Textos más populares esta semana de José Fernández Bremón disponibles publicados el 1 de agosto de 2024

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autor: José Fernández Bremón textos disponibles fecha: 01-08-2024


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Mundo y Familia

José Fernández Bremón


Cuento


I

—Papá —dijo una arañita flaca y zancuda a otra araña, que había sido gorda, a juzgar por la anchura del abdomen, ya desinflado y lacio, como bolsa sin dinero—, hace mucho tiempo que no se come aquí: ni un mosquito siquiera pasa por este rincón; mi madre salió a buscar comida fiada y no vuelve; deme usted su bendición, que voy a correr el mundo.

—Espera, hijo, siquiera una noche.

—No espero, papá, el hambre incita al crimen y anoche tuve malos pensamientos.

—Ya lo reparé, hijo mío. Haciendo que dormía, observé que me mirabas con apetito. Por fortuna, pudiste reprimirte; yo aguardaba con la boca abierta que me dieras un motivo para desayunarme con tu cuerpo. Vete, pues, y recibe con mis ocho patas las ocho bendiciones que se dan al viajero. Acércate, hijo mío.

—Bendígame usted de lejos.

—Cómo, criatura, ¿te irás sin abrazarme?

—Ya lo creo: aquí reina el hambre y somos comestibles.

—Adiós, pues: no te olvides de enviarme noticias tuyas con la primera mosca que encuentres.

La arañita no escuchó más, y descolgándose del techo con un hilo, en pocas zancadas salió por la ventana. Allí se detuvo asombrada, porque nunca sospechó que el mundo fuera tan grande ni hubiera en él tantos vivientes. Poco después se hallaba en un tejado donde un gusano pacífico tomaba el sol tranquilamente. Examinole con atención, y viendo que no tenía dientes ni defensas, le dijo agarrándole por el pescuezo:

—Date preso en nombre de la ley.

Es la fórmula antigua que usan las arañas cuando estrangulan a su víctima. En vano quiso desasirse el infeliz gusano estirando y encogiendo sus anillos: la arañita le chupó todo su jugo, hasta que, creyendo reventar de puro harta, le soltó.

—Puedes retirarte —le dijo—, quedas en libertad.

El gusano no le pudo dar las gracias: estaba seco.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

El Diccionario de los Gatos

José Fernández Bremón


Cuento


A fuerza de conocer a los hombres, he concluido por estimar mucho a los gatos: por eso cuando perdí a Hollín, mi hermoso gato negro, después de registrar patios y sótanos, determiné buscarlo en el tejado a las altas horas de la noche, en que sólo nos espían nuestras vecinas más calladas, las estrellas. Oíase un diálogo gatuno, musical y brillante, cuando con la suavidad posible me deslicé sobre las tejas: la huida de uno de los interlocutores me demostró que había hecho ruido; pero el fugitivo era un gato blanco. ¿Habría ahuyentado al otro, que bien pudiera ser el mío? Un maullido melancólico que sonó tras el caballete de una buhardilla próxima me devolvió la esperanza: avancé paso a paso de hormiga hacia la ventana, maullé lo mejor que supe, y noté con cierto orgullo que me contestaba otro maullido; repetí, respondió el gato, y después de un largo paseo contenido para recorrer la distancia de tres metros, pude asomar la cabeza a la ventana, y en vez de mi gato Hollín, quedé atónito al encontrarme ante un anciano venerable que maullaba con extraordinaria perfección y me miraba sonriendo.

—Pase usted, vecino —me dijo—, que puede usted caerse.

Y ayudándome a entrar por la ventana, añadió, mientras yo callaba avergonzado y sorprendido:

—El primer maullido que usted dio me llenó de placer: era una frase desconocida para mí; al segundo temblé, creyendo por su acento extranjero que entre los gatos hubiera idiomas diferentes; luego reconocí el acento humano y una imitación burda y sin sentido. Pero tiene usted disposición, y en un curso de diez o doce años podrá usted maullar correctamente.

—¿Diez o doce años?

—Yo he gastado cincuenta en entender ese idioma y componer su diccionario: aquí lo tiene usted.

Encendió un cabo de vela, y me enseñó un pliego de papel con anotaciones musicales y su traducción al castellano. Yo leí:


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

A Pan y Agua

José Fernández Bremón


Cuento


Ya no existe en Madrid el monasterio de bernardos; en su solar se han edificado casas en la manzana comprendida entre las calles Ancha de San Bernardo y de la Garduña, y calle y travesía de la Parada, esta última llamada en otro tiempo calle de Enhorabuena vayas; han desaparecido también el vecino callejón de Sal si puedes y el convento inmediato, convertidos en plaza de los Mostenses; la travesía de las Beatas perdió su antiguo título de calle de Aunque os pese, y sólo quedan como recuerdo del pasado, asomando sus copas por la tapia posterior de la manzana del convento, algunos árboles plantados por los frailes; y acaso entre los cimientos de la iglesia, las cenizas de los religiosos que presenciaron a mitad del siglo XVIII los sucesos que voy a referir.

I

El abad, el prior y soprior ocupaban la mesa del testero, y la comunidad, por orden riguroso de categorías, las mesas colocadas a lo largo del refectorio; delante de cada religioso había un pan, un cubierto, vaso, plato, servilleta, almofía y una jarra con agua; los monjes, sin cogullas y las capillas puestas, estaban recostados en el respaldo de su asiento, con las manos recogidas bajo el escapulario; y el lector, desde la tribuna, había empezado a leer en latín un sermón de san Bernardo.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

La Fuente de Apolo

José Fernández Bremón


Cuento


Primera época

Era el Prado de Madrid, por el año 1855, el mejor paseo de la villa, por las tardes en invierno y por las noches en verano: una barandilla de hierro, parecida a la del estanque del Retiro, separaba el paseo de carruajes del llamado «París», faja estrecha donde el hormiguero elegante lucía con monótona uniformidad la última moda, y las señoras paseaban los abultados miriñaques.

En la parte ancha y central del salón, enarenada y lisa, dominaban la chiquillería, las nodrizas y niñeras a los melancólicos y algunas parejitas modestas que huían de la luz; y era grande el estruendo de los muchachos con sus juegos, gritos, lloros y canciones: si en un lado se oía:


Cucú, cantaba la rana,
cucú, debajo del agua...,


más lejos, cantaban otras niñas:


De los inquisidores
tengo licencia, sí,
para bailar el baile
que le llaman el chis:
el chis con el chis, chis...,


o esta disparatada seguidilla chamberga:

>Juanillo;
mira si corre el río;
si corre,
tira un canto a la torre;
si mana,
tira de la campana;
si toca,
es señal que está loca, etc., etc.,


mientras gritaban los muchachos:

—¡Atorigao! ¡Marro parao!

—¡Acoto la china! ¿Quién me la honra?

—Yo soy justicia.

—Yo ladrón.

Cansadas del «Sanseredí» y del «Alalimón, que se ha roto la fuente», por parecerles juegos de menores, dos niñas como de doce años salieron de un corro, y con el atrevimiento de la inocencia se pusieron a seguir a dos muchachos, que no pasarían de los catorce y paseaban gravemente fumando cigarrillos de salvia. Enlazadas por la cintura, rozándose las alas de los sombreros de paja para hablarse muy quedito, decía la más linda de aquellas mujercitas de falda corta, pelo suelto y pantalones largos fruncidos junto al ribete de puntilla:


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

El Hijo del Sordomudo

José Fernández Bremón


Cuento


I

(Recorte de un periódico.)


El individuo que murió ayer arrollado por el salvavidas de un tranvía eléctrico llamábase don Juan Ruilópez; era sordomudo, de posición independiente, y habitaba en una propiedad aislada de Chamberí, sin más compañía, según creencia general, que sus perros: esto no era exacto: en el registro que hizo la Autoridad en la casa del difunto, se halló dormido en un felpudo un muchacho como de trece años, que al despertar ladró al Juzgado, y concluyó por lamer la mano a un guardia del orden público. En vano se hicieron preguntas al niño, porque no las entendía, y así lo manifestó, valiéndose del idioma de los mudos, aunque no lo es.

El caso no puede ser más raro: educado por un padre sordomudo que temía exponer a su hijo a los riesgos de la calle con sus bicicletas y tranvías, no salió nunca de casa, ni oyó la voz humana, sino en algún grito lejano y sin sentido. Comprende, pues, el castellano y se expresa en él por señas, pero no lo puede hablar ni entender de viva voz, y le extraña ver salir las palabras de la boca del hombre. En cambio, el haber vivido siempre rodeado de mastines le ha acostumbrado a manifestar sus impresiones a la manera de los perros, con tal propiedad, que al guardia, con quien ha intimado, se le escapó esta barbaridad al oír cómo ladraba:

—Ladra como un ángel.

En cambio, el niño Ruilópez, viendo que el secretario sacaba recado de escribir, tomó la pluma y trazó en buena letra esta respuesta, presentándola al juez que le había interrogado:

—No entiendo lo que ladras.

Para el desgraciado joven el ladrido es el lenguaje oral, y el castellano un idioma silencioso que se expresa por señas o por escrito nada más.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Árbol Genealógico

José Fernández Bremón


Cuento


I

Hacía mucho tiempo que en mi calidad de médium me comunicaba con los espíritus de los muertos, sirviéndoles de amanuense. Había celebrado conferencias con Mahoma, Bobadilla y el rey don Sebastián, pero no teniá el honor de conocerles. Quise hacer mi árbol genealógico desde mi cuarto abuelo, que fue el último que constaba en los papeles de familia, como nacido en 1710 y muerto en 1761: tenía la sospecha de hallar un noble parentesco, y sucesivamente acudieron a mi evocación, dándome noticias suyas, mis abuelos 5.º, 6.º, 7.º y 8.º, que resultaron ser los siguientes:

5.º Don Juan López Uela, familiar del Santo Oficio: Nacido en Madrid en 1680: falleció en 1715 de un bocado que le dio una bruja que sacaron a quemar: murió rabioso.

6.º Don Lucas López y Ruela, maestro de baile: (1640-87), quedó cojo enseñando un paso nuevo a sus discípulas: no quiso usar muletas porque su habilidad le permitió andar toda su vida con un pie.

7.º Pedro López Iruela, corchete: (1610-72), creyendo una noche agarrar el pescuezo a un delincuente, cogió una soga y cayó a un pozo gritando: «¡Por el rey!».

8.º López Ciruela, expósito: (1571-1613), suplicacionero o barquillero, mozo de mulas y ladrón.

Interrumpida aquí la línea legítima, no me convenía encabezar mi árbol genealógico con un individuo de esa especie, que en realidad sólo pudo producir una rama de ciruelas. Mi desencanto nobiliario fue terrible: yo que soñaba convertir mi obscuro nombre de Pedro de López Uela, en el ilustre y señor de Pedro de la Pezuela, no consideré que el López Uela fue el salto definitivo con que mi familia, suprimiendo una erre, pudo emanciparse del Ciruela.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Los Dos Cerdos

José Fernández Bremón


Cuento


—Señor —me dijo una pobre mujer, dejando su periódico—, ¿qué es eso del hipnotismo? No acabo de entenderlo.

—Se han escrito acerca de ello muchos libros, que cuentan maravillas seriamente; pero como usted no los comprendería, diré en términos claros lo que puede y debe usted entender. Un sabio le propone a usted dormirla con la voluntad y la mirada: si usted acepta, toma asiento; el profesor fija en usted la vista y la adormece; en ese estado le da a usted una orden, que no oye usted, pero que, sin querer y necesariamente, cumple usted al despertar.

—¿Y si me manda que mate?

—Mata usted; y si le ordena que robe, roba usted. Aún hay más. Un sabio dijo a un durmiente hipnotizado: «Quiero que mañana te salga una ampolla en el cogote»; y el cogote obedeció la orden, y salió al día siguiente la vejiga: de modo que, no sólo obedece el paciente con sus acciones, sino los miembros de su cuerpo, curándose si están enfermos, y hasta marcando si es preciso una inscripción sobre la espalda, según refiere un profesor de Montpellier.

—¿Tales milagros se ejecutan?

—¿Quiere usted que la duerma y ordene a sus narices que se caigan a la hora que usted guste?

—¡No, por Dios!

—Lo remediaríamos con otro sueño hipnótico, en que, a mi voz de mando, brotaría bajo su frente otra nariz tan linda como la que luce usted en esa cara. Como que trato de abrir un salón de compostura y embellecimiento de personas, a precios arreglados: desfiguración de rostros para huir de la Justicia o acreedores, brote de cabellos en las calvas y cambio de atractivos a los descontentos de su físico.

—¿Eso hará usted?

—He hecho más: he convertido en cerdo a un hombre, como verá usted en la historia que voy a referir: no supongo que la nieguen esos sabios: yo les he creído, y en correspondencia deben creerme a pie juntillas. O se tira de la manta para todos o para ninguno.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

El Último Pregón

José Fernández Bremón


Cuento


¡Qué tiempos aquéllos! ¡Qué hombres! A los quinientos años de edad digerían un becerro y requebraban a las mozas. No se había inventado la tijera, y cada dedo suyo era un puñal con uñas de cuatro o cinco siglos. Mandaban los Patriarcas, que no habiendo realizado aún la conquista del caballo, montaban a hombros de infelices que tenían a orgullo trotar bajo el jinete. Estaban en embrión las instituciones y adelantos de las futuras sociedades: el feminismo se contentaba con la conquista o caza del varón; la galantería de éste con las hembras no pasaba del pescozón antediluviano, en señal de preferencia; la Geometría se estudiaba en el escarabajo, inventor de la esfera; del Derecho de propiedad no se conocía lo tuyo, sino lo mío; de la Justicia, la vara, luego tan frondosa, y, enfin, no se habían inventado todavía los amigos.

Al caer las primeras gotas, como puños, de los cuarenta días del Diluvio, el género humano estaba indefenso: no había paraguas ni impermeables en el mundo. ¿En qué parte del globo ocurrió lo que voy a referir? Las aguas antediluvianas, pasando una esponja sobre el mapamundi primitivo, han borrado el sitio.


* * *


—Buen barrizal habrá mañana —decía un hombre de carga a su jinete.

—Eso es cuenta tuya —respondía el otro—, que yo no he de embarrarme los talones.

—¿Y si me atascara? Que también la suerte de los de abajo alcanza a los de arriba.

—Calla y corre, que me mojo.

—Ya lo siento, por el agua que chorreas; me parece que llevo un río a cuestas.

—¿Río dijiste? En él estamos, y creí traerte hacia el arroyo.

—Es el arroyo que ha crecido; no hay arroyos ya.

—¿Y mi casa de abajo, la que dejé abierta y vacía?

—¿Vacía? —dijo un transeúnte—. Está llena de peces; he visto colear encima de tu cama una merluza.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Besos y Bofetones

José Fernández Bremón


Cuento


Era noche de beneficio, y el teatro Español estaba lleno: en esas funciones se atiende, más que a la escena, a la concurrencia de palcos y butacas, y los diálogos de amor que se fingen en las tablas no interesan tanto como los que se cruzan en voz baja: eran muchos los distraídos que apenas se fijaban en la escena amorosa que representaban la dama y el galán. De pronto, el sonido de un beso, seguido de un bofetón, ambos a plena cara, hizo fijar todos los ojos en el escenario, donde la dama, puesta de pie y roja de vergüenza, miraba, indignada, al actor, que, no menos furioso y con la mano en el carrillo, que se hinchaba por momentos, lanzaba a su compañera miradas iracundas.

Como era muy conocida la comedia, comprendió el público al instante que aquello no estaba escrito en el papel, y que se había cometido una indignidad y había recibido su castigo: el galán habría dado un beso a la dama, sin respeto a su estado de casada y a la selecta concurrencia, recibiendo su merecida corrección.

El público todo, levantándose de los asientos, aplaudió calurosamente a la actriz, dirigiendo al ofensor palabras injuriosas. Una y otro saludaban y hacían señas incomprensibles, que no calmaron los ánimos, hasta que el actor, acobardado y rechazado, salió del escenario.

El telón seguía descorrido y la representación interrumpida; nadie sabía qué hacer, cuando el mismo empresario, para terminar el conflicto, se presentó en las tablas, reclamó silencio y lo obtuvo tan profundo... que todos pudieron oír el sonido de otro beso y de otro bofetón en una fila de butacas.

—¡Canalla! —dijo una voz femenina.

—¡Señora! ¡Si fuera usted hombre...!; pero, ¿tiene usted marido? ¿Tiene usted hermanos?

—¡Vámonos, mamá! —decía, llorando y tapándose la cara con el pañuelo, una señorita.


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

El Terror Sanitario

José Fernández Bremón


Cuento


La revolución higiénica se había hecho al grito de «¡mueran los enfermos y abajo el arte de curar!». El descubrimiento de la salutina, desinfectante tan enérgico que había expulsado de España las moscas, los ratones y los gatos; la pública certidumbre de que cada enfermedad está representada por un microbio malévolo de fácil evasión e introducción en los cuerpos, que poros tienen agujereados como cribas; el miedo a la muerte, tan natural en el hombre como su conformidad con que mueran los demás; y, por último, el grandioso pretexto de la regeneración de nuestra raza, sólo confiable a las personas sanas y a la destrucción de todo ser doliente, determinaron la explosión. Cada pueblo construyó su lazareto y se prohibieron todas las enfermedades, tolerándose únicamente las jaquecas a las damas, y a los hombres los simples constipados; y se exceptuaron de la ley la calvicie y las verrugas, por haberse establecido que correspondían, como elementos de ornamentación, a las Bellas Artes.

I

De un periódico ministerial.


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