Parte I
Capítulo 1
Existe, como no se le escapa ni a un chico de escuela en esta edad dorada de la ciencia,
una estrecha relación química entre el carbón y los diamantes. Creo que ésta es la razón por la
que algunos le llaman el «diamante negro». Ambas mercancías significan riqueza, si bien el
carbón constituye una clase de propiedad bastante menos portátil. Adolece, desde este punto
de vista, de una lamentable falta de concentración física. Otra cosa sería si la gente pudiera
meterse las minas en el bolsillo del chaleco —pero no puede—. Existe, al mismo tiempo, una
fascinación por el carbón, producto supremo de una época en la que nos hemos instalado
como viajeros aturdidos en un deslumbrante aunque desasosegado hotel. Presumo que estas
dos últimas consideraciones, la práctica y la mística, impidieron la marcha de Heyst, de Axel
Heyst.
La Tropical Belt Coal Company liquidó. El mundo financiero es un mundo misterioso
donde, por increíble que parezca, la evaporación precede a la liquidación. Primero, se evapora
el capital. Luego, la compañía liquida. Estos acontecimientos se corresponden poco con la
naturaleza, así que hay que ponerlos en la cuenta de la ininterrumpida inercia de Heyst, de la
que nos reíamos a escondidas, pero sin animadversión. Los cuerpos inertes no hacen daño, ni
provocan hostilidad, y reírse de ellos casi no vale la pena. Como mucho, pueden ponerse en
medio algunas veces, pero tal cosa no podía achacársele a Axel Heyst. Él quedaba por encima
de todos los caminos, ostentosamente, igual que si colgara de la cresta más alta del Himalaya.
Información texto 'Victoria'