Textos más populares este mes de Juan José Morosoli etiquetados como Cuento | pág. 6

Mostrando 51 a 60 de 68 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Juan José Morosoli etiqueta: Cuento


34567

La Chacra

Juan José Morosoli


Cuento


La chacra está en el campo abierto.

Entre la estancia y la ciudad.

Ya han segado y trillado el trigo.

Por eso se ven al fondo del rastrojo varias parvas de paja dorada.

En el rastrojo se siembra maíz aprovechando los tallos del trigo cortado, como abono.

Cuando el maíz está maduro las hojas tienen color y sonido de metal.

La cosecha se hace cortando las plantas y emparvándolas para que sazonen bien las mazorcas.

El campo queda entonces pinchado de parvas y parece una toldería de indios.

La arada para el trigo comienza en abril.

Es lindo ver en el alba la marcha lenta del arado. El arador y los bueyes a contraluz parecen esculturas.

Los pájaros, en vuelos cortos, siguen el arado picoteando los terrones.

En la chacra es donde la familia tiene una organización perfecta.

En ella trabajan todos.

Los hombres aran, siembran y cortan el trigo y el maíz.

Las mujeres aporcan el maizal, plantan boniatos a estaca y siembran y carpen la huerta de zapallos y sandías.

Los niños pastorean cerdos y bueyes o recorren los bacales buscando nidales de gallinas y recogiendo huevos.

El chacarero es hábil en muchos oficios.

Hace su vivienda y su pan. Es herrero y carpintero.

Los chacareros suelen trabajar toda su vida en tierras arrendadas.

No siempre comen pan de trigo, sustituyéndolo con boniatos cocidos o galleta dura.

Si trabajaran en sus propias tierras vivirían en habitaciones más saludables y cómodas.

El arrendador alquila sus tierras sin vivienda, debiendo el chacarero construir su rancho.

Como los arrendamientos son por plazos breves, la vivienda tiene algo de improvisada y andariega.

En algunos departamentos del país las chacras son muy escasas.

El día que las estancias de miles de cuadras dejen su lugar a las chacras y granjas, el país será mas próspero.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 10 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.

El Garcero

Juan José Morosoli


Cuento


El garcero entra en el esteral como un gato montés en la maraña. Se desliza más que camina. En vez de hundir las maciegas, se paso blando parece levantarlas. Apenas si alguna flor de espadaña, rozada al pasar, echa a volar sus mil estrellas diminutas. Tras su paso queda un resuello de burbujas. El esteral lo recibe como un amigo cómplice.

Allí está el hombre callado y quieto, estirando su atención en miradas que rastrean a los mil habitantes que hierven entre el matorral de sagitarias, paja y caraguatáes. Un croar unánime sube hasta su vivienda que tiene algo de nido. La forman palos y ramas cruzadas entre los árboles que disputan las pocas tierras firmes.

Otras veces, un ruido de flautas sube desde el fondo, en glusglus verdes que revientan en la superficie de aguas muertas. Parece respirar la tierra en aquellas burbujas de música.

Los días nacen y mueren frente a su silencio, que más es de planta que de hombre.

Un día oscuro collar aparece cerrándose y abriéndose en graciosos vuelos en el horizonte lejano. Puntea, centrando aquel tornear de miles de alas, un rutero, más negro en la soledad azul de la amanecida.

Son los maragullones que inician el regreso de sus viajes lejanos, llamados por los primeros vientos primaverales.

Llegan al fin las garzas en pequeñas bandadas, largas y serenas, tendiéndose en vuelos lentos como nadadores del aire.

El garcero en su aripuca lacustre afilaba su puntería. Un plomo agujereaba el sonido, que el algodón verde del estero parecía sorber de inmediato. El silencio parecía escuchar pero el hombre no repetía nunca el tiro. El ave alcanzada se doblaba y se moría como una flor en leves aleteos. Cuando la noche llegaba el hombre hacía su cosecha.

Una brisa lenta iniciaba un concierto de cuerdas asordinadas al cruzar los matorrales de paja brava...

El hombre salía ahora hacia tierras altas. Parecía venir de una enfermedad.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 7 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.

El Patagón

Juan José Morosoli


Cuento


El viejo Almeida ni mosquió.

Lo único que se le ocurro fué pensar en los medios, en los gastos del viaje.

—¿Vas a dir a caballo o pensás rifar el cuero?

Almelda chico contestó:

—Le viá pedir plata a Padrino.

Nada mas. Al fin los hijos eran como él. Poco querenciosos. Despegados entre si


* * *


Chico fue a lo de Correa, el padrino, un viejo estanciero con cinco mil cuadras, más loco “q'el diablo”. Vivía solo, rodeado de perros y negros. Porque él en la estancia no quería hembras. Ni perras. Si tenia vacas era porque de las vacas salían los toros.

Correa opuso algunas objeciones:

Chico retrucó: él no iba a pasar la vida allí, en las casas. O de peón ganando ocho pesos en las estancias vecinas.

—¿Pa qué querés más?

—Y... pa muchas cosas... La plata es la plata...

Correa pensó y contestó:

—Venite pa'cá...

Esto lo dejó sin palabras al muchacho, pero al fin replicó:

—Usté ve que hay que caminar... Es lindo...

—¿Lindo? Lindo es caminar en campo de uno... viendo anímales q’son de uno... Si se le antoja carniar un animal y tirárselo a los perros, se lo tiras...

Fondeó al muchacho y le vio la resolución firme de irse. No insistió pues. Entró al rancho y volvió con treinta libras. Se las dio y le dijo como despedida:

—De día mirá pa adelante y de noche pa trás...

Cuestión de no olvidar el camino para regresar...


* * *


El deseo de ir a la Patagonia le nació a Chico cuando vino el hermano mayor que estaba allá hacía años.

Juan Almeida llegó lleno de plata. Y de deseos de gastarla. Por unos días hizo arder el rancherío de caña, asados y bailes.

A las hermanas les hizo llamear el pecho con batas de seda colorada que traía de allá.

—Pa sacarse el gusto de ver lo colorau...


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 8 minutos / 11 visitas.

Publicado el 30 de julio de 2025 por Edu Robsy.

Una Virgen

Juan José Morosoli


Cuento


Las tres tías, solteras y viejas, tejían. Celia bordaba o leía la "Historia Sagrada". Ellas iban siguiendo la marcha de la tarde hacia los cerros. Lentamente acercaban las sillas hasta el ventanal enfrentado al poniente. La casa daba al callejón de la iglesia que era una vía muerta.

Veían regresar los niños del colegio. Al rato cruzaban los soldados que iban a hacer la guardia nocturna a la cárcel. Después la campana alta llamaba a novena. Las ondas sonoras iban a perderse en el campo, desde donde regresaban las palomas de los mechinales de la torre. La

torre cambiaba con el campo sonidos por palomas.

Instantes después salían las cuatro para la iglesia. Era la hora de la novena.


* * *


Un día las tías resolvieron que Celia fuera a los bailes del club. Tenía ésta veinticinco años. Vestida de largo con el talle alto, su cuerpo de campanilla escolar, frente a los pesados cortinados de pana morada, parecía suspendido desde arriba.

Fue una noche para ella sola. Las otras mujeres vieron cómo los hombres se la disputaban en cada vals. Bailó hasta el amanecer; en cada danza un compañero distinto.

Cuando regresó a la casona familiar cubierta de jazmines en flor, las tías esperaban el regreso prontas para la misa del alba, negras de capas y rosarios.

Caminaban ya las cuatro hacia la iglesia. Las tres mujeres escoltaban a la joven. Como tres escarabajos, empujando un pétalo de azahar.

A los pocos días entró en "Las Hijas de María".


* * *


De su niñez guardaba un recuerdo de muñecas y el ruido de una puerta al cerrarse.

Fue aquella puerta la que la alejó por siempre de los hombres. De la madre muerta cuando ella tenía diez años, recordaba las manos. Era un recuerdo que estaba junto con el otro, el de la puerta.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 23 visitas.

Publicado el 17 de abril de 2025 por Edu Robsy.

El Casero

Juan José Morosoli


Cuento


—La visita que le hicieron sus inquilinos a Don Elías, el comprador de chatarra, huesos y trapos viejos, fue como la que le hicieron los animales al gato montés cuando se descaderó...

—¿Y cómo fue?

—Cuando estuvieron seguros que el gato no podía moverse fueron a visitarlo... ¡Hasta la paloma que nunca pudo ver volar un hijo por culpa de él!...

Álvarez, —el propio narrador, que le debía al enfermo nada menos que tres meses de alquiler, encabezó el grupo.

—Venimos a ofrecernos... Estamos a la orden...

—Don Elías estaba en la cama —puro armazón y poca ropa— con la boca torcida y medio cuerpo inmóvil. Lo tendió "un bruto ataque".

—Lo agarró almorzando, porque el hombre era tacaño que daba asco pero comía que daba miedo.

El pobre tras el ofrecimiento de Álvarez hace un esfuerzo para mover la boca. Quiere contestar. Pero no puede.

—Uno se va a quedar con usted —dice Álvarez. Y luego, a gritos como si el enfermo estuviera a tres cuadras:

—¡Ya fueron a buscar el doctor!

Y dirigiéndose a los otros:

—Vamos a retirarnos si no capaz que cree que se va a morir...

Doña Rosaura le hace una seña poniéndose el índice en los labios.

Y Álvarez tranquilo responde:

—¿Usted cree que oye?... ¡Va a ver que el doctor dice que no oye!...


* * *


Don Elías es propietario de diez casillas de tablas de cajón y chapas viejas negras de orín. Cobra por estos refugios unos alquileres brutales. Además se pasa el mes murmurando:

—El mes termina el último día... El primero es otro mes...

Y el primero anda ya con los recibos reclamando su pago.

—Antes que el sol, entra el viejo con el recibo, dicen los inquilinos.

—Un desgraciado que vive peor que nosotros, dice Álvarez.

—Eso es. Tiene rentas... ¿pero le sirven para algo?

—Para hacerse odiar...


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 5 minutos / 17 visitas.

Publicado el 10 de junio de 2025 por Edu Robsy.

Flora

Juan José Morosoli


Cuento


Cuando la familia se fue a la capital dejó la casa puesta. Las señoritas —sesentonas, solteronas, amigas de bordados, iglesias y cementerios— no se resignaban a dejar solos los viejos salones. Sin sus cuadros, su confidente rodeado de un coro de butacas enfundadas y sus viejas cómodas, llenas de ricos vestidos que un día vistieron los abuelos y los padres. Tampoco querían que transformaran el viejo patio colonial, siempre perfumado del olor consolador del cedrón y la menta.

Fue cuando le encargaron a Flora, una "muchacha" de treinta años, criada por la familia, que no quiso seguirlas, el cuidado de la casa y el panteón.

—Reparas la casa, cuidas las flores, limpias el panteón.

Y eso es lo que hace Flora.


* * *


Desde la ciudad llegaban noticias de las mujeres. Cada vez más lejanas. Primero escribían las señoritas, preguntando cosas del pueblo, nombrando vecinos... Después las cartas fueron breves, con órdenes a cumplir.

Luego dejaron de escribir. Lo hacían por ellas las sobrinas. Cada vez con menos órdenes.

Un día vinieron a sepultar a Ángela, la mayor de las señoritas.

Flora lo supo cuando ya el cuerpo estaba al borde del panteón. Artemia, la hermana sobreviviente, no vino.

—La pobre ya no está para viajes ni entierros... Del sillón a la cama... Le queda poca vida...

Le dijeron eso a Flora y partieron.


* * *


En el invierno espaciaba las visitas al cementerio. No había flores y no quería ir con las manos vacías. Alguna vez llevaba sendos ramos de cedrón.

Le parecía el de esta planta, un perfume de enfermedad pues le había entrado al espíritu siendo niña, cuando la finada Manuela se estaba alejando de la vida y llenaba la pieza con ramos de la planta.

—Es un olor consolador que me entra al corazón —decía.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 17 visitas.

Publicado el 10 de junio de 2025 por Edu Robsy.

Encuentro

Juan José Morosoli


Cuento


Decía Correa que al terminar la “quema” el cuerpo le pedía goces. Y él le hacía el gusto. Ocurría siempre así. Comenzaba a sentir deseos de comer cosas diferentes. Se despertaba a deshora llamado por sueños con mujeres y bailes. Era la señal de rumbear hacia el pueblo. Vendía el carbón, cobraba, y luego iba al boliche del turco Natividad a cenar a lo rico. Comía sardinas con masitas “María”, pasas de higo y ticholos; bebía vino seco y fumaba “lengüitas” de Bahía.

Después salía a caminar por ahí…

Músicas de guitarras y acordeones, con la sordina de las puertas cerradas, vagaban lentas como nieblas por las calles sin luz. Por el tajo caliente de una puerta, Correa entraba “a sacarse el monte de dentro”.

La aventura duraba una noche y media mañana, pues salía de hacer noche con el sol muy alto. Tomaba en dirección al arroyo, eludiendo conocidos, y llegaba nuevamente al boliche a “comprar surtido” y volvía al monte donde le aguardaban nuevamente tres o cuatro meses de soledad.

Hacía años que su vida transcurría así. Siempre así.


* * *


Fue una de esas noches que tuvo aquel encuentro. Era una mujer delgada. Sin afeites. Vestida de otra manera. Sin aquellos perfumes que se calentaban entre trapos rojos y que a él le empezaban a dar en cara cuando salía a la calle.

La mujer no era de allí. Esto se notaba en seguida, porque las mujeres de la casa eran siempre de la ranchada cercana —un pueblo “de ratas”, fronterizo.

Mujeres que aparecían un día, hacían unos pesos y luego desaparecían como habían venido. Algunas regresaban a sus casas simplemente. Otras eran llevadas de allí por soldados o contrabandistas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 8 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.

Regreso

Juan José Morosoli


Cuento


Estaba fumando, sentado frente a la puerta, mirando hacia el mar donde moría la calle entre latas viejas y montones de basura. Como siempre. Cuando los tres compañeros están en la pieza él sale a la puerta a mirar el lugar donde muere la calle. Esto porque es poca prosa y porque lo único que tiene de común con los otros de la pieza, que alquilan juntos "porque una pieza para él sólo es mucho lujo". Los otros siempre juntos, conversando. Son conversaciones enredadas como de mujeres. Después está el Frigorífico lleno de hombres. El tranvía lleno de hombres. La casa donde come llena de hombres conversando. Y después la radio.


* * *


Una mañana se encontró con Alvariza. Este es un viejo amigo de su pago, allá por Carapé, donde hay talas, piedras y cañadas. Es un hombre conversador, un "desasosegado" que ha trabajado en mil cosas diferentes, que ha vivido en mil pagos. Bien en todos. Un "sin pago" según Almada. una vez se lo dijo y Alvariza contestó:

—No hermano... De todos los pagos.


* * *


—Viene siendo lo mismo —le respondió el. Ahí anda la conversación. Que "allá esto y aquello", dice Alvariza. Que "aquí esto y lo otro", responde Almada.

—¿Vivís solo?

Contesta que sí, pero se corrige en seguida:

—Semos cuatro en la pieza... Aquí te come el alquiler...

—Entonces estarás bien... ¡cuatro!

—No, eso no. ¿Va una a hablar con tres, de todo? Además, ¿va un hombre a aguantar lo que conversan tres? ¿Y bobadas?...

Alvariza ría y responde:

—Bueno, ¡pa hacerte hablar a vos!...

Se callan. Alvariza contenido por la respuesta seca de Almada y éste porque no tiene nada que decir.

Alvariza comprende que el amigo está desconforme con la vida. Algo hay en su actitud que se lo dice. Y como es hombre de "pienso y digo", le sale con esto:

—Pero entonces, ¿por qué te viniste?


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 21 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2025 por Edu Robsy.

La Cuña

Juan José Morosoli


Cuento


El abuelo Toledo quedó descontento con la noticia del casamiento de la nieta con Rondán. Muy descontento.

—¿Pero no es bueno Rondán? —pregunta Juan, el hermano de la novia.

—Matar no ha matao a nadie...

Esta no es contestación de dar un viejo a quien se va a consultar por obligación, pues entre los canarios, esto de consultar al más anciano del apellido, en casos como éste es tradicional. Si el consultado da su bendición, la nueva sangre que entra en la familia es sangre que manda Dios. Si desaprueba, la familia queda menos obligada con la pareja. La solidaridad de la sangre se debilita.

Juan, disgustado por la contestación del viejo, responde:

—Mire que Rondán es resuelto y de ojo largo...

—Es. Si hay un ñudo no desata, corta...

Admite Juan que Rondán es medio atropellado. Pero es hombre de tranco largo, sacador de pecho. De cabeza levantada.

—La oveja de cabeza más alta es la más flaca...

No puede Juan explicarle al abuelo que lo que más le gusta de Rondán es que es hombre de boca pronta, avasallador. Justo al revés de ellos, que siempre están mirando la tierra, domados por treinta años de renta juntada a lomo.

Los Toledo son hombres de buey y melga. Del pueblo conocen la casa del propietario de la tierra, la iglesia y el cementerio.

Allí están las chacras como hace treinta años, porque ellos son gente quieta, echadora de raíces. El pago está cundido de ranchos. Cada uno de éstos centra un pedazo de treinta cuadras. Cinco apellidos cruzados componen la población, que es una familia larga al fin. Es toda gente mansa, manejada por la lluvia y la seca. En sus fiestas podrá haber indigestiones, pero peleas no hay...


* * *


Rondán ha sido siempre hombre de caballo, monte y frontera. Cuando se pone a contar sus andanzas, los Toledo mozos se sienten absorbidos por el relato.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 23 visitas.

Publicado el 6 de abril de 2025 por Edu Robsy.

Acuña

Juan José Morosoli


Cuento


Sería la hora en que la encontraron muerta cuando él llegó al café. Y fue allí que le dieron la noticia.

Después oyó la historia de la carta que la suicida había dejado dirigida al juez. Y al fin la noticia de que el padre de la muerta, quería saber lo que decía la carta. Y el juez se negó a entregársela.

Entonces aquellos comentarios que oyó después y que le acarrearon el desprecio del pueblo, no habían salido de la boca del juez.


* * *


Al velorio no fue. Y al café dejó de ir por ocho o diez días.

Hasta que una noche —no habían llegado los diarios que leía uno a uno para matar las horas— volvió a ir.

Don Anselmo, con quien hacía mesas de carambolas, se le acercó.

—Le acompaño el sentimiento, Acuña...

—Gracias —dijo él, y bajó los ojos hasta las manos que andaban a la altura de la cadena del reloj, armando y desarmando un cigarro.

Don Anselmo esperó alguna otra palabra y tras un silencio agregó:

—Fíjese... Ahora que tenía una novia linda y con plata...

Acuña buscó la contestación. No la encontró y contestó aquello que no alcanzó para detener al otro.

—Eso no me importaba a mí.

—Es que es una familia que tiene a menos a todo el mundo...

Acuña no pudo más. Se irguió y contestó ofendido:

—Creo que usted también me tiene a menos.

Y se fue.


* * *


Cenaba y se_sentaba bajo el parral del patio, o iba hasta la caballeriza a entretenerse mirando moverse en la sombra los caballos de los paisanos, que extrañaban el encierro. El fondo sombreado de paraísos, hervía de luciérnagas y el hinojal de los fondos vecinos, de grillos. A veces un saltamontes introducía su estridencia en el sonido unánime.

Sentía acercarse luego, dando tumbos en el pedregal del camino, la pipa de Soria que venía a llevarse las sobras y restos de comida del hotel.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 13 visitas.

Publicado el 10 de junio de 2025 por Edu Robsy.

34567