Á mi querido tío
D. José María Bremon
Permite que tu nombre respetable figure en las primeras
páginas del libro en que colecciono estos cuentos, dispersos hasta ahora
en los periódicos. En tu casa, siendo niño y huérfano, hizo á
hurtadillas mi pluma sus cándidos ensayos. En tu librería, que forcé
muchas veces para leen las obras que ocultabas á mi prematura
curiosidad, está el gérmen de estos cuentos: en la consideracion y
prestigio que te habian conquistado tus trabajos literarios y políticos
fundaba mis aspiraciones á distinguirme, que no se han realizado: es
evidente que hay en este libro y en cuanto escriba algo que te
pertenece, y debes restituirte tu agradecido y respetuoso sobrino,
Pepe.
Primera parte
I
Los vecinos de un pueblo de Castilla cargaban de grano sus carretas y
sacaban á la plaza sus ganados para conducirlos á la feria: los que
nada tenian que vender, ayudaban cargar, ó formaban corrillos
bulliciosos. A la puerta de una de las casas habia un carro tan repleto
de trigo, que los sacos parecian una especie de montaña: cuatro robustas
mulas uncidas esperaban en traje de camino, es decir, llevaban al
costado sus raciones en los correspondientes talegos, como llevamos
nuestras carteras de viaje. El carro, el atalaje y el ganado indicaban
en sus dueños desahogo y abundancia: sin embargo de eso, una mujer
jóven, con el rostro inquieto y la voz conmovida, decia á un fornido
labrador que, látigo en mano, se disponia á arrear á las caballerías.
—¡Por Dios, Tomás! No juegues en la feria: llevas todo lo que nos queda, y si lo pierdes, tendrémos que empeñar hasta los ojos.
—Lucía, no tengas cuidado; respondió el buen mozo mirando con cariño á
su mujer: pasado mañana estaré de vuelta con el carro vacío y la bolsa
bien provista: estoy desengañado, y, ademas, te he prometido no jugar.
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