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Juguetes Prehistóricos

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


Cuando el Señor creó la Tierra de la nada y sacó de la tierra todos los vivientes, el planeta estaba inmóvil en el espacio, y en aquel mundo tranquilo los hombres y los animales morían de vejez.

Satanás estaba furioso con aquel sosiego, y convocó a sus espíritus para que aquello terminara.

—¡Satanás! —le dijo el ángel Gabriel—; todo lo que intentes para destruir la Tierra se convertirá en un juego de muchachos.

El Ángel Caído, en su soberbia, no hizo caso del consejo y dijo a los diablos:

—Es preciso que destruyamos ese planeta; proponed medios.

—Sabed lo que dolería más en los cielos, que destruyeran la Tierra sus propias criaturas —dijo un demonio colorado.

—Es verdad; pero ¿quién de ellas será capaz de matar a su madre?

—¿No has reparado en una que se arrastra por los suelos?

—Es verdad: propongamos el asesinato a la culebra.

—¿Qué le ofreceremos?

—Aquello de que carezca.

Satanás voló a la Tierra, dio un silbido, y todas las culebras del mundo salieron de sus antros arrastrándose y eschucharon al demonio.

—¿Queréis tener piernas como los hombres o como los cuadrúpedos?

—¡Sí, sí! —silbaron a un tiempo todos los reptiles—. Queremos andar y no arrastrarnos.

—Pues cójase cada cual a la cola de una amiga, y rodead la Tierra y oprimidla hasta que cruja y se deshaga.

Trescientos millones de culebras, formando una cadena, rodearon a la Tierra dándole siete vueltas y apretándola a la vez con todos sus anillos. La Tierra, que estaba tierna todavía, se retorció de dolor y empezó a llenarse de grietas por las cuales se despeñaron las aguas, y a formar jorobas en las que se refugiaron los vivientes.

Gabriel apareció y dijo a los reptiles:

—No os soltéis y apretad firme.


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1 pág. / 2 minutos / 18 visitas.

Publicado el 14 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Cena de un Poeta

José Fernández Bremón


Cuento


Cuando Arturo concluyó su última redondilla tenía mucha hambre, pero no había en su chiribitil sino algunos tomos de poesías, y el Diccionario de la lengua roído por los ratones; para colmo de dolor se elevaban de todas las cocinas de la vecindad vapores apetitosos. Era la noche de Navidad. Arturo, que hasta entonces sólo había pedido inspiración a las Musas, suplicó rendidamente a las nueve hermanas que le diesen de comer.

—Ya sabéis —dijo mentalmente para conmoverlas— que no tengo más familia que vosotras.

Después, como tenía fe en la poesía, se asomó a su elevada ventana y esperó, fijando la vista en la chimenea más cercana para ver si distinguía algo entre las columnas de humo, pues sabido es que el humo es el correo con que se comunican los de abajo y los de arriba.

¡Oh sorpresa! A pesar de la actividad que reinaba en todos los fogones, que atestiguaban excitantes olorcillos, y el escandaloso estruendo de los fritos, y las graves cadencias de las cacerolas, la chimenea no humeaba. Pero había una razón: estaba cubierta por una especie de globo metálico que terminaba en un tubo retorcido, que se extendía en espiral cayendo después entre las tejas. ¿Quién interceptaba aquel humo? Arturo calculó la dirección y longitud del canal de hierro, y no tuvo la menor duda de que los gases eran conducidos a la habitación inmediata, la única guardilla vividera que había al lado de la suya, residencia de un profesor jubilado, cuya obesidad contrastaba con la pobreza en que vivía.

El poeta se indignó de aquel abuso no previsto por las leyes; cortar los humos a una casa, encarcelar lo más libre de la naturaleza, quitar a un habitante de la guardilla lo único que pasa por delante de su ventana era un atentado, y resolvió pedir cuenta a su vecino.

—¿Quién? —dijo éste desde su cuarto al sentir que llamaban a su puerta.


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2 págs. / 4 minutos / 23 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Placeres Gratuitos

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


Cayó de un árbol una oruga sobre la espalda de un galápago, y al notar el cómodo y suave movimiento del testáceo, la oruga dio gracias a la suerte porque le había puesto carruaje.

—Ya no tendré que arrastrarme por el suelo —decía entre sí—, ni fatigarme. ¡Cuánto voy a viajar sobre la concha de este bruto!

A todo esto el galápago avanzaba lentamente hacia un estanque, con gran regocijo de la oruga, que sólo había visto el agua desde lejos. Ya en la orilla, el galápago entró en el agua con suavidad, nadando con soltura.

—¡Calle! —siguió diciendo la oruga—. No sólo tengo carruaje, sino barco: esto es un yacht de recreo. ¡Qué hermoso es navegar en barco propio!

—¡Hija mía! —exclamó el galápago con sorna—. ¿Creías que ibas a viajar gratis en mí? Todo se paga en este mundo. Estás rodeada de agua y no puedes huir. Cuando bendecías tu suerte por haberte puesto coche, yo bendije a la mía que me había puesto el almuerzo en las espaldas.

Se hundió el galápago, quiso nadar la oruga y el testáceo la devoró con apetito.


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1 pág. / 1 minuto / 9 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Siete Historias en Una

José Fernández Bremón


Cuento


I

—Aunque V. asegure lo contrario, Sr. Doctor, no me las prometo muy felices de esas condescendencias,—dije despues de haber oido en silencio las razones que alegaba.

—Esta misma noche,—me respondió con dulzura,—cenará V. con ellos, y le convenceré prácticamente de que á nada me expongo con su trato: la dureza es inútil, con esos desgraciados. Gozo al ver el respeto y las consideraciones que me guardan; nada les niego, ni me opongo á sus caprichos: circulan libremente por mi casa, y siempre me acompañan algunos en mis excursiones por el campo. Quiero experimentar si el aire libre puede contribuir á su curacion.

—Sea de ello lo que fuere, le advierto á V. que cenaré solo. No me tranquiliza la compañía de seis locos, y mañana al amanecer debo continuar mi viaje. Mire usted qué nubarrones se van aglomerando: estoy seguro de que la tormenta me robará parte del sueño.

Sin embargo, tanto insistió el buen Doctor, dándome tales seguridades, que al fin hube de aceptar su invitacion, aunque conservando mis recelos.

Llegada la hora, entramos en un hermoso comedor, en cuyo centro habia una mesa puesta con sencillez, alrededor de la cual conversaban pacíficamente los seis monomaniacos de quienes ya tenia antecedentes.

Cuando nos presentamos se levantaron con la mayor política, ofreciéndonos sus asientos á porfía, y con tal insistencia, que juzgamos oportuno complacerles, ántes de que ocurriese algun incidente desagradable.

Aquella amable recepcion no me satisfizo: hubiera deseado alejarme de la mesa, pero el mal estaba hecho y era preciso conformarse.

Sirvieron el primer plato en el silencio más tranquilizador, de modo que mis temores empezaron á desvanecerse, y pude observar con atencion á mis extraños compañeros. El brillo de sus ojos y la vaguedad de sus miradas, lo mismo podian indicar la embriaguez que la demencia.


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14 págs. / 24 minutos / 37 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Sor Andrea y fray Andrés

José Fernández Bremón


Cuento


A los que juzguen inverosímil este cuento, les diremos que es histórico el hecho fisiológico en que se funda. Jerónimo de Quintana lo consigna en su Antigüedad, nobleza y grandeza de Madrid, bajo la fe de Gonzalo Fernández de Oviedo, que conoció y trató al protagonista: éste tuvo en realidad el nombre que le damos, y nació en la casa solariega de sus padres en la plaza Mayor, parroquia de San Ginés. Sólo nos hemos permitido imaginar la forma en que aquellos sucesos debieron ocurrir y las emociones que sin duda ocasionaron.

I

El caballero Rui Sánchez del Monte y Heredia estaba muy contento: había recibido una carta de su hijo el capitán Pedro del Monte, que había salido ileso en las batallas que acababa de dar el César Carlos V; venía de ver comenzar la fabricación de la capilla que edificaba en la iglesia de San Miguel para enterramiento de los suyos; sus hijos Alonso y Rui le ayudaban a quitarse el abrigo de pieles; su hija Juana le besaba la mano con respeto, y su mujer, doña Flor, le sonreía. Además traía una buena noticia, de carácter reservado.

—Gracias, gracias, hijos —dijo entregándoles la espada y quitándose la gorra—, dejadnos un momento que luego os llamaremos.

Y sentándose en una silla de cuero al lado de su esposa, exclamó alegremente:

—Vengo de la Morería y he encontrado lo que necesitaba. Una morisca se compromete a extirpar el pícaro bigote y la barba de nuestra pobre monjita y dejar su cara limpia como antes.

—¿Y no teméis que emplee sortilegios?

—No: es un procedimiento natural; los moros son muy diestros en ese arte, porque sus prácticas lo exigen.

—¿Y permitirá la priora que entre la morisca en el convento para quitar a nuestra hija Andrea ese defecto?


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6 págs. / 10 minutos / 11 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

A Pan y Agua

José Fernández Bremón


Cuento


Ya no existe en Madrid el monasterio de bernardos; en su solar se han edificado casas en la manzana comprendida entre las calles Ancha de San Bernardo y de la Garduña, y calle y travesía de la Parada, esta última llamada en otro tiempo calle de Enhorabuena vayas; han desaparecido también el vecino callejón de Sal si puedes y el convento inmediato, convertidos en plaza de los Mostenses; la travesía de las Beatas perdió su antiguo título de calle de Aunque os pese, y sólo quedan como recuerdo del pasado, asomando sus copas por la tapia posterior de la manzana del convento, algunos árboles plantados por los frailes; y acaso entre los cimientos de la iglesia, las cenizas de los religiosos que presenciaron a mitad del siglo XVIII los sucesos que voy a referir.

I

El abad, el prior y soprior ocupaban la mesa del testero, y la comunidad, por orden riguroso de categorías, las mesas colocadas a lo largo del refectorio; delante de cada religioso había un pan, un cubierto, vaso, plato, servilleta, almofía y una jarra con agua; los monjes, sin cogullas y las capillas puestas, estaban recostados en el respaldo de su asiento, con las manos recogidas bajo el escapulario; y el lector, desde la tribuna, había empezado a leer en latín un sermón de san Bernardo.


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8 págs. / 14 minutos / 36 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Batalla de Monos

José Fernández Bremón


Cuento


Altas e impenetrables bóvedas de hojas impiden el paso de la luz y forman el crepúsculo perpetuo de la gran selva africana: el suelo está interceptado por troncos caídos y ramas muertas que obstruyen el paso del camello y alejan a la civilizadora caravana; sólo el avestruz, el antílope y el tigre saltan aquellas barreras, mientras los monos se columpian en las ramas de ébano y de sándalo, arrancan en las palmeras racimos de dátiles y suben de árbol en árbol más allá de la techumbre de hojas, para comérselos al sol. Únicamente las aves y los monos pueden ver el cielo en aquel bosque sombrío que ocupa centenares de leguas.

¡Los monos! ¡Qué felices vivían en aquel laberinto de troncos, haciendo cabriolas e insultando con sus gestos y proyectiles al pacífico elefante, que sólo se dignaba contestar de tarde en tarde a las injurias arrancando algún tronco con su trompa, ese formidable gatillo de extraer raíces de árbol! ¡Con qué agilidad escalaban las palmeras las monas madres con sus hijos a la espalda para darles de merendar entre el penacho erizado de las hojas, mientras los padres de los cachorrillos charlaban por señas en un círculo de amigos! ¡Cómo perseguían de rama en rama los amantes a las monas más apetecibles, o eran perseguidos por alguna mona desdeñada que les pedía explicaciones! Los monos viejos, indiferentes al amor, contemplaban desde sitios cómodos y seguros aquellas galanterías y los volatines, travesuras y muecas de un pueblo alegre y saltarín.


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4 págs. / 8 minutos / 9 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Besos y Bofetones

José Fernández Bremón


Cuento


Era noche de beneficio, y el teatro Español estaba lleno: en esas funciones se atiende, más que a la escena, a la concurrencia de palcos y butacas, y los diálogos de amor que se fingen en las tablas no interesan tanto como los que se cruzan en voz baja: eran muchos los distraídos que apenas se fijaban en la escena amorosa que representaban la dama y el galán. De pronto, el sonido de un beso, seguido de un bofetón, ambos a plena cara, hizo fijar todos los ojos en el escenario, donde la dama, puesta de pie y roja de vergüenza, miraba, indignada, al actor, que, no menos furioso y con la mano en el carrillo, que se hinchaba por momentos, lanzaba a su compañera miradas iracundas.

Como era muy conocida la comedia, comprendió el público al instante que aquello no estaba escrito en el papel, y que se había cometido una indignidad y había recibido su castigo: el galán habría dado un beso a la dama, sin respeto a su estado de casada y a la selecta concurrencia, recibiendo su merecida corrección.

El público todo, levantándose de los asientos, aplaudió calurosamente a la actriz, dirigiendo al ofensor palabras injuriosas. Una y otro saludaban y hacían señas incomprensibles, que no calmaron los ánimos, hasta que el actor, acobardado y rechazado, salió del escenario.

El telón seguía descorrido y la representación interrumpida; nadie sabía qué hacer, cuando el mismo empresario, para terminar el conflicto, se presentó en las tablas, reclamó silencio y lo obtuvo tan profundo... que todos pudieron oír el sonido de otro beso y de otro bofetón en una fila de butacas.

—¡Canalla! —dijo una voz femenina.

—¡Señora! ¡Si fuera usted hombre...!; pero, ¿tiene usted marido? ¿Tiene usted hermanos?

—¡Vámonos, mamá! —decía, llorando y tapándose la cara con el pañuelo, una señorita.


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4 págs. / 8 minutos / 17 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Bocetos

José Fernández Bremón


Cuentos, colección


La prima de dos mártires

Publio y su esposa Celsa, ciudadanos de Roma, aunque cristianos y piadosos, no tenían las virtudes y el carácter que en el siglo IV de la Iglesia conducían al desierto o al martirio. Admiraban a los correligionarios que repartían a los pobres sus haciendas para practicar la pobreza voluntaria, y no se consideraban con abnegación para imitarlos; socorrían en secreto a los perseguidos, y practicaban del mismo modo los sencillos ritos de la Iglesia primitiva, y les asombraba y espantaba aquel valor contagioso de las doncellas, los niños y los ancianos, que confesaban en público sus creencias en aquellos tiempos en que costaba el declararse cristianos sufrir una verdadera pasión y morir crucificados o a saetazos, ser lanzados al fuego o perecer en el circo desgarrados por los tigres.

Algo disculpaba la tibieza relativa de Publio y Celsa: el amor de padres: ¡era tan hermosa y cándida Virginia, su hija única! Pero no menos jóvenes y hermosas habían sido sus primas Julia y Marciana, y fueron arrojadas al Tíber, dentro de un saco lleno de culebras, por no hacer sacrificios a la diosa Juno. Publio y Celsa recordaban con terror aquel episodio sublime y doloroso, y el valor indomable de aquellas niñas delicadas, que con sus respuestas irritaron a los jueces, y con su resignación y belleza hicieron llorar a los verdugos. ¿Qué sería de los padres de Virginia si un día llamaran a sus puertas los satélites de Diocleciano para conducir a la presencia del emperador aquella niña de dieciséis años, de ojos tristes y cara angelical, acostumbrada al recogimiento de la casa de sus padres? Aquella idea les sobrecogía y angustiaba. Vivían en una época de terror y crueldades. Además, su sobresalto tenía fundamento.


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12 págs. / 22 minutos / 21 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Carta de un Ladrón

José Fernández Bremón


Cuento


He recibido por el correo una carta extraña firmada por Un ladrón. Suprimo de ella los cumplimientos, el preámbulo, y las palabras ociosas. Se queja de que su clase no tenga periódico, ni club, ni medios de manifestar sus aspiraciones, y me elige como intermediario para dar publicidad a sus ideas, por constarle que no tengo quejas ni miedo de los ladrones.

«Usted sólo posee algunos libros, y no quitamos eso, dejándolo para que lo roben las personas honradas. Crea usted —escribe el ladrón— que no robamos ideas, inéditas ni impresas. Siempre hemos respetado la guardilla del escritor: éste sólo tiene en vida y en muerte dos enemigos: los bibliófilos y los ratones. ¿Qué inconveniente puede usted tener en prestarnos el servicio que reclamo?».

Justificada mi neutralidad e intervención, trascribo la carta sin comentarios.


La justicia nos persigue, y hoy que todos hablan, sólo a nosotros se nos niega la palabra: todo se defiende menos el robo, con el nimio pretexto de estar penado por la ley. ¿Acaso lo estuvo y lo estará siempre? Somos ilegales, es verdad, pero aspiramos a no serlo. ¿Cómo podremos ocupar algún día el Gobierno y practicar nuestros ideales, si no se nos facilitan los medios para ello?


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3 págs. / 6 minutos / 10 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

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