Textos más descargados de José Tomás de Cuéllar | pág. 2

Mostrando 11 a 17 de 17 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: José Tomás de Cuéllar


12

Vistazos

José Tomás de Cuéllar


Artículo, crónica


Educación social y política en las escuelas

No nos cansaremos de encarecer en nuestra tarea incesante de abogar por el bien del pueblo, la importancia de la educación moral y social, como el único medio posible de corregir costumbres inveteradas que han de ejercer todavía influencia muy decisiva y tal vez funesta en nuestro modo de ser político.

Uno de los males que más salta á la vista en la presente situación de México es el indiferentismo político; y por más que militen causas poderosas para determinarlo, como consecuencia precisa de los acontecimientos, hay que reconocer que este mal tiene por origen moral una deficiencia en la educación.

Viene en corroboración de este aserto la especie de reacción que empieza á operarse, en la juventud respecto á nuestra historia política. Hace sólo un año la juventud de los colegios tomó una parte activa en la celebración de las fiestas de nuestra independencia; y esta idea ha partido naturalmente de los grupos de alumnos mas recientemente impresionados con el aprendizaje de la historia de México; y el haberlos alentado y protegido en su loable pensamiento de conmemorar los hechos gloriosos de nuestra historia, no ha sido otra cosa que darles una lección práctica de buena educación civil...


Leer / Descargar texto

Dominio público
90 págs. / 2 horas, 39 minutos / 62 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Los Fuereños

José Tomás de Cuéllar


Novela


I

Procedente del interior acaba de llegar á la estación del Ferrocarril Central una familia compuesta de un señor gordo, trigueño y de poca barba y vestido con chaqueta de lienzo, sombrero galoneado y plaid; una señora, gorda también, con vestido de percal y tápalo á cuadros, dos niñas de diez y siete y veinte abriles con vestido de lana y seda y sombrero á la francesa; viene además Gumesindo, el hermano de las niñas, que es un charrito hecho y derecho. Trae pantaloneras de paño negro, con botonadura de plata, chaqueta negra con alamares y sombrero canelo con ancho galón de oro y dos chapetas que consisten en un monograma de plata sobredorada con las iniciales G. R.

El señor gordo, que se llama D. Trinidad, y su mujer que se llama Candelaria, no paran mientes en que pueden parecer payos, y lo ven todo con asombro, vienen á la capital de la República por la primera vez y por la primera vez ven el ferrocarril.

Las muchachas se mortifican de la atención exagerada de sus padres, y aunque á ellas les llama todo no ménos la atención, fingen no impresionarse para hacer cumplido honor al corte francés de sus vestidos.

—¡Mira qué de gente, Trinidá, y qué de extranjeros!

—Por de contado, todo esto es de extranjeros,

—Arrimo el coche? pregunta un cochero.

—Tiene V. equipaje, amito?

—Llevo los bultos?

—Un coche! Quiere V. un coche?

—Tráigalo pues, dijo Gumesindo, que era el más garboso de la familia.

—Por acá se sacan los equipajes, amito, -decía un cargador diligente; ¿tiene V. el talón? '

—A ver, á ver quién trae el tompeate de los dulces, ,

—Lo tiene Clara, dijo una de las niñas.

—Y tú, Guadalupe, traes la maletita?

—Aquí la tengo, dijo Gumesindo. .

—¿Todo está completo?

—No falta nada. .

—Vamos á ver los equipajes.


Leer / Descargar texto

Dominio público
80 págs. / 2 horas, 20 minutos / 134 visitas.

Publicado el 19 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

Las Jamonas

José Tomás de Cuéllar


Novela


I. O sea introducción indispensable a la monografía de la jamona

La jamona es una individualidad cuyos perfiles se escapan fácilmente al más sagaz observador.

La jamona no se llama así por razón de las materias grasas que se modifican y consumen en su economía animal; la jamona es un verdadero tipo que frente a frente de la filosofía moral desafía a mi pluma, me provoca con sus sonrisas de perlas falsas, con su castaña de rizos de otra y con toda su letra menuda.

Jamonas, jamonas: Facundo tiene el honor de saludaros muy afectuosamente. Ya no hay remedio; lo dicho: habéis acertado a pasar por el foco luminoso que proyecta la Linterna Mágica, y me pertenecéis.

No os haré daño; no tocaré lo aterciopelado de vuestra piel, bien conservada y de una frescura significativa. Amables jamonas, no vacilo en deciros que me sois simpáticas como un libro de cantos rojos.

Me voy a permitir algunas inocentes libertades a propósito de vuestras estimables prendas, aunque no sea más que por hacer lo que han hecho todos los filósofos antiguos y modernos.

En la juventud hincamos el blanco diente en cualquier camuesa rubicunda con el placer con que lo hicieron Salicio y Nemoroso juntamente; pero apenas se nos indigesta la manzana, nos da por sabios, y disertamos sobre la fruta con igual formalidad que si habláramos de astronomía; y entonces es cuando salen por ahí más de cuatro verdades como un puño, relativas muy especialmente a la camuesa, a sus pepitas, a sus colores, a su aroma, a su tez, a su ácido málico, a su pedículo, a sus principios nutritivos, a su reproducción y a todas sus particularidades.

No ha bajado un solo hombre de talento a la tumba sin que antes os haya besado primero como a flores y después os haya mordido como camuesas; y a la verdad, por mi parte os confieso que no dejaré de hacer lo que esos señores, siquiera por parecérmeles en algo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
205 págs. / 6 horas / 434 visitas.

Publicado el 23 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.

Estampas del Siglo XIX

José Tomás de Cuéllar


Cuento


La Linterna Mágica

—¿Qué linterna es ésa? —me preguntó el cajista al recibir el original para las primeras páginas de esta obra—. ¿Qué va a alumbrar esa linterna; a quién y para qué?

Este título, que bien puede servirle a una tienda mestiza, ¿es una palabra de programa altisonante y llamativa para anunciar el parto de los montes, o encierra algo provechoso para el lector?

—Confieso a usted, estimable cajista —le dije—, que en cuanto al título de LINTERNA MÁGICA lo he visto antes en la pulquería de un pueblo; pero que con respecto al fondo de mi obra, debo decirle que hace mucho tiempo ando por el mundo con mi linterna, buscando no un hombre como Diógenes, sino alumbrando el suelo como los guardas nocturnos, para ver lo que me encuentro; y en el círculo luminoso que describe el pequeño vidrio de mi lámpara, he visto multitud de figuritas que me han sugerido la idea de retratarlas a la pluma.

Creyendo encontrarme algo bueno, no he dado por mi desgracia sino con que mi aparato hace más perceptibles los vicios y los defectos de mis figuritas, quienes por un efecto óptico se achican aunque sean tan grandes como un grande hombre, y puedo abarcarlas juntas, en grupos, en familia, constituidas en público, en congreso, en ejército y en población. La reverberación concentra en ellas los rayos luminosos, y sin necesidad del procedimiento médico que ha logrado iluminar el interior del cuerpo humano, puedo ver por dentro a mis personajes.

Como éstos viven en movimiento continuo como las hormigas, he necesitado ser taquígrafo y armarme de un carnet y una pluma, no diré bien tajada, porque eso lo hacen en Londres, pero sí mojada en tinta simpática, y en poco tiempo me he encontrado con un volumen.

—¿Y este volumen es la linterna mágica?


Leer / Descargar texto

Dominio público
88 págs. / 2 horas, 35 minutos / 120 visitas.

Publicado el 18 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

El Comerciante en Perlas

José Tomás de Cuéllar


Novela


Prólogo

En la época del descubrimiento de las minas de oro de California, uno de los buques de vela que hacían el servicio entre Panamá y San Francisco, se encontraba frente a las playas de Costa Rica siguiendo majestuosamente su ruta con un tiempo magnífico y una mar tranquila.

Los pasajeros estaban reunidos a la mesa; ya se habían vaciado algunos vasos de champaña y de jerez, y por consiguiente, la conversación era animadísima.

Un inglés, de unos cuarenta años que había hecho fortuna en California y que se dirigía hacia Centro América para establecer nuevas factorías y extender sus relaciones comerciales, hablaba con violencia y despecho de la influencia francesa, que tendía en aquella época a reemplazar la preponderancia exclusiva de Inglaterra, preponderancia que perdió un poco más tarde por faltas que no nos incumbe mencionar.

El negociante inglés, contrariamente a la calma y reserva habituales a sus compatriotas, se dejaba arrastrar, ayudado por el champaña y el jerez, a apreciaciones de tal modo injustas que ya varias veces habían llamado la atención de un joven francés de unos veintidós a veintitrés años, que estaba sentado a uno de los extremos de la mesa.

—Los franceses —respondió el inglés a un español que le hizo una objeción—, no nos perdonarán nunca Waterloo y Santa Elena.

—Señor mío —dijo el joven francés—, los franceses no tienen nada que perdonaros, si no es las faltas que cometisteis durante la batalla, pues todo el mundo sabe que el duque de Wellington cometió tales errores, que harían subir los colores a la cara de un simple subteniente. En cuanto a la catástrofe de Waterloo, tampoco fueron los ingleses, sino la Europa coaligada y sus ejércitos quienes triunfaron de la Francia. Por lo tanto, pueden ustedes guardar el orgullo para cuando sean capaces de sostener, con fuerzas iguales, dos horas de combate en campo raso.


Leer / Descargar texto

Dominio público
304 págs. / 8 horas, 52 minutos / 206 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.

Artículos Ligeros sobre Asuntos Trascendentales

José Tomás de Cuéllar


Artículo, crónica


La imprenta

Por más que hayamos de resignarnos á sufrir las consecuencias de inflexible ley de las evoluciones sociales, y á no ser nosotros quienes recojamos el fruto de las ideas que humildemente emitimos para remediar ciertos males, nos creemos en el deber de insistir en nuestros propósitos, siquiera para preparar el campo de las discusiones que se suscitarán mas tarde, cuando la sociedad nuestra, aburrida de este período de inanición, se encamine con paso seguro á su progreso y mejoramiento.

Inútil será insistir una vez más en la ineludible necesidad de propagar la instrucción pública, cuando puede asegurarse que esta tendencia está ya elevada entre nosotros á la categoría de sentimiento verdaderamente nacional; pero por lo mismo que de este gran principio depende nuestra completa regeneración social, debemos consagrar una atención muy preferente á las cuestiones que se relacionan con el desenvolvimiento de este gran plan civilizador, considerando que, así como el progreso material de un pueblo está hoy representado especialmente por sus ferrocarriles, el progreso moral é intelectual está representado por la imprenta.


Leer / Descargar texto

Dominio público
203 págs. / 5 horas, 55 minutos / 65 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Artículos Ligeros sobre Asuntos Trascendentales

José Tomás de Cuéllar


Artículo, crónica


Los faroles

No es nuestro ánimo tratar aquí de los hombres vacíos á quienes el mundo llama faroles, ni de autoridades caricaturescas á quienes suele llamárseles farolones, ni tampoco de aquéllos á quienes por vanos, pretenciosos y farsantes se les dice faroleros. Lejos de nosotros tan mezquinas personalidades. Vamos á ocuparnos simplemente de la importancia social del farol; mueble cuya principal calidad es estar vacío, y que á nosotros se nos antoja que está lleno de muchas cosas importantes, curiosas y buenas de contarse, por ser un tanto cuanto trascendentales.

Los mexicanos de la presente y de las pasadas generaciones, á contar de algún tiempo después de la conquista, hemos nacido viendo faroles: solo que, desde el tiempo de los virreyes hasta la independencia y poco después, los faroles tenían para nosotros casi exclusivamente esta significación: la iglesia. El culto católico fué, mientras pudo, introductor, mantenedor y consumidor de los faroles.

Los faroleros (hablamos, se entiende, de los constructores de faroles, y no de las personas de quienes desde un principio dijimos que no queríamos hablar) los faroleros, pues, han debido ser dos veces afectos al culto; porque este culto con faroles, era además de su religión, su subsistencia.

Ya se recordará que esta dichosa capital, con sus doscientas iglesias, sus doscientas fiestas titulares, sus doscientos novenarios y octavarios, en todo lo que, lo primero indispensable eran los faroles, debió llegar á acopiarlos en cantidades fabulosas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
230 págs. / 6 horas, 43 minutos / 74 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

12