Los suscriptores de El Fígaro leyeron con sorpresa este anuncio en el célebre periódico parisiense:
Armoniterapia
No pueden satisfacer a nuestro siglo, que tiende al predominio de lo
útil, las artes que tienen el frívolo objeto de la creación de la
belleza, sino la poesía didáctica, la novela científica y la pintura
filosófica: la música no había tenido otro objeto que la delectación de
los oídos, hasta que el doctor Armonio, compositor y médico, después de
estudios concienzudos, ha descubierto su definitiva aplicación,
empleándola para el tratamiento de las enfermedades. En su gabinete de
consulta tiene una orquesta, y las voces y aparatos necesarios para
curar toda clase de dolencias por el sistema musical.
Aquel mismo día hice una visita al curandero, que me recibió en
una especie de anfiteatro, construido con tal estudio de la acústica
como la caja de un piano. Vi en uno de los extremos del salon un órgano,
cuyos tubos parecían trabucos que nos apuntaban para hacer una
descarga: chocome un gran armario que contenía una colección completa de
instrumentos músicos, que empezaba por la sencilla pipitaña, hecha con
un tallo verde de trigo, hasta el serpentón más complicado, y mi
admiración subió de punto al ver en el armario un hombre vivo.
—¿Puede usted explicarme —pregunté al médico— qué papel representa un hombre en esa colección?
—¡Cómo! ¿Duda usted un solo instante? El hombre es un instrumento
musical y nada más: es precisamente el más perfecto: ¿qué sonoridad hay
más bella que la de su voz cuando canta? ¿qué delicadeza de sonido puede
compararse a la del aparato vocal que produce las inflexiones de la
palabra? Mi colección sería incompleta si faltara en ella ese
instrumento, cuando la medicina que ejerzo no es sino el arte de
componerlo.
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