Textos más populares este mes de Juan Valera publicados el 6 de enero de 2021 | pág. 3

Mostrando 21 a 30 de 35 textos encontrados.


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autor: Juan Valera fecha: 06-01-2021


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Bagajes

Juan Valera


Cuento


Llegó el batallón a un lugarejo y el sargento Pulido se fue en derechura a casa del Alcalde a pedirle bagajes y raciones para el día siguiente.

El Alcalde dijo:

—Póngalo usted por lista a fin de que no se me olvide.

El sargento escribió entonces en un papelito la cantidad de raciones que necesitaba, y en punto a bagajes, añadió luego: un mulo, mi capitán; otro mulo, mi teniente; tres cadetes, tres borricos: total, cinco bestias.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Confesión Reiterada

Juan Valera


Cuento


Estaba un día el Padre Jacinto en el confesonario. Había oído ya los pecados de once o doce penitentes, les había dado la absolución, se encontraba fatigadísimo e iba a levantarse, cuando acudió a la rejilla una mujer muy guapa, pulcra y elegantemente vestida y al parecer de poco más de treinta años.

Desde luego el Padre la halló simpática, y, movido su corazón por la simpatía, no quiso negarse a escucharla.

La dama, hasta entonces no conocida del Padre, le dijo que permanecía soltera y que vivía con su anciana madre viuda, a quien amaba en extremo y se esmeraba en cuidar.

Eran madre e hija señoras principales pero pobres, y vivían con recogimiento y en cierta estrechez decorosa.

Todos los pecadillos que la dama confesó al Padre eran tan leves y veniales, y le fueron confesados por ellas con tal candor y con gracia tan inocente, que el Padre, en el fondo de su alma, hubo de calificarla no sólo de graciosa y discreta, sino de casi santa. Creyó, pues, inútil el trabajo que ella se había tomado en decir su confesión y el que se tomaba él en oírla. Aprobó, no obstante, y celebró aquel trabajo, hallándole grato y ameno.

Eran tan pequeñitas las faltas de la dama, que el Padre, a pesar de su severidad, apenas creía que debía imponerle más penitencia que la de rezar un Padrenuestro.

Se disponía ya a imponérsela y a echarle la bendición, cuando la dama, después de larga pausa y silencio, muy ruborizada y como quien vacila, dijo con voz dulce y temblorosa:

—Padre, me avergüenzo de pensar que estoy engañando a usted. Usted me creerá buena y virtuosa, pero es porque no le he dicho un pecado muy grave y mortal que pesa sobre mi conciencia y que la abruma. Menester será que yo se lo diga, aunque me apesadumbre y me cause extraordinario sonrojo.

—Sí, hija mía, al confesor no se le debe ocultar nada: habla con franqueza.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Padre Postas

Juan Valera


Cuento


El Padre Postas fue un capuchino famoso por sus predicaciones.

Las anécdotas y graciosos dichos que de él se refieren, son innumerables.

Le apellidaban el Padre Postas porque, cuando se entusiasmaba en sus sermones y quería ponderar la violencia y rapidez con que los demonios se llevan al infierno a los pecadores empedernidos, decía, ya que entonces no había aún ferrocarriles, que se los llevan en postas, y para explicarlo mejor, montaba a caballo en la delantera del púlpito, agitaba el cordón que ceñía sus hábitos como si fuese un látigo y le crujía y daba golpes diciendo: «arre, arre».

Se cuenta que una vez, hablando contra los juegos de azar y envite, a los que en secreto era harto aficionado, se entusiasmó y manoteó con tanta furia, que se le escapó una baraja que llevaba escondida en la manga, y desparramados los naipes salieron volando y cayeron al suelo. Pero el Padre, no sólo salió del apuro, sino que se valió de aquel accidente para que fuese su plática más conmovedora, porque dijo con gran presencia de espíritu:

—Ahí los tenéis; ellos son uno de los instrumentos más ingeniosos de que se vale Satanás para cautivar las almas, ellos son la perdición de las familias, etc.

Predicando otro día en favor del ayuno y censurando a las damas remilgadas y melindrosas que no ayunan porque padecen del estómago y se ponen flacas, aseguró que él ayunaba de diario y que por la gracia de Dios estaba fuerte como un roble. Se remangó entonces la manga, enseñó desnudo el poderoso brazo derecho, digno del propio Hércules, y mostrándosele al auditorio, exclamó:

—¿Qué os parece? Ya veis que no estoy delgado.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Virgen y el Niño Jesús

Juan Valera


Cuento


Paquita no era fea ni tonta. Pasaba en el lugar por muy despejada y graciosa; pero, como era pobre, no hallaba hidalgo que con ella quisiera casarse, y como se jactaba de bien nacida no se allanaba a tomar por marido a ningún pelafustán o destripaterrones. Paquita, en suma, llegó a los treinta años todavía soltera.

Para un hombre, o para una mujer casada, la mejor edad es la de treinta años. Puede considerarse como el punto culminante de la vida. En nuestro sentir, sólo a la joven que llega a dicha edad sin hallar marido cuadra bien la sentencia del poeta:


¡Malditos treinta años,
funesta edad de amargos desengaños!


En el fondo de su alma, Paquita deploraba mucho haberlos cumplido y no estar casada; pero, como era buena cristiana y piadosísima, buscaba y hallaba consuelo en la religión; decía: «a falta de pan, buenas son tortas» y trataba de suplir con el amor divino la carencia del amor humano.

Con todo, no lograba conformarse con dicha carencia, a pesar de los grandes esfuerzos místicos que de continuo hacía.

Impulsada por sus opuestos sentimientos, iba de diario a una hermosa capilla de la iglesia mayor, donde, en elegante camarín, había una muy devota imagen de la Virgen del Rosario con un niño Jesús muy bonito en los brazos.

Paquita, llena de fervorosa devoción, se encomendaba a la Virgen y le rezaba muchas salves y avemarías, rogándole que le diese conformidad para el celibato y que hiciese de ella una santa. A veces, no obstante, renacía en su corazón el deseo de matrimonio. Se entusiasmaba, hablaba en voz alta y pedía marido a aquella divina Señora.

El monaguillo, que era travieso y avispado, hubo de oír las jaculatorias de Paquita y determinó hacerle una burla.


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Interpretación de un Texto Latino

Juan Valera


Cuento


En la huerta de un convento de monjas y colegio de educandas, había unos cuantos perales que estaban cargados de exquisita fruta.

Siempre que podían las novicias, cuando el viejo hortelano se descuidaba y no las vigilaba, iban a los perales y se comían las peras.

Enojada la madre abadesa, las reprendió calificando de hurto, y, por consiguiente, de acción muy fea lo que habían hecho.

La más desenfadada y picotera de las novicias se atrevió a responder entonces:

—Pues no será tan malo eso de quitar peras, cuando en la iglesia cantamos casi de diario: qui temperas...

—Es cierto —replicó la madre abadesa—, pero también añade el sagrado texto rerum vices, raras veces.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Gitano Teólogo

Juan Valera


Cuento


Se fue a confesar un gitano ya de edad provecta y muy preciado de discreto.

El Padre le preguntó si sabía la doctrina cristiana.

—Pues no faltaba más sino que a mis años no la supiese —dijo el gitano.

—Pues rece usted el Padrenuestro —dijo el confesor.

—Mire usted, Padre —contestó el gitano— no me avergüence preguntándome cosas tan fáciles. Eso se pregunta a los niños de la doctrina y no a los hombres ya maduros y que no tienen traza de ignorantes o de tontos. En punto a religión yo sé cuanto hay que saber. Hágame preguntas difíciles, morrocotudas, y ya verá cómo contesto.

—Bien está —dijo el padre—. Pues entonces responda usted: ¿Cómo es que, siendo Dios omnipotente y creador de cielos y tierras, consintió en hacerse hombre y en venir al mundo?

El gitano contestó sin titubear:

—Pues ahí verá usted.

—Y si N. S. Jesucristo no hubiera venido a salvarnos —prosiguió el Padre— y si no hubiera padecido pasión y muerte, ¿qué hubiera sido de nosotros?

—Hágase usted cargo —replicó el gitano.

Y el padre se quedó turulato al oír contestaciones tan llenas de sabiduría.


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El Cocinero del Arzobispo

Juan Valera


Cuento


En los buenos tiempos antiguos, cuando estaba poderoso y boyante el Arzobispado, hubo en Toledo un Arzobispo tan austero y penitente, que ayunaba muy a menudo y casi siempre comía de vigilia, y más que pescado, semillas y yerbas.

Su cocinero le solía preparar para la colación, un modesto potaje de habichuelas y de garbanzos, con el que se regalaba y deleitaba aquel venerable y herbívoro siervo de Dios, como si fuera con el plato más suculento, exquisito y costoso. Bien es verdad que el cocinero preparaba con tal habilidad los garbanzos y las habichuelas, que parecían, merced al refinado condimento, manjar de muy superior estimación y deleite.

Ocurrió, por desgracia, que el cocinero tuvo una terrible pendencia con el mayordomo. Y como la cuerda se rompe casi siempre por lo más delgado, el cocinero salió despedido.

Vino otro nuevo a guisar para el señor Arzobispo y tuvo que hacer para la colación el consabido potaje. Él se esmeró en el guiso, pero el Arzobispo le halló tan detestable, que mandó despedir al cocinero e hizo que el mayordomo tomase otro.

Ocho o nueve fueron sucesivamente entrando, pero ninguno acertaba a condimentar el potaje y todos tenían que largarse avergonzados, abandonando la cocina arzobispal.

Entró, por último, un cocinero más avisado y prudente, y tuvo la buena idea de ir a visitar al primer cocinero y a suplicarle y a pedirle, por amor de Dios y por todos los santos del cielo, que le explicara cómo hacía el potaje de que el Arzobispo gustaba tanto.

Fue tan generoso el primer cocinero, que le confió con lealtad y laudable franqueza su procedimiento misterioso.

El nuevo cocinero siguió con exactitud las instrucciones de su antecesor, condimentó el potaje e hizo que se le sirvieran al ascético Prelado.

Apenas éste le probó, paladeándole con delectación morosa, exclamó entusiasmado:


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Doña Bishodie

Juan Valera


Cuento


Al ir a confesarse una beata se jactó mucho con el Padre de que sabía rezar en latín y le rogó que le hiciese rezar algo en dicha lengua.

—Pues diga usted el Padre Nuestro —le dijo el Padre.

La beata empezó a rezar, trabucándolo todo e inventando un latín verdaderamente fantástico e inaudito.

El Padre la oyó con paciencia hasta que la beata llegó a decir:

—Don Cotidiano, Doña Bishodie.

Interrumpió entonces la oración y dijo al Padre:

—Todo lo comprendo, pero no caigo en quién pueda ser esta Doña Bishodie.

—Sí, hija mía, contestó el Padre: es muy sencillo; la mujer de D. Cotidiano.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Animal Prodigioso

Juan Valera


Cuento


Desde una pequeña aldea de Aragón vino a Madrid un hombre muy observador, aunque rústico, y que por primera vez viajaba.

Cuando volvió a su tierra, le rogaban todos que les contara lo que de más notable había visto.

Contaba él infinitas cosas, muy menudamente y con gran exactitud y despejo; pero lo que más había llamado su atención y lo que más le había sorprendido era un animal, que describía de esta suerte:

—Imaginen ustedes un cochino enorme, doble mayor que un toro, con un rabo muy grueso y con un gancho en la punta del rabo. Con aquel gancho coge nueces, manzanas, naranjas, racimos de uvas, pedazos de pan y otros comestibles, y luego a escape, se lo mete todo en el trasero.

Nadie en el lugar quiso creer en tan extraño fenómeno, pero el viajero juraba y perjuraba que le había visto, y aun se enojaba de que no le diesen crédito sus paisanos.

Resultó de esto una acalorada disputa.

Un anciano muy prudente imaginó, para que resolviese la disputa y los pusiese en paz a todos, ir a consultar al cura párroco, que era letrado y tenía fama de entendido.

Llegados a la presencia del cura, el viajero hizo nuevamente la descripción del animal prodigioso.

El auditorio, apenas acabó, se puso a gritar:

—¡Es grilla! ¡Es grilla!

Y el cura dijo entonces:

—Qué ha de ser grilla: es un elefante.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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