Textos más populares esta semana de Julio Verne publicados por Edu Robsy no disponibles | pág. 4

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autor: Julio Verne editor: Edu Robsy textos no disponibles


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El Castillo de los Cárpatos

Julio Verne


Novela


I

Esta historia no es fantástica, es sólo novelesca. ¿Hay que deducir que no es verdadera, dada su falta de verosimilitud? Sería un error. Vivimos en una época en la que todo ocurre; casi se tiene derecho a decir que todo ha ocurrido. Si nuestro relato no es verosímil hoy, puede serlo mañana, gracias a los recursos científicos de que dispone el futuro, y nadie se atrevería a incluirla entre las leyendas. Además, nadie cree ya en las leyendas al final de este práctico y positivo siglo XIX, ni en Bretaña, la comarca de los esquivos korrigans, ni en Escocia, la tierra de los brownies y los gnomos, ni en Noruega, la patria de los ases, de los elfos, de los siífos y de las valquirias, ni siquiera en Transilvania, donde el marco de los Cárpatos se presta de forma tan natural a cualquier evocación psicagógica. Sin embargo, conviene observar que la región transilvana está aún muy apegada a las supersticiones de las primeras edades.

Esas provincias de la extrema Europa fueron descritas por el señor de Gérando y visitadas por Eliseo Reclus. Ninguno de ellos mencionó la curiosa historia en que se basa esta novela. ¿Acaso no llegó a su conocimiento? Quizá sí, pero no quisieron darle crédito. Es muy de lamentar, pues la hubieran contado, el uno con la precisión de un analista, el otro con esa poesía instintiva que impregna sus relaciones de viaje.

Puesto que ni uno ni otro lo hicieron, voy a tratar de hacerlo yo en su lugar.


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161 págs. / 4 horas, 42 minutos / 264 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

En el Siglo XXIX: La Jornada de un Periodista Norteamericano en el 2889

Julio Verne


Cuento


Los hombres de este siglo XXIX viven en medio de un espectáculo de magia continua, sin que parezcan darse cuenta de ello. Hastiados de las maravillas, permanecen indiferentes ante lo que el progreso les aporta cada día. Siendo más justos, apreciarían como se merecen los refinamientos de nuestra civilización. Si la compararan con el pasado, se darían cuenta del camino recorrido. Cuánto más admirables les parecerían las modernas ciudades con calles de cien metros de ancho, con casas de trescientos metros de altura, a una temperatura siempre igual, con el cielo surcado por miles de aerocoches y aeroómnibus. Al lado de estas ciudades, cuya población alcanza a veces los diez millones de habitantes, qué eran aquellos pueblos, aquellas aldeas de hace mil años, esas París, esas Londres, esas Berlín, esas Nueva York, villorrios mal aireados y enlodados, donde circulaban unas cajas traqueteantes, tiradas por caballos. ¡Sí, caballos! ¡Es de no creer! Si recordaran el funcionamiento defectuoso de los paquebotes y de los ferrocarriles, su lentitud y sus frecuentes colisiones, ¿qué precio no pagarían los viajeros por los aerotrenes y sobre todo por los tubos neumáticos, tendidos a través de los océanos y por los cuales se los transporta a una velocidad de 1500 kilómetros por hora? Por último, ¿no se disfrutaría más del teléfono y del telefoto, recordando los antiguos aparatos de Morse y de Hugues, tan ineficientes para la transmisión rápida de despachos?

¡Qué extraño! Estas sorprendentes transformaciones se fundamentan en principios perfectamente conocidos que nuestros antepasados quizás habían descuidado demasiado. En efecto, el calor, el vapor, la electricidad son tan antiguos como el hombre. A fines del siglo XIX, ¿no afirmaban ya los científicos que la única diferencia entre las fuerzas físicas y químicas reside en un modo de vibración, propio de cada una de ellas, de las partículas etéricas?


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17 págs. / 30 minutos / 261 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Un Drama en los Aires

Julio Verne


Cuento


En el mes de septiembre de 185…, llegué a Francfort. Mi paso por las principales ciudades de Alemania se había distinguido esplendorosamente por varias ascensiones aerostáticas; pero hasta aquel día ningún habitante de la confederación me había acompañado en mi barquilla, y las hermosas experiencias hechas en París por los señores Green, Eugene Godard y Poitevin no habían logrado decidir todavía a los serios alemanes a ensayar las rutas aéreas.

Sin embargo, apenas se hubo difundido en Francfort la noticia de mi próxima ascensión, tres notables solicitaron el favor de partir conmigo. Dos días después debíamos elevarnos desde la plaza de la Comedia. Me ocupé, por tanto, de preparar inmediatamente mi globo. Era de seda preparada con gutapercha, sustancia inatacable por los ácidos y por los gases, pues es de una impermeabilidad absoluta; su volumen —tres mil metros cúbicos—le permitía elevarse a las mayores alturas.

El día señalado para la ascensión era el de la gran feria de septiembre, que tanta gente lleva a Francfort. El gas de alumbrado, de calidad perfecta y de gran fuerza ascensional, me había sido proporcionado en condiciones excelentes, y hacia las once de la mañana el globo estaba lleno hasta sus tres cuartas partes. Esto era una precaución indispensable porque, a medida que uno se eleva, las capas atmosféricas disminuyen de densidad, y el fluido, encerrado bajo las cintas del aerostato, al adquirir mayor elasticidad podría hacer estallar sus paredes. Mis cálculos me habían proporcionado exactamente la cantidad de gas necesario para cargar con mis compañeros y conmigo.


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22 págs. / 38 minutos / 261 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Isla del Tío Robinson

Julio Verne


Novela


Capítulo 1

La porción más desértica del océano Pacífico es esa vasta extensión de agua, limitada por Asia y América al oeste, al este por las islas Aleutianas y las Sándwich al norte y al sur. Los barcos mercantes casi no se aventuran en este mar. No hay al parecer ningún punto en el que pudiera hacerse una escala de emergencia y las corrientes son allí caprichosas. Los buques de navegación de altura, que transportan productos desde Nueva Holanda hasta América Occidental, navegan en latitudes más bajas; sólo el tráfico entre Japón y California podría animar esta parte septentrional del Pacífico pero todavía no es muy importante. La línea transatlántica que hace el servicio entre Yokohama y San Francisco sigue un poco más abajo la ruta de los grandes círculos del globo. Se puede decir en consecuencia que allí, entre los cuarenta y los cincuenta grados de latitud norte, existe lo que se puede llamar «el desierto». Quizás algún ballenero se arriesga alguna vez en este mar casi desconocido pero cuando lo hace pronto se apresura a sortear la cintura de las islas Aleutianas a fin de penetrar en el estrecho de Bering, más allá del cual se refugian los grandes cetáceos, encarnizadamente perseguidos por el arpón de los pescadores.


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226 págs. / 6 horas, 37 minutos / 255 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Las Tribulaciones de un Chino en China

Julio Verne


Novela


I

Donde se van conociendo poco a poco la fisonomía y la patria de los personajes

—Sin embargo, es justo aceptar que la vida tiene cosas buenas —dijo uno de los invitados que tenía los codos sobre los brazos de su asiento de respaldo de mármol y estaba chupando una raíz de nenúfar con azúcar.

—Y malas también, respondía, entre dos accesos de tos, otro que había estado a punto de ahogarse con una espina de aleta de tiburón.

—Seamos filósofos, dijo entonces un personaje de más edad cuya nariz sostenía un enorme par de anteojos de grandes cristales, montados sobre armadura de madera. Hoy corre el riesgo de ahogarse y mañana todo pasa como pasan los sorbos de este suave néctar.

—Ésta es la vida, ni más ni menos. Esto diciendo aquel epicúreo de genio acomodaticio, se bebió una copa de excelente vino tibio, cuyo ligero vapor se escapaba lentamente de una tetera metálica.

—A mí, dijo otro convidado, la existencia me parece muy aceptable cuando no se hace nada y se tienen los medios de estar ocioso.

—¡Error! Repuso el quinto comensal. La felicidad consiste en el estudio y en el trabajo. Adquirir la mayor suma posible de conocimientos es buscar la dicha…

—Y llegar a saber que en resumidas cuentas no se sabe nada.

—¿No es ése el principio de la sabiduría?

—¿Y cuál es el fin?

—La sabiduría no tiene fin, respondió filosóficamente el de los anteojos. La satisfacción suprema sería tener sentido común. Entonces el primero de los comensales se dirigió al anfitrión que ocupaba la cabecera de la mesa, es decir, el sitio más malo, como lo exigen las leyes de la cortesía. El anfitrión, indiferente y distraído, escuchaba, sin decir nada aquella disertación ínter pocula.


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186 págs. / 5 horas, 26 minutos / 248 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

San Carlos

Julio Verne


Cuento


—¿Ha llegado Jacopo?

—No. Hace dos horas que tomó el camino a Cauterets; pero debe haber hecho grandes rodeos para explorar los alrededores.

—¿Alguien sabe si el bote del lago de Gaube es aún conducido por el viejo Cornedoux?

—Nadie, capitán; hace tres meses que no hemos ido al valle de Broto —respondió Fernando—. Estos infelices carabineros conocen todas nuestras guaridas. Ha sido necesario abandonar los caminos habituales. Después de todo, ¿qué gruta o cueva de los Pirineos les son desconocidas?

—Eso es cierto —respondió el capitán San Carlos—, pero aun cuando este país me haya sido completamente desconocido, era imposible permitirme cualquier vacilación. Del lado de los Pirineos orientales, fuimos perseguidos día y noche, y expuestos a innumerables peligros, por medio de artimañas que casi no podían ser puestas en práctica, apenas reuníamos nuestro sustento para la jornada. Cuando uno se juega la vida, es necesaria ganársela; allá abajo no teníamos nada más que perderla. ¡Y este Jacopo que no acaba de llegar! ¡Eh, ustedes! —dijo, dirigiéndose hacia un grupo compuesto por siete u ocho hombres recostados a un inmenso bloque de granito.

Los contrabandistas interpelados por su jefe se volvieron hacia él.

—¿Qué quiere usted, capitán? —dijo uno de ellos.

—Ustedes saben que se trata de hacer pasar inadvertidos diez mil paquetes de tabaco prensados. Es dinero contante. Y encontrarán bien que el fisco nos deje esta limosna.

—¡Bravo! —dijeron los contrabandistas.


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19 págs. / 34 minutos / 246 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Las Aventuras del Capitán Hatteras

Julio Verne


Novela


El Bergantín

Mañana, el bergantín Forward, al mando del capitán K.Z., saldrá de New Princes Docks con destino desconocido. Esta noticia apareció en el Liverpool Herald del 5 de abril de 1860.

Para el puerto más activo de Inglaterra, la salida de un bergantín es un hecho de poca importancia. ¿Quién va a hacerle caso en medio del intenso movimiento de buques de todas dimensiones y nacionalidades?

Sin embargo, el 6 de abril, desde que empezó a amanecer, un gentío llenaba los muelles de New Princes. La numerosa cofradía de los marinos de la ciudad parecía que se hallaba allí en pleno.

Los trabajadores de los muelles de los alrededores habían abandonado sus faenas; los negociantes, sus escritorios, y los mercaderes sus almacenes. No pasaba un momento sin que los omnibuses multicolores que transitaban detrás de la dársena llevaran un nuevo cargamento de curiosos. La ciudad entera quería ver zarpar al Forward.

Este era un bergantín de ciento setenta toneladas, con hélice y una máquina de vapor de ciento veinte caballos de fuerza. Si no ofrecía nada extraordinario a los ojos de los profanos, los marinos veían en él ciertas particularidades que no podía dejar de pasar desapercibidas para hombres de oficio.

Así es que a bordo del Nautilus, anclado a no gran distancia, un grupo de marineros hacía conjeturas sobre el destino del Forward.

Uno de ellos decía:

¿Desde cuándo los buques de vapor van aparejados con tanto velamen?


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136 págs. / 3 horas, 58 minutos / 227 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Una Invernada Entre los Hielos

Julio Verne


Cuento


I. La bandera negra

El día 12 de mayo de 18… despertóse el cura de la vieja iglesia de Dunkerque a las cinco de la madrugada e inmediatamente abandonó el lecho para decir, según su costumbre, la primera misa rezada, a la que asistían algunos piadosos pescadores.

Revestido con los hábitos sacerdotales, iba a dirigirse al altar cuando entró en la sacristía un hombre, alegre y despavorido al mismo tiempo. Era un marinero de unos sesenta años de edad, pero vigoroso y fuerte todavía, de aspecto bondadoso y honrado.

—¡Señor cura, señor cura! —exclamó—. ¡Deténgase, haga el favor!

—¿Qué le ocurre tan temprano, Juan Cornbutte? —replicó el cura.

—¿Qué me ocurre? Que tengo un deseo loco de abrazarlo, quiera usted o no.

—Pues bien, después de la misa a que va a asistir…

—¡La misa! —respondió, riéndose, el viejo marino—. Pero ¿cree usted que yo voy a permitirle que diga ahora misa?

—¿Y por qué no he de decir misa? Explíquese. Ya se ha dado el tercer toque de campana.

—Que se haya dado o no el tercer toque, poco importa —replicó Juan Cornbutte—. Otros toques de campanas sonarán hoy, señor cura, porque usted me ha prometido bendecir con sus propias manos el matrimonio de mi hijo Luis y de mi sobrina María.

—Luego, ¿ha llegado? —interrogó alegremente el cura.

—No tardará mucho —contestó Cornbutte, frotándose las manos—, porque el vigía ha señalado, al salir el sol, nuestro bergantín, el que usted bautizó imponiéndole el bonito nombre de La Joven Audaz.

—Le felicito con todo mi corazón, amigo Cornbutte —dijo el cura, despojándose de la casulla y de la estola—. Recuerdo nuestro convenio. El señor vicario me va a remplazar y estaré a la disposición de usted para la llegada de su querido hijo.


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Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Una Ciudad Flotante

Julio Verne


Novela


CAPÍTULO I

Llegué a Liverpool el 18 marzo de 1867. El Great-Eastern debía zarpar a los pocos días para Nueva York, y acababa de tomar pasaje a su bordo. Viaje de aficionado, ni más ni menos. Me entusiasmaba la idea de atravesar el Atlántico sobre aquel gigantesco barco. Contaba con visitar el norte de América, pero esto era sólo accesorio. El Great-Eastern ante todo; el país celebrado por Cooper, después. En efecto, el buque de vapor a que me refiero es una obra maestra de arquitectura naval. Es más que un barco, es una ciudad flotante, un pedazo de condado desprendido del suelo inglés y que, después, de haber atravesado el mar, debía soldarse al continente americano. Me figuraba aquella masa enorme arrastrada sobre las olas, su lucha con los vientos a quienes desafía, su audacia ante el importante mar, su indiferencia a las expresadas olas, su estabilidad en medio del elemento que sacude, como si fueran botes, los Wario y los Sollerino. Pero mi imaginación se quedó corta. Durante mi travesía, vi todas estas cosas y otras muchas que no son del dominio marítimo. Siendo el Great-Eastern no sólo una máquina náutica, sino un microscopio, pues lleva un mundo consigo, nada tiene de extraño que en él se encuentren, como en otro teatro más vasto, todos los instintos, todas las pasiones, todo el ridículo de los hombres.

Al dejar la estación me dirigí a la fonda de Adephi. La partida del Great-Eastern estaba anunciada para el 30 de marzo, pero, deseando presenciar los últimos preparativos, pedí permiso al capitán Anderson, comandante del buque; para instalarme desde luego a bordo. El capitán accedió con mucha finura.


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118 págs. / 3 horas, 26 minutos / 203 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Segunda Patria

Julio Verne


Novela


PREFACIO

Por qué he escrito Segunda Patria…

Los Robinsones han sido los libros de mi infancia, y han dejado en mí recuerdo imperecedero, afirmado en mi alma por las repetidas lecturas que de ellos he hecho. Y hasta puedo asegurar que otros libros modernos no han producido en mí la impresión que los de mi primera edad. No es extraño que mi gusto por este género de aventuras me haya llevado, instintivamente, al camino que más tarde debía seguir. Por esta razón he escrito Escuela de Robinsones, La isla misteriosa y Dos años de vacaciones, cuyos héroes son próximos parientes de los de De Foe y Wyss. Tampoco extrañará a nadie que yo me haya entregado por completo a la obra de los Viajes extraordinarios.

Los títulos de las obras que con tanta avidez leía acuden a mi memoria: el Robinsón de doce años, de madame Mollar de Beaulieu, el Robinsón de las arenas del desierto, de madame de Mirval. Y, semejantes a éstos, las Aventuras de Robert, de Louis Desnoyers, que publicaba el Diario de los niños, con otros muchos libros que jamás olvidaré.

Vino después el Robinsón Crusoe, esa obra maestra, a pesar de no ser más que un episodio en la larga y fastidiosa narración de De Foe. Y, en fin, El cráter de Fenimore Cooper aumentó mi pasión por los héroes de las islas desconocidas del Atlántico o del Pacífico.


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383 págs. / 11 horas, 10 minutos / 186 visitas.

Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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