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autor: José María de Pereda


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Fisiología del Baile

José María de Pereda


Cuento


«El baile es un círculo cuyo centro es el diablo».

Esto lo dijo un teólogo que no era rana.

Mas para los moralistas de ogaño esta definición no es admisible, porque, prescindiendo de que el tiempo de los sábados y de las metamorfosis ha pasado, el círculo no es la figura simbólica de nuestros bailes. Demasiado saben ustedes que cada pareja se va por donde se le antoja, pierde el compás cuando le acomoda y vuelve cuando le da la gana; luego si no hay círculo, no hay centro; ergo si no hay centro, mal puede el diablo hallarse en él.

Sin embargo, la opinión del teólogo tiene su fundamento. «Las mujeres son el mismo diablo», se dice vulgarmente; y admitiendo la denominación de círculo que suele darse a las reuniones danzantes, y teniendo en cuenta que «el bello sexo» es el núcleo o centro de estas reuniones, «el baile es un círculo cuyo centro es la mujer».

Sustituyendo ahora en lugar de este término su equivalente «el mismo diablo», viene a quedar probada la exactitud de la máxima del teólogo.

Pero de este modo se infiere un gravísimo cargo a las mujeres; pues no es lo mismo decir que «son el diablo», que «el diablo es la mujer»; y apelo en testimonio a la gramática.

Buscando un término medio a estas combinaciones diabólicas, he llegado yo a creer que el teólogo citó al diablo por dar alguna forma decente a las tentaciones.

Por lo que hace a éstas, los mismos que no creen en brujas y se ríen del diablo, no se atreverán a negar que tienen en el baile la mejor parte. Yo las he visto, y no soy escrupuloso ni aprensivo.

Pero sean las tentaciones o el diablo el centro abominable del baile, según el consabido teólogo, conste que he querido comprobar su máxima para que no se me diga que la acepto por sistema; porque yo la acepto... Ergo, detesto el baile.


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7 págs. / 12 minutos / 76 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Costurera

José María de Pereda


Cuento


—Qué linda está usted hoy, Teresa!

—¡Vaya!

—Es la pura verdad. Ese pañolito de crespón rojo junto á ese cuello tan blanco….

—¡Dale!

—Ese pelo, tan negro como los ojos….

—¡Otra!

—Y luego, una cinturita como la de usted, entre los pliegues de una falda tan graciosa. ¡Vaya una indiana bonita!

—¡Jesús!

—Es que me gusta mucho el color de lila…, cae muy bien sobre un zapatito de charol tan mono como el de usted…. ¡Ay qué pie tan chiquitín!… ¡Si le sacara un poco más!…

—¡Hija, qué hombre!

—Yo quisiera tener una fotografía de usted en esa postura, pero mirándome á mí.

—¡Vaya un gusto!

—Ya se ve que sí.

—Pues también yo tengo fotografías, sépalo usted.

—¡Hola!

—Y hecha por Pica-Groom.

—¿En la postura que yo digo?

—¡Quiá!; no, señor. Estoy de baile, como iba el domingo cuando usté nos encontró junto á la fábrica del gas.

—Por cierto que no quiso usted mirarme. ¡Como iba usted tan entretenida!…

—¡Si éramos ocho ó nueve!

—¡Pero qué nueve, Teresa! Parecían ustedes un coro de Musas.

—Usté siempre poniendo motes á todo el mundo.

—Es que entre aquellos árboles, y subiendo la cuesta…, ni más ni menos que la del monte Helicona….

—¿Ónde está eso?

—¿Helicona?… Un poco más allá de Torrelavega. El que no me gustó fué aquel Apolo que las acompañaba á ustedes.

—Si no se llama Polo…. Es un chico del comercio.

-Lo supongo. Quiero decir que iba algo cursi. ¡Y ustedes iban tan vaporosas, tan bonitas!

—¡Otra! Si íbamos al baile de Miranda, como todos los domingos.

—Ya oí el organillo.


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9 págs. / 17 minutos / 93 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Guantería

José María de Pereda


Cuento


I

Afuer de retratista concienzudo, aunque ramplón y adocenado, no debo privar a la fisonomía de Santander de un detalle tan característico, tan popular, como la Guantería. Mis lectores de aquende le han echado de menos en mis Escenas Montañesas, y no me perdonarían si, en ocasión tan propicia como ésta, no reparara aquella falta. Tómenlo en cuenta los lectores de allende (si tan dichoso soy que cuento algunos de esta clase), al tacharme este cuadro por demasiado local.

Y tú, mi excelente amigo, el hombre más honrado de cuantos he conocido en este mundo de bellacos y farsantes; tú, cuya biografía, si lícito me fuera publicarla, la declarara el Gobierno como libro de texto en todas las escuelas de la nación; tú, a quien es dado únicamente, por un privilegio inconcebible entre la quisquillosa raza humana, simpatizar con todos los caracteres, y lo que es más inaudito, hacer que todos simpaticen contigo; tú, ante quien deponen sus charoles y atributos ostentosos las altas jerarquías oficiales para hacerse accesibles a tu confianza, eximiéndote de antesalas, tratamientos y reverencias; tú, que no tienes un enemigo entre los millares de hijos de Adán que te estrechan la mano y te piden un fósforo... y algo más, que no siempre te devuelven; tú, en fin, «guantero» por antonomasia: perdona a mi tosca pluma el atrevimiento de intrusarse en tu propiedad, sin previo permiso, para sacar a la vergüenza pública más de un secreto, si tal puede llamarse a lo que está a la vista de todo el que quiera tomarse, como yo, el trabajo de estudiarlo un poco.


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13 págs. / 22 minutos / 42 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Intolerancia

José María de Pereda


Cuento


Al señor don Sinforoso Quintanilla

Bien saben los que a usted y a mí nos conocen, que de este pecado no tenemos, gracias a Dios, que arrepentirnos.

No van, pues, conmigo ni con usted los presentes Rasguños, aunque mi pluma los trace y a usted se los dedique; ni van tampoco con los que tengan, en el particular, la conciencia menos tranquila que la nuestra, porque los pecadores de este jaez ni se arrepienten ni se enmiendan; además de que a mí no me da el naipe para convertir infieles. Son, por tanto, las presentes líneas, un inofensivo desahogo entre usted y yo, en el seno de la intimidad y bajo la mayor reserva. Vamos, como quien dice, a echar un párrafo, en confianza, en este rinconcito del libro, como pudiéramos echarle dando un paseo por las soledades de Puerto-Chico a las altas horas de la noche. El asunto no es de transcendencia; pero sí de perenne actualidad, como ahora se dice, y se presta, como ningún otro, a la salsa de una murmuración lícita, sin ofensa para nadie, como las que a usted le gustan, y de cuya rayano pasa aunque le desuellen vivo.

Ya sabe usted, por lo que nos cuentan los que de allá vienen, lo que se llama en la Isla de Cuba un ¡ataja! Un quidam toma de una tienda un pañuelo... o una oblea; le sorprende el tendero, huye el delincuente, sale aquél tras éste, plántase en la acera, y grita ¡ataja!, y de la tienda inmediata, y de todas las demás, por cuyos frentes va pasando a escape el fugitivo, le salen al encuentro banquetas, palos, pesas, ladrillos y cuanto Dios o el arte formaron de más duro y contundente. El atajado así, según su estrella, muere, unas veces en el acto, y otras al día siguiente, o sale con vida del apuro; pero, por bien que le vaya en él, no se libra de una tunda que le balda.


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13 págs. / 23 minutos / 43 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Lima de los Deseos

José María de Pereda


Cuento


Apuntes de mi cartera


Apenas un asomo de razón iluminó las obscuridades de su cerebro, ya vieron sus ojos obstáculos mortificantes, y sintió en su corazón el ansia de librarse de ellos. El silabario fue su pesadilla, porque envidiaba a los que leían «en Fleury» y escribían «de palotes»; llegó a hacerlos, y le desazonaba la experta mano que guiaba a la suya, débil y torpe; escribió solo, y maldijo del método que le obligaba a trazar las letras a pulso entre líneas paralelas; escribió después libre y suelto sobre la blanca superficie del papel, y le quitaron el sueño las lecciones de memoria, los primeros problemas de la Aritmética, la vigilancia de la niñera que le acompañaba en sus ratos de huelga en plazas y paseos; y deseó con ansia llegar a esa edad en que termina la fastidiosa tutela de los rodrigones, y comienza el niño a campar por sus respetos.


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6 págs. / 10 minutos / 324 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Mujer del César

José María de Pereda


Novela corta


I

No se necesitaba ser un gran fisonomista para comprender, por la cara de un hombre que recorría a cortos pasos la calle de Carretas de Madrid, en una mañana de enero, que aquel hombre se aburría soberanamente; y bastaba reparar un instante en el corte atrasadillo de su vestido, chillón y desentonado, para conocer que el tal sujeto no solamente no era madrileño, pero ni siquiera provinciano de ciudad. Sin embargo, ni de su aire ni de su rostro podía deducirse que fuera un palurdo. Era alto, bien proporcionado y garboso, y se fijaba en personas y en objetos, no con el afán del aldeano que de todo se asombra, sino con la curiosidad del que encuentra lo que, en su concepto, es natural que se encuentre en el sitio que recorre, por más que le sea desconocido.

Praderas de terciopelo, bosques frondosos, arroyos y cascadas, rocas y flores, eran las galas de su país. Nada más natural que fuesen las grandes vidrieras y los caprichos de las artes suntuarias el especial ornamento de la capital de España, centro del lujo, de la galantería y de los grandes vicios de toda la nación.

Este personaje, que debía llevar ya largas horas vagando por las aceras que comenzaban a poblarse de gente, miraba con impaciencia su reloj de plata, bostezaba, requería los anchos extremos de la bufanda con que se abrigaba el cuello, y tan pronto retrocedía indeciso como avanzaba resuelto.


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Publicado el 22 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

La Primavera

José María de Pereda


Poesía


Deja, Fabio, esa lira
que tanto te recrea,
ó aprende lo que ignoras
y canta lo que aprendas.
Basta de idilios tiernos,
basta de dulces églogas;
no más pastores, Fabio;
Fabio, no más praderas.
Yo quise entre los rústicos
paisajes de mi tierra
buscar de tus cantares
la realidad perfecta;
y ¡ay, Fabio!, tú no has visto
jamás la primavera.
Tú no has pisado el «campo
de terciopelo y seda»;
ni respiraste el «fresco
cefirillo que juega
de los sombríos bosques
con la enrramada espesa»;
ni la cascada viste
que «rauda se despeña
en el profundo abismo
desde la altura inmensa»;
ni «matizadas flores»
cojiste entre la yerba,
ni oístes el «murmullo
del que manso la riega,
arroyo cristalino
do beben las Napeas
y encuentran las pastoras
cristal que les refleja
de sus cabellos de oro
las ondulantes hebras»;
ni el trino has escuchado
de «mil y mil parleras,
pintadas avecillas,
de las de arpada lengua,
entre el follaje verde
de misteriosa selva»;
ni vistes el cabrito
«triscar la mata fresca,
trepar de roca en roca
la tímida gacela,
ni sobre el fácil soto
rumiar la mansa oveja»,
ni, en fin, esos primores
que describir intentas
en las limadas coplas
que, tierno, canturreas.
Tu campo es un tapete,
tus bosques son macetas,
tus flores, inodoras,
tus cefirillos, hielan;
de trapo son tus ninfas,
tus pastores, horteras,
gorriones tus jilgueros;
y tu cascada horrenda,
del carcomido techo
que á tu numen alberga,
por más que la levantes
es húmeda gotera.


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4 págs. / 7 minutos / 86 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Robla

José María de Pereda


Cuento


De maldita de Dios la cosa sirvieran los contratos de compraventa, si al tiempo de consumarlos no llevaran más requisitos que el mutuo convenio de los contratantes y el ante mí del tabelión más competente del juzgado.

Y cuidado, señores legistas, con atribuirme la pretensión de poner en duda la legalidad de las fórmulas que sobre el particular se vengan usando desde la fecha de las Pandectas.

¡Líbreme de ello Dios! Voy separándome del centro civilizado donde la ley se halla en toda su pomposidad, y estoy refiriéndome á los incultos moradores del campo, entre los cuales, sin dejar de acatarse el vigente código en todo lo que vale, aún se rinde culto reverente á la tradición, la cual constituye para ellos un derecho tan sagrado como el que más se funde en cuantas leyes se vengan haciendo desde la fabla de don Alonso el Sabio.

Desengáñese la previsora jurisprudencia: sin un requisito que les sea peculiar, estos paisanos no dan por terminado ningún negocio, aunque para cumplir con la ley le amortajen en más testimonios y sellos que hay en un archivo de hipotecas. Pasar un objeto de las manos de Juan á las de Pedro sin cierta solemnidad sui géneris, valdría tanto como para la conciencia de un cristiano viejo un buen creyente sin bautizar, símil en que, sin duda alguna se fundaron los académicos de mi lugar para llamar á dicha ceremonia mojar el asunto.


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10 págs. / 19 minutos / 53 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Romería del Carmen

José María de Pereda


Cuento


I

Yo deploro ese espíritu inquieto y ambicioso que viene, años hace, apoderándose del hombre; yo abomino ese monstruo de pulmones de hierro que, devorando distancias y taladrando el corazón de las montañas, ha arrojado de nuestros pacíficos solares las tradiciones risueñas y el inocente bienestar de los patriarcas.

Me apresuro a advertir que esto no lo digo yo. Quien lo dice, y mucho más, a todas las horas del día, es mi respetable amigo el señor don Anacleto Remanso.

Necesito decir a ustedes quién es y de dónde viene este apreciable sujeto.

Don Anacleto era allá por el año 15 un mozo perfectamente reputado en el comercio de esta plaza. Tenía excelente letra y manejaba los libros con rara inteligencia. Merced a estas cualidades, su principal le aumentó el modestísimo sueldo que había estado ganando durante doce años, y cuando hubieron pasado seis más, le interesó en los negocios de la casa. Con este pie de fortuna, y gracias a no sé qué plaga que llovió sobre los trigos extranjeros tiempo andando, don Anacleto se encontró de la noche a la mañana con un capital neto de veinte mil duros. Entonces se plantó, contrajo matrimonio con una honesta doncella, su contemporánea; y libre de las penas y zozobras que torturan el alma de los que fían su bienestar en el acrecentamiento de la fortuna, comenzó a gustar las delicias de la paz del hogar, tras una sabrosísima luna de miel.

No hace a mi propósito seguir a este buen señor paso a paso en todos los de su vida hasta el año 48, época en que yo le conocí.


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23 págs. / 41 minutos / 49 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Bellas Teorías

José María de Pereda


Cuento


¡Dichosa edad, dichoso siglo XIX! ¡Tú, con, tu ciencia, arrancaste a los pueblos de la barbarie de sus antecesores; tú, con la razón por bandera, redimiste a la humanidad del pecado de la estúpida ignorancia de nuestros abuelos! Ya no hay privilegios, ya no hay distancias, ya no hay razas, ya no hay fuertes ni débiles, víctimas ni verdugos. Las diversas naciones del mundo culto forman un solo pueblo; los hombres una sola familia; todos somos hermanos con una sola religión, la ciencia; con un solo gobierno, la virtud; con una misma riqueza, el trabajo. La antorcha de la razón, disipando las densas tinieblas de las viejas preocupaciones, ha transformado la naturaleza pensante. La razón es la luz, la razón es el pan, la razón es la Providencia, la razón es la famosa palanca que soñó el sabio. Yo digo que blanco, mi vecino que negro: he aquí la palanca. Demuestro yo mi teoría, sostiene el otro la suya: he aquí el punto de apoyo. Se la combate, me la protesta, se formaliza el debate, la discusión, que llamamos; he aquí que el mundo se tambalea y que al fin acaba por dar la voltereta.

Resumen: El talento es el árbitro soberano de la tierra.

Corolario: Sólo los necios tendrán hambre, sed y frío.

Vamos a verlo.

Juan era todo un mozo modelado a la última (no quiero decirlo en francés). Admiraba la ciencia, adoraba la idea y respetaba el talento. Tenía fe ciega en el progreso moderno, soñaba con la perfectibilidad hasta el extremo de vislumbrar lo perfecto; creía en todo, de tejas abajo, porque todo cabía dentro de la razón; dudaba de todo cuanto debía dudar un hombre que creía como él creía, cuanto debía dudar un verdadero espíritu fuerte; dudaba, en fin, de tejas arriba, de todo.


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Dominio público
16 págs. / 28 minutos / 35 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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