor, advertíase lo que fuera la grande y fuerte armazón de un cuerpo tallado en tronco de un quebracho varias veces centenario.

La respetable cabeza de patriarca, de abundosa melena y su larga barba níveas, con amplia frente, de imperiosa nariz aguileña, posaba plácidamente sobre la almohada.

Una viejecita venerable, sentada a la cabecera de la cama, con el rostro compungido y los ojos agrios y las manos sarmentosas apoyadas en las rodillas, hacía pasar, oculta y lentamente, las cuentas del rosario, mientras sus labios flácidos, plegados sobre las encías desdentadas, se movían con disimulada lentitud formulando sin voz una piadosa plegaria.

Rodeando el lecho y llenando el aposento había una treintena de personas, hombres y mujeres que pintaban canas, hombres y mujeres de rostros juveniles y chicuelos que, sentados en el suelo, con los ojos muy abiertos, parecían amedrentados por la penumbra, el silencio y el aspecto solemne y compungido de los mayores...

Agonizaba el abuelo rodeado de su numerosa prole.

Agonizaba con serena energía.

Sus ochenta y nueve años lo conducían a trasponer las puertas de la vida con merecida placidez al término de tan prolongado y brioso batallar.

Intensificada la sombra, encendieron escuálida vela de sebo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 24 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Sentencias

Javier de Viana


Cuento, aforismos


¿Quién lo dijo?

Lo dijo la experiencia por boca de cien gauchos viejos curtidos a guascazos en las perrerías de la vida.

Y cada uno construyó un versículo y de su conjunto nació la Biblia nuestra, de autor anónimo, como todos los libros sagrados, producto de la sabiduría popular, que es la suprema sabiduría.

Y conjuntemos las canciones de gesta y la voz de todos los rapsodas, en un libro único que lee, sin comentarlo y sin admitir comentarios, un Homero gaucho.

Imaginémoslo un viejo de abundosa cabellera, de luengas barbas, —cañaveral de argento,— un busto erguido, no obstante las carradas de años, —madera dura y espinosa,— descargada sobre sus lomos; de unos ojos que aún alumbran con la luz intensa y cálida del lucero del alba; con unos labios grandes que se abren ampliamente para dar paso a la palabra honrada, sin formar ningún pliegue por el cual pudiera deslizarse solapadamente el inmundo reptil de la mentira.

Imaginémoslo con su aspecto de patriarca, sentado sobre un trozo de ceibo, rodeado de catecúmenos, para quienes evangelizaba así:...


“Quien no tiene cariño pa su Patria, en tampoco lo ha tenido pa su madre; y solo los hijos de tordo no tienen cariño pa su madre.”


* * *


“Tené presente, y esto meteteló en lo más hondo de los sesos, que si has hecho mil sacrificios por la Patria, el día que reclames poniendo precio a uno solo de ellos, habrás perdido todo tu capital.”


* * *


“Ser bueno con la esperanza de la recompensa, es baja acción de agiotista. Bueno, realmente bueno, es quien siembra el bien, sin preocuparse de quienes utilizarán la cosecha, ni de si algo le corresponderá en lo rendido por la cosecha.”


* * *


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 36 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Una Porquería

Javier de Viana


Cuento


Amigos, pero entrañablemente amigos, eran Lindolfo y Caraciolo; amigos de aquellos entre quienes carecen de valor las palabras tuyo y mío.

Si Lindolfo no encontraba su cinchón al ensillar, tomaba el de Caraciolo; si Caraciolo, en un apuro, hallaba más a mano el freno de Lindolfo, con él enfrenaba. Por eso andaban casi siempre con las «garras» misturadas.

Común de ambos eran los escasos bienes que poseían, siendo, como eran, humildes peones de estancia, y además, mocetones despreocupados y divertidos. Pero común de ambos era también el opulento caudal de sus corazones.

A pesar de esto llegaron a ser rivales. El caso ocurrrió del modo siguiente:

Con motivo de una hierra frutuosa el patrón regaló un potrillo a cada uno de los peones. Lindolfo eligió un pangaré; Caraciolo eligió un overo. Un año después ellos mismos domaron sus pingos, y para probarlos decidieron una carrera por un cordero «ensillado», es decir, el almuerzo: un cordero al asador, el pan, el vino y lo demás.

Corrieron y ganó el overo.

Lindolfo no se dió por satisfecho y concertaron otra prueba, tiro igual, plazo de un mes.

Volvió a perder el pangaré, pero tampoco quedó convencido su dueño.

—Me has ganao por la largada.

—¡Qué quiere, hermano! Cuando se corre un caballo hay que cerrar la boca y abrir los ojos. Aunque te advierto que no me vas a ganar ni haciendo vaca con el diablo.

—¿Querés jugarla pal otro domingo?

—¿Las mismas trecientas varas?

—Dejuro.

—Ta güeno.

Y al domingo siguiente corrieron con igual suerte. Esta vez Lindolfo quedó amoscado. No pudo, como antes, soportar impasible las burlas de su amigo. Este comprendió «que estaba demasiado caliente el horno y que había peligro de que se arrebatase el amasijo», y calló.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 52 visitas.

Publicado el 31 de diciembre de 2022 por Edu Robsy.

Un Deshonesto

Javier de Viana


Cuento


Hacía calor, sentí sed y me introduje en el primer bar que se ofreció a mi paso.

Era aquello una cueva larga, estrecha, obscura.

En los muros laterales, encerrados en marcos de color terroso parecían dormitar Thiers y Gambetta, Grevy y Carnot, con los rostros maculados por la indecencia de las moscas. Al fondo, remando sobre la anaquelería indigente que se encontraba detrás del mostrador, un espejo oval lucía su luna turbia protegida por un tul amarillo.

Me senté, pedí un chopp, y mientras bebía el inmundo brebaje, observaba el recinto.

En el fondo, cerca del despacho, estaba sentado un parroquiano. Aparentaba más de cuarenta años; la vestimenta, trabajada; la barba, canosa y sin aseo; el rostro, con residuos de inteligencia ocracio y demacrado.

Tenía por delante una copa de licor casi intacta, y entre sus dedos enflaquecidos, azulados, sostenía en alto un periódico. Simulaba leer. La mirada, turbia y vaga, parecía un riacho helado.

Aquel hombre me atrajo, quizá por su visible tristeza, quizá por su evidente penuria moral. No recuerdo con qué pretexto entablamos conversación.

Hablamos, es decir, él habló, contándome su historia. En la incoherencia del relato, en el ilogismo de algunos episodios, en la inverosimilitud de ciertos hechos, advertí que mentía, que mentía a cada instante, con la obstinación de un maniático, con la indisciplina mental de un beodo. Pero, en realidad, no mentía: inventaba para explicar con dolorosa sinceridad, las tribulaciones, las caídas y la bancarrota de su ser moral.

Más o menos suprimidas las digresiones, me dijo lo siguiente:


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 52 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Sin Palo ni Piedra

Javier de Viana


Cuento


Es el Pipirí un arroyuelo insignificante, plácido, casi lampiño y que da la impresión de un joven exangüe, agobiado por un mal constitucional incurable.

Sobre el llano, de muy leve declive, las aguas blanquísimas parecen inertes, tan grande es la pereza con que van marchando hacia la confluencia. Se diría que expresamente dilatan el término inevitable de su apacible andar, horrorizadas con la perspectiva de mezclarse a las masas briosas del gran río, que, en impetuoso galope van a choca con las duras aguas marinas.

En sus márgenes, vénse, de trecho en trecho, raros bosquecillos de sauce, que acrecientan la melancólica fisonomía del paisaje.

A un centenar de varas del arroyo, hay una casita de muros muy blancos y de techos de teja ensombrecida por la acción del tiempo.

Al frente se yergue, como celoso guardián, un opulento paraíso; y tras un modesto jardincillo, se extiende la huerta, con escasos árboles frutales, viejos también, casi improductivos. Una lujuriosa madreselva, de ramas gruesas, negras, nudosas, se eleva, retorciéndose hasta el alero de la techumbre y se desparrama por la fachada, prediéndose a los barrotes de las rejas de las ventanas.

Un gran silencio reina de continuo en aquella casa, que parece estar en duelo o habitada por algún enfermo grave. Hasta el viejo perro canelo que dormita junto a la puerta principal, cumple sus deberes de guardián anunciando la aproximación de los forasteros con discreto y apagado ladrido...

En una tarde de otoño, cuyo cielo pálido aumentaba la melancolía del lugar, una joven paisana, extremadamente bella, sentada en un rústico banquito, al pie del paraíso, cosía.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 23 visitas.

Publicado el 17 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Yuyos

Javier de Viana


Cuentos, colección


La caza del tigre

Al doctor Martin Réibel, cariñosa y agradecidamente.


Siempre fué pago temido el «Rincón de la Bajada»; siempre fué escasa y difícil la vigilancia policial y en todo tiempo abundaron los robos y los crímenes; pero desde que el país ardía en guerra civil, aquello habíase convertido en lugar de perennes angustias.

La escasa fuerza de policía, militarizada, se marchó, formando parte de la división departamental. De los hombres del pago, unos habían sido tomados por el gobierno para el servicio de las armas, otros se habían incorporado á las filas revolucionarias y muchos ganaron los montes ó huyeron al extranjero. En la comarca desolada, sólo quedaron las mujeres, los niños y los viejos, muy viejos, inservibles hasta para arrear caballadas.

El «Rincón de la Bajada», ubicado en un paraje excéntrico, por donde no era nada probable que se aventurasen fuerzas armadas, quedó á entera disposición del malevaje. Y aún cuando hubiera ido gente de afuera, escaso riesgo correrían los bandidos, perfectos conocedores de aquel feo paraje.

Una sierra, de poca altura, pero abrupta y totalmente cubierta de espinosa selva de molles y talas, cerraba el valle por el norte y por el este, formando muralla inaccesible á quien no conociera las raras y complicadas sendas que caracoleaban entre riscos y zarzas. Al oeste y al sur, corría un arroyo, nacido de las vertientes de la sierra; un arroyo insignificante, en apariencia, y en realidad temible. No ofrecía ningún vado franco; apenas tres ó cuatro «picadas» que, para pasarlas, era menester que fuesen baqueanos el jinete y el caballo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
116 págs. / 3 horas, 23 minutos / 101 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Abuela

Javier de Viana


Cuento


Al maestro Juan Zorrilla de San Martín.


Después de almorzar, se acostó á dormir la siesta inveterada; pero quizás por el cansancio de los dos «lavados» de la mañana, y quizás también por el enervante calor de la tarde, se le pasaron inadvertidas las horas, y cuando se dispuso á «poner los güesos de punta», ya el sol «íbale bajando el recado al mancarrón del día».

Eso le dió rabia.

Con malos modos, juntó la leña para hacer el fuego, y de gusto, no más, echó sobre el trashoguero, una rama verde de higuera, para que humease, dándole motivo al rezongo.

Entretanto, puso la pava junto á los troncos encendidos; limpió el asador con la falda de la pollera; ensartó un trozo de costillar de oveja, flaco, negro y reseco; clavó el fierro junto al fogón, le acercó brasas, y luego, abandonando la cocina humosa, fuese hacia el guardapatio, para recostarse en un horcón del palenque, y mirar hacia afuera, hacia lo lejos, en intensa y muda interrogación á lo infinito de las colinas y de los llanos que amarillaban por delante.

Así permaneció mucho tiempo doña Carmelina.

Excelente persona doña Carmelina, y con una de esas historias que ofrecen la interesante complicación de lo que el vulgo—incapaz de comprender tragedias anímicas—llama vida vulgar.

Era vieja doña Carmelina, muy vieja. Era alta, flaca y rígida. La edad y las penas la habían extendido, suprimiendo las curvas en que nuestra concepción estática cifra la belleza de un cuerpo femenino; ella era larga y lisa como el tronco de un álamo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 41 visitas.

Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Jugando al Lobo

Javier de Viana


Cuento


Para Luis Vittone, mi excelente intérprete y buen amigo.


Entre el azul de ideal del cielo y el verde sativo de las colínas, el sol esparcía su cálido polvo de oro, que á ratos besa y á ratos muerde, con la ternura y con la brutalidad de un padrillo encelado.

El exceso de luz enceguecía y embriagaba, impidiendo el más leve esfuerzo. El silencio absoluto y la inmovilidad de los seres y los árboles, daban la sensación de que la vida se hubiese suspendido repentinamente.

No soplaba una brisa ni aleteaba un pájaro en la atmósfera hecha ascuas.

En la estancia, todo el mundo dormía. Es decir; todo el mundo no. Aurelio, Lucas y Matías, se paseaban silenciosos, del patio á la cocina y de la cocina al galpón, sin que la rabia solar mortificase sus cabecitas descubiertas, ni sus pies desnudos.

La siesta no había sido inventada para ellos; le profesaban odio á la siesta, cuya terminación constituía el más grande de sus deseos, á fin de que llegara cuanto antes la hora, ansiosamente esperada del baño en el arroyo.

Los pobres chicos, el mayor de los cuales solo contaba ocho años, no tenían sobra de diversiones en la casa. Hacía diez meses que había muerto la madre y las preocupaciones del padre le alejaban continuamente de ellos.

Él los adoraba y los chicos correspondían al afecto de aquel «tatita» siempre bueno y cariñoso y complaciente con ellos.

Siempre fué así, pero tornóse más extremoso desde la noche trágica en que trajeron en el carrito aguatero, bien envuelta en un poncho, á la madre, inesperada y misteriosamente fallecida en el cercano rancho de la vieja Polidora.

A partir de esa fecha ingrata, don Ricardo consagraba todos sus momentos libres á jugar, conversar, reir y llorar con sus chicos. Cuantas veces necesitaba ir á la pulpería, regresaba con las maletas llenas de cosas á ellos destinadas; ropas, juguetes, golosinas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 28 visitas.

Publicado el 21 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

23456