Textos más populares esta semana de Javier de Viana | pág. 4

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autor: Javier de Viana


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Los Amores de Bentos Sagrera

Javier de Viana


Cuento


Cuando Bentos Sagrera oyó ladrar los perros, dejó el mate en el suelo, apoyando la bombilla en el asa de la caldera, se puso de pie y salió del comedor apurando el paso para ver quién se acercaba y tomar prontamente providencia.

Era la tarde, estaba oscureciendo y un gran viento soplaba del Este arrastrando grandes nubes negras y pesadas, que amenazaban tormenta. Quien á esas horas y con ese tiempo llegara á la estancia, indudablemente llevaría ánimo de pernoctar; cosa que Bentos Sagrera no permitía sino á determinadas personas de su íntima relación. Por eso se apuraba, á fin de llegar á los galpones antes de que el forastero hubiera aflojado la cincha á su caballo, disponiéndose á desensillar. Su estancia no era pesada, ¡canejo! —lo había dicho muchas veces; y el que llegase, que se fuera y buscase fonda, ó durmiera en el campo, ¡que al fin y al cabo dormían en el campo animales suyos de más valor que la mayoría de los desocupados harapientos que solían caer por allí demandando albergue!

En muchas ocasiones habíase visto en apuros, porque sus peones, más bondadosos —¡claro, como no era de sus cueros que habían de salir los marcadores!—, permitían á algunos desensillar; y luego era ya mucho más difícil hacerles seguir la marcha.

La estancia de Sagrera era uno de esos viejos establecimientos de origen brasileño, que abundan en la frontera y que semejan cárceles ó fortalezas. Un largo edificio de paredes de piedra y techo de azotea; unos galpones, también de piedra, enfrente, y á los lados un alto muro con sólo una puerta pequeña dando al campo. La cocina, la despensa, el horno, los cuartos de los peones, todo estaba encerrado dentro de la muralla.


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17 págs. / 31 minutos / 116 visitas.

Publicado el 26 de noviembre de 2023 por Edu Robsy.

Aves de Presa

Javier de Viana


Cuento


Julio Linarez era uno de esos hombres en los cuales el observador más experto no habría podido notar la rotunda contradicción existente entre su físico y su moral.

Frisaba los treinta; era de mediana estatura, bien formado, robusto; su rostro redondo, de un trigueño sonrosado, su boca de labios ni gruesos ni finos, su nariz regular, sus ojos grandes, negros, límpidos, si algo indicaban, era salud y bondad, alegría y franqueza.

Sin embargo, Julio Linarez tenía un alma que parecía hecha con el fango del estero, adobado con la mezcla de las ponzoñas de todos los reptiles que moran en la infecta obscuridad de los pajonales.

Su mirada era suave, su voz cálida, y armoniosa, su frase mesurada, sin atildamientos, sin humillaciones y sin soberbias.

Pero ya no engañaba a nadie en el pago, donde su artera perversidad era asaz conocida, bien que no se atreviesen a proclamarlo en público, por la doble razón de que se le temía y de que su habilidad supo ponerlo siempre a salvo de la pena. Sus fechorías dejaron rastro suficiente para el convencimiento, pero no para la prueba.

Era prudente, frío, calculador.

En la comarca, grandes y chicos, todos conocían la famosa escena con Ana María, la hija del rico hacendado Sandalio Pintos, en la noche de un gran baile dado en la estancia festejando el santo del patrón.

Ana María sentía por Julio aversión y miedo, lo cual no obstaba a que él la persiguiera con fría tenacidad. En la noche de la referencia, ni una sola vez la invitó a bailar, aparentando no preocuparse absolutamente de ella.

Sin embargo, ya cerca de la madrugada, en un momento en que Ana María, saliendo de la sala atravesaba el gran patio de la estancia, yendo hacia la cocina a dar órdenes para que sirvieran el chocolate, Julio le salió al paso y la detuvo.


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2 págs. / 4 minutos / 67 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Crimen del Viejo Pedro

Javier de Viana


Cuento


En el pago de Quebracho Chico había un viejo que cuando era muchacho todos lo nombraban simplemente «Pedro», y más tarde «Pedro Lezama», y después «el viejo Lezama» y al último, «el Viejo» nada más.

En el pago de Quebracho Chico había, naturalmente, muchos viejos; pero cuando se nombraba «el viejo», así, a secas, todo Dios sabía que era refiriéndose al viejo Pedro Lezama.

Nadie sabía a ciencia fija su edad; pero echando cálculos, a ojo de buen cubero, coincidían los comarcanos que por lo menos un rodeo de vacunos y dos o tres majadas habían pasado por sus tripas, y que con las cuerdas de tabaco negro que había pitado, se podía hacer un lazo largo como para enlazar las siete cabrillas del cielo.

Era muy viejo; muy viejo, pero lo extraordinario era que parecía haber nacido viejo o no haber envejecido, porque a través de los años y las generaciones que lo contemplaban, era una cosa siempre igual, como el sol, como la luna, como el río, como la loma, como el bajo, como las piedras del cerrillo que enorgullece el pago.

Las depresaciones que el tiempo operaba en su físico, no se advertían, a fuerza de perdurar invariable su espíritu, su pensar, su ser expresivo.

De chico fué un infeliz, sumiso, inofensivo, siempre dispuesto a hacerse a un lado para dar paso a otro, u otros que venían de atrás empujando y que lo dejaban atrás por la simple audacia del empujón. Si alguno le pisaba la cola a un perro, casi siempre él estaba al lado y el perro lo mordía a él y con frecuencia recibía, sobre la mordedura, un rebencazo del capataz o del patrón o de un peón cualquiera, por haberle pisado la cola al perro.

Y en su mocedad y en su edad madura y en su vejez, siguió siempre pisándole la cola al perro y siempre con las mismas consecuencias desagradables.


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3 págs. / 5 minutos / 56 visitas.

Publicado el 16 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Tapera del Cuervo

Javier de Viana


Cuento


A Julio Abellá y Escobar.

I

En la linde del camino, ancho y plano, sobre robusto pedestal de cal y canto, una lápida cuadrangular, de granito tallado, indica el límite uruguayo-brasileño. Diez metros más al norte, sobre diminuta meseta que forma como un balcón de la sierra mirando a la hondonada donde se retuerce el regato, afirma un caserón, bajo de techos, recio de muros y rico en hierros que guarnecen las exiguas ventanas. Es una venda riograndense.

El comercio, propiamente, lo forma una sala reducida y obscura, en cuya añeja anaquelería fraternizan los artículos más heterogéneos, dando pobre idea de la importancia del negocio; pero luego, en salas y galpones adjuntos, las pilas de charque y cueros, los grandes zarzos soportando miles de quesos de todas formas y tamaños, y la profusión de bultos cuidadosamente embalados, denuncian la casa fuerte, rica a la manera de los hormigueros. Las cinco carretas que se asolean junto al guardapatio, contribuyen a robustecer esa opinión.

Yo había llegado esa tarde y debía permanecer allí varios días para la realización de un negocio ganadero. Y había tragado en la jornada una docena de esas leguas brasileñas que se estiran como perro al sol, y estaba harto de trote por caminos en cuyos frecuentes atoladeros era menester tirar as botas para vadearlos. La fatiga y el sueño me rendían; y haciendo poco honor a la feijoada y al arroz hervido de la cena, gané con gusto el cuartejo donde me habían preparado alojamiento, teniendo por cama un catre de guascas, por cobijas mi poncho, por dosel un zarzo lleno de quesos y por compañía, las ratas y ratones que formaban, al parecer, enjambre. Habituado a hospitalidades semejantes, me acosté filosóficamente y el catre crujió con el peso de la fatiga acumulada en diez horas de trote por caminos brasileños.


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17 págs. / 30 minutos / 46 visitas.

Publicado el 28 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Conversando

Javier de Viana


Cuento


—...Era pa decirle, mi tío, que me pensaba casar...

—¿Casar?

—La muchacha... usted sabe, l’hija’el puestero don Esmil... la muchacha es güeña...

—¿Güeña?...

—¡Tan güeña!.. Trabajadora como un güey, mansa como lechera de ordeñar sin manea, y como un perro ’e fiel, fiel hasta ser cargosa.

—¿Cargosa?

—Cargosa ansina, por demasíao bondá ¿compriende?

—Compriendo: es como maleta demasiao llena que fastidea al montar.

—¡Clavao!... Sólo que, usté sabe, mi tío, que una maleta hinchada, incomoda un poco la asentadera, pero se tiene la satisfación de que en llegando al rancho no le falta a uno nada.

—¡Hum!... No le falta a uno nada, o le falta todo: maleta demasiao cargada, es muy fácil de perder!... Los gauchos de aura viajan en caballo ’e tiro y si les toca hacer noche en despoblao, atan el flete a soga y un zorro les corta el maniador, quedan a pie y embobaos, cantándole un triste a la estaca. Cuando yo era gaucho, mi reserva eran las boleadoras, y, gracias a Dios, mi recao no anduvo nunca sobre mi lomo!...

—¿Y de hay colige mi tío?...


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2 págs. / 4 minutos / 40 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Crimen de Amor

Javier de Viana


Cuento


A Emilio Becher.


Cuando todavía existían en el Entre Ríos gaucho la estancia nativa, la hacienda chúcara, el potro bravo y el paisano de ley, Aquilino Platero habíase conquistado, allá en los pagos de Yuquerí, una triple fama de bravo, de diestro y de buen mozo.

Las dos cualidades primeras le fueron quizá impuestas por la última, á fin de poner á raya la mofa campera. Aquilino tenía, en efecto, una belleza demasiado femenina. Era de mediana estatura, de abultadas caderas, de cintura estrecha, de pequeñas manos y de pequeños pies. La hermosa cabellera rubia, cuyos rulos caían sobre la espalda, sombreaba suavemente un rostro ovalado, fino, con grandes ojos azules de mirar aterciopelado, con su nariz correcta, ligeramente aguileña y con su boca mujeril coronada de una rala pelusilla de oro. La voz suave y un leve ceceo, contribuían á darle el aspecto de feminidad que le obligaba á ser temerariamente bravo, para desvirituar apariencias, desdorosas en aquel medio de virilidades extremas.

Por demás está decir que Aquillino hacía valer su hermosura, realzada en el espíritu de las criollas, por sus habilidades de bailarín, de cantor y de guitarrero. Era el ídolo y el tormento de todas las buenas mozas del pago, y sobre todo de Rosa María, la linda trigueña del Puerto Chico. Cortejábala Aquilino de igual modo y sin mayor preferencia que á las demás; lo cual traía fuera de sí á la joven que experimentaba por él un amor salvaje, absoluto, intransigente, dominador.

—¡Aquilino será mío, mío; mío sola! solía exclamar en sus noches de fiebre, de rabia y de celos.

Ella multiplicaba las coqueterías á fin de rendir el corazón del desdeñoso galán; pero sus rivales luchaban también y el gauchillo se dejaba adormecer por la música de ese coro amoroso, confiado en que siempre tendría tiempo para decidirse.


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2 págs. / 4 minutos / 38 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Del Bien y del Mal

Javier de Viana


Cuento


—Es así, viejo Simón, convénzase de que es así, —concluyó Mariano con su voz pausada serena y armoniosa.

Pero si al viejo Simón le era imposible convencerse de que fuese aceptable lo expresado por el patroncito, mucho más imposible le era convencerse de que efectivamente, el patroncito se expresaba así:

—«Las únicas satisfacciones reales son las que nos proporciona el hacer mal, el hacer sufrir».

Y lo había dicho así, serena, tranquilamente, sin excitaciones, demostrando profundo convencimiento de lo que decía, de que no era uno de esos disparates cual todos proferimos en un momento de ira, pero que no utilizamos jamás como regla de nuestras acciones.

Mariano ajustaba su conducta a esa fórmula horrible. El viejo Simón había visto cuanta satisfacción experimentaba el mozo en sus crueldades de hecho con las bestias y en sus crueldades de palabra con las personas.

Una ocasión, «Saulo», el viejo perro, veterano de la perrada de la estancia, desdentado, rengo, casi ciego, fue a acariciarlo, humilde, arrastrándose, buscando su mano para lamerla. Él no lo rehuyó, por el contrario, retribuyéndole las caricias y conduciéndolo al galpón hasta debajo de un garfio que sostenía un cuarto de vaca, cortó un trozo de carne que puso varias veces a la altura del hocico del perro, haciéndole desear la merienda; y por último, simulando entregársela, le reventó en la boca una vejiga de hiel que llevaba oculta en la otra mano.

Otra vez, mientras el viejo Simón se esforzaba en desvanecer las sospechas que atormentaban a Jacinto, él intervino:

—¡No te aflijas, muchacho!... Puede ser que sean ilusiones... Yo los vi juntos, ayer tarde y no sé lo que Fausto le decía, pero vi que ella reía mucho... y los hombres que hacen reir a las mujeres tienen más probabilidades de conquistarlas que aquellos que las hacen llorar...


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3 págs. / 5 minutos / 36 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Por un Olvido

Javier de Viana


Cuento


A Enrique Queirolo.


Invierno aborrecido aquel!... Era un llover que parecía que el cielo se hubiese agujereado por todas partes; y los vientos medio como locos, remolineaban, corriendo de aquí para allá, chiflaban con rabia y tan pronto se agachaban, arrastrándose por el suelo, barriendo el campo, y cacheteando bárbaramente a los árboles, como subían al cielo, llevándose por delante a los pájaros que se inclinaban, como buque que se va a pique.

—Y el frío!... ¡Virgen santísima!... El frío andaba suelto, mordiendo carnes con ferocidad de perro cimarrón.

A todo esto el sol, el único que podía sujetar un poco a aquellos tres bandidos,—la lluvia, el viento y el frío,—asomaba un poco la cabeza, miraba con un ojo solo, y se mandaba mudar en seguida, sin lástima, no digo por los hombres, pero al menos por los árboles y por los pobres corderitos recién nacidos.

¡Qué invierno canalla!

Recuerdo una vez, estaba anocheciendo y Paulino Suárez había desuñido junto al paso real de las Mulas. El arroyo estaba hondo, y si caía un chaparrón, el paso atrancado y un par de días de demora, pagando pastoreo en campo más pelado que badana.

Paulino Suárez, es claro, estaba con un humor de perro viejo acosado por la sabandija.

—¡Echa más leña, gurí!—de rezongó al muchacho que, arrollado junto al fogón, temblaba de frío lo mismo que cachila al pie de una masiega.—Y todavía no se había enderezado el chico, cuando ya el padre gritaba:

—¡Pero sopla el juego, haragán! ¿No ves que m'está augando el humo'?...

En eso se oyó a lo lejos el prolongado y triste rechinar de una carreta. El viejo prestó el oído y dijo:

—Son las carretas del pardo Serapio. ¡Siempre cachaciento el pardo!...


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2 págs. / 4 minutos / 35 visitas.

Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Los Agregados

Javier de Viana


Cuento


—¿Hasta el lobuno?

—¡Hast’el lobuno, amigo!

—¡Hombre hereje!...

—Los güeyes y el petizo tubiano; nadita más me deja tener en el campo!.. ¡Parece mentira, amigo!...

Y mientras amargueaba y convidaba a su amigo, bajo la sombra escasa de un tala guacho, el viejo Venancio continuó lamentándose... ¿Podía creerse?... En aquel campo había nacido, allí habían nacido su mujer y sus hijos, y allí pensaba morir tranquilamente entre los cuatro terrones de su rancho, cuando apareció el nuevo dueño de la estancia, «el hombrecito rubio», cuyos ojos azules eran duros como piedra de afilar y cuya palabra silbaba como látigo. En la primera parada de rodeo, empezó por decir:

—De aquí en adelante no quiero que haya en el campo más marca ni más señal que la mía... Todos esos animales ajenos tienen que salir: o los venden, o se los llevan. Tienen dos meses para buscar acomodo.

Y asi fué. A los dos meses inexorablemente obligó a vender o levantar las diversas haciendas de los varios «agregados». Venancio tenía su ganadito —algo más de cien reses,— su majadita y una tropilla de caballos. Los «patrones viejos» le habían dado el derecho de criar allí esos «animalitos», como le habían dado la población y la chacra, donde todos los años semblaba sus cuatro hectáreas de maíz, «pa choclos, pa las gallinas, pa engordar un chancho y pa preparar un parejero en invierno». Así había sido siempre, para él y para varios otros pobres como él, antiguos servidores, hijos de antiguos servidores, nietos de antiguos servidores de la estancia. ¿Qué podrían importarle una cuantas centenas de hectáreas al propietario de las treinta leguas que constituían el establecimiento del «Duraznillo»?... Nada, de fijo; pero el «hombrecito rubio» no quería al paisano, ni las cosas criollas, y trataba de espantarlos...


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Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.

Nupcial

Javier de Viana


Cuento


La prolongada sequía estival convirtió en polvo las pasturas de los serranos campos del norte.

Los cañadones mostraban áridas y ardientes, como la piel del desierto, las doradas arenas de sus lechos.

Los arroyos quedaron reducidos a exiguas lagunetas, aisladas unas de otras por los médanos de los altos fondos.

Los grandes ríos, exhaustos, acostumbrados a decir imperativamente al viajador: ¡por aquí nadie pasa!... semejábanse en su magrura a gigantes éticos, y debían sufrir viendo cribada de portillos su imponente muralla líquida.

El aire caldeado, cargado con las emanaciones de los millares de osamentas de vacunos, era casi irrespirable.

Ni un clavel, ni un malvón, ni un toronjil resistieron a la aridez feroz. Cayeron achicharradas las hojas de los cedrones, y se consumieron sin madurar las rojas frutas de los ñangapirés.

Los hacendados más pudientes resolvieron trashumar sus haciendas, —los animales que aún caminaban,— en busca de las tierras del sud, más fértiles, menos castigadas por la sequía.


* * *


Una tarde, después de angustiosa recorrida del campo, Maneco de Souza penetró en el galpón y encarándose con Yuca Fleitas, el hijo de su viejo mayordomo y su peón de más confianza, le dijo:

—Esto es el acabóse. Ya la gente no alcanza ni pa cueriar la animalada que muere... ¿Te animás a marchar pal sur con una tropa de tres mil novillos?. ..

—Yo me animo a tuito lo que me mande, patrón.

—Hay que dir más de cincuenta leguas p'abajo.

—Iré.

—Con seguridá que vas a dir dejando el tendal de novillos pu’el camino.

—Anque me quede uno solo he llegar al destino, con la ayuda de Dios...

—Güeno; mañana, al clariar el día, paramos rodeo y apartamo lo mejorcito, y lo que llegue que llegue, y que lo que ha de llevar el diablo, que cargue cuantiantes con él!...


* * *


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1 pág. / 3 minutos / 26 visitas.

Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

23456