—Ya abre los ojos; trasladadle a la pollera —dijo un médico.
Y me sacaron de la tina donde había estado en remojo un mes, según
luego supe, para hacerme recobrar los jugos, y perder el polvo y
telarañas acumulados en mi cuerpo en el espacio de tres siglos, que
había durado mi sueño magnético. Estaba finalizando el año 2200 de
nuestra era. Por entonces eran muy frecuentes los casos de quedar
dormidas las personas por sugestión, y había hospitales donde cada
durmiente tenía inscripta la fecha de su despertar, que se efectuaba con
las precauciones necesarias.
Como esto no tiene relación con mi propósito, baste consignar que
salí a la calle sano y ágil, después de un sueño de trescientos años,
compañado por un guía, judío de nación, a principios del año 2201.
* * *
Lo primero que hice al dejar el hospital, que me parecía conocido, fue volverme para examinar la fachada.
—¡Calle! —dije en voz alta—, éste es el monasterio de San Lorenzo. ¿Conque estoy en El Escorial?
El guía se sonrió, señalándome el edificio situado enfrente.
—¡Cómo! —repuse—, ese otro es la catedral de Colonia. ¿Cuál es el auténtico y cuál el imitado?
—Uno y otro son los verdaderos, comprados a los Gobiernos
respectivos. Y no cavile usted, que no puede saber las transformaciones
de las cosas en tres siglos; hay ahora empresas de mudanzas que
transportan edificios como antes los muebles de las casas. Esto es un
museo de arquitectura que hemos reunido comprando monumentos baratos en
las quiebras de todas las naciones. ¿Quiere usted ver catedrales? En
esta misma calle podrá usted contemplar la abadía de Westminster,
Nuestra Señora de París, las de Córdoba, Burgos, Toledo, León, las dos
de Salamanca, las de Estrasburgo, Reims, Milán, Ulm y Ratisbona.
—Son muchas catedrales para un día. Pero no ha mencionado usted la de Sevilla.
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