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autor: José María de Pereda etiqueta: Cuento textos disponibles


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El Excelentísimo Señor...

José María de Pereda


Cuento


Una semana antes de suspenderse, por razones de alta temperatura, las sesiones de las Cortes, pronunció un discurso de abierta oposición a la política del Gobierno. Tres días después se trasladó a Santander con su señora, luciendo todavía los tornasoles de la aureola en que le envolvió aquel triunfo parlamentario. No hay que decir si llegaría hueco y espetado, él que, por naturaleza, es grave y repolludo.

Como, ni su excelencia ni su señora piensan tomar baños de mar, sin duda por aquello de que de cincuenta para arriba, etc..., refrán cuya primera parte les coge por la mitad, no han querido alojarse en el Sardinero; y como tampoco quieren el bullicio y las estrecheces del cuarto de una fonda, se han acomodado en una modesta casa de huéspedes, ocupando la mejor sala con el adjunto gabinete.

Su excelencia sale a la calle con zapatos de cuero en blanco, sombrero hongo de anchas alas, cómoda y holgada americana, chaleco muy abierto y tirillas a la inglesa.

Siempre camina lento y acompasado, con las manos cruzadas sobre los riñones, y entre las manos la empuñadura de cándida sombrilla. Nunca va solo: generalmente le acompañan cuatro o seis personas de la población y de sus ideas políticas.

Marchan en ala, y el personaje ocupa el centro de ella.

A cada veinte pasos hace un alto, y el acompañamiento le rodea. Es que va a tocar uno de los puntos graves de su discurso; porque es de advertir que su excelencia no gasta menos, ni aun para diario.

Y, en efecto: si un oído indiscreto se acerca entonces al grupo, percibirá éstas u otras semejantes palabras, dichas en tono campanudo y resonante:


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 62 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Sabio

José María de Pereda


Cuento


Al siguiente día de su llegada a Santander, o acaso sin sacudirse el polvo del camino, dase a conocer en tertulias y corrillos diciendo, con la mayor impavidez, que España es un país de estúpidos, y que la capital de la Montaña es el último rincón del país, puesto que no hay un solo montañés que conozca la telematología, ni la filosofía del sentimiento estético en sus relaciones con la actividad del yo pensante, en, dentro, sobre, sobre en y por debajo de la conciencia universal. Pero esta ignorancia no le sorprende en un pueblo en que todavía oyen misa los hombres que se llaman ilustrados, y desconocen a Jeeéguel (muy arrastrada la J) o Hegel, como decimos las personas vulgares.

Y ahora que el lector sabe algo sobre la venida de este huésped, voy a decirle otro poco acerca de su procedencia.

La humana debilidad tiende, por instinto, a lo más cómodo, hacedero y comprensible.

Por eso a los grandes apóstatas, aunque arrastrados a la apostasía por el demonio de la soberbia, o de la codicia, o de la concupiscencia, nunca les han faltado inocentes que formen su cortejo.


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Aprensivo

José María de Pereda


Cuento


Puede ser de Rioseco, lo mismo que de Palencia o de Zamarramala. No es viejo, ni tampoco joven, ni rubio, ni moreno, ni alto ni bajo, ni rico ni pobre. Trajo baúl de cuero peludo y sombrerera de cartón. Hospedóse como pudo, y al día siguiente fue a entregar la carta de crédito que traía, a su orden, contra una casa mercantil de la plaza.

—¿Los señores de Tal y Cual y Compañía?

—Servidores de usted.

—Tenga usted la bondad de enterarse de esta esquelita.

—Cúbrase usted y siéntese.

—Muchas gracias.

—¿Quiere usted recibir ahora la cantidad que los señores Morcajo y Compañía nos mandan poner a su disposición?

—No, señor; iré tomando a cuenta lo que necesite, si a ustedes les parece.

—Como usted guste. Y ¿cómo están aquellos señores?

—Tan guapamente... quiero decir, salvo el sobrehueso del don Atanasio, que no le deja moverse de la silla cuatro años hace.

—Eso es lo peor. Y usted, a lo que parece, ¿se ha venido por ahí a veranear?

—No fuera malo, señor mío. Por ese solo placer quedárame en casa, que los tiempos no están para moverse de ella. Vengo, créalo usted, por la necesidad que tengo de tomar los baños.

—¿Y ya está usted instalado?

—Sí, señor: ahí paro en cá de un paisano, en Santa Clara. Mucha bestia, mucha mosca y bastante ruido hay; pero como dicen que el olor de la cuadra es bueno para el pecho, no me pesa haber encontrado eso. Yo mejor querría un parador con vistas a la mar alta; pero ¡mire usted que llegué a dar hasta doce reales por un cuarto en el Sardinero, y el demontres del posaero se me echó a reír! Conque volvíme ahumando a la ciudad, donde pago medio duro. Le digo a usted que la vida cuesta aquí un sentido. Pero la pícara necesidad de los baños...

—Pues, hombre, el semblante de usted revela mucha salud.


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Los de Becerril

José María de Pereda


Cuento


Los taleguillos blancos llenos de ropa de muda, unas alforjas atacadas de chorizos y garbanzos, y un paraguas. Éste es el equipaje de cada familia al meterse en el tren en la estación más próxima.

Cuando se apean en Santander, el padre carga con las alforjas, amén de la capa, que también se echa al hombro; la madre con un taleguillo y la criatura que amamanta; una jovenzuela, con el otro talego, y un rapaz de doce años, con el paraguas.

Vienen a Santander porque el padre tiene dúlceras en las piernas, y dúlceras en el cuadril de la derecha; la madre, desde el último parto, «añudados los gonces» de la rodilla izquierda; el mamoncillo no puede echar los últimos dientes «de por sí solo»; la jovenzuela ha cumplido ya quince años y está pálida como la cera, y el rapaz, que va para doce, tiene los labios como un embudo, el cuello como un botijo, y le salen ya los lamparones por detrás de las orejas.

Por consejo del médico de Becerril de Campos, vienen a tomar los baños de mar, porque éstos han de curar todas y cada una de las dolencias enumeradas.

Con estas esperanzas y aquel equipaje, y en el orden de formación en que hemos ido citándolos, llegan a la Dársena y echan Muelle adelante con el asombro pintado en los ojos y en la boca.


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Fisiología del Baile

José María de Pereda


Cuento


«El baile es un círculo cuyo centro es el diablo».

Esto lo dijo un teólogo que no era rana.

Mas para los moralistas de ogaño esta definición no es admisible, porque, prescindiendo de que el tiempo de los sábados y de las metamorfosis ha pasado, el círculo no es la figura simbólica de nuestros bailes. Demasiado saben ustedes que cada pareja se va por donde se le antoja, pierde el compás cuando le acomoda y vuelve cuando le da la gana; luego si no hay círculo, no hay centro; ergo si no hay centro, mal puede el diablo hallarse en él.

Sin embargo, la opinión del teólogo tiene su fundamento. «Las mujeres son el mismo diablo», se dice vulgarmente; y admitiendo la denominación de círculo que suele darse a las reuniones danzantes, y teniendo en cuenta que «el bello sexo» es el núcleo o centro de estas reuniones, «el baile es un círculo cuyo centro es la mujer».

Sustituyendo ahora en lugar de este término su equivalente «el mismo diablo», viene a quedar probada la exactitud de la máxima del teólogo.

Pero de este modo se infiere un gravísimo cargo a las mujeres; pues no es lo mismo decir que «son el diablo», que «el diablo es la mujer»; y apelo en testimonio a la gramática.

Buscando un término medio a estas combinaciones diabólicas, he llegado yo a creer que el teólogo citó al diablo por dar alguna forma decente a las tentaciones.

Por lo que hace a éstas, los mismos que no creen en brujas y se ríen del diablo, no se atreverán a negar que tienen en el baile la mejor parte. Yo las he visto, y no soy escrupuloso ni aprensivo.

Pero sean las tentaciones o el diablo el centro abominable del baile, según el consabido teólogo, conste que he querido comprobar su máxima para que no se me diga que la acepto por sistema; porque yo la acepto... Ergo, detesto el baile.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Espíritu Moderno

José María de Pereda


Cuento


I

Hace doce años, hallándome de visita en casa de una señora respetable (adjetivo con que se expresaba entonces en Santander cuanto de finura, prosapia, posición social y talento cabía en una mujer), hablaba con ella de la vida del campo, en el cual acababa yo de pasar unos días.

—¿Es posible—me decía la culta dama—que una persona de cierta educación se resigne á vivir en la soledad de una aldea?

—Sí, señora—le respondí yo,—y encontrando en ella goces tan grandes como los que proporciona la ciudad.

—No lo creo. Empiece usted por las malas condiciones de la habitación.

—Perdone usted, señora: la casa de una persona acomodada de aldea es más espaciosa, y hasta más cómoda, que la mejor de la ciudad.

—¿Qué está usted diciendo?… Las casas de aldea…. ¡Jesús!, unas tejavanas miserables, obscuras, lóbregas…, sin un mal balcón….

—Tres tiene la en que yo nací…, y bien grandes, por cierto.

—¿Es posible?

—Y en el menor salón de aquella casa cabe muy holgadamente ésta en que ahora estamos.

—Usted se burla.

—No vendría muy al caso.

—Pues digo bien. ¿No estoy yo cansada de ver casas de aldea en Miranda, en Cueto, en San Juan?… Y eso que, según me han dicho, estas casas son palacios, comparadas con las de las aldeas del interior.

—Vuelvo á repetir á usted que la mía, si no tan lujosa como ésta y otras semejantes, es bastante más cómoda que todas ellas, pudiendo también asegurar, pues las he visto, que hay casas de aldea en esta provincia que contienen cuanto puede apetecer la persona más escrupulosa y exigente.

—Yo no quiero ponerlo en duda; pero no extrañe usted que me cueste trabajo creerlo, porque ¡me han contado tales horrores de la aldea!…

—Ya se conoce que usted no ha vivido en el campo.


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Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Cutres

José María de Pereda


Cuento


El dibujo era de mi pertenencia, por espontánea e inmerecida generosidad del artista, como constaba y consta en la dedicatoria al pie, de su puno y letra; lo cual, por sí solo, le daba ya, en mis adentros de hombre agradecido, un valor excepcional. Pero con ser este valor tan grande, aún me parecía mayor el que tenía en absoluto el cuadro, considerado como obra de arte y como primera y palpable revelación, a mis ojos, de los talentos del artista, mozo santanderino, en quien el delicado sentimiento de la tierruca madre no se ha embotado ni se embotará jamás con el roce continuo de la jerga ramplona de los alegatos en papel de oficio; como no ahondarán los barnices de la vida madrileña en la epidermis de su cepa campurriana.


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22 págs. / 40 minutos / 55 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Tipo Más

José María de Pereda


Cuento


Corría el mes de noviembre: hacía poco más de una hora que había amanecido, y llovía a cántaros. Excusado creo decir que aún me hallaba yo en la cama, tan abrigadito y campante, gozando de ese dulce sopor que está a dos dedos del sueno y a otros tantos del desvelo, pero que, sin embargo, dista millares de leguas de los dolores, amarguras y contrariedades de la vida; estado feliz de inocente abandono en que la imaginación camina menos que una carreta cuesta arriba, y no procura más luz que la estrictamente necesaria para que la perezosa razón comprenda la bienaventuranza envidiable que disfrutan en esta tierra escabrosa los tontos de la cabeza. Punto y seguido. Abrieron de pronto la puerta de mi cuarto, y avisáronme la llegada de una persona que deseaba hablarme con mucha urgencia.


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22 págs. / 39 minutos / 40 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los Baños del Sardinero

José María de Pereda


Cuento


—¿Y en qué coche vamos?

—En el primero que encontremos en la Plaza Nueva.

—Ahí tiene usted tres... cuatro...

—Todos ellos son peores; pero vamos a tomar aquél que se está ocupando ya, porque será el primero que salga. Iremos en la delantera, si a usted le parece.

—Perfectamente: con eso veré mejor el paisaje. A mí me gusta mucho la campiña de aquí. Además, ya sabe usted que no he visto aún la mar, porque me guardo esa sorpresa para hoy: quiero verla de sopetón, como si dijéramos... ¡Oiga! ¿Sabe usted que son de rechupete estas dos madamitas que van en el interior? ¡Caracoles, y qué bien les cae el sombrerito ladeado!... Pues mire usted la señora que está en el rincón de mi derecha: ocupa ella sola medio coche... y parece joven y muy bonita; digo, si el velo del demonio del gorro que lleva puesto no me engaña.

—Que todo podrá ser.

—¿Le parece a usted?

—Lo que a mí me parece es que está usted muy animado para ser tan tempranito.

—¡Qué quiere usted, hombre! Viene uno de aquel demonches de Campos donde todo se ve de un color, y ese malo, y parece que aquí se ensancha el corazón entre tanto verde, y, sobre todo, entre tanta gracia como Dios echó encima de estas criaturas... ¡Zape! qué mal movimiento tiene este coche... ¡Buenas casas son éstas!... ¡digo, pues es nuevo todo el barrio!... Una iglesia en construcción...

—Por construida pasa hoy.

—Hará poco que se empezó.

—Muy poco, unos trece años.

—¡Anda! ¿pues y eso? Escasearía el dinero.

—No, señor: con lo que han costado esas paredes se hubiera hecho una catedral en cualquier otro pueblo.

—Pues no lo comprendo.

—Ni yo tampoco.

—¡Qué repecho tan penoso!... y se llama «Calle de Motezuma». ¡Y qué fea es la condenada de la calle!... ¡Hola!, ya estamos en el camino real... Me parece que aquello es la plaza de toros, ¿eh?


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Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Interesantísimas Señoras

José María de Pereda


Cuento


Generalmente son dos: rubia la una, morena la otra; pero esbeltas y garridas mozas ambas. Arrastran las sedas y los tules como una tempestad las hojas de otoño. De aquí que unos las crean elegantísimas, y otros charras y amaneradas. Pero lo cierto es que los otros y los unos se detienen para verlas pasar, y las ceden media calle, como cuando pasa el rey.

Como nadie las conoce en el pueblo, las conjeturas sobre procedencia, calidad y jerarquía, no cesan un punto.

El velo fantástico de sus caprichosos sombrerillos, que llevan siempre sobre la cara, es el primer motivo de controversias entre el sexo barbudo. Si aquellos ojos rasgados, y aquellas mejillas tersas, y aquellos labios de rosa que se ven como entre brumas diáfanas, son primores de la naturaleza o artificios de droguería. Esta es una de las cuestiones. Pero aunque se resolviera en favor de la pintura, no sería un dato; porque ¿qué mujer no se pinta ya?

Otra duda: ¿dónde viven? Se averigua que se hospedaron en una fonda muy conocida, a su llegada a Santander, y que permanecieron en ella tres días, durante los cuales las acompañó por la calle varias veces un inglés cerrado.

Primera deducción: Que son inglesas.

A esto replica un curioso que las siguió entonces muy de cerca, que siempre hablaban por señas a su acompañante, y que le decían «aisé» para llamar su atención. Dato feroz: de él se desprende que no son inglesas ni tienen la más esmerada educación, puesto que usan ese vocablo con que el tosco populacho bautiza a todo extranjero cuando quiere decirle algo.

Pero un joven optimista hace saber que esa palabra es compuesta de dos inglesas, muy usuales en la conversación, y que equivalen a digo yo, o mejor aún, a nuestro familiar oiga usted.

Se desecha el dato desagradable.


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3 págs. / 5 minutos / 81 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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