Textos más vistos de Juan Valera que contienen 'u' | pág. 5

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El Último Pecado

Juan Valera


Cuento


I

El Sr. D. Emilio Cotarelo es un erudito de notable ingenio y de muy buen gusto, a quien debemos estar agradecidos y dar grandes alabanzas los aficionados a la amena literatura y a todas las artes de la palabra. Sus libros nos maravillan por la diligencia y el tino con que el autor ha sabido recoger noticias. Sus libros enseñan mucho y deleitan más. Natural es que sean leídos, comprados y celebrados.

Los ha compuesto ya el Sr. Cotarelo sobre don Enrique de Villena, sobre el conde de Villamediana y sobre el gran poeta Tirso. Pero lo que ahora me mueve a hablar de este escritor es la serie de estudios que está publicando sobre actores y actrices del siglo pasado. Ya han salido a luz la vida de la divina María Ladvenant, y más recientemente la vida de La Tirana. Ambas obras tienen mayor interés que las novelas, y más que novelas parecen intrincadas selvas de aventuras, lances y casos raros. Al leerlos, no podemos menos de exclamar casi con envidia. ¡Vamos, vamos, no dejaban de divertirse nuestros morigerados abuelos!

Y lo que es para mí el mayor mérito que tienen los libros de que voy hablando, es ser muy sugestivos. El autor no cuenta ni afirma nada sin probar su exacta verdad con documentos fehacientes. Quedan, pues, por contar o apenas indicados entre renglones, mil sucesos importantes y ocultos, los cuales explican o pueden explicar otros cuyas causas no vislumbramos, porque el Sr. Cotarelo, como historiador severísimo y veraz, tiene que dejarnos a media miel, sin decir como cierto lo que no está evidentemente demostrado, aunque se presuma y haya acerca de ello rastros e indicios. Siguiéndolos, voy a permitirme yo poner aquí algo muy importante de la vida de La Caramba, que el Sr. Cotarelo, por virtud de su severidad histórica, no ha podido menos de dejarse en el tintero, tal vez a pesar suyo.


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9 págs. / 17 minutos / 81 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Extraña Manutención Militar

Juan Valera


Cuento


Durante la primera guerra civil entre isabelinos y carlistas, militaba en favor de los isabelinos una legión portuguesa, al mando de un general valeroso y grave.

Ocurrió que los vecinos de un lugar acudieron al general español, quejándose de que los soldados que estaban a sus órdenes les habían robado y se habían comido muchas docenas de gallinas. Los soldados españoles, a fin de disculparse de aquella falta que su general les echaba en cara, afirmaron que los portugueses eran quienes la habían cometido.

Habló de esto el general español al general portugués, el cual defendió con mucho calor a sus subordinados y echó la culpa a los españoles del latrocinio y de la glotonería.

El general español persistió, no obstante, en defender a los suyos y en culpar a los portugueses, resultando de aquí una discusión harto vehemente.

Por último, el general portugués lleno de indignación, y furia, afirmó hasta la imposibilidad de que sus terribles soldados, tan virtuosos como sobrios y sufridos, robasen gallinas y mucho menos se las comieran:

—¡Os portuguezes —exclamó para terminar— nao comen gallinas: os portuguezes comen serpentes, trementina... e merda!


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Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 49 visitas.

Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Fecundidad de la Memoria

Juan Valera


Cuento


El señor no estaba en casa, y el negrito que le servía, abrió la puerta a un forastero muy pomposo.

—¿Está en casa su amo de usted? —preguntó el forastero.

—Ha salido —contestó el negrito.

—¡Cuánto lo siento! —exclamó el forastero—. No traigo tarjetas.

—¿Qué importa eso? No se apure: diga su nombre; el negrito tiene buena memoria y no le olvidará.

—Pues bien: diga usted a su amo que ha estado aquí a visitarle D. Juan José María Díez de Venegas, Caballero Veinticuatro de la ciudad de Jerez. ¿Se acordará usted?

—¿Y cómo no? —dijo el negrito.

En efecto; cuando volvió su amo el negrito le dijo:

—Zeñó, aquí han estado a visitar a su merced D. Juan, D. José, doña María, diecinueve negas, veinticuatro caballeros y la ciudad de Jerez.


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Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 122 visitas.

Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Garuda o la Cigüeña Blanca

Juan Valera


Cuento


I

En las fértiles orillas del azul y caudaloso Danubio, no muy lejos de la gran ciudad de Viena, vivía, hace ya cerca de medio siglo, la Condesa viuda de Liebestein, nobilísima y fecundísima señora. Al morir el Conde, su marido, le había dejado en herencia muchos pergaminos, poquísimo dinero, escasas rentas, abundantes deudas, y once hijos, entre varones y hembras, el mayor de dieciocho años.

La Condesa, con admirable economía, fue poco a poco pagando todas las deudas del Conde, y halló además recursos para dar carrera a sus hijos varones, que fueron militares, unos al servicio de Prusia, otros al de Austria, y otros al de Baviera. Casó además con caballeros de su clase, que todos eran Condes, y el que menos tenía dieciséis cuarteles, a cuatro de sus hijas, condesas también desde su nacimiento.

Conseguido tan difícil triunfo, la Condesa viuda vivía tranquila y retirada en el castillo o mansión señorial que le había dejado en usufructo y de por vida su difunto esposo.

Las hijas, casadas, se habían ido con sus respectivos consortes. Los hijos, militares, andaban por los campamentos, o de guarnición, o asistiendo y sirviendo en distintas residencias imperiales y regias.

La Condesa se hubiera quedado sola con su servidumbre, si el cielo no hubiera dispuesto que el más alegre y entendido de sus hijos, cuando apenas tenía doce años, hiciese la travesura de montar en un potro cerril, que se despeñó y rodó con él por un barranco, dejándole lisiado para siempre, y tan cojo, que difícilmente podía salir de casa, a no tomar muletas, en vez de tomar las armas. El conde Enrique vivía en el castillo; acompañaba a su madre, y, pensador y estudioso, se iba haciendo gran sabio y leía mucho, porque en el castillo daba pábulo a su afición una copiosa y escogida biblioteca, fundada hacía siglos por sus antepasados y acrecentada de continuo.


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46 págs. / 1 hora, 22 minutos / 54 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Genio y Figura

Juan Valera


Novela


Medio de fonte leporum
Surgit amari aliquid, quod in ipsis floribus augat.

(Lucretii. De nat. rer. libr. IV).

I

En tres distintas y muy apartadas épocas de mi vida, peregrinando yo por diversos países de Europa y América, o residiendo en las capitales, he tratado al vizconde de Goivo-Formoso, diplomático portugués, con quien he tenido amistad afectuosa y constante. En nuestras conversaciones, cuando estábamos en el mismo punto, y por cartas, cuando estábamos en punto distinto, discutíamos no poco, sosteniendo las más opuestas opiniones, lo cual, lejos de desatar los lazos de nuestra amistad, contribuía a estrecharlos, porque siempre teníamos qué decirnos, y nuestras conversaciones y disputas nos parecían animadas y amenas.

Firme creyente yo en el libre albedrío, aseguraba que todo ser humano, ya por naturaleza, ya por gracia, que Dios le concede si de ella se hace merecedor, puede vencer las más perversas inclinaciones, domar el carácter más avieso y no incurrir ni en falta ni en pecado. El Vizconde, por el contrario, lo explicaba todo por el determinismo; aseguraba que toda persona era como Dios o el diablo la había hecho, y que no había poder en su alma para modificar su carácter y para que las acciones de su vida no fuesen sin excepción efecto lógico e inevitable de ese carácter mismo.

Los ejemplos, en mi sentir, nada prueban. De ningún caso particular pueden inferirse reglas generales. Por esto creo yo que siempre es falsa o es vana cualquier moraleja que de una novela, de un cuento o de una historia se saca.

Mi amigo quería sacarla de los sucesos de la vida de cierta dama que ambos hemos conocido y tratado con alguna intimidad, y quería probar su tesis y la verdad trascendente del refrán que dice: genio y figura, hasta la sepultura.


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165 págs. / 4 horas, 50 minutos / 300 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Gopa

Juan Valera


Teatro, Diálogo


CUADRO I

La escena es en la ciudad de Capilavastu: 593 años antes de Cristo.

Interior del magnífico palacio del Príncipe Sidarta. Es de noche. Cámara del tálamo, iluminada por una lámpara de oro.

GOPA.—PRATYAPATI.

Pratyapati.—Los más vigilantes siervos del rey Sudonán rondan en torno de este palacio. Las puertas de la ciudad están defendidas. No se irá. Es menester que no se vaya. Sin él ¿qué será de nosotras? Con igual vehemencia le amamos, aunque de manera distinta. Yo le amo como si fuera mi hijo. Cuando, a poco de darle vida, murió BU madre Maya Devi, por encargo suyo quedó Sidarta a mi cuidado. No quisieron los dioses que ella viviese, para que no padeciera lo que nosotras padecemos hoy.

Gopa.—Inmenso dolor nos agobia. ¿Por qué anubla su hermosa frente irremediable tristeza? ¿Por qué desea abandonarnos? ¿Qué falta, qué mengua encuentra en mí? Yo le hubiera preferido a los dioses, como Damayanti prefirió a Nal. Mi ventura se cifra en obedecerle con humildad y en ser toda suya. ¡Ingrato! Su corazón insaciable no logra aquietarse en mi amor. Su noble cabeza jamás reposa tranquila sobre mi seno. Ya no me ama. Me juzga indigna de su cariño.


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Dominio público
20 págs. / 35 minutos / 63 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Interpretación de un Texto Latino

Juan Valera


Cuento


En la huerta de un convento de monjas y colegio de educandas, había unos cuantos perales que estaban cargados de exquisita fruta.

Siempre que podían las novicias, cuando el viejo hortelano se descuidaba y no las vigilaba, iban a los perales y se comían las peras.

Enojada la madre abadesa, las reprendió calificando de hurto, y, por consiguiente, de acción muy fea lo que habían hecho.

La más desenfadada y picotera de las novicias se atrevió a responder entonces:

—Pues no será tan malo eso de quitar peras, cuando en la iglesia cantamos casi de diario: qui temperas...

—Es cierto —replicó la madre abadesa—, pero también añade el sagrado texto rerum vices, raras veces.


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1 pág. / 1 minuto / 58 visitas.

Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Buena Fama

Juan Valera


Novela corta


I

Nada recuerdo yo con tanto gusto como las temporadas que he pasado en Villabermeja y los coloquios que allí he tenido con don Juan Fresco, mi querido tocayo. No había asunto sobre el que no hablásemos, dilucidándole hasta donde nuestro saber y nuestra inteligencia alcanzaban. Y cuando no estábamos de acuerdo, nos alegrábamos en vez de sentirlo, porque entonces nuestra conversación, con el apacible discutir, tomaba dulce y acalorada viveza.

A veces lamentaba yo que escritores extranjeros se nos hubiesen adelantado en coleccionar y en poner por escrito con primoroso adorno los cuentos que corren en boca del vulgo. Los mejores, a mi ver, eran los mismos, con raras variantes, en Alemania y en Francia que en España, de suerte que nos habían robado lo más hermoso y rico de aquella materia épica difusa, sin que pudiésemos ya darle forma original en nuestra lengua castellana.

Mi tocayo sostenía la contraria opinión, y afirmaba que había aún mil cuentos vulgares entre nosotros sin que nadie los hubiese recogido, y que no pocos de ellos eran deliciosos y hasta contenían veladas enseñanzas y misteriosas filosofías de subidísimo precio. El solía escudriñarlas y sacarlas a relucir, interpretando y comentando los tales cuentos como ciertos sabios neoplatónicos las antiguas fábulas griegas.


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86 págs. / 2 horas, 31 minutos / 97 visitas.

Publicado el 8 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Col y la Caldera

Juan Valera


Cuento


Un muchacho gallego, que estaba en Sevilla sirviendo en una tienda de comestibles, era íntimo amigo de un gitano calderero, a quien siempre que con él salía a pasear ponderaba la fertilidad de Galicia. Sus frondosos bosques; sus verdes praderas, cubiertas de abundante pasto, donde se crían y ceban hermosos becerros y lucias vacas que dan mantecosa leche; y la rica copia de flores, frutas y hortalizas que hay allí por donde quiera, valían mucho más, según el gallego, que los áridos cortijos, que las estériles llanuras sin árbol que les preste sombra y sin chispa de hierba, y que los sombríos olivares y viñedos de Andalucía.

Entusiasmado cierto día el galleguito, comparando la ruindad y pequeñez de las plantas andaluzas con la lozanía y tamaño colosal de las de su tierra, llegó a hablar de una col que había crecido en un huertecillo cultivado por su padre. La col acabó por tener tales dimensiones que, en el rigor del estío venía una manada de carneros a sestear a su sombra y a guarecerse de los ardientes rayos del sol.

Mucho celebró y admiró el gitano la magnificencia de la col gallega y no pudo menos de confesar que el suelo andaluz era harto menos fértil y generoso en lo tocante a coles.

—Por eso —decía el gitano—, si los andaluces siguiesen mi consejo, descuidarían la agricultura y se dedicarían a la industria, que empieza ya a estar muy en auge. Por ejemplo, en Málaga, donde hace poco tiempo que estuve yo para cierto negocio, vi, en la ferrería del Sr. Leria, una caldera que estaban fabricando, y que es verdaderamente un asombro. ¡Jesús! Yo no he visto nada mayor. Figúrese usté que en un lado de la caldera había unos hombres dando martillazos y los que estaban en el lado opuesto no oían nada.

—¿Pero hombre, dijo el gallego, para qué iba a servir esa caldera tan enorme?


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1 pág. / 1 minuto / 68 visitas.

Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Confesión Reiterada

Juan Valera


Cuento


Estaba un día el Padre Jacinto en el confesonario. Había oído ya los pecados de once o doce penitentes, les había dado la absolución, se encontraba fatigadísimo e iba a levantarse, cuando acudió a la rejilla una mujer muy guapa, pulcra y elegantemente vestida y al parecer de poco más de treinta años.

Desde luego el Padre la halló simpática, y, movido su corazón por la simpatía, no quiso negarse a escucharla.

La dama, hasta entonces no conocida del Padre, le dijo que permanecía soltera y que vivía con su anciana madre viuda, a quien amaba en extremo y se esmeraba en cuidar.

Eran madre e hija señoras principales pero pobres, y vivían con recogimiento y en cierta estrechez decorosa.

Todos los pecadillos que la dama confesó al Padre eran tan leves y veniales, y le fueron confesados por ellas con tal candor y con gracia tan inocente, que el Padre, en el fondo de su alma, hubo de calificarla no sólo de graciosa y discreta, sino de casi santa. Creyó, pues, inútil el trabajo que ella se había tomado en decir su confesión y el que se tomaba él en oírla. Aprobó, no obstante, y celebró aquel trabajo, hallándole grato y ameno.

Eran tan pequeñitas las faltas de la dama, que el Padre, a pesar de su severidad, apenas creía que debía imponerle más penitencia que la de rezar un Padrenuestro.

Se disponía ya a imponérsela y a echarle la bendición, cuando la dama, después de larga pausa y silencio, muy ruborizada y como quien vacila, dijo con voz dulce y temblorosa:

—Padre, me avergüenzo de pensar que estoy engañando a usted. Usted me creerá buena y virtuosa, pero es porque no le he dicho un pecado muy grave y mortal que pesa sobre mi conciencia y que la abruma. Menester será que yo se lo diga, aunque me apesadumbre y me cause extraordinario sonrojo.

—Sí, hija mía, al confesor no se le debe ocultar nada: habla con franqueza.


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3 págs. / 6 minutos / 58 visitas.

Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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