I
Un pobre mujik tuvo un hijo. Se alegró mucho y fue a casa de un
vecino suyo a pedirle que apadrinase al niño. Pero aquél se negó: no
quería ser padrino de un niño pobre. El mujik fue a ver a otro vecino,
que también se negó. El pobre campesino recorrió toda la aldea en busca
de un padrino, pero nadie accedía a su petición. Entonces se dirigió a
otra aldea. Allí se encontró con un transeúnte, que se detuvo y le
preguntó:
—¿Adónde vas, mujik?
—El Señor me ha enviado un hijo para que cuide de él mientras soy
joven, para consuelo de mi vejez y para que rece por mi alma cuando me
haya muerto. Pero como soy pobre nadie de mi aldea quiere apadrinarlo,
por eso voy a otro lugar en busca de un padrino.
El transeúnte le dijo:
—Yo seré el padrino de tu hijo.
El mujik se alegró mucho, dio las gracias al transeúnte y preguntó:
—¿Y quién será la madrina?
—La hija del comerciante —contestó el transeúnte—. Vete a la ciudad;
en la plaza verás una tienda en una casa de piedra. Entra en esta casa y
ruégale al comerciante que su hija sea la madrina de tu niño.
El campesino vaciló.
—¿Cómo podría dirigirme a este acaudalado comerciante? Me despediría.
—No te preocupes de eso. Haz lo que te digo. Mañana por la mañana iré a tu casa, estate preparado.
El campesino regresó a su casa; después se dirigió a la ciudad. El comerciante en persona le salió al encuentro.
—¿Qué deseas?
—Señor comerciante, Dios me ha enviado un hijo para que cuide de él
mientras soy joven, para consuelo de mi vejez y para que rece por mi
alma cuando me muera. Haz el favor de permitirle a tu hija que sea la
madrina.
—¿Cuándo será el bautizo?
—Mañana por la mañana.
—Pues bien, vete con Dios. Mi hija irá mañana a la hora de la misa.
Información texto 'El Ahijado'