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autor: Joaquín Dicenta editor: Edu Robsy


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Juan José

Joaquín Dicenta


Teatro


Carta a modo de prólogo

Sr. D. José de Urquía


Querido amigo y compañero:

Me pide usted autorización para publicar Juan José en La novela corta y dedicar el número, en que mi drama se publique, a los obreros españoles.

La miseria me llevó a convivir con los humildes y con los miserables.

Entre ellos escogí modelos para personajes de mi obra; ellos, con sus dolores, con sus ignorancias, con la pobreza material y moral a que les reducían la codicia, el egoísmo y la (crueldad) de explotadores y viciosos, trajeron a mi corazón primero que a mi inteligencia el trágico poema de los desheredados, al cual quise dar vida escénica en Juan José.

Mucho ha progresado el obrero español desde que escribí la obra; pero la médula de mi drama subsiste, subsistirá mientras la mujer pueda ser empujada a la prostitución y el hombre honrado al crimen, por la miseria, por el abandono y por las explotaciones sociales.

Dedicando usted, querido Urquía, mi drama a los obreros en la fecha 1.º de Mayo, satisface mi deseo más firme. No lo he realizado antes por mi propio, temeroso de que tal acción se atribuyera a vanidad o a ansias ruines de lucro.

Gracias pues y una usted la mía a su dedicatoria.

Muy sinceramente amigo y admirador de usted.


Joaquín Dicenta

Personajes

ROSA.
TOÑUELA.
ISIDRA.
MUJER 1.ª
MUJER 2.ª
JUAN JOSÉ.
PACO.
ANDRÉS.
EL CANO.
IGNACIO.
PERICO.
EL TABERNERO.
UN CABO DE PRESIDIO.
BEBEDOR 1.º
BEBEDOR 2.º
Un mozo de taberna.
Bebedores.


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Dominio público
75 págs. / 2 horas, 12 minutos / 109 visitas.

Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Odio

Joaquín Dicenta


Cuento


I

Su nombre andaba de boca en boca, como la carne del jabalí en los dientes de la trabilla, destrozado, mordido, hecho tiras, chorreando sangre. Su primer triunfo fue la señal para emprender aquella batida cobarde, con la que se trataba de cortar el paso a una reputación naciente. Chasco se llevan los que calentando su espíritu y mortificando su cerebro con la esperanza del primer aplauso, imaginan que, una vez logrado éste, termina el vía-crucis y pueden seguir su camino por sendas fáciles, por carriles seguros, que hacen el viaje cómodo y la llegada pronta. Más se estrecha el sendero cuanto más se adelanta; más áspero es el piso, más enmarañados y espinosos los zarzales que a uno y otro lado del sendero se elevan y hacia él se extienden y en su centro se unen; muralla movediza y punzante que hay que salvar a pecho descubierto, sin volver la cabeza, disimulando el dolor, gritando hacia adentro, llorando hacia adentro también, con el pie firme, la frente alta y los ojos en el porvenir...

¡Qué remedio!... Algo ha de costar romper el dique de las vulgaridades consagradas, rebasar el nivel de las medianías, salirse de la recua... Mujer hermosa y hombre superior que no cuentan con la calumnia y con la envidia, no echan sus cuentas bien. Ocurre con esto lo que con el sarampión: hay que pasarlo.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 38 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Una Letra de Cambio

Joaquín Dicenta


Novela corta


I

Era angosta y encuestada la calle: calle de barrios bajos madrileños. Alfombrábanla por su centro guijarros en punta, y servían de orla a tal alfombra dos aceras estrechas, que iban cuesta arriba y cuesta abajo en franco e independiente desnivel.

De las casas arraigadas sobre las dos aceras, no hablemos; si independientes en su desnivel eran éstas, éranlo más aquéllas en sus arquitecturas. Habíalas altas, de cinco pisos, hombreándose junto a casuchos en que sólo una ventana y una puerta daban testimonios de ventilación. Unas ostentaban en sus remates aleros, adornados con canalones prontos a convertirse en duchas de sorpresa, para el transeúnte, a poco que diesen las nubes en llover; otras ufanábanse con balcones de hierros negros y torcidos, que hacían pensar en los últimos Austrias; cuales con balconcetes minúsculos, que revivían a los penúltimos Borbones; algunas se acortinaban con enredaderas o se volvían jardín a puro rellenarse de tiestos; no escasas afeitaban su vejez con revoques o enlucían sus huecos con todo linaje de multicolores harapos. Por la mayor parte salía un rumor continuo, formado con todos los gritos que puede lanzar un ejército de mujeres, y todos los juramentos que puede proferir una legión de hombres, y todos los llantos que puede promover una colmena de chiquillos. Y es que las tales casas pertenecían a las llamadas de vecindad, a las que en buena ley debieran llamarse antesalas del infierno, purgatorios donde la suciedad tiene su palacio, el hombre su banderín de enganche y la desdicha humana su natural habitación.

En una de estas casas, que dentro de poco serán un recuerdo arqueológico para los vecinos de Madrid, vivía mi persona, que, dentro de poco también, será, si consigue serlo, un recuerdo para los jóvenes que ahora la saludan.


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Dominio público
32 págs. / 57 minutos / 129 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

¡Redención!...

Joaquín Dicenta


Cuento


I

Todo fueron murmuraciones en los comienzos de su arribo á la población marinera.

¿Quién sería el desconocido, aquel buen mozo de treinta y cinco años que había comprado la finca de El Parral, instalándola con un fausto que no igualaban, ni con mucho, las de los ricachos en diez leguas á la redonda?

Dos meses anduvieron albañiles, carpinteros, tapiceros, fontaneros, pintores y marmolistas, limpiando, arreglando, decorando, higienizando la vivienda, hasta dejarla que no la reconocería su edificador.

Tocóles después á jardineros y hortelanos. Una gran estufa se construyó al fondo del jardín. De cristalería era con ventanales automáticos y juegos dobles de persianas. Á ella fueron llegando, como á congreso mundial de botánica, las más raras plantas de todos los países; las que en los trópicos arraigan, á temperatura de cuarenta y cinco y más grados, y las que brotan inmediatas á la región polar: las que se crían en húmedos y sombríos abismos y las que florecen en remontadas cimas.

Para cada una hubo en la estufa un conveniente lugar. Cámaras frigoríficas para las plantas que verdean entre la nieve; calefacción para las necesitadas de altas temperaturas; humedades fungosas para las precisadas de ellas; atmósferas enrarecidas para las hijas de las cumbres. Cada zona de aquel muestrario aparecía sabia y totalmente apartada de la otra; pero todas juntas se mostraban de golpe á la admiración del curioso por cristales de tan pura diafanidad, que era menester tactearlos si no quería confundírselos con las transparencias del aire.


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Dominio público
35 págs. / 1 hora, 2 minutos / 97 visitas.

Publicado el 7 de abril de 2019 por Edu Robsy.

¡Pa Mí que Nieva…!

Joaquín Dicenta


Cuento


Mirábase reproducido en el ancho espejo colocado sobre el lujoso tocador de la fonda, y aún dudaba si sería él.

¡Cómo!, aquel señor, que se levantaba de dormir en colchones de pluma, entre sábanas de hilo y colchas de seda, aquel hombre de cuarenta y cinco años, vestido por fuera y por dentro como un banquero o como un príncipe, aquel caballero afeitado, perfumado, estirado, limpio, ¿era él, Pepillo, el Pepillo de antes?… ¡Vaya que no!… Seguramente soñaba y no tardaría en despertarle de su sueño la bota de un guardia de orden público. Estaba hecho a semejantes despertadores desde su infancia. Sólo le sorprendía el retraso. ¡A que se habían olvidado de dar cuerda a los despertadores en la prevención del distrito!…

Así discurría Pepe por lo bajo, intercalando su discurso con sonrisas alegres y gestos de satisfacción. A fe que tenía motivos para estar contento. ¡Volver a Madrid al cabo de veintiséis años; instalarse en el hotel de Roma y verse asistido por tres o cuatro sirvientes que lucían frac, corbata blanca y bota de charol! ¡Coche para el paseo, palco en el teatro y cheques por valor de tres millones en la cartera!… Y no era sueño; era la realidad indiscutible.

¿Cómo el granujilla, el golfo, el vendedor de periódicos, el que tuvo por lecho el quicio de las puertas y los bancos del Prado, el que se lavaba en el pilón de Neptuno y comía en la taberna de la Liendres, llegó a tan empingorotada posición social? Pues como ocurren estas cosas. Con ayuda de la suerte, del trabajo, de la intrepidez y de la constancia.


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4 págs. / 7 minutos / 46 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Nido de Gorriones

Joaquín Dicenta


Cuento


Ancho, huesoso, atlético, con los hombros robustos, las piernas fuertes y el cuerpo encorvado por la edad, era el tío Roque un campesino aragonés que llevaba con energía sus setenta y cinco años y la administración de sus fincas y propiedades, evaluadas por los inteligentes del contorno en ciento cincuenta mil duros; un capital, diariamente vigilado por su dueño, que recorría sus tierras sobre un caballejo de mala muerte para inspeccionar y dirigir la siega en agosto, la vendimia en septiembre, la siembra en invierno, el esquileo del ganado en primavera, la recolección de frutos en otoño, y las múltiples faenas de la agricultura en todo tiempo, sin cuidarse del calor ni del frío, ni del aire, ni de la lluvia; atravesando una atmósfera de fuego cuando el sol abrasaba los campos, y una sábana de hielo, cuando la nieve, cayendo de las nubes, se extendía en forma de mancha monótona desde los más hondos repliegues del valle hasta los más altos picachos de la sierra.

Porque el tío Roque no quería dejar nada a la inspección ajena; la más insignificante semilla pasaba por sus dedos antes de caer en la tierra, aquella tierra suya, completamente suya, a la que amaba con ternuras de abuelo y codicia de amante celoso; tierra de la que no se había separado nunca y de la que parecía hijo, mejor que hijo, producto. A tal extremo se había compenetrado con ella, que era, por su aspecto, parte integrante de ella misma.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 62 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

El Idilio de Pedrín

Joaquín Dicenta


Novela corta


I

Era un soñador aquel montañés. La luz, casi siempre gris en la Montaña, las nieblas que desde el otoño a los comienzos del estío la envuelven, habían penetrado el espíritu de Pedrín, haciéndolo vivir en plena fantasía, en completo desdibujo de la realidad.

No solamente lo que llamamos alma era romántica en Pedrín; lo eran también las líneas carnales, el dibujo total del cuerpo.

Su cabello rubio ondeaba, palideciendo hacia las puntas, como los remates de un sol poniente; su frente se moldeaba en forma de torreón gótico; en sus ojos azules resplandecía el éxtasis, acentuado por la sombra que hacían las pestañas. La nariz era recta; la boca de finísimos labios; apuntada la barba; marfileño el tono de la piel. Tenía las manos señoriles, el talle juncal; el andar lánguido, apoyándose poco en tierra, como si tratara de ser vuelo.

¿Cómo pudieron fabricar esta criatura dos marineros aldeanos?

Recio el padre como un trinquete, basto como una encina, coloradote, por obra de la mucha sangre circulante en sus venas y del mucho vino embaulado en su estómago, no resultaba muy capaz para tan delicado engendro.

Cierto que la madre fue hermosa. Aún a los cuarenta años, con todo el mal traer de su jornalero vivir, conservaba restos de aquella su hermosura. Por hermosa reinó en bailes, juntas y montañesas romerías. De muy largo llegaban a requebrarla los galanes; más de una cabeza quedó rota en su obsequio; no pocas veces oyeron suspirar por ella olas y praderías. Pero así y todo, no ajustaba la belleza fuerte y opulenta de la madre a las hechuras del hijo que parió.


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Dominio público
34 págs. / 1 hora / 104 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

El Idilio de la Noche

Joaquín Dicenta


Cuento


Al finalizar aquel crepúsculo de fuego durante el cual el sol, convertido en inmensa hoguera, arrojaba sobre el horizonte llamaradas de luz y teñía de rojo las fachadas de los edificios, las ramas de los árboles y la hierba de los paseos, anchas nubes de color gris se extendieron por el espacio, aumentando el bochorno, haciendo más sofocante la temperatura, como si en ellas se condensaran y fundieran el vaho caliente que salía de la tierra abrasada y el humo del incendio que amenazaba consumir el infinito. Vino la noche y dijérase que aún no se había puesto el sol, que aún no se había extinguido la enorme hoguera, que después de arrasarlo todo con sus llamas, de convertirse en montón de brasas cubiertas por las cenizas de la catástrofe, ardía en un rincón del cielo a manera de humeante rescoldo que no acaba de extinguirse nunca, y daba señales de existencia rasgando las nubes con relámpagos cárdenos y con trepidaciones sordas.

Así fueron pasando las horas y llegaron las primeras de la madrugada, sin que una ráfaga de aire puro viniese a refrescar la tierra, a sacudir las hojas inmóviles de los árboles, a introducirse en el fondo obscuro de las casas dormidas, que abrían de par en par, para recoger el oxígeno de la atmósfera, sus anchas bocas de madera y de vidrio. Era aquel un amodorramiento sombrío, una quietud de asfixia, el sueño profundo de una ciudad aletargada por el calor y rendida por el cansancio.


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4 págs. / 7 minutos / 44 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Idilio en una Jaula

Joaquín Dicenta


Cuento


Ella era una muchacha rubia, muy rubia, verdadero tipo de soñadora, con los ojos azules, el cutis pálido y los labios entreabiertos, como si tratasen de ofrecer salida a los suspiros de su pena. Porque sufría mucho aquella infeliz víctima de dieciocho años, que, soñando con un amor todo sensibilidad y delicadeza, se encontró unida, sin quererlo y sin saberlo casi, a un banquero materialote y soez, insolente como una onza y pletórico como las talegas de plata que almacenaba en la caja de sus caudales.

La boda fué uno de esos contratos brutales que se conciertan a espaldas de la ley, y que la ley sanciona luego tranquilamente. Dolores era hermosa, el banquero rico y los padres de la muchacha pobres y egoístas. El trato se hizo pronto.

—«Toma su belleza y abre tu bolsa» —dijeron los padres de la niña; y, previa la bendición de un clérigo, arrojaron a su hija en los brazos de el adinerado traficante.

Aquel abrazo tronchó la existencia de la joven, como troncha, la mano grosera del patán, una flor delicada, y Dolores se iba muriendo poco a poco, a semejanza de las flores que se marchitan, derramando perfumes que nadie se cuidaba de recoger.

Se iba muriendo y, avara de encontrar algo bello, armonioso y dulce en derredor suyo, tenía en su gabinete una pajarera, y se pasaba las horas muertas delante de ella, oyendo los trinos de sus canarios, única nota de poesía que vibraba en aquel hogar repleto de lujo y falto de ternura.

¡Cuánto quería a sus compañeros de esclavitud aquella mujer!


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 67 visitas.

Publicado el 21 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

Un Autor al Uso

Joaquín Dicenta


Cuento


Aún me parece, estarle viendo cuando se presentó en mi casa con el manuscrito entre los dedos de la mano izquierda y el sombrero entre las uñas de la mano derecha.

—Caballero —me dijo aquel joven, delgado, muy mal vestido, lo cual no es un crimen, y con el traje lleno de grasa y de otras materias alimenticias, prueba insigne de suciedad que no admite disculpa;— caballero, yo soy hijo de familia, como usted puede ver. Mi mamá es lavandera.

—¡Pues nadie lo diría! —pensé yo, mirando la camisa del joven, que parecía, por lo negra y por lo reluciente, una muestra de carbón de cok.

—Bueno; ¿y qué desea usted? —le pregunté luego de ofrecerle una silla.

—Pues quiero leer a usted una pieza que he escrito; porque desde que me quitaron la plaza de escribiente que tenía en el ministerio de Fomento, me he metido a escritor.

—Eso es muy natural —repuse yo;—habiendo sido escribiente de Fomento, nada más lógico que dedicarse a escritor público, en épocas de cesantía.

—¿Y en qué sección del ramo ha servido usted? —añadí.— ¿En Instrucción pública?

—No, señor; en Caminos. He ocupado allí un puesto durante cuatro años y tres meses.

—¿Y ahora? —le interrumpí.

—Ahora, viendo que el oficio de autor es muy socorrido, y después de enterarme de cómo se hacen estas cosas, he cogido una obra francesa que se dejó olvidada en su mesa de noche un señor, cuando mamá tenía casa de huéspedes, y la he traducido al castellano.

—¿A su mamá de usted?

—No, señor; a la obra. Sólo que, siguiendo la costumbre establecida, en vez de poner traducción, he puesto original. ¿Qué opina usted de eso?

—Que ha hecho usted perfectamente. Además, su conducta es lógica: un hombre que ha andado cuatro años en caminos, no puede proceder de otro modo.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 27 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

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