Textos más populares esta semana de José Fernández Bremón que contienen 'u' | pág. 6

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El Sueño del Borracho

José Fernández Bremón


Cuento


Cuando Pedro cayó rendido por el vino, vio que el mundo estaba más alegre que de ordinario y que le decía su amigo el tabernero:

—Despierta, que te han nombrado capitán general de todas las botellas de Madrid, y vas a pasarles revista. Ponte el uniforme.

Se puso sus zapatos de corcho, polainas de cuero, casaca verde botella y un casco plateado como el de los tapones del champaña. Desenvainó su sacacorchos, montó en un pellejo y marchó al Prado al frente de su escolta.

¡Cómo brillaban al sol los vidrios de los cascos, el estaño de los golletes y los colores de los líquidos, y con qué orgullo lucían innumerables botellas las etiquetas de sus fábricas! ¡Qué bien formadas estaban en orden de parada, que tenía su cabeza en el Hipódromo y su terminación desconocida! Los vinos generosos y añejos formaban el Estado Mayor, y marchaban en la escolta como agregados extranjeros, llamando la atención el rin, que alzaba su largo cuello con orgullo; el ginebra, envuelto en su gabán gris, que le llegaba a los talones; los vinos de Italia, vestidos a la ligera con lindas esterillas y los de Burdeos con fundas de paja puntiagudas. ¡Cuántos y qué variados uniformes en la escolta!

Era la artillería en aquel ejército el aguardiente, y lo había de todos los calibres. Los ingenieros habían llegado de Jerez, y los vinos de pasto constituían las armas generales. El vino de Pepsina y todos los que se venden en botica eran la brigada sanitaria; y la de obreras era la cerveza que así servía de refresco en el aparador como de bebida en la taberna.

El general montado en su pellejo galopaba orgulloso ante aquellas interminables hileras de botellas, relucientes las de la última quinta, las veteranas empolvadas, y que todas, al chispear heridas por el sol, parecía que le guiñaban los ojos con cariño. A su paso sonaban las charangas de vasos y de copas.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

El Diablo en un Bolsillo

José Fernández Bremón


Cuento


I

Felipe IV era rey nuevo, y la monarquía se había remozado; empezó aboliendo los cuellos encañonados, cortando el cuello a un ministro y prendiendo y desterrando cardenales y virreyes; las revoluciones se hacían entonces desde arriba, porque en España nunca prosperaron las de abajo.

En la Semana Santa de 1623 hacía siete años que pudría Cervantes bajo la tierra; Lope de Vega y Góngora eran dos vigorosos sesentones; Tirso y Quevedo estaban en la plenitud de su edad y su talento, y Calderón era un principiante de veintitrés años, ya famoso. España, llena de esperanzas, se disponía a progresar y caminaba con júbilo hacia el porvenir; pero el progreso, tan útil cuando se marcha hacia la cima, es áspero y cruel cuando se rueda cuesta abajo.

II

—¿Conque es cierto eso de la procesión penitencial? —preguntaba un caballero cincuentón y acicalado a un cortesano que le había detenido en la puerta de la iglesia de San Gil.

—Ciertísimo, don Luis, como que llevé las órdenes yo mismo; sólo se han excusado los carmelitas descalzos de San José.

—¿Y a qué otras religiones se ha invitado?

—A todas las reformadas; asistirán los franciscanos de San Bernardino, y estos gilitos que tenemos al lado; los mercenarios de Santa Bárbara, los agustinos del Prado de Recoletos, los capuchinos del palacio de Lerma y los trinitarios descalzos de la plazuela de Jesús.

—¿Visteis en este convento a fray Tomás de la Virgen?

—No pude ver a ese bendito varón que lleva más de diez años en la cama, y le visitan reyes y señores y dicen que adivina pensamientos.

—Doy fe de ello; figuraos que cuando entré en su celda me dijo con severidad sin conocerme: «Sacad pronto ese demonio que os bulle en la cabeza». Y acertó.

—Pero, don Luis, ¿sois energúmeno?

—¡Psc! Soy poeta y abogado; continuad.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Los Salvadores

José Fernández Bremón


Cuento


—¿Cómo tiene usted tan sanos y colorados a sus hijos? —había preguntado el día anterior una vecina al padre de Tomasito.

—¿Cómo? Dándoles a beber agua y vino en todas las comidas. El agua mezclada con vino refresca y alimenta, alegra y da salud.

Aquella misma tarde, Tomasito, estando mirando en la pecera cómo nadaban los magníficos peces de colores, le pareció que estaban tristes. Una idea salvadora brotó en su mente, y para alimentar, refrescar y dar salud a los peces, vertió en su agua una botella de vino robada en la despensa.

¡Con qué placer admiraron los muchachos los diversos matices del agua según iba mezclándose con vino, y mucho más los rápidos movimientos de los peces, que empezaron a agitarse y dar vueltas desordenadas en aquel líquido asfixiante!

—¡Ya se alegran!

—¡Mira cómo corren!...

—¿Se habrán emborrachado?

A las voces infantiles acudió el cochero, que era un grandísimo borracho, y al enterarse del hecho, dijo a los muchachos:

—Los habéis envenenado.

—¡Si papá dice que el agua con vino es un remedio!

—Para vosotros; pero es mortal para los peces. Yo los salvaré.

—¿Qué vas a hacer?

—Beberme esa agua y vino y echarles agua sola.

Y el cochero, que era un hombre bueno, alzó la pecera, la puso en su boca, miró al cielo y la secó de un solo trago.

Después echó a correr como un loco, pidiendo un anzuelo a los criados.

—¿Para qué? —le decían.

—Para metérmelo en la boca; para pescar los peces que tengo en el estómago.

El infeliz se había tragado los peces por salvarlos.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Un Cuento de Niños

José Fernández Bremón


Cuento


I

Nunca podré olvidar los destartalados buhardillones donde pasé parte de mi infancia: pocos pisos de Madrid conservan en su interior esos desahogos de las casas viejas. Subíase a ellos por una estrecha escalera, pero una vez dentro, ¡qué anchuras para correr, qué encrucijadas y rincones para jugar al escondite y qué pintoresco desnivel en las habitaciones y pasillos! El ama seca era la soberana en aquellas alturas, adonde rara vez llegaban las riñas de los abuelos, ni los rumores del mundo: era la libertad dentro de la clausura. Allí estaba la desahogada y blanca alcoba, de anchas ventanas y techo de bovedilla, donde dormíamos cuatro criaturas y las encargadas de cuidarnos: allí, obedeciendo a un plano que parecía trazado por un loco, había piezas de paso, escaleras ascendentes o descendentes, altas ventanas con rejas, otras de caballete, y boquetes redondos por donde alguna vez nos visitaban los murciélagos; desvanes y nichos para luces: por todas partes cuartitos abuhardillados: en el uno cacareaban las gallinas y sorprendíamos con admiración el secreto de la postura del huevo: en otro espiábamos el arrullar de las palomas que comían por turno, metiendo sus cabecitas blancas o cenicientas por las ventanillas del comedero para atracarse de algarrobas. Éramos felices en aquel paraíso de muchachos y de vez en cuando hacíamos descubrimientos importantes: ya desclavando un baúl viejo encontrábamos un sombrero de tres picos o una silla de montar; ya una cría de ratones en la caja, sin cuerdas, de un violín. Cuando empezaba a anochecer, nos replegábamos poco a poco huyendo de las sombras; cesaban las cabriolas y los gritos y sentados en un ruedo de la alcoba, formábamos un corro, y pedíamos un cuento, de aparecidos y gigantes, hadas con sus varitas de virtudes, lobos, brujas, hechiceros y diablos.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

El Legajo de Cartas

José Fernández Bremón


Cuento


Madrid, 16 de noviembre de 1836.

Querido Luis:

Soy miliciano: mis compañeros de clase me acaban de reclutar: es una lástima que no se haya podido completar la compañía con estudiantes, porque descomponen mucho la formación los paisanos barrigudos que se alistan con preferencia: sí, se ha observado que los liberales más robustos son los más dados a vestir el uniforme. Me han prometido hacerme cabo, y tengo ansia de ponerme los galones, porque es una humillación haber cumplido veinte años y no ser nada. Te aseguro que no seré un cabo vulgar; he empezado a estudiar a los caudillos más famosos, desde Sesostris hasta Cardero; y un cabo ilustrado puede aspirar a todo, cuando un sargento sin ilustración ha nombrado los ministros que hoy gobiernan. Aludo al sargento García, que nos dio la Constitución del año 12 y trajo prisionera a la Monarquía desde La Granja a Madrid, con el mayor respeto, en coches lujosos y rodeada de fusiles.

Comprenderás que mis nuevos estudios me obligan a descuidar la ciencia del Derecho. No hay ciencia superior a la de la guerra: he conocido a Espartero, el nuevo general del ejército del Norte; los patriotas esperan mucho de él.

¿Quién sabe si ha de ser el salvador de España?

Tengo ganas de batirme, aunque sea con mis catedráticos: no puedes figurarte la cara que ponen algunos cuando entramos en clase vestidos de uniforme: el capitán de mi compañía, con objeto de hacerles rabiar, ha conseguido permiso para que hagamos el ejercicio en el Seminario de Nobles, donde se ha instalado la Universidad; no han podido negarse en el templo de la ciencia a que tengamos dos horas diarias de instrucción. Acaso nos la guarden para los exámenes, pero hemos prometido examinarnos con fusil y bayoneta.


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14 págs. / 24 minutos / 17 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Año Pasado y el que Viene

José Fernández Bremón


Cuento


Entre el año pasado y el que viene suelen colocar los hombres el presente, como si lo presente pudiera durar un año. Imaginémonos la medianoche del 31 de diciembre y la línea divisoria del año que acabó y el que está por empezar: ¿Cómo desaparece ese año presente que suponíamos en correcta formación con los demás? Es que no existe: lo presente es la molécula del tiempo: una serie de puntos suspensivos entre lo que fue y está por ser: las paradas imperceptibles, pero continuas, del tren que rueda a toda máquina.

El hilo de instantes que cae sin cesar hacia el pasado forma esas montañas que llamamos edades, cuya extensión equivale a la extensión del porvenir; porque el tiempo corre incesantemente y siempre está a la mitad de su camino.

El infinito no es sino un instante repetido eternamente, y en su aparente monotonía se encierra toda la variedad de las edades pasadas y futuras, en que no hay dos años iguales, pues los más próximos, el pasado y el que viene, difieren entre sí como lo ajeno y lo propio, lo nominal y lo efectivo. El que viene es el año que quisiéramos: el pasado es el año que nos dan.


* * *


Decía un amigo nuestro:

—¡Cuánta felicidad parece que niega la mujer con sus desdenes! ¡Qué poca puede conceder con su cariño!

El tiempo es como la mujer, misterioso; poético, cuando lo seguimos de lejos; prosaico y desagradable, cuando nos persigue de cerca.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Oruga Cometa

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


Descolgábase del árbol una oruga sujeta al hilo que iba formando trabajosamente con su baba. Pero el viento, encorvando la delgada hebra, arrastraba al insecto por el aire, jugando con él y columpiándolo.

—¡Qué he hecho! —decía la pobre oruga quejándose de su suerte—. Quise descender al suelo y me remonto hacia las nubes, y mi cuerpo está a merced del primer pájaro hambriento que me vea. Vuelo sin alas, y cuanto más hilo saco más me elevo.

El insecto ascendía como sube una cometa mientras no se agota su bramante.

Así pasaron largas horas, hasta que el viento se calmó, y la oruga, cansada y dolorida, pudo ganar la tierra y refrescar y extender su cuerpo en una hierba.

—¡No eres poco delicada! —dijo otra oruga que la vio—; cualquiera diría que has hecho un gran viaje; cuéntale tus trabajos a quien no haya bajado del árbol como yo; sé muy bien que basta sujetar el hilo en una rama y dejarse caer poco a poco, porque nuestro peso mismo nos lleva a tierra en un momento.

Casi todas las orugas atestiguaron lo mismo y consideraron a la primera como una embaucadora.

—¡Habrase visto la embustera!

—¿Pues no sostiene que ha volado como un ave?

—¡Olé por la mariposa!

—¡Qué cosas tan raras suceden en el mundo!

—No hagas caso a esas imbéciles —dijo un saltamontes—; he corrido mundo y he visto cosas más extraordinarias y difíciles.

El vulgo que marcha acompasadamente no sabe lo que otros luchan para vivir, e ignora que quien arrostra los vientos de la vida puede volar más alto que los otros.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Sacrificio de Venus

José Fernández Bremón


Cuento


Al comenzar el siglo XVII, la calle que hoy se llama en Madrid del Ave María se llamaba calle del Barranco: aún a principios del siglo pasado existía en la de la Esperanza una imagen de Nuestra Señora de ese título, colocada por el venerable siervo de Dios fray Simón de Rojas, y que dio nombre a esa calle. Cuando aquel santo varón vino a Madrid, reinaba ya Felipe III y el lupanar que existía en el Barranco estaba convertido en la callejuela de la Rosa. Los vecinos del Barranco, en unión del virtuoso fundador de la congregación de Esclavos del Dulce Nombre de María, pusieron bajo el patronato de la Virgen aquella calle, para hacerle perder su mala fama, colocando estampas del Ave María en sus puertas, e ingresando en la hermandad, en que era obligatorio a los cofrades decir Ave María setenta y dos veces diarias, y servirse de aquella salutación siempre que se encontraban. El venerable Rojas fue el autor de aquella reforma en las costumbres: todo Madrid, desde el Consejo de Castilla y el Ayuntamiento, hasta el pueblo que derribó las puertas de la Trinidad, para hacer reliquias con los hábitos del padre Rojas, el día de su muerte, le tuvieron por santo: y los vecinos del barrio del Ave María le consagraron una calle, que se llama de San Simón en honor suyo: es decir, le proclamaron santo ciento diez años antes de que Roma le declarase venerable: tuvo gran influencia el ilustre vallisoletano: su consejo pesó mucho en el ánimo de Felipe III para la expulsión de los moriscos, y en el reinado siguiente para impedir la boda de la hermana de Felipe IV con el príncipe de Gales, luego Carlos I, a quien sus vasallos cortaron la cabeza.


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Publicado el 19 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Buena Dicha

José Fernández Bremón


Cuento


I

—¡Vamos! —decía el sacristán de las Descalzas Reales a los pobres que pedían a la puerta—, que voy a cerrar. Idos enfrente, a San Martín; es la hora de la sopa. Hoy ha sido buen día, ¿no es verdad? Ha repartido entre vosotros un real de a ocho la dama de los chapines con virillas de oro.

—¡A la sopa! —dijo un lego benito saliendo de la iglesia de las Descalzas—. Ya van a repartirla en mi convento.

Los pobres atravesaron corriendo la plazuela, parándose en la puerta de San Martín mientras el sacristán decía al lego:

—Qué bien huele vuestra ropa, hermano.

—Ya lo creo; desde que entró en Madrid la peste, sólo me lavo con agua de rosa y hojas de violeta, y nunca abandono este saquito lleno de sándalo y azafrán, almizcle y estoraque. Pero ya di los escapularios de parte de mi abad a sus hijas de confesión, sor María de Austria y sor Margarita de la Cruz, la hija y nieta de Carlos V. Qué monjas: la una ha sido emperatriz, la otra no ha querido ser reina de España, casándose con su tío don Felipe II, que Dios nos conserve; es verdad que el rey está algo estropeado...

—Escondeos, que vuestro abad sale de San Martín, no os vea aquí hablando.


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Publicado el 19 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Llama de la Vida

José Fernández Bremón


Cuento


—Tome usted chocolate.

—Imposible: el chocolate hace soñar: la última vez que lo tomé, soñé que deseaba conocer el misterio de la desigualdad de las existencias humanas.

—Y ¿acudiría usted a un sabio?...

—Tengo la costumbre de no hacer preguntas a los sabios cuando quiero saber algo. Busqué un médium ignorante que sin ciencia ninguna daba respuestas maravillosas y le dije:

»—¿Por qué mueren tantos niños, tantos hombres robustos y personas que parecían destinadas a larga vida, y duran otras que no reúnen condiciones de salud?

»El médium, que es cerero, consultó a los espíritus y me dijo:

»—Enciende una vela tú mismo.

»Había delante de mí hachas, cirios, velas de todos tamaños, y cerillas muy delgadas; casi todas estaban sin estrenar, y por no hacer perjuicio, tomé un hachón algo gastado, y lo encendí.

»—Esa luz que has elegido es tu vida: cuando se apague, morirás.

»—¿Y si hubiera elegido aquel cabito que veo en ese rincón?

»—Hubieras durado muy poco. Ya sabes el secreto: unos viven con hachón de viento, otros con vela de sebo, otros con cirio pascual y algunos, lo que dura una cerilla.

»—¿Qué hago con este hachón?

»—Puedes llevártelo o dejarlo.

»—¿Cuánto debo?

»—La vida no tiene precio. Si lo dejas no podré cuidarlo, que harto tengo que hacer cuidando el mío.

»—Es que si me lo llevo el viento lo apagará... porque hace mucho aire.

»—Resguárdalo con la mano... adiós: voy a cerrar.

»—Espera a que se calme el viento.

»El viento apenas movía la llama y me parecía un huracán: me detenía en todos los huecos: no me determinaba a atravesar las bocacalles, y todo me parecía conspirar para apagar aquella luz preciosa.

»—¿Me hace usted el favor del fuego? —dijo un transeúnte.


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Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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