Textos más populares este mes de José Fernández Bremón publicados por Edu Robsy | pág. 5

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autor: José Fernández Bremón editor: Edu Robsy


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Cuentos de Varios Colores

José Fernández Bremón


Cuentos, colección


El nacimiento de la pulga

En los primeros tiempos, cuando toda la materia fue poco a poco condensándose y tomando forma, dijo Dios al Genio de la Tierra:

—Ha llegado el momento de poblar de vivientes tu planeta: convoca a los espíritus creados para habitarla y que elijan cuerpo y manera de vivir a su gusto. Y hágase.

El Genio bajó a la Tierra para obedecer sin discutir; pero muy desconsolado, y pensando que aquel decreto iba a arruinar el planeta que se le había confiado, decía con tristeza:

—¿Habré cometido alguna falta en la distribución de montañas y llanuras, climas y paisajes, y curso y reglamento de las aguas? ¿Estarán mal calculados los movimientos de la atmósfera? ¿Parecerán mezquinos los árboles que yo creía tan gallardos, y las variedades que imaginaba tan complicadas e ingeniosas de los minerales y las plantas? Bajo el temor de haber desagradado, ahora me parece ruda y bárbara mi obra. ¡Qué pálidos, escasos y pobres son los colores que ha combinado con las vibraciones de la luz, y qué mal dispuestas me parecen las leyes del sonido, de la gravedad y del calor! Los contornos de las montañas y la forma de los continentes no tienen armonía y son extravagantes.

Y un pensamiento aún más terrible le hizo afligirse hasta el extremo.

—¿Habré revelado por torpeza el gran secreto del crear, que se me ordenó poner de manifiesto claramente, pero de modo que resultase oculto por su misma claridad? Grave ha sido mi error cuando se me manda entregar la Tierra a esos espíritus inquietos e innumerables, para que la estropeen con sus malos instintos, brutalidad, torpeza, orgullo y condiciones destructoras y malignas. Es verdad que no todos son malos, y los hay inofensivos y agradables... ¿Qué resultará?


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13 págs. / 24 minutos / 46 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Los que Suben y Bajan

José Fernández Bremón


Cuento, fábula


Una gota de agua, que había estado millares de años confundida con las demás en un lago, sintió de pronto que se transformaba y adquiría ligereza extraordinaria. Estaba evaporándose.

—¡Tengo alas! —dijo flotando sobre el lago—. ¡Adiós, amigas! Ya había presentido muchas veces que mi naturaleza era distinta de la vuestra. Voy a las alturas, al país de las nubes y las águilas. Ya no nos veremos más.

—No te enorgullezcas —le dijo otra gota que había viajado mucho—. Yo he estado en esas altas regiones, y sé que no se permanece en ellas mucho tiempo. Pide a Dios que cuando caigas, quizás hoy mismo, te deje volver a este lago tranquilo. Eres como todas nosotras: un poco de calor te eleva; un pequeño enfriamiento te hace descender.

—Aunque eso sea —repuso la soberbia partícula de vapor—. Ha llegado mi época feliz.

—¿Quién sabe? Acaso estás destinada a hundirte en el terreno y encerrarte para siempre en una cueva oscura.

Algunos días después, la gota condensada caía sobre una hoja, y resbalando por ella temblaba, resistiéndose a desprenderse.

Venía de los cielos: iba fatalmente a rodar sobre la tierra.


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1 pág. / 1 minuto / 13 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Condenado por Otro

José Fernández Bremón


Cuento


I

Aquel día Jacobo el albañil trabajaba con gusto; la víspera había comido mucha carne y bebido en abundancia, así es que sentía exceso de fuerza y desusada facilidad de movimientos; además, el recuerdo de una discusión política que había tenido con Blas el Largo, tabernero conservador, daba vigor a su brazo, pues cada vez que recordaba los argumentos de su amigo, respondía mentalmente, derribando de un piquetazo un trozo de pared:

—Tú eres albañil y me comprendes —le había dicho Blas—, se ha destruido mucho y hay que edificar.

Y Jacobo descargaba con ira la piqueta contra el viejo paredón, pareciéndole que echaba abajo una antigualla a cada golpe. Ya había convertido en cascote altar, trono, milicia, capital y burguesía, que consideraba como el ripio y la armadura carcomidos de una sociedad apuntalada, cuando el pico de hierro dio en un vano y estuvo a punto de perder el equilibrio.

Se había llevado muchos desengaños con esos nichos o escondites que se encuentran al derribar las casas viejas; en uno había hallado suelas de zapatos, y en el más interesante el esqueleto de una criatura; pero aquel piquetazo en hueco no era como otros: le pareció haber lastimado un organismo sensible, como si la pared tuviera entrañas; introdujo el pico de hierro suavemente en la cavidad que había hecho, la agrandó con precaución, y al retirar la herramienta salió por aquel boquete un chorro de onzas de oro, y le pareció que gemían al caer.

Quedose Jacobo más pálido que las onzas; miró a todos lados, y asegurándose de que nadie le veía, recogió el dinero en sus bolsillos, y siguió trabajando hasta ocultar la boca de la mina.

Aquella noche, después de emborrachar con su mujer al guarda de la obra, sacó el resto del tesoro, y antes de que amaneciera, Rosa y Jacobo habían guardado bajo los ladrillos de su alcoba dos mil onzas de oro, después de contemplarlas con deleite.


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5 págs. / 10 minutos / 21 visitas.

Publicado el 19 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Noche Larga

José Fernández Bremón


Cuento


I

Roberto era a los veinte años el más gallardo de los escandinavos, pero era pobre. Eda la más rica y hermosa de las doncellas: bebía en cálices de oro: vestía telas cuajadas de aljofar y ardían junto a su lecho lámparas de plata, saqueadas en los templos cristianos, por su padre el fiero Otón, de fuerzas de gigante. En todas las costas del mundo conocido temblaban los habitantes al recuerdo del pirata.

En las noches largas Roberto, envuelto en sus pobres pieles, rondaba la casa de la joven, sin cuidarse de los aullidos de los lobos, ni tiritar cuando el aliento, helándose al salir, caía endurecido sobre el suelo, ni cuando la nieve, cubriendo su traje, le daba la apariencia de una estatua de mármol.

La luz rojiza de la aurora boreal teñía a veces como de sangre la casa de Otón, las montañas y los témpanos de hielo: las estrellas parecían, en aquel cielo iluminado de rojo, botones de oro en un manto de grana. Las auroras boreales son la sangre que corre por los cielos, en esas batallas nocturnas que, envueltos en las tinieblas, se dan por los espacios los gigantes y los dioses: batallas silenciosas para no interrumpir el sueño del mundo, los combatientes forcejean en remolino, pecho a pecho, hasta que el vencido cae arrojando un caño de sangre por la boca, y su cuerpo, deshecho en nube, se evapora: si fue un gigante, queda extinguida una fuerza: si es un dios, una religión desaparece.

Otón veía al rondador de su hija a la luz de esos incendios. Eda le veía también y suspiraba, porque el resplandor de aquella luz daba más gracia a la varonil figura de Roberto. El padre fruncía las cejas, y callaba. Una noche salió a la puerta e invitó al enamorado a beber vino caliente en la mejor de sus copas; veinte cráneos con asas y pie de plata eran su vajilla.


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4 págs. / 7 minutos / 31 visitas.

Publicado el 19 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Mundo y Familia

José Fernández Bremón


Cuento


I

—Papá —dijo una arañita flaca y zancuda a otra araña, que había sido gorda, a juzgar por la anchura del abdomen, ya desinflado y lacio, como bolsa sin dinero—, hace mucho tiempo que no se come aquí: ni un mosquito siquiera pasa por este rincón; mi madre salió a buscar comida fiada y no vuelve; deme usted su bendición, que voy a correr el mundo.

—Espera, hijo, siquiera una noche.

—No espero, papá, el hambre incita al crimen y anoche tuve malos pensamientos.

—Ya lo reparé, hijo mío. Haciendo que dormía, observé que me mirabas con apetito. Por fortuna, pudiste reprimirte; yo aguardaba con la boca abierta que me dieras un motivo para desayunarme con tu cuerpo. Vete, pues, y recibe con mis ocho patas las ocho bendiciones que se dan al viajero. Acércate, hijo mío.

—Bendígame usted de lejos.

—Cómo, criatura, ¿te irás sin abrazarme?

—Ya lo creo: aquí reina el hambre y somos comestibles.

—Adiós, pues: no te olvides de enviarme noticias tuyas con la primera mosca que encuentres.

La arañita no escuchó más, y descolgándose del techo con un hilo, en pocas zancadas salió por la ventana. Allí se detuvo asombrada, porque nunca sospechó que el mundo fuera tan grande ni hubiera en él tantos vivientes. Poco después se hallaba en un tejado donde un gusano pacífico tomaba el sol tranquilamente. Examinole con atención, y viendo que no tenía dientes ni defensas, le dijo agarrándole por el pescuezo:

—Date preso en nombre de la ley.

Es la fórmula antigua que usan las arañas cuando estrangulan a su víctima. En vano quiso desasirse el infeliz gusano estirando y encogiendo sus anillos: la arañita le chupó todo su jugo, hasta que, creyendo reventar de puro harta, le soltó.

—Puedes retirarte —le dijo—, quedas en libertad.

El gusano no le pudo dar las gracias: estaba seco.


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5 págs. / 8 minutos / 17 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

La Vista de los Ciegos

José Fernández Bremón


Cuento


En una habitación casi desamueblada, dos pordioseros de edad madura y ambos ciegos comían unas tajadas de bacalao y un pan grande, partido en dos pedazos desiguales. Aunque no necesitaban luz para cenar, la de un farol de gas, penetrando por una claraboya, hubiera permitido ver a otro cualquiera dos camas raquíticas tendidas en el suelo; la una compuesta de colchón, manta y almohada, y la otra sencilla, de un triste jergón: una guitarra colgada de un clavo y seis robustos báculos al lado de la cama principal, y el desamparo de la otra: el diferente tamaño y aun calidad de las raciones que engullían dejaban comprender que si a primera vista parecía reinar allí la igualdad de la miseria, la actitud altiva y humilde de uno y otro ciego demostraba que eran dos pobres de distinta posición.

Golpearon a la puerta y dijo el ciego que comía el bacalao con más espinas:

—¿Abro, mi amo?

—¿Abrir, dices? ¿Acaso tienes la llave? ¿Sabes quién llama y a qué viene?

—Los golpes redoblan.

—¡Calla!

—¡Tiburcio! ¡Tiburcio! —repetían desde fuera.

Sin duda Tiburcio conocía la voz, porque se dirigió a la puerta y dijo:

—¿Quién es?

—¿No conoces a tu amigo Roque?

—Oigo su voz; pero ¿vienes solo?

—Solo y muy solo; la nieve cubre el suelo y no me atrevo a ir hasta mi casa. ¿Quieres prestarme tu lazarillo? Pronto volverá, que vivo cerca.

Tiburcio se determinó a abrir a medias la puerta, dando paso a otro ciego que llevaba vihuela, báculo y zurrón.

—Entra —le dijo—, que hace frío.

—¿Para qué? —respondió Roque—. Me basta con que él salga.

—Entra, o cierro.

—Como quieras.

—¿No te sigue nadie, Roque?

Y Tiburcio, después de palpar a su amigo, sondeó el espacio con su palo, y cerró la puerta con llave.

—¡Cómo! ¿Cierras con llave y cerrojo?


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4 págs. / 7 minutos / 14 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

La Charca

José Fernández Bremón


Cuento


I

El agua de la charca, caldeada por el sol, estaba deliciosa, y ranas y pececillos tomaban un baño de placer. Los caballitos del diablo patinaban sobre la superficie sin mojarse, y las avispas alargaban la trompa para beber, posando sus zancas en los guijarros de la orilla. Una vegetación verdosa formaba islas flotantes en aquella agua tranquila, rodeada de playas arenosas, de piedras en acantilado o de juncos y hierbajos. Era un mar en miniatura, cuyo espejo reflejaba el tronco y la copa de un peral, y los caprichosos dibujos de una zarzamora. Millares de insectos rebullían alegremente tomando el sol, sin obligaciones ni cuidados, o se refrescaban en la humedad y reposaban a la sombra de las hojas. Sólo las hormigas trabajaban a lo lejos, dirigidas por sus jefes, en correcta formación, y algunos gusanillos se divertían en verlas desfilar como nuestros muchachos cuando pasa un regimiento.

Era la hora de más calor de un día canicular, y se apeaban de los perros, cabras y otros animales que pasaban a lo largo toda clase de insectos, cuando de la panza de un gato que se estaba lamiendo al sol saltaron a la arena cuatro pulgas, una de ellas jamona y bien cuidada, y las otras pequeñas y deslucidas, pero retozonas y traviesas.

—¡Quietas, niñas! —decía la mamá—: no deis esos brincos, que vais a extraviaros; considerad que sois tres señoritas y que os observan los que veranean en la playa. Van a creer que os habéis criado al aire libre, cuando sólo os he dejado asomaros a la naricita del gato.

Pero las pulguitas, en vez de seguir consejos tan prudentes, daban saltos prodigiosos, asombradas de su elasticidad y ligereza, no reparando si caían en la cabeza de un gorgojo o en el duro coselete de algún escarabajo.

—¿Son de usted esas negritas que están dando tanto escándalo? —dijo un ciempiés a la pulga gordinflona.

—Se han criado conmigo por lo menos.


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8 págs. / 14 minutos / 15 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Rey, Verdugo y Antropófago

José Fernández Bremón


Cuento


En las regiones del África central, en que tienen puestas las manos o los ojos belgas, franceses, ingleses y alemanes, separan del resto del mundo al país de los mumbutos varias tribus de negros que dicen llamarse zandes, y los geógrafos se empeñan en nombrar niams-niams, como si, por mucho que sepan los geógrafos, pudiera nadie mejor que uno mismo saber cómo se llama.

Son los mumbutos buenos herreros y grandes arquitectos, y comparado con el de sus vecinos, su color es relativamente claro, como un vaso de café entre dos frascos de tinta; su gobierno es monárquico, su industria adelantada, y sólo tienen el disculpable defecto de preferir la carne humana a la del perro, única que les proporcionan sus rebaños; y como es entre ellos la antropofagia muy antigua, sólo revela su conservación un piadoso celo por no alterar las tradiciones.

Podremos recriminarlos por esas prácticas fúnebres en nombre de las nuestras, aunque éstas no excluyen, en rigor, para el remoto porvenir que se anuncia de un hambre universal, someter a discusión, llegado ese caso, si es lícita la antropofagia a falta de otros alimentos, no matando y respetando las vigilias. Y aun parece probable que resulte tan buen o mejor sepulcro una olla bendita, que uno de esos museos en que se alinean esqueletos de cristianos; que se puede comer la carne humana sin gula y con respeto, y aun alternada con responsos y oraciones por el muerto.

Si en el orden puramente culinario repugna a nuestro estómago ese alimento, la verdad es que, no habiendolo probado a sabiendas, no tenemos autoridad para negar su suculencia. Y sería peligroso afirmarla, porque siendo costumbre que nos destrocemos los unos a los otros, ¿qué sucedería si fuéramos comestibles? ¿Qué parientes o amigos estarían libres de la mesa del amigo o del pariente?


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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Certamen de Inventores

José Fernández Bremón


Cuento


Jamque adeo donati omnes...
(Eneida, Liv. V.)


El Tribunal, que debía adjudicar el premio al invento más útil, y todos los oyentes, escuchábamos con asombro la explicación de un descubrimiento extraordinario.

—Voy a concluir, señores —decía Sapiens, el inventor—. Los cerebros de los contemporáneos más ilustres se conservan rotulados en mis frascos y si he profanado sepulturas, he descubierto y poseo en toda su energía, o atunuado en cultivos de diferentes graduaciones, el microbio de esa enfermedad que llaman henio. Gracias a mis inyecciones, brillan en el mundo algunos imbéciles de nacimiento, sometidos por sus padres a mi régimen, Porque, señores, pocos hombres han creído necesaria para sí la inoculiación de mi bacilo: he ofrecido bacterias del cerebro de Bismarck a nuestros políticos, de Víctor Hugo y Zorrilla a los aprendices de poeta, y de Moltke a nuestros generales más obscuros, y las han rehusado con desdén. Sólo algunos músicos de murga han adquirido microbios atenuadísimos de Wagner, y me han aturdido a tompetazos; la sublimidad en música tiene manifestaciones formidables. Únicamente he transmitido el bacilo del genio militar a un sacerdote, y el del genio poético a un prestamista: el primero está enseñando la estrategia a una comunidad de capuchinas, y el segundo está versificando la ley hipotecaria.

Sapiens saludó modestamente, y hubo un murmullo de aprobación que ahogaron los otros inventores. Uno de éstos, el licenciado Muceta, le interrogó con ademanes descompuestos:

—¿No afirmas que el genio es una enfermedad?

—Así lo aseguran autores afamados.

—¿Y quieres reproducirla, miserable, cuando se ha extinguido felizmente, en España, hace ya tiempo?

—La administro en cultivos atenuados.

—Sapiens, explica tu sistema.


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4 págs. / 8 minutos / 18 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Carta de un Ladrón

José Fernández Bremón


Cuento


He recibido por el correo una carta extraña firmada por Un ladrón. Suprimo de ella los cumplimientos, el preámbulo, y las palabras ociosas. Se queja de que su clase no tenga periódico, ni club, ni medios de manifestar sus aspiraciones, y me elige como intermediario para dar publicidad a sus ideas, por constarle que no tengo quejas ni miedo de los ladrones.

«Usted sólo posee algunos libros, y no quitamos eso, dejándolo para que lo roben las personas honradas. Crea usted —escribe el ladrón— que no robamos ideas, inéditas ni impresas. Siempre hemos respetado la guardilla del escritor: éste sólo tiene en vida y en muerte dos enemigos: los bibliófilos y los ratones. ¿Qué inconveniente puede usted tener en prestarnos el servicio que reclamo?».

Justificada mi neutralidad e intervención, trascribo la carta sin comentarios.


La justicia nos persigue, y hoy que todos hablan, sólo a nosotros se nos niega la palabra: todo se defiende menos el robo, con el nimio pretexto de estar penado por la ley. ¿Acaso lo estuvo y lo estará siempre? Somos ilegales, es verdad, pero aspiramos a no serlo. ¿Cómo podremos ocupar algún día el Gobierno y practicar nuestros ideales, si no se nos facilitan los medios para ello?


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3 págs. / 6 minutos / 16 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

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