Textos más populares este mes de José María de Pereda disponibles | pág. 3

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autor: José María de Pereda textos disponibles


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Esbozos y Rasguños

José María de Pereda


Cuentos, colección


Al Sr. D. Manuel Marañón

Queridísimo amigo e inolvidable conterráneo: Perdone usted la franqueza con que le elijo para presentar al bondadoso público, a quien tantas atenciones inmerecidas debo, estos rebuscos de mis cartapacios, obras, las más de ellas, que ni siquiera tienen el atractivo de ser inéditas; pero precisamente para las malas causas es para lo que se necesitan los buenos abogados; y he aquí por qué, en la presente ocasión, le cargo con el peso de esta dedicatoria. Mas no se entienda por ello que reputo el libro por enteramente indigno de andar en letras de molde, porque si tal creyera no le publicara: observación que se me ocurre cada vez que leo al frente de una obra pueriles e insistentes declaraciones del autor, de que la tal obra no vale un pito. Pues si tal cree, ¿para qué la da a luz?; y ya que la da, ¿para qué lo dice? Con franqueza, amigo mío: creo que entre mucho, menos que regular, hay en este libro algo que merece los honores de la imprenta, y por eso no comienzo poniéndole a los pies de los caballos, aunque lamente de todo corazón que no sea, en conjunto, tan excelente como yo quisiera, para que el público le recibiera con palmas y usted me agradeciera el cargo que le encomiendo.

Lo que podrá muy bien ocurrir (y aquí está lo grave del negocio) es que el lector y yo discordemos grandemente en lo relativo a la bondad de lo que yo reputo por no malo.


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Dominio público
232 págs. / 6 horas, 47 minutos / 164 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

De Tal Palo, Tal Astilla

José María de Pereda


Novela


I. Pateta

Si no fuera por ese privilegio maravilloso y descomunal que se ha otorgado a los novelistas para describir lo más recóndito, leer lo que aún no está escrito, y hasta hablar de lo que no entiendes una jota, apuradillo me viera yo en este instante para describir el lugar de la escena con que doy comienzo a la presente historia. Tan oscura es la noche, tan deshecha la tempestad, tan profunda y angosta la hoz en cuyo esófago mismo hemos de penetrar para ver lo que allí pasa.

Cierto que, siguiendo los procedimientos de muy acreditadas escuelas, alguien en mi caso intentara un esfuerzo de inducción, aplicando ora el oído, ora las narices, ora las manos, allí donde los ojos son inútiles por la intensidad de las tinieblas; y anotando este rumor y aquel estruendo, cierto tufillo de sótano o de ortigas o de musgo, tal cual aroma de poleos y zarzamora, y haciendo con todo este acopio una discreta y erudita excursión por los campos de la geología, de la química orgánica, de la física experimental y hasta por la Ley de aprovechamiento de aguas, llegara a darnos, no ya las partes componentes del misterio, sino su panorama en realce, con su flora y su fauna correspondientes. Yo admiro tan ingeniosa sapiencia; pero sin rubor declaro que no la poseo, y que, por ende, no intento salir del apuro valiéndome de tales procedimientos. Lo mismo fuera meterme con los ojos cerrados entre el fragor de un terremoto.

Novelista, aunque indigno, al privilegio me agarro, y amparado con él, allá va en cuatro palabras la descripción del cuadro, como si viéndole estuviera a la luz del mediodía.


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Dominio público
275 págs. / 8 horas, 2 minutos / 649 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Arroz y Gallo Muerto

José María de Pereda


Cuento


I

Aún no se habrían extinguido las últimas chispas de la hoguera, y apenas asomaban los primeros rayos del sol sobre la cúspide de las montañas vecinas, cuando las campanas del lugar comenzaron á tocar al alba. Sin duda el sacristán había pasado la noche con sus convecinos bailando al fulgor de la hoguera; pues de otro modo, según pública fama, no hubiera sido capaz de tomar la delantera al sol para abandonar el lecho.

Comenzaba yo, entre sueños, á reparar en la tan, para mí, inusitada música, y tal vez hubiera conseguido no salir con ella del plácido letargo que me dominaba, cuando la tos, las pisadas y los gritos de mi tío que entraba en la alcoba con el objeto de despertarme, ahuyentaron completamente el sueño que, por ser el de la aurora, es el que más me gusta.

—¡Arriba, perezoso, que ya es hora!—oí gritar entre garrotazos sacudidos sobre los muebles, y taconazos y patadas en el suelo.

—¡Pero, señor, si está amaneciendo!—contesté balbuciente y restregándome los ojos.

—Eso es: será mejor levantarse al mediodía como hacéis en la ciudad…. ¡Fuera pereza!—añadió con una risotada, tirando de un manotazo la ropa que me cubría, á los pies de la cama.—Alza esos huesos y disponte á celebrar á San Juan como es debido.

Estas últimas palabras me hicieron recordar que era el día de mi tío, y que por ello había llegado yo la víspera á su casa. Felicitéle cordialmente, y no pude menos de admirar aquella humanidad robusta y, á pesar de los sesenta años que contaba de fecha, fresca y rebosando en vida.

Estaba ya afeitado y vestido con la ropa de los domingos, traje que sin ser de rigorosa elegancia, ni mucho menos, tampoco bajaba hasta el vulgar de los campesinos: ancho, fino y cómodo, como pertenecía á un señor bien acomodado de aldea; categoría en que figura mi tío con tanto derecho como el mejor caballero de la provincia.


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Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 70 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Un Despreocupado

José María de Pereda


Cuento


Se da un aire a todos los hombres que conocemos o recordamos, de escasa talla, comunicativos, afables sin afectación ni aparato, limpios y aseados, que siempre parecen jóvenes, y llegan a morirse de viejos sin que nadie lo crea, porque hasta el último instante se les ha llamado muchachos y por tales se les ha tenido; hombres, por el exterior, insignificantes y vulgares hasta en el menor de sus detalles; hombres, en fin, de todos los pueblos, de todos los días y de todas partes.

Se llama Galindo, o Manzanos, o Cañales, o Arenal... o algo parecido a esto, pero a secas; y a nadie se le ocurre que tenga otro nombre de pila, ni él mismo le usa jamás.

—¡Ya vino Galindo! —se nos dice aquí un día al principiar el verano. Y cuantos lo oyen saben de quién se trata, como si se dijera:

—Ya llegaron las golondrinas.

Tiene fama, bien adquirida, de fino y caballero en sus amistades y contratos, y no se ignora que vive de sus rentas, o, a lo menos, sin pedir prestado a nadie, ni dar un chasco a la patrona al fin de cada temporada; y esto es bastante para que hasta los más encopetados de acá se crean muy favorecidos en cultivar su trato ameno.

Al oírle hablar de las cinco partes del mundo con el aplomo de quien las conoce a palmos, tómanle algunos por un aristocrático Esaú que ha vendido su primogenitura por un par de talegas «para correrla»; quién por un aventurero osado, sin cuna ni solar conocidos; quién por antiguo miembro del cuerpo consular, o diplomático de segunda fila... Pero lo indudable es que ha viajado mucho, y con fruto; y que no teniendo en su frontispicio pelo ni señal que no sean comunes y vulgares, no hay terreno en que se le coloque del cual no salga airoso, cuando no sale en triunfo.

Tampoco, mirado por dentro, posee cualidad alguna que brillante sea.

No es elocuente, no es poeta, no es artista: no es perfecto ni acabado en nada.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 74 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Mujer del César

José María de Pereda


Novela corta


I

No se necesitaba ser un gran fisonomista para comprender, por la cara de un hombre que recorría a cortos pasos la calle de Carretas de Madrid, en una mañana de enero, que aquel hombre se aburría soberanamente; y bastaba reparar un instante en el corte atrasadillo de su vestido, chillón y desentonado, para conocer que el tal sujeto no solamente no era madrileño, pero ni siquiera provinciano de ciudad. Sin embargo, ni de su aire ni de su rostro podía deducirse que fuera un palurdo. Era alto, bien proporcionado y garboso, y se fijaba en personas y en objetos, no con el afán del aldeano que de todo se asombra, sino con la curiosidad del que encuentra lo que, en su concepto, es natural que se encuentre en el sitio que recorre, por más que le sea desconocido.

Praderas de terciopelo, bosques frondosos, arroyos y cascadas, rocas y flores, eran las galas de su país. Nada más natural que fuesen las grandes vidrieras y los caprichos de las artes suntuarias el especial ornamento de la capital de España, centro del lujo, de la galantería y de los grandes vicios de toda la nación.

Este personaje, que debía llevar ya largas horas vagando por las aceras que comenzaban a poblarse de gente, miraba con impaciencia su reloj de plata, bostezaba, requería los anchos extremos de la bufanda con que se abrigaba el cuello, y tan pronto retrocedía indeciso como avanzaba resuelto.


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Dominio público
81 págs. / 2 horas, 22 minutos / 184 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

El Buen Paño en el Arca se Vende

José María de Pereda


Cuento


Tengo el gusto de presentar a ustedes a la señora doña Calixta Vendaval y Chumacera, de Guerrilla y Somatén, mujer de cincuenta eneros cumpliditos, enjunta de carnes, pálida de cutis, sutil y hasta punzante de mirada, y bajita de estatura.

Dice a cuantos se lo preguntan, y a muchos más, que su marido es coronel retirado del ejército de la Isla de Cuba, en donde ganó el grado rechazando la invasión del filibustero López; pero yo sé de buena tinta que el señor Guerrilla y Somatén no pasó jamás de teniente con grado de capitán, carrera, en mi concepto, brillante para un hombre que, como el marido de doña Calixta, procede de la clase de tropa y es además muy bruto y muy feo. Pero doña Calixta no es de esta opinión; y lejos de ello, es capaz de arañarse con cualquiera que se atreva a poner en duda que su marido es un hermoso y bizarro militar que tiene tres galones como tres luceros. Sírvales a ustedes de gobierno esta circunstancia, especialmente en este instante en que van a ser presentados por mí a la simpática familia de aquella señora.


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Dominio público
11 págs. / 20 minutos / 78 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

En Candelero

José María de Pereda


Cuento


—Que va a Alicante; que prefiere a Valencia; que acaso se decida por Barcelona.

—Que ya no va a Barcelona, ni a Valencia, ni a Alicante, porque viene a Santander.

—Que ya no va a ninguna parte.

—Que le son indispensables los baños de mar, y que tiene que tomarlos.

—Que se decide por la playa del Sardinero.

—Que vendrá en julio; que acaso no pueda venir hasta principios de agosto; que lo probable es que ya no venga hasta muy cerca de setiembre.

—Que ya no viene ni en julio, ni en agosto, ni en setiembre.

—Que, por fin, viene, y se cree que se hospedará en una fonda del Sardinero.

—Que es cosa resuelta que llegará el tantos de julio, y que no se hospedará en el Sardinero, sino en la ciudad.

—Que no se sabe si le tendrá en su casa el marqués de X, o el conde de Z, o don Pedro, o don Juan, o don Diego.

—Que resueltamente se hospedará en casa del señor de Tal.

Eso, y mucho más por el estilo, cuentan, corrigen, desmienten, rectifican y aseguran todos los días estos periódicos locales, con el testimonio de los de Madrid y algunas correspondencias particulares, desde mayo a fin de julio, casi en cada año, refiriéndose a alguno de los personajes que a la sazón se hallen en candelero.

Un día vemos conducir a hombros, por la calle, una lujosa sillería, un espejo raro, una mesa de noche muy historiada... algo, en fin, que no se ve en público a todas horas; observamos que las señoras indígenas transeúntes se quedan atónitas mirando los muebles, y hasta las oímos exclamar: «Son para el gabinete que le están poniendo. El espejo es de Fulanita, la mesa de Mengaño y la sillería de Perengaño».

Y llega el tantos de julio; y por la tarde se ven fraques, levitas y tal cual uniforme, camino de la Estación, y además el carruaje que envía el señor de Tal, propio, si le tiene, y si no, prestado.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 37 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Visitas

José María de Pereda


Cuento


I

Ponte los guantes, lector; sacude el blanco polvo de la levita que llevabas puesta cuando despachaste el último correo (supongamos que eres hombre de pro); calza las charoladas botas que, de fijo, posees; ponte majo que hoy es día de huelga, no hay negocios en vamos a hacer visitas.

Este modo de pasar el tiempo no será muy productivo que digamos; no rendirá partidas para el debe de un libro de caja; pero es preciso hacer un pequeño sacrificio, lo menos una vez a la semana, en pro del hombre-especie de parte del hombre individuo; es decir, dejar de ser comerciante para ser una vez sociable.

Y para ser sociable, es de todo punto necesario atender a las exigencias del gran señor que se llama Buen-tono. Ser vecino honrado, independiente y hasta elector, son cualidades que puede tener un mozo de cuerda que haya sacado un premio gordo a la lotería.

Para vivir dignamente en medio de esta marejada social, es indispensable tener muchas «relaciones», hacer muchas visitas, aunque entre todas ellas no se tenga un amigo.

Porque amistad es hoy una palabra vana: es un papel sin valor, que nadie toma, aunque le encuentre en medio de la calle.

La amistad, tal como la comprenden los hombres de buena fe, es una señora que, si bien produce algunas satisfacciones, en cambio acarrea muy serios compromisos, y no es esto lo que nos conviene. Hállese un afecto, llámese como quiera, que aparentando las primeras evite los segundos, y entonces estaremos montados a la dernière. En esta época de grandes reformas todo lo viejo debe desaparecer como innecesario, si no quiere pintarse al uso moderno.


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Dominio público
24 págs. / 43 minutos / 58 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Escenas Montañesas

José María de Pereda


Cuentos, Colección


Advertencia

Ha llegado el momento de realizar el propósito anunciado en la que se estampa en el tomo I de esta colección de mis OBRAS; y le realizo incluyendo en el presente volumen los cuadros Un marino, Los bailes campestres y El fin de una raza, desglosados, con este objeto, del libro rotulado ESBOZOS Y RASGUÑOS, en el cual aparecerán, en cambio y en su día, Las visitas y ¡Cómo se miente!, que hasta ahora han formado parte de las ESCENAS MONTAÑESAS. Por lo que toca á La primera declaración y Los pastorcillos, si algún lector tiene el mal gusto de echar de menos estos capítulos en cualquiera de los dos libros, entienda que he resuelto darles eterna sepultura en el fondo de mis cartapacios, y ¡ojalá pudiera también borrarlos de la memoria de cuantos los han conocido en las anteriores ediciones de las ESCENAS!

Con este trastrueque, merced al cual ganan algo indudablemente ambas obras en unidad de pensamiento y en entonación de colorido, se hace indispensable la supresión del prólogo de mi insigne padrino literario, Trueba, el cual prólogo es un análisis de las ESCENAS, cuadro por cuadro, y en el orden mismo en que se publicaron en la primera edición; y suprimido este prólogo, claro es que debe suprimirse también el mío, que le precede en la edición de Santander y no contiene otro interés para los lectores que el engarce de unos párrafos de Menéndez y Pelayo, en los cuales se ventila á la ligera una cuestión de arte que el mismo ilustre escritor trata con la extensión debida en el estudio que va al frente del tomo I de estas OBRAS.

Y con esto, y con añadir que todos los cuadros de este libro que no lleven su fecha al pie, ó alguna advertencia que indique lo contrario, son de la edición de 1864, queda advertido cuanto tenía que advertir al público en este lugar su muy atento y obligado amigo,

J.M. DE PEREDA.


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Dominio público
287 págs. / 8 horas, 23 minutos / 400 visitas.

Publicado el 10 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

Blasones y Talegas

José María de Pereda


Novela corta


I

De la empingorotada grandeza y el coruscante lustre de sus antepasados, he aquí lo que le restaba, catorce años hace, al señor don Robustiano Tres-Solares y de la Calzada.

Un casaquín de paño verde con botones de terciopelo negro.

Un chaleco de cabra, amarillo.

Un corbatín de armadura.

Dos cadenas de reló con sonajas, sin los relojes.

Un pantalón de paño negro, muy raído.

Un par de medias-botas con la duodécima remonta.

Un sombrero de felpa asaz añejo, y

Un bastón con puño y regatón de plata.

Esto para los días festivos Y grandes solemnidades.

Para los días de labor:

Otro casaquín, incoloro, que soltaba la estopa de los entreforros por todas las costuras y poros de su cuerpo.

Otro corbatín, de terciopelo negro, demasiadamente trasquilado.

Otro chaleco, de mahón, de color de barquillo.

Otro pantalón, «de pulga», con más p asadas que un pasadizo.

Otro sombrero de copa, forrado de hule.

Unas zapatillas de badana; y

Un par de abarcas de hebilla para cuando llovía.

Como ornamentos especiales y prendas de carácter:

Una capa azul, con cuello de piel de nutria y muletillas de algodón; y

Un enorme paraguas de seda encarnada, con empuñadura, contera y argolla de metal amarillo.

Como elementos positivos y sostén de lo que antecede y de algo de lo que seguirá:

Una casa de cuatro aguas con portalada y corral, de la que hablaremos luego más en detalle.

Una faja o cintura de vicios y retorcidos castaños alrededor de la casa.


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Dominio público
77 págs. / 2 horas, 15 minutos / 121 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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