Textos más populares esta semana de Julia de Asensi | pág. 2

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autor: Julia de Asensi


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La Fuga

Julia de Asensi


Cuento


La casa era espaciosa, con la fachada pintada de azul; se componía de tres pisos, tenía dos puertas y muchas ventanas, algunas con reja. Una torre con una cruz indicaba dónde se hallaba la capilla. Rodeaba el edificio un extenso jardín, no muy bien cuidado, con elevados árboles, cuyas ramas se enlazaban entre sí formando caprichosos arcos, algunas flores de fácil cultivo y una fuente con una estatua mutilada.

Una puerta de hierro daba a una calle de regular apariencia; otra pequeña, bastante vieja y que no se abría casi nunca, al campo. Este presentaba en aquella estación, a mediados de la primavera, un bello aspecto con sus verdes espigas, sus encendidas amapolas y sus Poéticas margaritas.

¿Se celebraba alguna fiesta en aquella morada? Un gallardo joven tocaba la guitarra con bastante gracia y de vez en cuando entonaba una dulce canción. Al compás de la música bailaban dos alegres parejas, mientras un caballero las contemplaba sonriendo, como recordando alguna época no muy lejana en que se hubiera entregado a esas gratas expansiones.

Un anciano de venerable aspecto, el jefe sin duda de aquella numerosa familia, se paseaba melancólicamente en compañía de un hombre de menos edad, y algunos otros se encontraban sentados en bancos de piedra o sillas rústicas, hablando animadamente.

Lejos del bullicio, sola, triste, contemplando las flores de un rosal, se veía a una joven de incomparable hermosura, vestida de blanco. Era tal su inmovilidad, que de lejos parecía una estatua de mármol.

Tenía el cabello rubio, los ojos negros; era blanca, pálida, con perfectas facciones, manos delicadas, pies de niña.

¿Estaba contando sus penas a las rosas? ¿Vivía tan aislada que no tenía a quién referir la causa de su dolor?

Más de un cuarto de hora permaneció en el mismo sitio y en la misma postura, hasta que la sacó de su ensimismamiento un bello joven que se aproximó cautelosamente a ella.


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Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 719 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Victoria

Julia de Asensi


Cuento


I

El buque mercante, Juan-Antonio, que iba de España a América con una numerosa tripulación y pasajeros no escasos, se perdió durante la travesía sin que nadie lograse saber su paradero. ¿Habían muerto todos los hombres que llevaba a bordo? No quedó sobre esto la menor duda cuando transcurrieron algunos meses y se vio que ni uno parecía.

El capitán era una persona muy estimada y conocida por su experiencia y su valor; ¿qué habría ocurrido para que tuviese su viaje tan mala fortuna?

Se habló de una horrible tormenta, se imaginó un incendio, se inventaron cien historias a cual más absurdas; que había caído en poder de un pirata… en fin, lo cierto es que no pocas familias vistieron luto a consecuencia de aquella espantosa desdicha.

Entre los pasajeros iba un joven que por vez primera se separaba de sus padres y hermanos, que había acabado con lucimiento dos carreras y que no llevaba al nuevo mundo más objeto que el de estudiar aquella tierra desconocida para él.

Llamábase Gerardo Ávalos, y se había captado las simpatías de cuantos le trataban, por su ameno trato y excelente carácter.

Convencidos los padres de que el mar había servido de tumba a su hijo, elevaron a la memoria de este un sencillo mausoleo que rodearon de plantas, y la tristeza reinó para siempre en su hogar.

Mucho tiempo después, cuando ya se habían casado los otros hijos y vivían solos los dos ancianos, un hombre solicitó con empeño verlos y logró ser al cabo recibido. Parecía un pescador por su traje y por su traza, y se mostró muy turbado al hallarse en presencia de los dos señores. Instado por ellos a hablar se expresó de este modo:


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10 págs. / 18 minutos / 340 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

El Fantasma del Bosque

Julia de Asensi


Cuento infantil


I

¿Por qué habían nacido tan iguales aquellos dos muchachos? No eran de la misma familia ni vivían en la misma clase social. El uno, Guillermo, era hijo único del señor del castillo, y el otro, Paulino, de un pobre soldado. Tenían entonces unos diez añitos, igual estatura, más bien alta que baja para su edad, el cabello castaño, los ojos negros, grandes y expresivos, la tez morena y algo pálida, los labios gruesos y los dientes blancos y pequeños.

Decíase que la madre de Paulino tenía veneración por la castellana, encontrándole una notable semejanza con la Virgen que en un cuadro antiguo trazara un hábil pintor y que se veneraba en la vieja iglesia de aquel pueblo. Y que así como Guillermo era el vivo retrato de la castellana, Paulino se parecía al niño Jesús que tenía la Virgen en sus brazos, igual en el rostro a la santa imagen que tanto había mirado su madre antes de darle a luz.

Si en la parte física se asemejaban los dos niños, no ocurría lo mismo en la moral. Guillermo era bueno, caritativo y amable; Paulino adusto, retraído y envidioso.

La castellana daba a la mujer del soldado las prendas poco usadas por su hijo y Paulino vertía amargo llanto al ponerse aquellas ropas de desecho. ¿Por qué no había de ser él hijo de padres ricos y nobles como Guillermo y tener caballo, coche y juguetes? ¿Había alguna razón para que todos saludaran con cariño y respeto a aquel muchacho de su edad y a él no se dignaran mirarle siquiera? ¡Cuánto odiaba a aquel ser afortunado, nacido el mismo año que él, pero halagado por los dones de la fortuna, mientras Paulino carecía hasta de lo más necesario para vivir?


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 262 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Sor María

Julia de Asensi


Cuento


Casado Bernardo, ¿qué le importaba a ella el mundo ya? Había sido el compañero de su infancia, el que había enjugado sus primeras lágrimas, producido su sonrisa primera y recogido el primer suspiro que exhaló su pecho virginal. Ella le había amado con toda su alma, con todo el entusiasmo de la primera juventud.

¿Cómo él no la había correspondido? Blanca tenía algunos años menos que él; aún era niña cuando Bernardo era hombre; una mujer malvada y astuta conquistó el corazón del joven y logró ser conducida al pie de los altares, donde fueron unidos en eterno lazo.

Blanca buscó un consuelo en la religión; no había en la tierra remedio a su pesar y volvió los ojos al cielo. En la ciudad donde habitaba se elevaba un sombrío convento, de altos muros, fuertes rejas y espesas celosías, y allí se encerró la infortunada niña, sin ver las lágrimas de su madre, ni atender a los consejos de su padre, ni escuchar los ruegos de sus amigos.

El día en que fue llevada al templo, vio a Bernardo en el camino. Él la miró con una indefinible expresión, y Blanca creyó adivinar que el hombre a quien tanto quería no debía ser feliz.

Acaso si Blanca no hubiese ido en carruaje, él la hubiera detenido, dirigiéndole la palabra, quién sabe si le hubiera pedido perdón por su conducta, porque Bernardo era culpable, había adivinado el amor de Blanca, lo había alentado con vanas esperanzas, abandonándola sin remordimientos después.

La niña trocó sus galas por el severo traje religioso; la novicia, sin libertad de palabra ni de acción, empezó la vida de convento resignada y acaso indiferente; martirizó su cuerpo con ayunos y penitencias, y pasó casi todas las horas dedicada a las oraciones.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 129 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

El Loro Hablador

Julia de Asensi


Cuento infantil


El tío Salvador, que había llegado de América en el mes de Abril había regalado entre otras muchas cosas a su sobrinita Lola un precioso loro. Tenía un brillante plumaje, se balanceaba con gracia en el aro de metal que pendía de su jaula, pero lo que más llamaba la atención de la niña era que hablaba lo mismo que si fuese una persona.

Lo primero que hizo fue enseñarle a decir su nombre, lo que el loro aprendió pronto y bien, pero no tardó la niña en arrepentirse de ello porque más de veinte veces al día tuvo que dejar sus estudios y sus juegos creyendo que su abuela la llamaba, porque el loro hablaba lo mismo que la anciana cuyo metal de voz parecía remedar a cada instante.

Lolita tenía un hermano mayor con el que no congeniaba mucho porque Gabriel, que así se llamaba, la reprendía a cada instante por sus defectos, que a la verdad no eran pocos. Así es que buscaba la compañía de una niña de su misma edad, hija de los jardineros de su casa, porque la pobre criatura se avenía a todos sus caprichos sin atreverse a contradecirla jamás.

Lola era caprichosa y mal criada, porque sus padres y su abuela la mimaban mucho y, a pesar de verse tan querida, envidiaba la suerte de cuantos la rodeaban creyéndose la niña más desgraciada del mundo cuando tenía una pequeña contrariedad.

El tío Salvador, que era su padrino, le hizo pasar una temporada feliz mientras permaneció a su lado, porque no hubo juguete que ella deseara ni traje que le agradase que no le comprara enseguida; pero el tío tuvo el capricho de visitar Andalucía y partió a los dos meses de su llegada en busca de otros parientes a los que también hacía algunos años no veía.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 102 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Paje Roger

Julia de Asensi


Cuento infantil


I

El rey Marcial había declarado la guerra al rey Godofredo. No contento con eso, había ido a buscarle a sus propios Estados seguido de un formidable ejército fuerte y bien armado con el que esperaba vencer en breve a su contrario. Creía hallar a este desprevenido porque ignoraba que un súbdito traidor no sólo había advertido a Godofredo el peligro que le amenazaba, sino que le había revelado todos los planes de su enemigo para que los hiciese fracasar.

Caminó el rey Marcial con gran cautela, hizo el viaje a pequeñas jornadas y por último puso su campamento a corta distancia de la capital.

—No me han visto —exclamó el monarca con júbilo; porque en efecto no había encontrado a nadie por aquellos campos, ni aun a los pastores que sacaban sus rebaños en otros tiempos por allí.

Estaban rendidos después de tantos días de viaje y se retiraron a sus tiendas de campaña para descansar.

Algunos centinelas se paseaban por delante de ellas para no dormirse y dirigían miradas de codicia a la ciudad próxima en la que esperaban entrar en breve vencedores. El rey reposaba ya con agitado sueño y había encargado a sus guardias que le llamasen muy temprano; quería sorprender a Godofredo al despuntar la aurora.

La luna brillaba en un hermoso cielo tachonado de estrellas enviando sus melancólicos rayos a la tierra. Se contemplaba en las aguas de un ancho río como en un espejo. Un palacio de cristal, que se divisaba cerca de las puertas de la ciudad reflejaba también la suave claridad del astro de la noche.

—Mañana entraremos ahí —dijo un capitán señalando el bello edificio.

A eso de las doce, divisaron los soldados unos pequeños seres que se aproximaban; al pronto los creyeron duendes, pero no tardaron en convencerse de que eran niños y niñas que iban vestidos de una manera extraña con telas que parecían luminosas.

—¿Venís de la ciudad? —preguntó un centinela.


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Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 45 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Mariposa

Julia de Asensi


Cuento


Siendo ya viejos Severo y Benigno, amigos desde la infancia, compañeros de estudios después, solteros ambos, habían decidido vivir juntos uniendo sus modestas rentas para pasar el resto de sus días algo mejor.

Severo había perdido muy niño a sus padres, creciendo sin afectos de familia y careciendo de los dulces encantos del hogar. Ya hombre, había dedicado su existencia a la ciencia, coleccionando antigüedades primero, minerales y plantas raras después, siendo su último encanto las aves y los insectos, por lo cual vivía en el campo, habiendo alquilado una sencilla casa con jardín. No menos duro su corazón que aquellos minerales que fueron el solo placer de su juventud, jamás conoció las inefables dichas del amor, quizá porque en su niñez le faltaron las caricias maternales y no pudo compartir con algún hermano los juegos y las efímeras penas de los años infantiles.

Benigno había vivido con sus padres y una hermana hasta los veinticinco años. A esa edad, perdió en pocos meses a los primeros y vio casarse a la bella joven, que, con su fraternal cariño, hubiera podido dulcificar los pesares de su orfandad. Benigno amó después a una hermosa mujer, que jamás compartió su sentimiento, pero aquellas amarguras y este desengaño no mataron en él el germen de lo bueno que encerraba su alma, y aunque no volvió a amar, ni pensó nunca en casarse, su corazón latía ansioso de cariño, y así acogió con júbilo la proposición que le hiciera Severo, muchos años después, de vivir unidos.

Un amigo con quien conversar a todas horas, con quien evocar los recuerdos, ya que las ilusiones y las esperanzas estaban muertas, un ser que había conocido a su familia y con el que podría hablar de ella, ante quien podría llorar a sus amados muertos, porque la excelente hermana había partido también a un mundo mejor; esto era cuanto deseaba Benigno en el último tercio de su existencia.


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Dominio público
5 págs. / 8 minutos / 589 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Brisas de Primavera

Julia de Asensi


Cuentos infantiles, Colección


El retrato vivo

¡Pobres mujeres y pobres niños! Ancianos y jóvenes habían formado un valeroso ejército para combatir al enemigo que había venido a sitiarlos a los mejores de sus pueblos y, no habiendo logrado vencer, habían perecido casi todos. Los pocos que vivían, hechos prisioneros, no podían ser ya el sostén de la madre, de la esposa y de los tiernos hijos. El vencedor, no contento con este triunfo, había dado orden de salir de aquella tierra a tan débiles seres.

Recogieron sus ropas y todo cuanto era fácil llevar sobre sí y que no tenía valor material alguno, y llorando los unos, suspirando los otros, y sin comprender lo que perdían los más, se alejaron despacio de sus hogares, en los que meses antes fueran tan felices.

Ya a larga distancia de su patria, los tristes emigrantes se detuvieron para descansar y también para tomar una resolución para lo porvenir.

Los que tenían familia en otras poblaciones pensaban buscar su protección; los que no, decidían, las jóvenes madres trabajar para sus hijos, las muchachas servir en casas acomodadas, los niños aprender cualquier oficio fácil, las viejas mendigar.

Pero había entre aquellos seres un niño de nueve años, que no tenía madre ni hermanos, que antes vivía solo con su padre y, después de muerto este en la pelea, quedaba abandonado en el mundo.

Se acercó a una antigua vecina suya implorando su protección.

—Nada puedo hacer por ti, Gustavo, le dijo ella, harto tendré que pensar para buscar los medios de mantener a mis dos niñas.

—Cada cual se arregle como pueda, repuso otra; no faltará en cualquier país quien te tome a su servicio, aunque sólo sea para guardar el ganado.

—Para eso llevo yo tres hijos —añadió otra mujer—; primero son ellos que Gustavo.


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Dominio público
77 págs. / 2 horas, 15 minutos / 342 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

El Perro del Ciego

Julia de Asensi


Cuento infantil


—¡Las seis de la mañana! Ya es hora de salir: estamos en Junio y hace gran rato que debe de ser de día. ¡Luisa! ¡Luisa! ¿Te has levantado o estás todavía durmiendo?

El que esto decía era un anciano se setenta años, con el cabello blanco, de mediana estatura, que se apoyaba en un palo grueso con una mano, mientras con la otra buscaba la puerta que daba salida a su humilde habitación. El viejo Teodoro era ciego. La persona a quien se dirigía era su nieta, hermosa niña de doce años, que dormía profundamente en el cuarto inmediato al de su abuelo.

Teodoro era un pobre que pedía limosna por el camino que conducía desde el pueblo a la ciudad, y la niña cuidaba la casa, entregándose al mismo tiempo a alguna labor propia de su sexo.

Al escuchar la voz del anciano, Luisa se despertó sobresaltada, se vistió apresuradamente y corrió a buscar a su abuelo, al que abrazó y besó con la mayor ternura.

—Me marcho, hija mía —le dijo—, y hoy te repito como siempre que no abras a nadie la puerta mientras estés sola. Me alejaría mucho más tranquilo si te dejase a Miro.

—¡Bah! se iría a la calle y no lograría V. que me acompañara.

Miro era un gran perro negro que estaba desde que nació en poder de Teodoro.

Apenas se oyó nombrar, acudió presuroso dando saltos de alegría, saludando así a sus queridos amos.

—Puesto que no consientes que Miro esté contigo, me lo llevaré —murmuró el viejo—. Hasta luego, Luisita.

—Hasta luego —repitió la niña.

Teodoro y el perro se alejaron.

Luisa barrió la casa, arregló el cuarto de su abuelo y el suyo, encendió el fuego del hogar, preparó el frugal almuerzo y luego se sentó junto a la ventana y se puso a coser. Transcurrieron tres horas sin que el abuelo volviese, y la niña empezó a estar inquieta.

—Vecina —preguntó a una vieja que pasaba por la calle—, ¿ha visto V. al padre Teodoro?


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 209 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Novelas Cortas

Julia de Asensi


Cuentos, colección


La casa donde murió

I

Camino del pueblo de B..., situado cerca de la capital de una provincia cuyo nombre no hace al caso, íbamos en un carruaje, tirado por dos mulas, Cristina, su madre, Fernando el prometido de la joven, y yo.

Eran las cinco de la tarde, el calor nos sofocaba porque empezaba el mes de Agosto, y los cuatro guardábamos silencio. La señora de López rezaba mentalmente para que Dios nos llevase con bien al término de nuestro viaje; Cristina fijaba sus hermosos ojos en Fernando que no reparaba en ello, y yo contemplaba la deliciosa campiña por la que rodaba nuestro coche.

Serían las seis cuando el carruaje se detuvo a la entrada del pueblo; bajamos y nos dirigimos a una capilla donde se veneraba a Nuestra Señora de las Mercedes, a la que la madre de Cristina tenía particular devoción. Mientras esta señora y su hija recitaban algunas oraciones, Fernando me rogó que le siguiera al cementerio, situado muy cerca de allí, donde estaba su padre enterrado. Le complací y penetramos en un patio cuadrado, con las tapias blanqueadas, y en el que se observaban algunas cruces de piedra o de madera, leyéndose sobre lápidas mortuorias varias inscripciones un tanto confusas. En un rincón vi a una mujer arrodillada, en la que mi compañero no pareció fijarse al pronto.

Me enseñó la tumba de su padre, que era sencilla, de mármol blanco, y comprendí que no era únicamente por verla por lo que el joven había llegado hasta allí. Observé que buscaba alguna cosa que no encontraba, hasta que vio a la mujer, que era una vieja mal vestida y desgreñada, que le estaba mirando atentamente. Fernando bajó los ojos, y ya iba a alejarse, cuando la anciana se levantó y le llamó por su nombre, obligándole a detenerse.

—¿Qué desea V., madre María? —la preguntó en un tono que quería parecer sereno.


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Dominio público
109 págs. / 3 horas, 11 minutos / 206 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2023 por Edu Robsy.

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