Textos más populares este mes de José Fernández Bremón publicados por Edu Robsy disponibles publicados el 11 de julio de 2024

Mostrando 1 a 10 de 21 textos encontrados.


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autor: José Fernández Bremón editor: Edu Robsy textos disponibles fecha: 11-07-2024


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Julio

José Fernández Bremón


Cuento


La guerra y el amor habían hecho conocer a Julio César todo el valor del tiempo. Cuando el heroico galán observó que la juventud caminaba muy deprisa, no encontrando otra manera de retardar la vejez, alargó el año. La reforma del calendario produjo una modificación de las edades, prolongó el plazo de las deudas y retrasó la marcha de los siglos. Murmuraron los acreedores, y se indignaron los mancebos que tenían impaciencia por ser hombres; pero las matronas romanas se adhirieron por unanimidad a la reforma, si bien no creyeron suficiente el aumento de diez días al año.

No me extraña que en los funerales de César quemaran las romanas sus joyas, regalo tal vez del héroe difunto, ni que su memoria haya llegado a la posteridad con tal prestigio. Todo el que cumple 36 años, a no ser por Julio César cumpliría 37: el indulto de un año de edad es inestimable en esa época de la vida en que los días abrevian como días de otoño, y los años parecen mal medidos, a pesar de tener añadidura. Julio César será siempre el bienhechor de las jamonas.

La suma de esos diez días, aun restando los bisiestos, forma en la Era cristiana una aglomeración de medio siglo: esto nos permite hallarnos en el siglo XIX, perteneciendo en rigor al siglo XX, y viviendo tan al día, hablar con tal seguridad del porvenir. Nuestra generación se columpia entre dos siglos.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Un Dios de Sombrero de Copa

José Fernández Bremón


Cuento


I

Los amigos de don Teótimo Gravedo llenaban los salones de su espléndida morada, atraídos por esta singular invitación:


D. T... G... pronunciará un sermón muy corto en la noche del próximo domingo, y después dará un té religioso a sus amigos. Tendrá la mayor satisfacción si se digna Vd. honrar su casa aquella noche.


Era don Teótimo hombre ceremonioso y circunspecto, de cara larga, nariz larga y patillas aún más largas que la cara y la nariz: su estatura era tan alta, que los pantalones mejor medidos le resultaban siempre cortos: sentado, parecía estar de pie, y de pie parecía andar en zancos. Cuando los convidados estuvieron reunidos dijo extendiendo sus brazos por encima de toda la reunión:

—Señores: Todos habéis notado que la fe desparece y lo habréis observado con dolor, porque me consta que todos sois deístas. Los cultos antiguos están en oposición con las ideas nuevas: son religiones para las mujeres y los niños. Acaso os decidiríais, para restaurar el sentimiento religioso, a practicar cualquiera de los ritos conocidos, pero sois gentes ocupadas; mientras se oye una misa se puede hacer un préstamo al Gobierno. Lejos de nosotros ahuyentar del mundo la idea de Dios, sombra benéfica, que da resignación al pobre y protege nuestras arcas. Dios nos ha hecho grandes servicios cuando era poderoso entre los hombres: no podemos abandonarle en la desgracia.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Árbol de la Ciencia

José Fernández Bremón


Cuento


I

Érase el mes de mayo, a la caída de la tarde, en un hermoso día.

Las muchachas salían a los balcones, las macetas ostentaban esas galas de la primavera con que pueden adornarse las plantas que vegetan a fuerza de cuidados, privadas de la atmósfera libre de los campos, sin espacio donde desarrollar sus raíces y sin jugos con que alimentarse.

Estaba el cielo sereno, si cielo puede llamarse lo que distingue el habitante de la corte por el tragaluz que forman los tejados.

No hacía viento.

Asomada en uno de los balcones de cierta calle había una joven, al parecer de dieciocho años, ocupada en arreglar una maceta; la bella jardinera examinaba con atención los botoncillos de la planta, sonriendo de satisfacción al contemplar su lozanía. Parecía decir con sus sonrisas: «Ésta es mi obra».

Y la planta impertérrita no esponjaba sus hojas, ni erguía sus ramas al contacto de aquellas manos blancas y suaves.

¡Qué ingratas son las plantas!

¿Será ficción la sensibilidad que les atribuyen los poetas bucólicos cuando se trata de las heroínas de sus versos?

¿Será la sensitiva entre los vegetales lo que entre nosotros una niña nerviosa?

¿Tendrán corazón las setas y pensarán las calabazas?

Sientan o no las plantas, como afirman algunos, la que era objeto de tales caricias no se daba por entendida.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Los Bolsillos de los Muertos

José Fernández Bremón


Cuento


Pedro Chapa había sido conserje de un cementerio, y estaba rico: vivía retirado y habíamos adquirido mucha confianza. Todas las noches tomábamos juntos el café, y gustaba de narrarme, entre sorbo y sorbo, y taza tras taza, algunos episodios de su vida sepulcral, que así llamaba al período de tiempo que pasó siendo vecino de los muertos.

—Aquí inter nos —le pregunté una noche—, ¿ha violado usted muchas sepulturas?

Chapa respondió sonriéndose:

—Una sepultura es como una carta cerrada; pocos curiosos resisten a la tentación de abrir algunas, y soy algo curioso.

—La verdad es —le dije aparentando pocos escrúpulos para animarlo— que de nada aprovechan a los muertos las alhajillas con que les adornan.

—Está usted equivocado; ya no hay esa costumbre: puedo asegurarle a usted que en todos los cadáveres que he registrado no he hallado más alhaja que aquel reloj, olvidado sin duda en el bolsillo de un chaleco por no tener cadena.

Y Pedro descolgó de la relojera una saboneta de oro.

—Está parada —dije examinándola—; ¿por qué no le da usted cuerda?

—Es inútil: no anda.

—Llévela usted a un relojero.

—Sepa usted que este reloj ha recorrido las mejores relojerías de Madrid: todos los artífices me han dicho: «La máquina es muy buena: todas las piezas están completas y sin lesión, y sin embargo, el mecanismo no funciona. No sabemos en qué consiste».

—No he visto mayor anomalía...

—Yo sé en qué consiste: este reloj no está parado, sino muerto, y marca su última hora.

—¿Cree usted que esos objetos mueren?

—A todas las máquinas les llega su última enfermedad, que no tiene compostura. En fin, no pudiendo componer el reloj, lo colgué de este clavo, y aquí yace —dijo Chapa colocándolo en su sitio.


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5 págs. / 10 minutos / 18 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Quintar los Muertos

José Fernández Bremón


Cuento


La conversación había llegado a su mayor grado de interés: mientras los diversos contertulios expusimos nuestros planes de gobierno, los debates habían sido lánguidos: unos en nombre de la religión, otros en el de la libertad, o de los intereses permanentes, todos queríamos mandar del mismo modo, es decir, imponiendo cada cual al país sus pensamientos. Pero desde que empezó a hablar don Pancracio, prestamos gran atención a su programa extravagante. En su Constitución la soberanía reside en la mujer, por tradición que empieza en Eva. En sus Cortes discutirán los diputados usando el alfabeto de los mudos, y sólo serán admitidos a votar leyes después de sufrir un examen riguroso. Recordamos entre sus derechos individuales el derecho al pan y al agua: sus presupuestos tenían la sencillez de la cuenta de la lavandera: y en lo tocante a quintas, dijo que sólo admitía la quinta de los muertos.

Esta última base de gobierno produjo gran extrañeza en la reunión. ¿Quería don Pancracio un ejército permanente de fantasmas? ¿Trataba de regularizar por medio de un reemplazo equitativo la desordenada leva de la muerte? ¿Pretendía disminuir administrativamente la mortalidad escandalosa de esta corte? Para quintar los muertos, ¿habría ideado tal vez diezmar los médicos?

—Señores, dejen ustedes de dar tormento a su fantasía —dijo don Pancracio con el orgullo de un reformador—. Mi proyecto es demagógico, como lo fue en otro tiempo la igualdad ante la ley; pero es justo: hoy pido la igualdad ante la muerte. ¿Qué dirían ustedes si para el servicio de las armas, que es una necesidad social, utilizáramos únicamente, cuando tuviesen edad, los niños de la Inclusa y del Hospicio, los pobres de los asilos y cuantos ingresan en los establecimientos oficiales de beneficencia, sin exigir ese tributo a los demás?

—Sería injusto —respondimos.


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El Sermón del Apocalipsis

José Fernández Bremón


Cuento


I

Mi infancia y estudios. — El abad y el moro madrileño. — Un milagro. — Murmuraciones de las viejas.


La primera vez que oí anunciar el fin del mundo tendría quince años: terrible fue aquel día, y creí que, en efecto, el mundo acababa para mí. Es verdad que entonces me parecía muy estrecho, porque sólo había visto el terreno que se divisaba desde la torre del monasterio, a cuyo pie se iba formando un pueblo, destruido antes de tener nombre. He visitado después ciudades famosas, que no tenían bosques tan frondosos ni campiñas tan alegres como las de aquel rinconcillo de la costa poniente de Galicia. Murió aquel pueblo en su infancia, cuando el convento reunía ya treinta monjes y el caserío había enviado a don Sancho en su última guerra dos hombres de armas y ocho peones; y no marchó a su frente el abad don Lupo, porque, habiendo engordado con la edad, ya no cabía en su loriga. Por cierto que el buen monje se consolaba de aquel contratiempo con el ejemplo del monarca, que, de puro grueso, no podía en su juventud alzar los brazos, y tenía un criado para que le rascase la cabeza; y estaban tan asustados los que vivían en su palacio, que, oyendo una vez gran ruido en la cámara real, acudieron despavoridos, y dijo a los suyos el jefe de los guardias:

—O ha estallado una rebelión, o ha estallado el rey.


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14 págs. / 25 minutos / 16 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Primera Peseta

José Fernández Bremón


Cuento


No dar dinero a los chicos era en mi familia sistema rigoroso. Mi primera peseta la gané privándome del chocolate matutino que aborrecía a causa de un atracón que me puso a la muerte a los nueve años de edad, en un asalto a la despensa. Tenía entonces diez años, y en combinación con la cocinera, me procuré una renta diaria de dos cuartos por lo que ella dejaba de comprar, y yo sustituía, con ventaja para mi gusto, el desayuno oficial, tostando mi panecillo francés con sal y aceite. Con aquella renta mi posición se hizo desahogada: podía comprar aleluyas, peones, pelotas y convidar a merengue a algún amigo, aunque jamás logré reunir una peseta: mi capital estaba siempre en calderilla.

Tuve un día ambición, aspiraciones: la lotería primitiva saliendo todos los lunes brindaba con la suerte al que dispusiera de nueve cuartos, precio de la cédula más barata, y permitía elegir números a voluntad desde diez cuartos en adelante y esto hice.

Qué emoción el lunes al oír pregonar a los chiquillos «¡Los hijos de la lotería a ochavo!». Y qué alegrón al saber que había acertado un ambo que me valió catorce reales. Había enriquecido de repente.

Desde entonces he jugado a la lotería muchas veces, pero aquel primer premio ha sido el último, a pesar de haber contribuido al ensayo de la lotería de irradiación en que alguien sospechó si tendría una infalible martingala.


Madrid, 13 de marzo de 1903


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

En el Cuerpo de un Amigo

José Fernández Bremón


Novela corta


I. El pacto

—¿Cree usted en el diablo?

—¡Vaya una pregunta!

—Tengo una idea peregrina; me falta un año para emanciparme del curador y entrar en posesión de mis bienes: hasta entonces no podré realizar mi matrimonio con Clotilde, ni entrar en su casa, cuyas puertas me ha cerrado su madre, y no teniendo en qué emplear estos doce meses, se me ha ocurrido pasarlos en el cuerpo de usted.

—Luciano, ¿se ha vuelto usted loco?

—No lo sé fijamente, don Braulio; pero hace un rato me seduce este pícaro pensamiento. Estoy cansado de ser joven: me miro al espejo y veo siempre el mismo rostro: me toman todos por informal y distraído, y quisiera ser persona de respeto, al menos por una temporada. Si usted me prestase su cuerpo, yo le cedería el mío durante un año. Nuestras almas mudarían de alojamiento; podría realizar el ideal de los viejos, ser joven y lo pasado pasado, y yo entraría triunfalmente en los salones de mi enemiga, preparándome con una vida normal y sosegada al bienestar que unido a Clotilde me promento.

Don Braulio se sonreía. Luciano prosiguió:

—Por eso le preguntaba a usted hace un momento: ¿cree usted en el diablo?


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Período de Reposo

José Fernández Bremón


Cuento


Hacia el año 3.140.985.675.412.489 de la creación, el terreno que hoy llaman moderno los geólogos hallábase cubierto por tres capas diferentes, depositadas sobre la corteza del globo por los seres orgánicos pertenecientes a otras tantas edades, y que habían ayudado a formar, ya los agentes químicos, ya las fuerzas mecánicas, ya esos insectos microscópicos a cuya laboriosidad se deben muchas islas y montañas. París, Londres y Madrid yacían sepultados bajo tierra, y el pico de la más alta pirámide servía de guardacantón a los muchachos. En cambio, los sacudimientos interiores del planeta, quebrando por algunos lados la parte sólida de la Tierra, habían hecho salir a la superficie, no sólo rocas graníticas de las que hoy considera la ciencia pertenecientes al terreno primitivo, sino verdaderas montañas de un metal desconocido y compuesto al parecer de la fusión y mezcla de infinitas materias metálicas, completamente nuevas.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Año Pasado y el que Viene

José Fernández Bremón


Cuento


Entre el año pasado y el que viene suelen colocar los hombres el presente, como si lo presente pudiera durar un año. Imaginémonos la medianoche del 31 de diciembre y la línea divisoria del año que acabó y el que está por empezar: ¿Cómo desaparece ese año presente que suponíamos en correcta formación con los demás? Es que no existe: lo presente es la molécula del tiempo: una serie de puntos suspensivos entre lo que fue y está por ser: las paradas imperceptibles, pero continuas, del tren que rueda a toda máquina.

El hilo de instantes que cae sin cesar hacia el pasado forma esas montañas que llamamos edades, cuya extensión equivale a la extensión del porvenir; porque el tiempo corre incesantemente y siempre está a la mitad de su camino.

El infinito no es sino un instante repetido eternamente, y en su aparente monotonía se encierra toda la variedad de las edades pasadas y futuras, en que no hay dos años iguales, pues los más próximos, el pasado y el que viene, difieren entre sí como lo ajeno y lo propio, lo nominal y lo efectivo. El que viene es el año que quisiéramos: el pasado es el año que nos dan.


* * *


Decía un amigo nuestro:

—¡Cuánta felicidad parece que niega la mujer con sus desdenes! ¡Qué poca puede conceder con su cariño!

El tiempo es como la mujer, misterioso; poético, cuando lo seguimos de lejos; prosaico y desagradable, cuando nos persigue de cerca.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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