Textos más populares este mes de Juana Manuela Gorriti | pág. 2

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autor: Juana Manuela Gorriti


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Los Mellizos del Illimani

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Eran dos; y en efecto, se les hubiera creído gemelos. Sin embargo, Álvarez y Loaiza eran solo amigos.

Pero amigos, con esa amistad de la infancia, lazo más fuerte que el parentesco y que el amor.

Hijos de dos familias unidas por una larga vecindad, nacidos en un mismo día, meciolos la misma cuna, y de ella bajaron asidos de las manos para recorrer los senderos de la vida.

Juntos entraron en la escuela; juntos lloraron ante el terrible problema del alfabeto; juntos atravesaron el monótono espacio que se extiende desde el Ba hasta el Zun. Juntos hicieron las primeras travesuras, y juntos recibieron los condignos palmetazos. Juntos dejaron la miga para pasar al colegio; y juntos se rellenaron de griego y de latín; juntos hicieron su entrada en el mundo; juntos corrieron la vida borrascosa de solteros, y juntos pidieron, obtuvieron y recibieron en matrimonio a dos buenas mozas, amadas con idéntico amor, y con igual entusiasmo.

Pero ¡ay! que aquí esa doble existencia se bifurcó de una manera dolorosa para aquellos dos corazones fundidos en uno solo.

Las esposas se rebelaron contra esa amistad llevada al terreno de lo sublime; creyéronse defraudadas en sus derechos al amor que contaran monopolizar; y la mujer de Álvarez miró de reojo a Loaiza; y la mujer de Loaiza dio a Álvarez con la puerta en las narices.

Pero ellos estaban demasiado habituados a esta vida de intimidad inalterable, para resignarse a romperla y si el hogar del uno estaba vedado al otro, la ciudad les ofrecía su larga alameda, sombrosa y perfumada, donde los dos amigos pasaban largas horas entregados a las encantadas reminiscencias del pasado.

Vestidos con la rigorosa igualdad que usaron desde la infancia hasta la vejez, bajo cuya apariencia los presentamos, cubría sus hombros una capa española de color turquí, que contrastaba singularmente con sus cabelleras blancas de largos y plateados bucles.


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2 págs. / 3 minutos / 74 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Un Viaje al País del Oro

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Al niño Ernesto Quesada

I. La leontina

Un día, a la última hora de la tarde, cansada, enferma y helada de frío, azuzaba yo mi caballo para llegar a la capilla subterránea de Uchusuma, larga y forzosa etapa de diez y ocho leguas, atravesada como una amenaza en el camino de Bolivia a Tacna.

Había ya dejado atrás el Mauri, y las ásperas serranías que lo aprisionan, y cruzaba corriendo las áridas llanuras barridas por el cierzo y cortadas de pantanos, que avecinan al grupo de piedras rocallosas, arrojadas por algún cataclismo, en cuyo centro se halla la entrada de esa especie de cueva, único albergue para el viajero en aquel fingido yermo.

De pronto, y al través de las ráfagas de viento que me cegaban, vi relumbrar un objeto entre los guijarros del camino.

Volvime atrás, y desmontando, para examinar lo que era, recogí una elegante y excéntrica joya. Era una leontina compuesta de doce pepas de oro de forma y colores diversos. Engarzábanlas anillos mates del mismo metal, y en algunas de ellas había incrustadas partículas de pizarra y cuarzo.

Juzgué, desde luego, que aquella alhaja había sido perdida recientemente, y me proponía averiguarlo adelante, cuando vi venir a lo lejos un hombre, que, inclinado sobre el cuello de su caballo, y apartando con la mano las ramas de los tolares, parecía buscar algo en el suelo.

Al divisarme, corrió hacia mí con visibles muestras de angustia, que yo abrevié yendo a su encuentro, y presentándole la joya.

Imposible sería pintar la expresión de gozo que al verla brilló en sus ojos. Me la arrebató, más bien que la tomó de mis manos; estrechola contra el corazón, y la enganchó en el reloj y el ojal de su chaleco con un anhelo que se balanceaba entre la veneración y la codicia.

Enseguida, y como si saliera de un éxtasis, volviose a mí, y me saludó dándome gracias y rogándome perdonara su preocupación.


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Dominio público
64 págs. / 1 hora, 52 minutos / 109 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Emparedado

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Éramos diez. Habíanos reunido la casualidad y nos retenía en un salón, en torno a una estufa improvisada, el más fuerte aguacero del pasado invierno.

En aquel heterogéneo círculo doblemente alumbrado por el gas y las brasas del hogar, el tiempo estaba representado en su más lata acción. La antigüedad, la edad media, el presente, y aun las promesas de un riente porvenir, en los bellos ojos de cuatro jóvenes graciosas y turbulentas, que se impacientaban, fastidiadas con la monotonía de la velada.

El piano estaba, en verdad, abierto, y el pupitre sostenía una linda partitura y valses a discreción; pero hallábanse entre nosotros dos hombres de iglesia; y su presencia intimidaba a las chicas, y las impedía entregarse a los compases de Straus y las melodías de Verdi. Ni aun osaban apelar al supremo recurso de los aburridos: pasearse cogidas del brazo, a lo largo del salón; y cuchicheaban entre ellas ahogando prolongados bostezos.

—Hijas mías —díjoles el venerable vicario de J., que notó su displicencia—, no os mortifiquéis por nosotros. Os lo ruego, divertíos a vuestra guisa. Yo, de mí, sé decir que me placería oíros cantar.

¡Cantar! Bien lo quisieran ellas; pero arredrábalas el repetido io t’amo de los maestros italianos, en presencia de aquellas adustas sotanas, y se miraban sin saber cómo excusarse.

—¡Y bien! —continuó el vicario—, si os detiene la elección, que lo decida la suerte.

Y levantándose, fue a tomar del repertorio el primer cuaderno que le vino a la mano.

—¡Coincidencias! —exclamaron las niñas, riendo—. Ea, pues, hijas mías, a cantar las coincidencias.

Las jóvenes rieron de nuevo.

—Bueno, ¡os alegráis al fin!

—Señor, el cuaderno está en blanco —dijo la niña de la casa—. Su inscripción es el proyecto de una fantasía para dedicarla al profesor que me enseña el contrapunto.


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3 págs. / 5 minutos / 106 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Día de Difuntos

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Si queréis sorprender los misterios de la vida, visitad este día la morada de los muertos.

A fin de que su memoria no estorbe en las alegrías del año, los vivos la han relegado al reducido espacio de una jornada. En esas veinte y cuatro horas de conmemoración, todos, inconsolables y consolados, todos acuden al cementerio y se agrupan en torno a los sepulcros; los unos para borrar con otras lágrimas las huellas de sus lágrimas; los otros para reemplazar con guirnaldas de hermosas flores la triste yerba del olvido.

Los estragos de la peste han aumentado la lúgubre peregrinación, que desde el alba llenaba las calles vecinas a Maravillas y el prolongado callejón que se extiende fuera de la portada.

A la seis la verja que cierra el recinto exterior del panteón ábrese dando paso a la multitud que lo invade silenciosa, derramándose en sus esplendidos jardines, perfumados con las flores de todas las zonas.

Óyese por todos lados un ruido de puertas como el despertar natural de una populosa metrópoli. Es la ciudad de la muerte, que abre sus sepulcros a la ofrenda del recuerdo.

Y el silencio se puebla de rumores; y se escuchan gritos mezclados de sollozos; y los callados ecos de aquellas bóvedas repiten nombres borrados ya del libro de la vida. El tumulto crece; la multitud se entrega a bulliciosas pláticas, razonadas con extrañas consejas sugeridas por la lectura de los epitafios, esos jeroglíficos del dolor.

¡Murió mártir!

—Decía un mármol, donde ostentaba su belleza soberana una mujer en cuya frente brilla el sol de diez y ocho primaveras.

¡Los días de mi peregrinación fueron cortos y malos!

—Decía otro. Y sobre la bíblica leyenda, un nombre poético entrelazado a una lira, sonaba al oído como una deliciosa melodía.

¡Ay!


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2 págs. / 4 minutos / 82 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Un Drama de 15 Minutos

Juana Manuela Gorriti


Cuento


A la señorita Ana Soler


En una tarde apacible de mayo, mar tranquilo y viento en popa, el velero bergantín «Alción» dejaba las floridas costas de Corfú, y surcando las encantadas aguas jónicas, dirigía su rumbo a Occidente.

Tripulábanlo doce hombres, al mando del capitán Brunel, antiguo oficial de la marina francesa, enérgico y decidido militar, curtido al sol de los trópicos, retemplado en las tormentas, y largamente fogueado al calor de cien combates en las guerras del imperio.

La catástrofe de Waterloo y la traición del Belerofonte, lo arrojaron a tierra, vencido, pero no humillado. Sí, porque no pudiendo soportar la presencia de ejércitos extranjeros en el seno de la Francia, imponiéndola leyes y soberanos, alejose de ella, y fue a pedir a la patria de Arístides, esa tierra clásica de los gloriosos recuerdos, consuelo para su pena.

Y a fe que lo encontró en el amor de una griega, bella como Aspasia, que se unió a su destino y le dio horas de una felicidad desconocida hasta entonces para él en su vida borrascosa de marino.

Pero ¡ay! la dicha es fugaz como un celaje de verano; y la del capitán Brunel fue de corta duración. La hermosa griega murió dando a luz una niña que él acogió como su sola esperanza.

Y le consagró su vida; y se dio para ella a un duro e incesante trabajo, con que en pocos años hizo una fortuna considerable, consistente en una quinta situada en esa isla deliciosa, donde el poeta asentó la morada de Calipso, vastos huertos y jardines, y un coqueto bergantín, mixto entre mercante y guerrero, que surcaba los mares riéndose de los piratas por las troneras de cuatro buenos cañones, y allegando a su dueño sendas cantidades de cequíes.

Cuando la caída de los Borbones hubo alejado de Francia a los enemigos del imperio fenecido con su César, Brunel sintió el deseo de volver a la patria.


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6 págs. / 11 minutos / 80 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Una Visita al Manicomio

Juana Manuela Gorriti


Cuento


I

En el lindo pueblecito del Cercado, lugar sombroso y romántico, situado como un apéndice de Lima, entre el circuito de sus murallas, elévase ese suntuoso y lúgubre edificio rodeado de huertos, jardines y fuentes.

Envuélvelo profundo silencio, tan solo interrumpido allá, de vez en cuando, por algún extraño grito que aleja a los paseantes de aquel ameno sitio, y desgarra el corazón a aquellos que vagan atraídos por el amor de seres queridos encerrados entre sus fúnebres muros. Cuán honda compasión inspiran esas madres, hijas y esposas que vienen cada día a pasar horas enteras ante la gran verja, pegado el rostro a las barras de hierro, fijos los tristes ojos en esa puerta que recuerda el Lacciate ogni speranza de la terrible leyenda.

—Jamás me atrevería a pasar esos siniestros umbrales, madre Teresa —dije a la hermana de Caridad, superiora de esa casa, un día que pasando por allí me divisó desde el peristilo, y me llamaba con expresivas señas.

—Pues sí, que los atravesará usted —insistió ella, viniendo a mí, que me había detenido cerca de la verja. Estaba vacilando, entre usted y Carmencita, para dar a la una o la otra una delicada misión.

—¿De qué se trata, madre?

—De devolver a su familia a Delfina H. que está ya del todo curada de su locura; pero empleando para ello las precauciones necesarias a fin de que no se aperciba de qué lugar sale, pues la hemos hecho creer que se halla en una casa de campo a seis leguas de Lima, donde la hermana María y yo estamos convaleciendo, y la trajimos a ella enferma de tercianas a la cabeza. He ahí todo. Ahora invente usted a su modo y compóngase como pueda.

—¡Y bien! ¡espéreme usted aquí un momento!... Supongo que en este carruaje he de llevarla.

—Precisamente.

—Vuelvo luego.


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12 págs. / 21 minutos / 89 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Ciudad de los Contrastes

Juana Manuela Gorriti


Crónica


En un oasis asentado entre las arenas del mar y las primeras rocas de los Andes, extiéndese la opulenta metrópoli.

Capital de la más rica de las repúblicas sudamericanas, cuenta a granel los millones que afluyen a su tesoro, por centenas los palacios de mármol que se alzan en su recinto; pero se rehúsa una casa para sus recepciones oficiales, un teatro donde recibir los grandes artistas, que atraídos por su esplendor vienen a visitarla.

En el flanco septentrional de una bella plaza adornada con fuentes, jardines y estatuas, álzase apenas del suelo un ruinoso, sucio y grotesco edificio coronado de una baranda de madera carcomida, y flanqueado de tiendas atestadas de telas vistosas y de una profusión de objetos heterogéneos. Diríase un bazar de Oriente.

Llámanlo Palacio de Gobierno. Sus huéspedes, curándose muy poco de esa transitoria morada, conténtanse con forrarla interiormente de seda, oro y mármol para su propio confort, dejando a sus sucesores el cuidado de la parte monumental.

Cinco cuadras de allí distante, un engañoso frontispicio da entrada a un caserón vetusto, informe, cuarteado en todos sentidos, y con las más pronunciadas apariencias de un granero:

¡Es el teatro!

Y sin embargo, con la cuarta parte del oro y las pedrerías que en su espléndido entusiasmo ha derramado Lima en ese escenario sobre sus artistas favoritos, habría podido construir el más hermoso teatro del mundo.

Y sin embargo, aun, en las noches de estrenos cuando las encantadoras hijas del Rímac llenan las tres líneas de palcos, que el gas resplandece, y los abanicos se agitan, y las miradas se cruzan, un prestigio extraño, casi divino, trasforma el derruido edificio; y ningún joven abonado lo cambiaría entonces por el más suntuoso teatro de París, por el más aristocrático de Londres.


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2 págs. / 3 minutos / 68 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Postrer Mandato

Juana Manuela Gorriti


Cuento


A la señorita Sara Carranza


El reinado de los Incas había pasado para siempre; consumada estaba la traición que hiciera caer al último de ellos en un infame lazo. Despojado de su poder, arrancado del solio de sus padres, Atahualpa yacía cautivo en las prisiones de su imperial palacio de Cajamarca.

El desventurado monarca, había visto cada vez estrecharse más en torno suyo, el radio mezquino de esa sombra de libertad que el vencedor aparentaba dejarle. Del círculo amurallado del alcázar al de los ejercicios gimnásticos, que debía servir de medida al oro de su rescate; de allí a las tinieblas de un calabozo, donde, separado de los suyos, dejáronlo solo, cargadas de cadenas sus augustas manos.

—Mi última hora se acerca —dijo, ese día a Hernando, aquel generoso hermano de Pizarro, el solo amigo que su infortunio hallara en aquel cubil de fieras.

—Nada temas —respondió el noble español—, que mientras yo aliente, tu vida es sagrada.

—¡Magnánimo corazón! —replicó el prisionero—: eres solo entre esos hombres feroces, y tus esfuerzos serán vanos... Han resuelto que yo muera, y moriré.

Hase apoderado de mí, al mirarte hoy, una tristeza de siniestro agüero... ¿Qué quiere anunciarme? Lo ignoro: pero de cierto algo funesto me predice...

Un guerrero que entró en el calabozo interrumpió al Inca.

—Hernando —dijo aquel—, el Consejo te encarga la misión de llevar al rey nuestro señor el quinto del botín conquistado, y me envía a ti para prevenirte que el convoy te espera y que debes disponerte a partir.

Hernando volvió hacia el cautivo una dolorosa mirada.

—¿Lo ves? —dijo este—, no me engañaban mis presentimientos: te alejan para darme la muerte.


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7 págs. / 12 minutos / 39 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Una Apuesta

Juana Manuela Gorriti


Cuento


I

¿Quién no ha oído hablar del genio burlón y aventurero de la hermosa Eleonora de Olivar, duquesa de Alba? Emanación brillante del sol andaluz, la hechicera sevillana entró un día como un ardiente torbellino en la austera corte de Carlos III despertando los graves ecos de su alcázar con las risas de su inagotable alegría.

Los cronistas de la época se extienden con delicia en relación con la graciosas locuras de aquella amable aturdida que por tanto tiempo tuvo en continua agitación, en perpetua zozobra, la corte y la ciudad; porque fastidiada algunas veces de sus travesuras aristocráticas, descendía con frecuencia del mundo brillante que habitaba para buscar otras más picantes en la plebeya atmósferas de las callejuelas.

En nuestros días Eleonora habría sido horriblemente calumniadas; pero en aquellos benditos tiempos se tenía más confianza en una mujer honrada, y el duque de Alba y a ejemplo suyo toda la corte, veneraban profundamente la virtud de la duquesa, ¡Honor a la fe de nuestros mayores!

Pero si Eleonora era burlona no era maligna, como lo son generalmente aquellos que tienen ese odioso carácter. Ni con sus chistes, ni con sus locuras, jamás hirió el amor propio, ni la sensibilidad de nadie. Al contrario, si ella gustaba de reír era más bien para alegrar a los otros y sus travesuras eran tan benévolas y lisonjeras que cautivaban siempre el corazón de aquel que era su objeto. Así, el estudiante a quien en tan ligero equipo hizo bailar aquella célebre zarabanda la debió su fortuna y el capitán de guardias la restitución del regio amor que le había robado.

—¿Duque, ¿te parezco bien así? —dijo un día Eleonora presentándose a su marido, vestida de peregrina.

—¡Encantadora! —respondió el duque contemplándola admirado.— ¡Oh! Jamás la túnica de la viajera cubrió un cuerpo tan gentil.


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4 págs. / 8 minutos / 119 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Impresiones del 2 de Mayo

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Era el 27 de abril, uno de los últimos de la temporada de Chorrillos. Nunca la villa de los palacios había tenido tantos huéspedes: nunca su delicioso baño estuvo tan concurrido.

Felices y desgraciados, todos gozan en ese lugar bendito, a donde nos lleva siempre una esperanza: esperanza de dicha, esperanza de alivio; pero siempre la esperanza, esa única felicidad verdadera.

La vida que se tiene en Chorrillos es fantástica como un cuento de hadas. El individuo se centuplica, porque está a la vez en todas partes: en el malecón, en el baño, en la plaza, en el hotel, en el templo. Se caza, se pesca, se organizan brillantes partidas de campo en los oasis del contorno. Las niñas cantan, bailan, ríen, triscan; las madres se extasían con esos cantos, con esas danzas, esos juegos, esas risas, mientras que sentadas en cuarto alrededor de una mesa, se entregan a las variadas combinaciones del rocambor.

Yo misma, con una mortal amenaza suspendida sobre el corazón y agonizando en el alma la esperanza, tenía, ese día, las cartas en la mano y decía:

—¡Juego!

—¡Más!

—¡Bien!

—Solo de espadas: esplendente, imperdible.

—Un momento —dijo de pronto el cesante asentando la baceta— que esta mano sea un oráculo. La escuadra española se aproxima; va a atacarnos. ¿De quién será la victoria? ¡España! ¡Chile! ¡Perú! —dijo señalándonos al jugador, a mi compañero y a mí.

—Roba tú —me dijo este, en vez del van sacramental—; yo tengo miedo a las espadas.

—Yo las amo. Son las armas de mi familia... Pero ¡ay! ¡aquellos que las llevan han caído todos, unos por la mano de Dios, otros por la de los hombres!

¡Y robé!

Robé la espada, dos chicos, y tres caballos; con los que di al esplendente solo, un esplendente codillo.

—¡Viva el Perú! —clamamos todos los gananciosos.


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Dominio público
11 págs. / 20 minutos / 49 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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