El Garcero
Juan José Morosoli
Cuento
Pedro el garcero aprontaba su arma. Ya había ordenado sus bártulos y estaba pronto para partir hacia los bañados a hacer zafra de plumas.
Aprontar el arma era un trabajo delicado. Desarmar su mecanismo bañándole en fino aceite, tomaba tiempo. Ablandarla y hacerla celosa al dedo, era obra de paciencia y atención.
Fue entonces que llegó a la puerta de su rancho aquella mujer.
Era una parda retacona, de dulces curvas que hacían brotar firmes los senos y la manzana del vientre. Un milagro de la ropa hundía el centro de la fruta.
—La señora —se regañó— me pidió el mandao y vine…
Quería que él, Pedro, le trajera una bolsa de plumón de cisne.
—¡Hay que verla!… ¡Siempre durmiendo en chala y ahora quiere pluma!…
Pedro tomó el encargo sin convenir precio. Tenía el arma acostada en el brazo. Como a un niño. Deseaba terminar con la mujer. Que se fuera.
Pero ella buscaba atar prosa.
—Cuando vuelva, ¿cómo me anoticeo?
Él buscaba la contestación cuando ella volvió a hablar:
—Mire, mejor que vaya a casa… Golpée nomás.Yo estoy sola.
—¿Dónde?
—Es al lao del rancho largo…
El rancho largo tiene muy mala fama. Allí es donde los soldados van a divertirse cuando cobran. Casi siempre hay bailes que terminan mal.
Como si él hubiera dicho algo, ella continúa:
—¡Como yo vivo sola y no me meto con nadie!…
Además vive más en el arroyo que en la casa. Es lavandera.
—¡Ajá! —aprueba él.
—De lavandera es bravo, pero no tengo que aguantar a nadie…
—¡Pues!
Ella sabe que él también vive solo. Se lo ha contado el turco que vende cosas a plazos en aquel barrio.
—Sí —dice Pedro para terminar—; el turco Felipe…
Este le ha dicho delante de todos, en el boliche, que le tiene envidia:
—Daría mi capital por vivir como usté…
Dominio público
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Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.