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autor: José María de Pereda editor: Edu Robsy


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Peñas Arriba

José María de Pereda


Novela


Dedicatoria

A la santa memoria de mi hijo Juan Manuel

Hacia el último tercio del borrador de este libro, hay una cruz y una fecha entre dos palabras de una cuartilla. Para la ordinaria curiosidad de los hombres, no tendrían aquellos rojos signos gran importancia; y, sin embargo, Dios y yo sabemos que en el mezquino espacio que llenan, cabe el abismo que separa mi presente de mi pasado; Dios sabe también a costa de qué esfuerzos de voluntad se salvaron sus orillas para buscar en las serenas y apacibles regiones del arte, un refugio más contra las tempestades del espíritu acongojado; por qué de qué modo se ha terminado este libro que, quizás, no debió de pasar de aquella triste fecha ni de aquella roja cruz; por qué, en fin, y para qué declaro yo estas cosas desde aquí a esa corta, pero noble, falange de cariñosos lectores que me ha acompañado fiel en mi pobre labor de tantos años, mientras voy subiendo la agria pendiente de mi Calvario y diciéndome, con el poeta sublime de los grandes infortunios de la vida, cada vez que vacila mi paso o los alientos me faltan:

«Dominus dedit; Dominus abstulit.
Sicut Domino placuit, ita factum est».

J. M. De Pereda

Diciembre de 1894.

I

Las razones en que mi tío fundaba la tenacidad de su empeño eran muy juiciosas, y me las iba enviando por el correo, escritas con mano torpe, pluma de ave, tinta rancia, letras gordas y anticuada ortografía, en papel de barbas comprado en el estanquillo del lugar. Yo no las echaba en saco roto precisamente; pero el caso, para mí, era de meditarse mucho y, por eso, entre alegar él y meditar y responderle yo, se fue pasando una buena temporada.


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424 págs. / 12 horas, 22 minutos / 529 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Para Ser un Buen Arriero...

José María de Pereda


Cuento


I

Blas del Tejo y Paula Turuleque eran de un mismo pueblo de la Montaña, y entrambos huérfanos de padre y madre y hasta de toda clase de parientes. Blas poseía, por herencia, un cierro de ocho carros de tierra y un par de bueyes. Paula era dueña, en igual concepto que Blas, de una casuca con huerto, de dos novillas y de una carreta.

Paula y Blas convinieron un día en que si sus respectivas herencias se convirtiesen en una sola propiedad y se añadiesen a ésta algunas reses en aparcería y algunas tierras a renta, se podría pasar con todo ello una vida que ni la del archipámpano de Sevilla.

Y Blas y Paula se casaron para realizar el cálculo, y pronto, como eran honrados, hallaron quien les diese en renta veinte carros de prado y otros tantos de labrantío, más un par de vacas en aparcería.

Blas era gordinflón, bajito, risueño y tan inofensivo como una calabaza.

Paula no era más alta que Blas, y allá se le iba en carnes y en malicias.

Cogían maíz para ocho meses, partían con el amo una novilla cada año y mataban un cerdo de siete arrobas por Navidad. Paula tenía siempre colgados en la vara, sobre la cama, un jubón de cúbica negra, una saya de estameña del Carmen con randa de panilla, y un pañuelo de espumilla para los días de fiesta. Blas, por su parte, nunca estaba sin unos calzones y una chaqueta de paño fino, y un sombrero serrano para las grandes solemnidades.

Blas no probaba el vino más que para celebrar los días de fiesta, y en estos casos nunca pasaba de medio cuartillo, y Paula se escandalizaba cuando oía decir que algunas de sus vecinas empeñaban las ropas o vendían el maíz para beber aguardiente.


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Dominio público
28 págs. / 49 minutos / 110 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Brujas

José María de Pereda


Cuento


I

Con decir que el paisaje que el teatro representa en este cuadro es montañés, está dicho que es bello, en el sentido más poético de la palabra. De los detalles de él, sólo nos importa conocer un grupo o barriada de ocho o diez casas cortadas por otros tantos patrones diferentes; pero todos del carácter peculiar a la arquitectura rural del país. Tampoco nos importa conocer toda la barriada. Para la necesaria orientación del lector, basta que éste se fije en dos casas de ella: una con portalada, solana de madera y ancho portal, y otra enfrente, separada de la primera por un campillo o plazoleta rústica, tapizada de hierba fina, malvas, juncias y poleos. Esta casa, que apenas merece los honores de choza, sólo descubre el lado o fachada principal correspondiente a la plazuela; los otros tres quedan dentro de un huertecillo protegido por un alto seto de espinos, zarzas y saúco. Los tesoros que guarda este cercado son una parra achacosa, verde, de un solo miembro; dos manzanos tísicos y algunos posarmos, o berza arbórea, diseminados por el huerto, que apenas mide medio carro de tierra.

En el momento en que le contemplamos, la parra tiene media docena de racimos negros; los manzanos están en cueros vivos, y los posarmos en todo su vigor; la puerta de la casuca permanece herméticamente cerrada, y, agrupados junto a la parte más transparente del seto, hay hasta cinco chicuelos mirando al interior del huerto, todos descalzos y en pelo, con un tirante solo los más, y los calzones íntegros los menos.

El más alto es mellado; el más bajo es rubio, como el pelo de una panoja; otro es gordinflón, con unos ojazos como los del buey más grande de su padre; el cuarto tiene un enorme lunar blanco en medio del cogote, y el quinto las cejas corridas y un ojo extraviado.

—¡Madre del devino Dios! —exclama el rojillo—. ¡Qué grande es aquel que cuelga cancia el suelo!


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Dominio público
34 págs. / 59 minutos / 170 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Pedro Sánchez

José María de Pereda


Novela


I

Entonces no era mi pueblo la mitad de lo que es hoy. Componíanle cuatro barriadas de mala muerte, bastante separadas entre sí, y la mejor de sus casas era la de mi padre, con ser muy vieja y destartalada. Pero al cabo tenía dos balcones, ancho soportal, huerta al costado, pozo y lavadero en la corralada, y hasta su poco de escudo blasonado en la fachada principal. Nunca pude darme cuenta de lo que venían a representar aquellos monigotes carcomidos y polvorientos; pero mi padre, que afirmaba haberlos alcanzado en su prístina forma, me aseguró muchas veces que eran unas abarcas, a modo de las del país, es decir, almadreñas, y el busto de un gran señor con barbas y capisayo, y que todo aquel conjunto era como jeroglífico que significaba, en castellano corriente, Sancho Abarca, del cual descendíamos los Sánchez de mi familia. Parecíame ingeniosa y hasta agradable la interpretación, y aceptábala sin meterme en nuevas investigaciones, no tanto porque así complacía a mi padre, que se pagaba mucho de estas cosas, cuanto por lo que de ellas se mofaban los Garcías contiguos, gentes ordinarias que nos miraban por encima del hombro, porque contribuían por lo territorial algo más que nosotros, y nunca salían del ayuntamiento.

La verdad es que la hacienda de mi padre y el pelaje de su media levita no eran cosa mayor para echar grandes roncas a sus convecinos, toscos labradores, pero pobres felices, que tenían en mayor estima un pedazo de borona que los mejores timbres de nobleza esculpidos en un sillar ruinoso.


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Dominio público
347 págs. / 10 horas, 8 minutos / 295 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Nubes de Estío

José María de Pereda


Novela


I. De Nino Casa-Gutiérrez a un su amigo

Madrid, julio 30 de 188...

Si por una, para mí, desdichada casualidad, no hubiera estado yo ausente el día en que tú pasaste por aquí como un relámpago, te hubiera enterado de palabra de estas graves cosas que voy a referirte ahora por escrito y de mala manera, porque tras de no tener el tiempo de sobra, jamás despunté por hábil en el manejo de la pluma. Yo te aseguro que no la tuviera en este instante entre los dedos sin el honrado temor de que adquieras por el rumor público las noticias que debo darte yo antes que nadie y que a nadie. O somos o no somos amigos «de la infancia:» Pílades y Orestes, los gemelos de Siam, como alguien nos ha llamado al vernos tan unidos en las prosperidades y en las tormentas de nuestra no larga, pero bien azarosa vida; o hemos o no corrido juntos los temporales de nuestro mundo tan calumniado por los que no le conocen, y bien poco entretenido para los que le conocemos a fondo, cuando las arrastradas circunstancias (vulgo, dinero) no concuerdan en género, número y caso con la omnímoda libertad, que nunca falta, de explorarle en todas direcciones. En fin, hombre, y por no enredarme en estos líos retóricos que me apestan: que me considero en la obligación de contarte esto gordo que me pasa, y que te lo voy a contar del mejor modo que pueda.


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Dominio público
387 págs. / 11 horas, 17 minutos / 193 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Blasones y Talegas

José María de Pereda


Novela corta


I

De la empingorotada grandeza y el coruscante lustre de sus antepasados, he aquí lo que le restaba, catorce años hace, al señor don Robustiano Tres-Solares y de la Calzada.

Un casaquín de paño verde con botones de terciopelo negro.

Un chaleco de cabra, amarillo.

Un corbatín de armadura.

Dos cadenas de reló con sonajas, sin los relojes.

Un pantalón de paño negro, muy raído.

Un par de medias-botas con la duodécima remonta.

Un sombrero de felpa asaz añejo, y

Un bastón con puño y regatón de plata.

Esto para los días festivos Y grandes solemnidades.

Para los días de labor:

Otro casaquín, incoloro, que soltaba la estopa de los entreforros por todas las costuras y poros de su cuerpo.

Otro corbatín, de terciopelo negro, demasiadamente trasquilado.

Otro chaleco, de mahón, de color de barquillo.

Otro pantalón, «de pulga», con más p asadas que un pasadizo.

Otro sombrero de copa, forrado de hule.

Unas zapatillas de badana; y

Un par de abarcas de hebilla para cuando llovía.

Como ornamentos especiales y prendas de carácter:

Una capa azul, con cuello de piel de nutria y muletillas de algodón; y

Un enorme paraguas de seda encarnada, con empuñadura, contera y argolla de metal amarillo.

Como elementos positivos y sostén de lo que antecede y de algo de lo que seguirá:

Una casa de cuatro aguas con portalada y corral, de la que hablaremos luego más en detalle.

Una faja o cintura de vicios y retorcidos castaños alrededor de la casa.


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Dominio público
77 págs. / 2 horas, 15 minutos / 132 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

De Tal Palo, Tal Astilla

José María de Pereda


Novela


I. Pateta

Si no fuera por ese privilegio maravilloso y descomunal que se ha otorgado a los novelistas para describir lo más recóndito, leer lo que aún no está escrito, y hasta hablar de lo que no entiendes una jota, apuradillo me viera yo en este instante para describir el lugar de la escena con que doy comienzo a la presente historia. Tan oscura es la noche, tan deshecha la tempestad, tan profunda y angosta la hoz en cuyo esófago mismo hemos de penetrar para ver lo que allí pasa.

Cierto que, siguiendo los procedimientos de muy acreditadas escuelas, alguien en mi caso intentara un esfuerzo de inducción, aplicando ora el oído, ora las narices, ora las manos, allí donde los ojos son inútiles por la intensidad de las tinieblas; y anotando este rumor y aquel estruendo, cierto tufillo de sótano o de ortigas o de musgo, tal cual aroma de poleos y zarzamora, y haciendo con todo este acopio una discreta y erudita excursión por los campos de la geología, de la química orgánica, de la física experimental y hasta por la Ley de aprovechamiento de aguas, llegara a darnos, no ya las partes componentes del misterio, sino su panorama en realce, con su flora y su fauna correspondientes. Yo admiro tan ingeniosa sapiencia; pero sin rubor declaro que no la poseo, y que, por ende, no intento salir del apuro valiéndome de tales procedimientos. Lo mismo fuera meterme con los ojos cerrados entre el fragor de un terremoto.

Novelista, aunque indigno, al privilegio me agarro, y amparado con él, allá va en cuatro palabras la descripción del cuadro, como si viéndole estuviera a la luz del mediodía.


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Dominio público
275 págs. / 8 horas, 2 minutos / 671 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Tipos Trashumantes

José María de Pereda


Cuentos, Colección


Al lector

Los pueblos, como los hombres, tienen dos fisonomías, por lo menos (algunos hombres tienen muchas): la que les es propia por carácter o naturaleza, o, como si dijéramos, la de todos los días, y la de las circunstancias, es decir, la de los días de fiesta.

La que en este concepto corresponde a la perínclita capital de la Montaña, la forma esa muchedumbre que la invade cada año, durante los meses del estío, para buscar en ella quién la salud, quién la frescura y el sosiego; ora en las salobres aguas del Cantábrico, ora contemplando y recorriendo el vario paisaje que envuelve a la ciudad, mientras la raza indígena la abandona y se larga por esos valles de Dios ansiando la soledad de la aldea y la sombra de sus castañeras y cajigales.

Para los que sólo se fijan en la variedad de matices y en la movilidad de los pormenores, esta fisonomía es híbrida, abigarrada, indefinible e inclasificable.

Para un ojo ducho en el oficio, es todo lo contrario. Hay en ese movimiento vertiginoso, en ese trasiego incesante de gentes exóticas que van y vienen, que suben y bajan, que entran y salen, rasgos, colores y perfiles que sobrenadan siempre y se reproducen de verano en verano, como el aire de familia en una larga serie de generaciones. ¿No es todo esto una fisonomía como otra cualquiera?

Por tal la reputo, y muy digna la creo, por ende, de ser registrada en el libro de apuntes de quien se precie de pintor escrupuloso de costumbres montañesas.

Y como quiera que yo, si no tengo mucho de pintor, téngolo de escrupuloso, abro mi librejo y apunto... pero, entiéndase bien, sin otro fin que refrescar la memoria del que leyere, y con la formal declaración de que «cuando pinto, no retrato».


1877


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Dominio público
93 págs. / 2 horas, 43 minutos / 227 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

La Puchera

José María de Pereda


Novela


I. «RÉ» EN LA ARCILLOSA

Quién de los dos empujó primero, yo no lo sé. Quizás fuera el mar, acaso fuera el río. Averígüelo el geólogo, si es que le importa. Lo indudable es que el empuje fué estupendo, diérale quien le diera; es decir, el río para salir al mar, ó el mar para colarse en la tierra. Mientras el punto se aclara, supongamos que fué el mar, siquiera porque no se conciben tan descomunales fuerzas en un río de quinta clase, que no tiene doce leguas de curso.

¡Labor de titanes! Primero, el peñasco abrupto, recio y compacto de la costa. Allí, á golpe y más golpe, contando por cúmulos de siglos la faena, se abrió al fin ancho boquete, irregular y áspero, como franqueado á empellones y embestidas. Al desquiciarse los peñascos de la ingente muralla, algo cayó hacia afuera que resultó islote mondo y escueto, y más de otro tanto hacia dentro, en dos mitades casi iguales, que vinieron á ser á modo de contrafuertes ó esconzados de la enorme brecha. La labor del intruso para continuar su avance, fué ya menos difícil: sólo se trataba de abrirse paso á través de una sierra agazapada detrás de la barrera de la costa; y forcejeando allí un siglo y otro siglo, buscando á tientas al obstáculo las más blandas coyunturas de su armazón de granito, quedó hecho el cauce, profundo y tortuoso, entre dos altos taludes que el tiempo fué tapizando de césped y bordando de malezas.


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Dominio público
400 págs. / 11 horas, 40 minutos / 446 visitas.

Publicado el 5 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

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