Textos mejor valorados de Joaquim Ruyra publicados el 22 de octubre de 2016

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autor: Joaquim Ruyra fecha: 22-10-2016


Noche de Ánimas

Joaquim Ruyra


Cuento


El eco de tu postrera danza, oh Fiesta de Todos los Santos, fenece.

La orquesta penetró en el mesón. En la vasta cocina, ante el hogar, sentados en el banco, o en sillas y escabeles, los músicos se calientan las piernas, y suavizan con unas sopas en vino las gargantas secas y agobiadas. Cada cual sostiene con la mano izquierda, sobre la rodilla, un plato de tierra muy hondo, en cuyo seno se hinchan y colorean los pedazos de pan que flotan en el líquido humeante. Los dedos pellizcan, sorben tenaces las bocas y los semblantes adquieren vida al influjo del saludable refrigerio.

En tanto el abuelo echa un sueñecito en su rincón, casi rozando los purpúreos tizones. Ora levanta poco a poco la cabeza hasta poner en descubierto las piltracas marchitas de su papada, ora la deja caer pesadamente sobre el pecho.

Media docena de jóvenes payeses bien trajeados y rasurados, con las barretinas encrestadas en la cabeza con esmero coquetón, y luciendo a guisa de joyas unos brotes de albahaca en las orejas, conversan de pie formando corro detrás de los músicos. Sus caras llamean todavía con el fuego que encendiera la danza; de vez en cuando enjugan con pañuelos multicolores el sudor que resplandece en caras y cogotes.

La mesonera y las criadas van con presura del hogar a los hornillos, de los hornillos al armario.

Un mozalbete, puesto en cuclillas dentro del cuévano de hierbas, lo espía todo con ojos despabilados.

El candil que pende de la pequeña bóveda de los hornillos apenas deja ver su lucecita amarilla entre la humareda que surge de cazos y sartenes. En cambio los resplandores rojos y volubles del hogar vagarean por el ámbito sombrío. Todo danza en un caos de luz y de tinieblas.


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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Mirada del Pobre

Joaquim Ruyra


Cuento


Aprisa, muy aprisa subía un día por la Rambla con un amigo. Los dos nos habíamos acalorado, gesticulábamos sin cesar, gritábamos de lo lindo. Nos habíamos enzarzado en una disputa sobre un punto científico; uno y otro quería llevar razón a todo trance. Creo que llegamos aun al insulto; yo… dicho sea en honor de la verdad… más de una vez sentí la tentación de acabar la contienda a puñetazo limpio.

En lo más vivo de nuestro arrebato, al doblar una esquina, noto que me tiran de la americana. Vuelvo la cara… y veo a un pobre cubierto de mugre, harapiento, que me sujetaba fuertemente y me tendía una mano. ¡Bonita ocasión para atenderle!

—Otro día será, hermano… que Dios le asista.

Pero el pobre no me soltaba. Era un mozo de cara atontada, barbilampiño, con el cuello surcado de tumores y la cara abotargada y amarillenta, muy amarilla, de un matiz brillante como la grasa de gallina.

—Por amor de Dios… por amor de Dios —iba diciendo.

—Váyase con mil diablos… —exclamé fuera de mí, y de un tirón desasime de él.

El pobre quedó entonces inmóvil como una estatua, con la mano todavía tendida, dirigiéndome una mirada llena de desolación y lágrimas.

Volví la espalda, y continué la discusión con mi amigo, pero ya sin arrestos, sintiendo un peso en el corazón que me quitaba todo prurito de locuacidad. La mirada del pobrecillo permanecía grabada en lo más hondo de mi imaginación. ¡Y era la mirada tan dolorosa, tan desamparada! Si el mendigo se hubiese enojado, y hubiese prorrumpido en unas desvergüenzas, inmediatamente olvidara yo la escena; pero nada de eso, el desdichado no manifestó la cólera más leve, ni sus ojos habían expresado la menor reprimenda; sólo revelaron una gran amargura, una larga desolación.


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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Pavura

Joaquim Ruyra


Cuento


De camino para una masía de la Selva, donde me aguardaban los míos, hube de retrasarme por motivos que no es preciso narrar. El sol caía bastante bajo cuando llegué al molino del Olmo, que distaba aún tres horas del término de mi viaje; mas a pesar de que no andaba sobrado de tiempo, hube de detenerme a beber, y me senté en una piedra, junto al río, a descansar un instante, fumando un cigarrillo.

El molino del Olmo no trabaja desde hace muchos años. Es un caserón inhabitado, o mejor una ruina inhabitable, porque buena parte de las paredes se ha convertido en escombros, y los tejados y techos no se mantienen más que a pedazos. Crecen en el interior espontáneos arbustos, y la viña salvaje asoma sus pámpanos a la ventana. La presa, reblandecida y usada, deja escapar desdeñosamente las aguas murmuradoras. La ancha turbina se pudre inmóvil sobre la acequia enjuta; las arañas la cubren de telas sutiles, y los bardales de las márgenes la llenan de briznas y hojarasca. Cuando uno recuerda que en otros tiempos esta rueda movía una complicada maquinaria, e imagina el ronco son de las muelas, correas y engranajes, el tráfago de los molineros, las teorías de carros que henchían los patios, la música de los cascabeles, el chasquido de las zurriagas y los gritos de los carreteros que animaban todo el valle, no puede menos de lamentar la ruina y el silencio presentes. Ahora estos parajes permanecen desiertos y silvestres. Crece la hierba en los caminos; ha desaparecido el surco de los carros. Nadie transita de ordinario por estos senderos. El sol mira hacia acá días y días y meses sin descubrir figura humana, y desaparece al morir la tarde en medio de un silencio mortal.


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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Las Damiselas del Mar

Joaquim Ruyra


Cuento


Seis muchachos de camiseta azul, sórdidos, astrosos, quedaron sentados en el peñascal; sus piernas desnudas cuelgan sobre el mar que con frecuencia se ahueca y les baña los pies. Cada cual posee su caña y su montón de gusanillos roqueros, el manjar que los peces reputan más sabroso.

La pesca les ocupa trece horas, y unánimes levantan gritería de vencedores cada vez que uno arranca al mar algún serrano boquiabierto que esparrama en el aire el varillaje reluciente de sus membranas espinosas.

El crepúsculo vesperal amortigua lentamente el esplendor de sus humaredas violáceas. Unas estrellas empiezan a centellear en el aire azul. Una bandada de cuervos atraviesa el espacio y va a perderse en la montaña, entre las paredes tenebrosas y destartaladas de un viejo castillo.

Más de un muchacho, cansado de vigilar incesantemente los avíos de pescar que balancean al ritmo de las olas, se ha adormilado. Caen las cabezas sobre el pecho. Los dedos se aflojan y a duras penas sostienen las cañas, que abaten sus copetes al nivel del agua.

—Ya no pican —dice uno malhumorado.

—¡Concho, y está eso obscuro! —exclama otro, surcando el cielo con los ojos.

—¿Me van a creer? Lo mejor será echar un sueñecito hasta que la luna se levante.

Todo el mundo está conforme. Se ponen en hilera, muy prietos, pasan los brazos sobre las espaldas y los cogotes de los compañeros, y se adormecen tranquilamente al raso, repantigados en una roca.

La noche se obscurece más y más. La luna amarillea en su oriente; una faja de bruma cenicienta divide su esfera. El mar canta a los chicos una canción de cuna, atenuando su bronca voz.

De pronto, suena algo así como un galope sordo y espeso… tras, tras, tras… y van apareciendo las Damiselas del Mar, montando unos bermejos langostines, otras montando enormes cangrejos viejísimos, revestidos de musgo marino.


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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.