Acuña
Juan José Morosoli
Cuento
Sería la hora en que la encontraron muerta cuando él llegó al café. Y fue allí que le dieron la noticia.
Después oyó la historia de la carta que la suicida había dejado dirigida al juez. Y al fin la noticia de que el padre de la muerta, quería saber lo que decía la carta. Y el juez se negó a entregársela.
Entonces aquellos comentarios que oyó después y que le acarrearon el desprecio del pueblo, no habían salido de la boca del juez.
* * *
Al velorio no fue. Y al café dejó de ir por ocho o diez días.
Hasta que una noche —no habían llegado los diarios que leía uno a uno para matar las horas— volvió a ir.
Don Anselmo, con quien hacía mesas de carambolas, se le acercó.
—Le acompaño el sentimiento, Acuña...
—Gracias —dijo él, y bajó los ojos hasta las manos que andaban a la altura de la cadena del reloj, armando y desarmando un cigarro.
Don Anselmo esperó alguna otra palabra y tras un silencio agregó:
—Fíjese... Ahora que tenía una novia linda y con plata...
Acuña buscó la contestación. No la encontró y contestó aquello que no alcanzó para detener al otro.
—Eso no me importaba a mí.
—Es que es una familia que tiene a menos a todo el mundo...
Acuña no pudo más. Se irguió y contestó ofendido:
—Creo que usted también me tiene a menos.
Y se fue.
* * *
Cenaba y se_sentaba bajo el parral del patio, o iba hasta la
caballeriza a entretenerse mirando moverse en la sombra los caballos de
los paisanos, que extrañaban el encierro. El fondo sombreado de
paraísos, hervía de luciérnagas y el hinojal de los fondos vecinos, de
grillos. A veces un saltamontes introducía su estridencia en el sonido
unánime.
Sentía acercarse luego, dando tumbos en el pedregal del camino, la pipa de Soria que venía a llevarse las sobras y restos de comida del hotel.
Dominio público
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Publicado el 10 de junio de 2025 por Edu Robsy.