Textos más populares esta semana de Julia de Asensi | pág. 2

Mostrando 11 a 20 de 37 textos encontrados.


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autor: Julia de Asensi


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Sor María

Julia de Asensi


Cuento


Casado Bernardo, ¿qué le importaba a ella el mundo ya? Había sido el compañero de su infancia, el que había enjugado sus primeras lágrimas, producido su sonrisa primera y recogido el primer suspiro que exhaló su pecho virginal. Ella le había amado con toda su alma, con todo el entusiasmo de la primera juventud.

¿Cómo él no la había correspondido? Blanca tenía algunos años menos que él; aún era niña cuando Bernardo era hombre; una mujer malvada y astuta conquistó el corazón del joven y logró ser conducida al pie de los altares, donde fueron unidos en eterno lazo.

Blanca buscó un consuelo en la religión; no había en la tierra remedio a su pesar y volvió los ojos al cielo. En la ciudad donde habitaba se elevaba un sombrío convento, de altos muros, fuertes rejas y espesas celosías, y allí se encerró la infortunada niña, sin ver las lágrimas de su madre, ni atender a los consejos de su padre, ni escuchar los ruegos de sus amigos.

El día en que fue llevada al templo, vio a Bernardo en el camino. Él la miró con una indefinible expresión, y Blanca creyó adivinar que el hombre a quien tanto quería no debía ser feliz.

Acaso si Blanca no hubiese ido en carruaje, él la hubiera detenido, dirigiéndole la palabra, quién sabe si le hubiera pedido perdón por su conducta, porque Bernardo era culpable, había adivinado el amor de Blanca, lo había alentado con vanas esperanzas, abandonándola sin remordimientos después.

La niña trocó sus galas por el severo traje religioso; la novicia, sin libertad de palabra ni de acción, empezó la vida de convento resignada y acaso indiferente; martirizó su cuerpo con ayunos y penitencias, y pasó casi todas las horas dedicada a las oraciones.


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2 págs. / 4 minutos / 124 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

La Gota de Agua

Julia de Asensi


Cuento


I

Jamás se vio un matrimonio más dichoso que el de D. Juan de Dios Cordero —médico cirujano de un pueblo demasiado grande para pasar por aldea, y demasiado pequeño para ser considerado como ciudad—; y doña Fermina Alamillos, ex-profesora de bordados en un colegio de la corte, y en la actualidad rica propietaria y labradora. Hacía veinte años que se habían casado, no llevando ella más dote que su excelente corazón, ni él más dinero en su bolsillo que 60 reales; y a pesar de esta pobreza, conocida su proverbial honradez, sin recibir ninguna herencia inesperada, al cabo de cinco lustros, el señor y la señora de Cordero eran los primeros contribuyentes del lugar. ¡Pero qué miserias habían pasado durante esos cinco lustros! En aquella casa apenas se comía, se dormía en un humilde lecho, y su mueble de más lujo lo hubiera desdeñado cualquier campesino.

Cuando alguien preguntaba a doña Fermina por qué no teniendo hijos a quienes legar su fortuna había ahorrado tanto dinero a costa de su bienestar y acaso de su salud, la buena señora respondía: «Hice como la hormiga, trabajé durante el verano de mi vida, para tener alimento, paz y albergue en mi invierno. He cumplido cincuenta años; si vivo veintitantos o treinta más —que bien puede esperarlo, la que como yo, sólo encuentra en su casa gratos placeres—, daré por bien empleada mi antigua pobreza, que hoy me brinda una existencia serena y desahogada».


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8 págs. / 15 minutos / 739 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

El Monaguillo

Julia de Asensi


Cuento infantil


I

El pueblo aquel era de tan escasa importancia que sólo conocían su nombre sus habitantes y algunos de los que vivían en los lugares más cercanos. Tenía una plaza grande, pocas calles, cortas y estrechas, un paseo con dos docenas de árboles y una fuente, un convento ruinoso y una iglesia. Ésta era bastante espaciosa, con columnas de piedra, ventanas con cristales de colores, rotos los unos y sucios los otros, varios altares con imágenes de escaso mérito, lámparas de cristal o de metal dorado, cuatro arañas antiguas, floreros adornados con rosas y azucenas hechas por manos más piadosas que hábiles y algunos bancos de madera que ocupaban los días festivos las mujeres y los niños, porque eran contados los hombres que iban a oír misa en aquel lugar.

El retablo del altar mayor, medio borrado ya por la acción del tiempo, representaba la Anunciación y casi lo ocultaba una Virgen de talla, con el niño Jesús en los brazos, que tenía delante. Llevaba la imagen una corona de plata sobre sus negros cabellos e iba vestida con una túnica azul y un manto encarnado, obra todo de un escultor notable, aunque de nombre desconocido. El rostro de la Virgen era muy bello, lleno de dulzura y mansedumbre. Miraban sus hermosos ojos al divino infante y algunos ángeles estaban a los pies del grupo del que eran ornato y complemento.

A los dos lados del altar había muchos exvotos de cera, y sobre él dos candelabros y algunos jarrones y vasos con flores naturales. En aquella iglesia había poco culto; una misa a las seis y otra a las nueve, una función solemne a mediados de mayo en que se celebraba la fiesta principal del pueblo y una novena los días anteriores costeada por las devotas del lugar, sin sermón y sin música.


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7 págs. / 13 minutos / 153 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

La Rosa Blanca

Julia de Asensi


Cuento infantil


Una hermosa mañana de Junio salió la niña Margarita a pasear con su aya. Era hija única y sus padres le otorgaban hasta los caprichos más raros y más costosos. De esto resultaba que era muy voluntariosa y no podía soportar la menor contradicción.

Habían estado primero en una frondosa alameda y luego penetraron en una calle a cuyos dos lados se veían preciosos jardines. La institutriz, que conocía de nombre o de trato a los propietarios de la mayor parte de ellos, iba diciendo a la niña quiénes eran, y esta la escuchaba con indiferencia exclamando a cada momento cuando se paraba delante de una verja:

—¡Hermosos claveles! pero los de mi jardín son más dobles.

—Mira qué dalias, pero las mías tienen colores más variados.

—Repara qué jazmines y qué heliotropos, pero me agradan más los que cultiva mi jardinero.

Al llegar a la última de aquellas posesiones, Margarita se detuvo y el aya le dijo:

—Esta ignoro de quién es, aunque se ha vendido hace ya algunos años.

Por la puerta de hierro se veía una espaciosa plazoleta con una bella fuente en el centro, las estatuas a los lados de las cuatro estaciones, árboles seculares por cuyos troncos trepaba verde hiedra y una infinidad de flores de puros matices, admirablemente combinados, entre las que descollaba un hermoso rosal cuajado de capullos y con una sola rosa completamente abierta.

Aquella rosa blanca, de un tamaño extraordinario, era de una belleza tal que jamás recordaba Margarita haber visto nada semejante.

—Dámela —dijo la niña al aya señalando con su mano la flor.

—¿Pero cómo puedo cogerla? —preguntó la institutriz alarmada por aquel extraño capricho.

—Llama y pídela al que abra.

Bien comprendía la pobre mujer que aquello era imposible, pero sabía que contrariar a Margarita era perder la plaza que desempeñaba y tiró de la campanilla.


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5 págs. / 9 minutos / 116 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Mariposa

Julia de Asensi


Cuento


Siendo ya viejos Severo y Benigno, amigos desde la infancia, compañeros de estudios después, solteros ambos, habían decidido vivir juntos uniendo sus modestas rentas para pasar el resto de sus días algo mejor.

Severo había perdido muy niño a sus padres, creciendo sin afectos de familia y careciendo de los dulces encantos del hogar. Ya hombre, había dedicado su existencia a la ciencia, coleccionando antigüedades primero, minerales y plantas raras después, siendo su último encanto las aves y los insectos, por lo cual vivía en el campo, habiendo alquilado una sencilla casa con jardín. No menos duro su corazón que aquellos minerales que fueron el solo placer de su juventud, jamás conoció las inefables dichas del amor, quizá porque en su niñez le faltaron las caricias maternales y no pudo compartir con algún hermano los juegos y las efímeras penas de los años infantiles.

Benigno había vivido con sus padres y una hermana hasta los veinticinco años. A esa edad, perdió en pocos meses a los primeros y vio casarse a la bella joven, que, con su fraternal cariño, hubiera podido dulcificar los pesares de su orfandad. Benigno amó después a una hermosa mujer, que jamás compartió su sentimiento, pero aquellas amarguras y este desengaño no mataron en él el germen de lo bueno que encerraba su alma, y aunque no volvió a amar, ni pensó nunca en casarse, su corazón latía ansioso de cariño, y así acogió con júbilo la proposición que le hiciera Severo, muchos años después, de vivir unidos.

Un amigo con quien conversar a todas horas, con quien evocar los recuerdos, ya que las ilusiones y las esperanzas estaban muertas, un ser que había conocido a su familia y con el que podría hablar de ella, ante quien podría llorar a sus amados muertos, porque la excelente hermana había partido también a un mundo mejor; esto era cuanto deseaba Benigno en el último tercio de su existencia.


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5 págs. / 8 minutos / 548 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Drama en una Aldea

Julia de Asensi


Cuento


I

Por tercera vez había sido elegido alcalde del lugar Pedro Serrano; no había en el país hombre más recto ni más honrado que él. No se mezclaba en asuntos ajenos, no sostenía discusiones políticas, no deseaba el menor daño al prójimo, pero cumplía siempre con su deber, aunque se tratase de castigar a su amigo más íntimo si este cometía una falta. Era viudo y no tenía más que una hija, una hija de quince a diez y seis años. Vivía además en compañía de una hermana suya, Romualda Serrano, viuda de Trujillos, que había servido de madre a su sobrina.

En la época en que empieza esta historia, el buen alcalde se hallaba seriamente preocupado; habíase levantado por allí una partida, se ignoraba si de hombres políticos o de malhechores, que había saqueado los pueblos inmediatos con el objeto de reunir fondos y llamar gente, y si bien es verdad que dicha partida había sido disuelta, que casi todos los que la componían se hallaban prisioneros, faltaba el jefe, el único que sabía el móvil que había impulsado a aquel puñado de valientes o de codiciosos a tomar las armas. A ellos se les había dado dinero ofreciéndoles mucho más para después de la pelea; al capitán debían haberle prometido algo mejor. El jefe no había podido salir de España, ni aun de la provincia; se ofrecieron recompensas a quien le prendiera; el mismo Pedro salía por mañana y tarde de su morada para buscar al enemigo; todo en vano, nadie le daba razón de él.

Vivía el alcalde a un extremo del pueblo, en una casa antigua y espaciosa, compuesta de dos pisos y una torre que tenía salida a una azotea. La fachada principal daba a la única calle, larga y ancha con edificios bonitos y modernos a derecha o izquierda, empedrada y limpia; la otra al jardín cuya terminación se perdía en el monte.


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17 págs. / 30 minutos / 517 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Cocos y Hadas

Julia de Asensi


Cuentos infantiles, Colección


El coco azul

Teresa era mucho menor que sus hermanos Eugenio y Sofía y sin duda por eso la mimaban tanto sus padres. Había nacido cuando Víctor y Enriqueta no esperaban tener ya más hijos y, aunque no la quisieran mas que a los otros, la habían educado mucho peor. No era la niña mala, pero sí voluntariosa y abusaba de aquellas ventajas que tenía el ser la primera en su casa cuando debía de ser la última.

A causa de eso Eugenio no la quería tanto como a Sofía; ésta, en cambio, repartía por igual su afecto entre sus dos hermanos.

Cuando Teresa hacía alguna cosa que no era del agrado de Eugenio, él la amenazaba con el coco y pintaba muñecos que ponía en la alcoba de su hermana menor para asustarla.

Teresa tenía miedo de todo y sólo Eugenio era el que procuraba vencer su frecuente e incomprensible terror.

No se le podía contar ningún cuento de duendes ni de hadas, ni hablarle de ningún peligro de esos que son continuos e inevitables en la vida. Los padres se disgustaban con que tal hiciera, y sólo su hermano procuraba corregirla por el bien de ella y el de todos, esperando aprovechar la primera ocasión que se presentase para lograrlo.

Rompía los juguetes de su hermana sin que nadie la riñese y Sofía había guardado los que le quedaban, que aun eran muchos y muy bonitos, donde Teresa no los pudiera coger.

—El día que seas buena te los daré todos, le decía.

—Y cuando seas valiente yo te compraré otros, añadía Eugenio.

Teresa se quedaba meditabunda durante largo rato, sin hallar el medio de complacerles.


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38 págs. / 1 hora, 6 minutos / 330 visitas.

Publicado el 27 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

El Perro del Ciego

Julia de Asensi


Cuento infantil


—¡Las seis de la mañana! Ya es hora de salir: estamos en Junio y hace gran rato que debe de ser de día. ¡Luisa! ¡Luisa! ¿Te has levantado o estás todavía durmiendo?

El que esto decía era un anciano se setenta años, con el cabello blanco, de mediana estatura, que se apoyaba en un palo grueso con una mano, mientras con la otra buscaba la puerta que daba salida a su humilde habitación. El viejo Teodoro era ciego. La persona a quien se dirigía era su nieta, hermosa niña de doce años, que dormía profundamente en el cuarto inmediato al de su abuelo.

Teodoro era un pobre que pedía limosna por el camino que conducía desde el pueblo a la ciudad, y la niña cuidaba la casa, entregándose al mismo tiempo a alguna labor propia de su sexo.

Al escuchar la voz del anciano, Luisa se despertó sobresaltada, se vistió apresuradamente y corrió a buscar a su abuelo, al que abrazó y besó con la mayor ternura.

—Me marcho, hija mía —le dijo—, y hoy te repito como siempre que no abras a nadie la puerta mientras estés sola. Me alejaría mucho más tranquilo si te dejase a Miro.

—¡Bah! se iría a la calle y no lograría V. que me acompañara.

Miro era un gran perro negro que estaba desde que nació en poder de Teodoro.

Apenas se oyó nombrar, acudió presuroso dando saltos de alegría, saludando así a sus queridos amos.

—Puesto que no consientes que Miro esté contigo, me lo llevaré —murmuró el viejo—. Hasta luego, Luisita.

—Hasta luego —repitió la niña.

Teodoro y el perro se alejaron.

Luisa barrió la casa, arregló el cuarto de su abuelo y el suyo, encendió el fuego del hogar, preparó el frugal almuerzo y luego se sentó junto a la ventana y se puso a coser. Transcurrieron tres horas sin que el abuelo volviese, y la niña empezó a estar inquieta.

—Vecina —preguntó a una vieja que pasaba por la calle—, ¿ha visto V. al padre Teodoro?


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4 págs. / 8 minutos / 197 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Cosme y Damián

Julia de Asensi


Cuento


Ambos habían nacido el mismo día en un pueblo de los más pobres de la Coruña. Sus padres eran parientes lejanos, y cada cual tenía ya, al venir los muchachos al mundo, seis o siete chiquillos, que vivían mal alimentados y casi desnudos junto a las vacas que constituían toda la fortuna de aquellas familias.

Les pusieron por nombres, al uno Cosme y al otro Damián.

Los niños fueron buenos amigos desde sus primeros años, a pesar de la diferencia de gustos y de caracteres. Cosme era activo, amante del estudio, inteligente; y Damián, por el contrario, perezoso, torpe y de escaso talento. Los dos sacaban las vacas a pastar en el campo, y mientras Damián, echado en la hierba, procuraba dormir o no hacer nada, Cosme deletreaba en cualquier papel o libro viejo que buscaba sin que nadie supiera cómo, y en el que estudiaba solo, pues sus padres no le mandaban a la escuela, yendo únicamente el hermano mayor.

El tiempo pasó así para los dos chicos, hasta que un día sus familias decidieron que salieran del pueblo en busca de trabajo, muy escaso allí.

—¿Y dónde iremos? —preguntó Damián.

—Donde haya en qué ganar un pedazo de pan —le dijo su padre.

—¿Iremos juntos? —interrogó Cosme.

—Como queráis —les contestaron.

Los dos niños se despidieron de sus respectivas familias y partieron sin llevar más equipaje que un poco de ropa vieja atada en la punta de un palo, algunas monedas, escasas y de corto valor, y un escapulario que les puso la abuela de Cosme.

Damián caminaba triste y silencioso; su compañero iba más animado, contemplando con placer, ya la verde campiña que cruzaban, ya el cristalino río o el arroyo donde mitigaban su sed, o los altos campanarios y las casitas blancas de los pueblos.

Damián se cansaba pronto de andar, y tenían que detenerse a menudo, lo que no era del agrado de Cosme, que deseaba verse en alguna población de más importancia.


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4 págs. / 7 minutos / 154 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

El Aeronauta

Julia de Asensi


Cuenta


I

—¿No sabes lo que ocurre, Micaela?

—¿Cómo lo he de saber? Salgo de mi casa ahora, y a ti, Claudio, es al primero que he encontrado.

—Pues ha sucedido el caso más extraño que se ha presenciado en la aldea; todos estamos llenos de asombro y no es para menos.

—Cuenta, cuenta.

—Volvía anoche de pescar como de costumbre con dos compañeros, Pedro y Sebastián.

—No era la noche muy serena.


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14 págs. / 24 minutos / 151 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

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