Textos más populares este mes de Juana Manuela Gorriti publicados por Edu Robsy disponibles publicados el 3 de enero de 2021 | pág. 2

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autor: Juana Manuela Gorriti editor: Edu Robsy textos disponibles fecha: 03-01-2021


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El Día de Difuntos

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Si queréis sorprender los misterios de la vida, visitad este día la morada de los muertos.

A fin de que su memoria no estorbe en las alegrías del año, los vivos la han relegado al reducido espacio de una jornada. En esas veinte y cuatro horas de conmemoración, todos, inconsolables y consolados, todos acuden al cementerio y se agrupan en torno a los sepulcros; los unos para borrar con otras lágrimas las huellas de sus lágrimas; los otros para reemplazar con guirnaldas de hermosas flores la triste yerba del olvido.

Los estragos de la peste han aumentado la lúgubre peregrinación, que desde el alba llenaba las calles vecinas a Maravillas y el prolongado callejón que se extiende fuera de la portada.

A la seis la verja que cierra el recinto exterior del panteón ábrese dando paso a la multitud que lo invade silenciosa, derramándose en sus esplendidos jardines, perfumados con las flores de todas las zonas.

Óyese por todos lados un ruido de puertas como el despertar natural de una populosa metrópoli. Es la ciudad de la muerte, que abre sus sepulcros a la ofrenda del recuerdo.

Y el silencio se puebla de rumores; y se escuchan gritos mezclados de sollozos; y los callados ecos de aquellas bóvedas repiten nombres borrados ya del libro de la vida. El tumulto crece; la multitud se entrega a bulliciosas pláticas, razonadas con extrañas consejas sugeridas por la lectura de los epitafios, esos jeroglíficos del dolor.

¡Murió mártir!

—Decía un mármol, donde ostentaba su belleza soberana una mujer en cuya frente brilla el sol de diez y ocho primaveras.

¡Los días de mi peregrinación fueron cortos y malos!

—Decía otro. Y sobre la bíblica leyenda, un nombre poético entrelazado a una lira, sonaba al oído como una deliciosa melodía.

¡Ay!


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2 págs. / 4 minutos / 83 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Escenas de Lima

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Risas y gorjeos

¡Helas ahí! Como las golondrinas en una mañana de primavera, llegan riendo, cantando y derramando en todas partes a su paso, luz y alegría; en todas partes... ¡hasta en mi corazón! Sus nombres mismos son armoniosos y dulces como una caricia: ¡Emma! ¡Julia! ¡Rosa! ¡Eleodora! ¡Cristina! ¡Florinda! El alma rejuvenece al contacto de esas jóvenes flores que comienzan a abrir su cáliz a las promesas de la vida; y plácele seguir el vuelo vagaroso de sus ilusiones, como a la mirada el de esas bandadas de blancas aves que cruzan el cielo en las tardes de verano.

—¡Qué trozo tan bello es ese que acabas de cantar, querida mía! No lo conozco. ¿A qué partitura pertenece?

—Es una romanza de la ópera Guaraní, la última pieza de mi estudio. Cierto que es una música deliciosa, llena de dulzura, y de un carácter original. Sin embargo, la música no es para mí realmente bella, sino cuando refleja el recuerdo.

—¿No es verdad?... Pero, ¡ah! tus recuerdos, risueños, frescos, datan de ayer, y los encierra una aurora.

Julia suspiró profundamente; y dejando la romanza de Guaraní entonó, con los ojos llenos de lágrimas —Caro nome que el mio cor— esa cascada de perlas del Rigoletto.

Entre las compañeras de Julia, una voz murmuró un nombre: Maximiano. Recordé entonces, que no hacía mucho tiempo, una mano aleve dio la muerte a ese bello joven tan querido en la sociedad. ¡Pobre Julia! ¡En el riente miraje de sus recuerdos, alzábase ya una cruz!

—¡Al viento las penas! —exclamó Florinda, pasando su pañuelo sobre los húmedos ojos de la cantora—. ¡Oh! si cada una fuera a hablar de las suyas, el cuartel de Santa Ana, en el cementerio, puede decir si yo tengo derecho de estar entre los vivos.


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12 págs. / 21 minutos / 57 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Una Visita al Manicomio

Juana Manuela Gorriti


Cuento


I

En el lindo pueblecito del Cercado, lugar sombroso y romántico, situado como un apéndice de Lima, entre el circuito de sus murallas, elévase ese suntuoso y lúgubre edificio rodeado de huertos, jardines y fuentes.

Envuélvelo profundo silencio, tan solo interrumpido allá, de vez en cuando, por algún extraño grito que aleja a los paseantes de aquel ameno sitio, y desgarra el corazón a aquellos que vagan atraídos por el amor de seres queridos encerrados entre sus fúnebres muros. Cuán honda compasión inspiran esas madres, hijas y esposas que vienen cada día a pasar horas enteras ante la gran verja, pegado el rostro a las barras de hierro, fijos los tristes ojos en esa puerta que recuerda el Lacciate ogni speranza de la terrible leyenda.

—Jamás me atrevería a pasar esos siniestros umbrales, madre Teresa —dije a la hermana de Caridad, superiora de esa casa, un día que pasando por allí me divisó desde el peristilo, y me llamaba con expresivas señas.

—Pues sí, que los atravesará usted —insistió ella, viniendo a mí, que me había detenido cerca de la verja. Estaba vacilando, entre usted y Carmencita, para dar a la una o la otra una delicada misión.

—¿De qué se trata, madre?

—De devolver a su familia a Delfina H. que está ya del todo curada de su locura; pero empleando para ello las precauciones necesarias a fin de que no se aperciba de qué lugar sale, pues la hemos hecho creer que se halla en una casa de campo a seis leguas de Lima, donde la hermana María y yo estamos convaleciendo, y la trajimos a ella enferma de tercianas a la cabeza. He ahí todo. Ahora invente usted a su modo y compóngase como pueda.

—¡Y bien! ¡espéreme usted aquí un momento!... Supongo que en este carruaje he de llevarla.

—Precisamente.

—Vuelvo luego.


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12 págs. / 21 minutos / 92 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Nuestra Señora de los Desamparados

Juana Manuela Gorriti


Cuento


A la niña María Pelliza


—Era este un militar —contábanos una noche, rodeada de siete niñas, mamá Teresa, antigua nodriza de la familia, negra cordobesa ladina y sentenciosa, que había manejado los pañales de tres generaciones—, era un militar jaranista y pendenciero. Llamábanlo el capitán Rogerio, y mandaba una compañía de alabarderos, cuyo regimiento daba guarnición a Valencia, sobre las costas del Mediterráneo.

A los vicios ya enumerados, el capitán reunía el de jugador: jugador desdichado pero incorregible, que en busca siempre del desquite, echaba sobre el tapete verde cuanto había a las manos.

Consumido su patrimonio, Rogerio cayó en poder de los usureros. Sueldo, espada de gala, uniforme de parada, todo fue vendido por unos cuantos puñados de oro que devoró luego el abismo insondable del garito.

Consecuencia obligada de estos percances era el humor de perros que jamás abandonaba al capitán, y que tropezaba con frecuencia en cosillas de sus soldados expresado en sendos planazos, más de una vez severamente censurados por sus jefes, sin que por ello aquel rabioso se enmendara.

Pero quien más tenía que sufrir con este furor crónico del capitán, era su pobre mujer, joven bella y buena como un ángel.

En verdad que a ella no le pegaba como a sus soldados; pero, lo que es peor aun, para una alma delicada, abrumábala con palabras duras, la espantaba con horribles juramentos, rechazaba brutalmente su obsequiosa solicitud, y hasta le imputaba su constante malaventura, atribuyéndola a un sino adverso que —decía— pesaba sobre ella.

La pobre Lucía, sencilla y humilde, comenzaba a creerlo, y se preguntaba, qué pecados le habían atraído aquel anatema.


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11 págs. / 19 minutos / 56 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Ciudad de los Contrastes

Juana Manuela Gorriti


Crónica


En un oasis asentado entre las arenas del mar y las primeras rocas de los Andes, extiéndese la opulenta metrópoli.

Capital de la más rica de las repúblicas sudamericanas, cuenta a granel los millones que afluyen a su tesoro, por centenas los palacios de mármol que se alzan en su recinto; pero se rehúsa una casa para sus recepciones oficiales, un teatro donde recibir los grandes artistas, que atraídos por su esplendor vienen a visitarla.

En el flanco septentrional de una bella plaza adornada con fuentes, jardines y estatuas, álzase apenas del suelo un ruinoso, sucio y grotesco edificio coronado de una baranda de madera carcomida, y flanqueado de tiendas atestadas de telas vistosas y de una profusión de objetos heterogéneos. Diríase un bazar de Oriente.

Llámanlo Palacio de Gobierno. Sus huéspedes, curándose muy poco de esa transitoria morada, conténtanse con forrarla interiormente de seda, oro y mármol para su propio confort, dejando a sus sucesores el cuidado de la parte monumental.

Cinco cuadras de allí distante, un engañoso frontispicio da entrada a un caserón vetusto, informe, cuarteado en todos sentidos, y con las más pronunciadas apariencias de un granero:

¡Es el teatro!

Y sin embargo, con la cuarta parte del oro y las pedrerías que en su espléndido entusiasmo ha derramado Lima en ese escenario sobre sus artistas favoritos, habría podido construir el más hermoso teatro del mundo.

Y sin embargo, aun, en las noches de estrenos cuando las encantadoras hijas del Rímac llenan las tres líneas de palcos, que el gas resplandece, y los abanicos se agitan, y las miradas se cruzan, un prestigio extraño, casi divino, trasforma el derruido edificio; y ningún joven abonado lo cambiaría entonces por el más suntuoso teatro de París, por el más aristocrático de Londres.


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2 págs. / 3 minutos / 68 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Feliza

Juana Manuela Gorriti


Cuento


I. El satélite

En las primeras horas de una noche de diciembre, a su paso por Barracas al norte, lindo arrabal de Buenos Aires, un tramway se detuvo para desembarcar numerosos pasajeros ante la verja de una quinta cuyos jardines, iluminados, anunciaban una fiesta.

Los recién llegados se esparcieron platicando con ruidosa alegría por las avenidas de floridos arbustos que conducían a la casa.

Uno solo quedose rezagado.

Adelantó algunos pasos, y dando una mirada de investigación en torno, embozose en un plaid escocés que llevaba al hombro, recostose en el tronco de un árbol, envió al aire un largo silbido, y quedose al parecer en espera.

No de allí a mucho, un paso furtivo hizo crujir la arena del sendero; y una joven cuyo modesto vestido indicaba una criada, salió detrás de un grupo de árboles y se acercó al embozado.

—¡Señor Enrique! —murmuró con recelo.

—¡Bah! como todo en esta casa, ¿tú también me desconoces ya, Marieta?

—¡Oh! ¡no! pero... ¡cosa extraña! toda vez que veo a usted en su recinto, siento algo parecido al terror. A propósito de esas misteriosas sensaciones, mi abuela solía decir, que...

—Deja en paz a tu abuela y sus consejas. ¿Sabes si Feliza recibió una carta mía?

—Trajéronla esta mañana, cuando ella, sentada al piano, repasaba un nocturno de su composición.

—¿Y?

—Al verme tomarla de manos del factor, interrumpió su canto y la pidió.

—¡La ha leído!

—No, señor Enrique: sin levantar las manos del teclado, diola solo una mirada y me ordenó encerrarla en sobre, inscribir el nombre de usted y enviarla al correo.

Héla aquí.

Al ver su carta, así devuelta, Enrique exhaló una sorda imprecación.


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19 págs. / 33 minutos / 70 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Un Viaje al País del Oro

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Al niño Ernesto Quesada

I. La leontina

Un día, a la última hora de la tarde, cansada, enferma y helada de frío, azuzaba yo mi caballo para llegar a la capilla subterránea de Uchusuma, larga y forzosa etapa de diez y ocho leguas, atravesada como una amenaza en el camino de Bolivia a Tacna.

Había ya dejado atrás el Mauri, y las ásperas serranías que lo aprisionan, y cruzaba corriendo las áridas llanuras barridas por el cierzo y cortadas de pantanos, que avecinan al grupo de piedras rocallosas, arrojadas por algún cataclismo, en cuyo centro se halla la entrada de esa especie de cueva, único albergue para el viajero en aquel fingido yermo.

De pronto, y al través de las ráfagas de viento que me cegaban, vi relumbrar un objeto entre los guijarros del camino.

Volvime atrás, y desmontando, para examinar lo que era, recogí una elegante y excéntrica joya. Era una leontina compuesta de doce pepas de oro de forma y colores diversos. Engarzábanlas anillos mates del mismo metal, y en algunas de ellas había incrustadas partículas de pizarra y cuarzo.

Juzgué, desde luego, que aquella alhaja había sido perdida recientemente, y me proponía averiguarlo adelante, cuando vi venir a lo lejos un hombre, que, inclinado sobre el cuello de su caballo, y apartando con la mano las ramas de los tolares, parecía buscar algo en el suelo.

Al divisarme, corrió hacia mí con visibles muestras de angustia, que yo abrevié yendo a su encuentro, y presentándole la joya.

Imposible sería pintar la expresión de gozo que al verla brilló en sus ojos. Me la arrebató, más bien que la tomó de mis manos; estrechola contra el corazón, y la enganchó en el reloj y el ojal de su chaleco con un anhelo que se balanceaba entre la veneración y la codicia.

Enseguida, y como si saliera de un éxtasis, volviose a mí, y me saludó dándome gracias y rogándome perdonara su preocupación.


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64 págs. / 1 hora, 52 minutos / 112 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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