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autor: Juana Manuela Gorriti


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La Hija del Mashorquero

Juana Manuela Gorriti


Cuento


I

Roque Alma-negra era el terror de Buenos Aires. Verdugo por excelencia entre una asociación de verdugos llamada Mashorca y consagrado en cuerpo y alma al tremendo fundador de aquella terrible hermandad, contaba las horas por el numero de sus crímenes, y su brazo perpetuamente armado del puñal, jamás se bajaba sino para herir. Su huella era un reguero de sangre, y había huido de él hacía tanto tiempo la piedad, que su corazón no conservaba de ésta ningún recuerdo y los gemidos del huérfano, de la esposa y de la madre, lo encontraban tan insensible, como la fría hoja de acero que hundía en el pecho de sus víctimas. Cada semejanza con la humanidad había desaparecido de la fisonomía de aquel hombre y su lenguaje, expresión fiel del nombre que sus delitos le habían dado, era una mezcla de ferocidad y de blasfemia que hacía palidecer de espanto a todos aquellos que tenían la desgracia de acercársele.

Sin embargo, entre aquel horrible vocabulario de crueldades y de impiedad, como una flor nacida en el cieno, había una palabra de bendición que Roque pronunciaba siempre.

Clemencia, decía aquel hombre de sangre, cuando fatigado por los crímenes de la noche entraba a su casa al amanecer. Y a este nombre, que sonaba como un sarcasmo en los labios del asesino, una voz tan dulce y melodiosa que parecía venir de los celestes coros, respondía con ternura: ¡Padre! Y una figura de ángel, una joven de dieciséis años, con grandes ojos azules y ceñidas de una aureola de rizos blondos salía al encuentro del mashorquero y lo abrazaba con dolorosa efusión. Era su hija.

Roque la amaba como el tigre ama sus cachorros, con un amor feroz. Por ella hubiera llevado el hiero y el fuego a los extremos del mundo; por ella hubiera vertido su propia sangre; pero no le habría sacrificado ni una sola gota de su venganza, ni uno solo de sus instintos homicidas.


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Dominio público
18 págs. / 32 minutos / 298 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Una Visita Infernal

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Mi hermana a la edad de diez y ocho años hallábase en su noche de boda. Sola en su retrete, cambiaba el blanco cendal y la corona de azahar con el velo azul de un lindo sombrerito de paja para marcharse con su novio en el coche que esperaba en la puerta a pasar su luna de miel en las poéticas soledades de una huerta.

Lista ya, sentose, llena el alma de gratas ilusiones, esperando a que su marido pudiera arrancarse del cúmulo de abrumadoras felicitaciones para venir a reunirse con ella y partir.

Una trasparente bujía color de rosa alumbraba el retrete colocada en una palmatoria de plata sobre la mesa del centro, donde la novia apoyaba su brazo.

Todo era silencio en torno suyo, y solo se escuchaban a lo lejos, y medio apagados, los rumores de la fiesta.

De súbito óyense pasos en el dormitorio. La novia cree que es su esposo, y se levanta sonriendo para salir a su encuentro; pero al llegar a la puerta se detiene y exhala un grito.

En el umbral, apareció un hombre alto, moreno, cejijunto vestido de negro, y los ojos brillantes de siniestro resplandor, que avanzando hacia ella la arrebató en sus brazos.

En el mismo instante la luz de la bujía comenzó a debilitarse, y se apagó a tiempo que la voz del novio llamaba a su amada.

Cuando esta volvió en sí, encontrose apoyada la cabeza en el pecho de su marido sentada en los cojines del coche que rodaba en dirección del Cercado.

—¡Fue el demonio! —murmuró la desposada; y refirió a su marido aquella extraña aventura. Él rió y lo achacó a broma de su misma novia.

Y pasaron años, y mi hermana se envejeció.

Un día veinticuatro de agosto, atravesando la plaza de San Francisco, mi hermana se cruzó con un hombre cuya vista la hizo estremecer. Era el mismo que se le apareció en el retrete el día de su boda.

El desconocido siguió su camino, y mi hermana, dirigiéndose al primero que encontró le dijo con afán:


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Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 463 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Guante Negro

Juana Manuela Gorriti


Cuento


I. La prenda de amistad

Era una de esas deliciosas noches del país argentino. La luna bañaba con sus blancos rayos las encantadas riberas del Plata y hacía brillar entre la sombría verdura de los huertos y alamedas de las mil bellísimas quintas, y los palacios de campo que circundan Buenos Aires. Aunque la hora no era avanzada, todo estaba silencioso y desierto en derredor de la gran ciudad, y sólo se oía el murmullo de las ondas del vecino rio, y el silbido del viento entre las hojas de los sauces.

De repente vino a mezclarse a estos rumores de la naturaleza una voz humana, una divina voz de mujer, que elevándose suave y cautelosa del fondo de una de esas espesas avenidas de árboles, comenzó a cantar con indecible melodía aquella adorable música de Julieta y Romeo.

—Sei pur tu che ancor rivedo?

El canto fue interrumpido por el ruido de un carruaje que se acercaba.

Una elegante berlina se detuvo al pie de la escalinata de una quinta. Un cazador vestido de lujosa librea abrió la portezuela y presentó la mano a una bella joven de talle esbelto y flexible, de mirada rápida e imperiosa, que saltando del estribo, ligera como un pájaro, subió las gradas de la escalinata, y entró en el vestíbulo.

A su vista, el portero que velaba en la primera antesala, se inclinó profundamente.

—Amigo mío —le dijo ella, paseando en derredor su inquieta mirada—: ¿duerme su joven amo de usted?

—Mi amo está herido, señora, y…

—Lo sé, lo sé, y por eso estoy aquí. Condúzcame usted a su cuarto.


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Dominio público
22 págs. / 40 minutos / 211 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Emparedado

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Éramos diez. Habíanos reunido la casualidad y nos retenía en un salón, en torno a una estufa improvisada, el más fuerte aguacero del pasado invierno.

En aquel heterogéneo círculo doblemente alumbrado por el gas y las brasas del hogar, el tiempo estaba representado en su más lata acción. La antigüedad, la edad media, el presente, y aun las promesas de un riente porvenir, en los bellos ojos de cuatro jóvenes graciosas y turbulentas, que se impacientaban, fastidiadas con la monotonía de la velada.

El piano estaba, en verdad, abierto, y el pupitre sostenía una linda partitura y valses a discreción; pero hallábanse entre nosotros dos hombres de iglesia; y su presencia intimidaba a las chicas, y las impedía entregarse a los compases de Straus y las melodías de Verdi. Ni aun osaban apelar al supremo recurso de los aburridos: pasearse cogidas del brazo, a lo largo del salón; y cuchicheaban entre ellas ahogando prolongados bostezos.

—Hijas mías —díjoles el venerable vicario de J., que notó su displicencia—, no os mortifiquéis por nosotros. Os lo ruego, divertíos a vuestra guisa. Yo, de mí, sé decir que me placería oíros cantar.

¡Cantar! Bien lo quisieran ellas; pero arredrábalas el repetido io t’amo de los maestros italianos, en presencia de aquellas adustas sotanas, y se miraban sin saber cómo excusarse.

—¡Y bien! —continuó el vicario—, si os detiene la elección, que lo decida la suerte.

Y levantándose, fue a tomar del repertorio el primer cuaderno que le vino a la mano.

—¡Coincidencias! —exclamaron las niñas, riendo—. Ea, pues, hijas mías, a cantar las coincidencias.

Las jóvenes rieron de nuevo.

—Bueno, ¡os alegráis al fin!

—Señor, el cuaderno está en blanco —dijo la niña de la casa—. Su inscripción es el proyecto de una fantasía para dedicarla al profesor que me enseña el contrapunto.


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3 págs. / 5 minutos / 89 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Belzu

Juana Manuela Gorriti


Cuento


I

Al escribir estas líneas, que bosquejan a grandes rasgos la figura del hombre ilustre cuyo nombre las encabeza, he creído cumplir un deber. Mientras las traza mi humilde mano, dos plumas magistrales se ocupan del mismo objeto, y desarrollarán de un modo brillante los detalles de aquella esplendorosa existencia. Pero la vida humana, y notablemente la de que nos ocupamos tiene dos faces: una de luz, otra de sombra. Una iluminada por los rayos de la dicha, de la fortuna, de la gloria; la otra perdida en la oscuridad de la pobreza, en las tinieblas de los días de dolor y de prueba. Los dos ilustrados biógrafos, fueron testigos y parte integrante de la primera: yo, compañera inseparable de la segunda.

Por tanto, y esperando que este modesto relato sirva en algo al complemento de aquellos importantes trabajos, lo he seguido, y le doy cima.

Manuel Isidoro Belzu nació en la Paz el 4 de abril de 1811. Fueron sus padres don Gaspar Belzu y doña, Manuela Umeres. Recibió su educación primaria en las aulas que los Padres franciscanos tenían en el convento de este orden. Su grande inteligencia le habría hecho distinguir con brillo en la carrera de las letras, si desde muy temprano el joven Belzu no hubiese manifestado un carácter inquieto, aventurero y caballeresco, que se avenía mal en los bancos escolares, y pedía instintivamente una espada y un corcel.

En efecto, apenas a la edad de 13 años, se escapó un día del aula, fue a reunirse al ejército independiente pocos días antes de la batalla de Zepite, y con el fusil al hombro, combatió como soldado en aquella gloriosa jornada. Después, envuelto en el desastre que la siguió, disperso, a pie, y ocultándose de pueblo en pueblo, fue reconocido y arrestado por un oficial amigo de su familia, que lo trajo a la Paz y lo entregó a su madre.


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Dominio público
25 págs. / 44 minutos / 74 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Un Viaje Aciago

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Siempre he creído que la fatalidad es el guía de mis pasos: los sucesos de mi vida me lo han probado, al menos, de una manera cierta. Todo lo que toco queda marcado de un sello extraño; sin conciencia de ello, mi labio vierte palabras proféticas; y los seres que a mí se acercan son arrebatados por un espíritu misterioso que los eleva a las nubes, o los hunde en los abismos: jamás los deja en las condiciones normales de la existencia. ¿Debo aplaudir o deplorar esta facultad sobrenatural unida a mi destino?

Así hablaba yo un día a la bella C., mientras, sentada a su lado en un diván, tejía para ella una corona de rosas.

—La lucha es la vida —respondió la graciosa chica, sacudiendo con donaire su rizada cabellera—; la lucha es la vida; y yo espero con ansia esa mística influencia que venga a desterrar la monotonía insoportable de la mía. Agitarse, ya sea en la dicha o en el dolor: dudar, temer, desear ¡eso es vivir!

¡Querida niña! ¡Plegue a Dios derramar siempre sobre tus bellas horas esa dichosa monotonía; y aleje de ti, en su misericordia, las tempestades que invocas!


De Arica a la Paz


Nada tan riente, en apariencia, como la perspectiva de esta incursión al través de los nevados picos, para el viajero que, recostado en los mullidos cojines de un vagón, cruza en alas del vapor la larga etapa que separa Arica de Tacna. Míralas elevarse en esplendentes grupos sobre un cielo de azul purísimo, dibujando en sus profundas hondonadas, verdes mirajes que seducen los ojos y atraen el alma con la sed engañosa de lo desconocido.

—¡Un caballo! ¡Un caballo! —exclama, como Ricardo, al apearse bajo los floridos granados de la estación—. Pero, si el gran paladín sabía a qué atenerse al ofrecer su reino por un corcel, yo ignoraba del todo los percances que sobre el lomo de ese noble animal, esperan al peregrino en aquellas magníficas alturas.


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Dominio público
19 págs. / 34 minutos / 59 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Quien Escucha Su Mal Oye

Juana Manuela Gorriti


Cuento


—Cuando hemos caído en una falta —me dijo un día cierto amigo— si la reparación es imposible, réstanos al menos, el medio de expiarla por una confesión explícita y franca. ¿Quiere usted ser mi confesor, amiga mía?

—¡Oh! Sí —me apresuré a responder.

—¿Confesor con todas sus condiciones?

—Sí, aceptando una.

—¿Cuál?

—El secreto.

¿Oh! ¡mujeres!, ¡mujeres!, ¡no podéis callar ni aun a precio de vuestra vida!; ¡mujeres que profesáis, por la charla idólatra, culto!: ¡mujeres que… mujeres a quienes es preciso aceptar como sois!

—Acúsome, pues —comenzó él, resignado ya a mi indiscreta restricción—, acúsome de una falta grave, enormé, y me arrepiento hasta donde puede arrepentirse un curioso por haber satisfecho esta devorante pasión.

I

Conspiraba yo en una época no muy lejana y denunciado por los agentes del gobierno, vime precisado a ocultarme. Asilóme un amigo, por supuesto en el paraje más recóndito de su casa. Era un cuarto situado en el extremo del jardín y cuya puerta desaparecía completamente bajo los pámpanos de una vid.

Sus paredes tapizadas con damasco carmesí tenían el aspecto de una grande antigüedad. Ha servido de alcoba al abuelo de la casa, cuyo inmenso lecho dorado, vacío por la muerte, ocupaba yo…, mas ¡de cuán diferente manera! El Anciano caballero dormía —pensaba yo— un sueño bienaventurado entre las densas cortinas de tercipelo verde, agitadas ahora por el tenaz insomnio que circulaba con mi sangre de conspirador y de algo más: de curioso. Juzgue usted.


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10 págs. / 17 minutos / 158 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

El Pozo del Yocci

Juana Manuela Gorriti


Novela corta


Noticia

A María Patrick

Cuando al escribir estas líneas, te las dediqué, Mary, lejos estaba de imaginar que cuando las publicara, traicionados los vínculos que nos unían, y la probidad del más noble de los sentimientos, esta dedicatoria había de ser para ti un sangriento reproche. Que Dios te perdone, Mary, como te perdona el corazón que destrozaste sin piedad.

I. El Abra de Tumbaya de Juana Manuela Gorriti

Mediaba el año de 1814. La libertad sudamericana había cumplido su primer lustro de existencia entre combates y victorias; era ya un hecho: tenía ejércitos guiados por heroicos paladines, y desde las orillas del Desaguadero, hasta la ciudadela de Tucumán, nuestro suelo era un vasto palenque, humeante, tumultuoso, ensangrentado, que el valor incansable de nuestros padres, disputaba palmo a palmo, al valor no menos incansable de sus opresores.

En aquel divorcio de un mundo nuevo, que quería vivir de su joven existencia, y de un modo añejo, que pretendía encadenarlo a la suya, decrépita y caduca; en ese inmenso desquiciamiento de creencias y de instituciones, todos los intereses estaban encontrados, los vínculos disueltos; y en el seno de las familias ardía la misma discordia que en los campos de batalla.

A los primeros ecos del clarín de mayo, los jóvenes habían corrido a alistarse bajo la bandera de los libres. Los viejos, apegados a sus tradiciones, volvían los ojos hacia España; y temiendo contaminarse al contacto del suelo rebelde que pisaban, recogían sus tesoros, y se alejaban desheredando a sus hijos insurgentes y dejándoles por único patrimonio una eterna maldición.

Vióseles a centenares, arrastrando consigo el resto de sus familias, vagar errantes, siguiendo los ejércitos realistas en sus peligrosas etapas al través de frígidos climas, o marcharse a la Península, dejándolas abandonadas entre hostiles pueblos del Alto Perú.


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63 págs. / 1 hora, 51 minutos / 141 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Una Querella

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Era una noche de enero, calurosa y sin estrellas. El cielo estaba cargado de sofocantes vapores, y ni la más tenue ráfaga de brisa venía a refrescar la atmósfera, abrasada por el sol de un largo día.

En las sombras revueltas del camino que conduce de la Magdalena a la portada de Juan Simón, corría un jinete montado en un brioso caballo negro.

El noble corcel parecía comprender la impaciencia de su dueño, y devoraba el espacio en fogoso galope. Sin embargo, a estar dotado de reflexión, habríale asombrado el encontrarse corriendo a esa hora, él, habituado a reposar hasta el mediar de la noche en una fresca pesebrera, cercada de rosales, tapizada de sabrosa yerba, y acariciado por una blanca manita, en cuya palma comía bizcochos exquisitos.

¿Por qué aquella noche le había faltado todo eso? ¿Por qué había cólera en el movimiento de la brida que lo conducía? Y lo que era peor aun, ¿por qué inusitados golpes de acicate, venían de vez en cuando a lastimar sus lucientes ijares?

Todo esto habría podido explicar la expresión pintada en el semblante del nocturno caballero, su frente, ora cubierta de mortal palidez, ora encendida con el rubor de la indignación; su sonrisa, que él habría querido tornar irónica y que era solo dolorosa.

El valiente potro, siempre, aguijoneado por la inmerecida espuela, cruzó como una exhalación las calles de Lima, flanqueó la plazoleta del teatro, espléndidamente iluminada para una función de beneficio, y entró en una de las más bellas casas de Valladolid.

Al echar pie a tierra, su amo, que lo cuidaba con el anhelo cariñoso de un árabe, apartose de él con despego abandonándolo en manos de un criado, sin darle siquiera una mirada; y taciturno, sombrío, atravesó el patio y se dirigió al principal.


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15 págs. / 27 minutos / 67 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Postrer Mandato

Juana Manuela Gorriti


Cuento


A la señorita Sara Carranza


El reinado de los Incas había pasado para siempre; consumada estaba la traición que hiciera caer al último de ellos en un infame lazo. Despojado de su poder, arrancado del solio de sus padres, Atahualpa yacía cautivo en las prisiones de su imperial palacio de Cajamarca.

El desventurado monarca, había visto cada vez estrecharse más en torno suyo, el radio mezquino de esa sombra de libertad que el vencedor aparentaba dejarle. Del círculo amurallado del alcázar al de los ejercicios gimnásticos, que debía servir de medida al oro de su rescate; de allí a las tinieblas de un calabozo, donde, separado de los suyos, dejáronlo solo, cargadas de cadenas sus augustas manos.

—Mi última hora se acerca —dijo, ese día a Hernando, aquel generoso hermano de Pizarro, el solo amigo que su infortunio hallara en aquel cubil de fieras.

—Nada temas —respondió el noble español—, que mientras yo aliente, tu vida es sagrada.

—¡Magnánimo corazón! —replicó el prisionero—: eres solo entre esos hombres feroces, y tus esfuerzos serán vanos... Han resuelto que yo muera, y moriré.

Hase apoderado de mí, al mirarte hoy, una tristeza de siniestro agüero... ¿Qué quiere anunciarme? Lo ignoro: pero de cierto algo funesto me predice...

Un guerrero que entró en el calabozo interrumpió al Inca.

—Hernando —dijo aquel—, el Consejo te encarga la misión de llevar al rey nuestro señor el quinto del botín conquistado, y me envía a ti para prevenirte que el convoy te espera y que debes disponerte a partir.

Hernando volvió hacia el cautivo una dolorosa mirada.

—¿Lo ves? —dijo este—, no me engañaban mis presentimientos: te alejan para darme la muerte.


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7 págs. / 12 minutos / 34 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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