Mordiéndose las uñas de la mano izquierda, vicio en él muy viejo e
indigno de quien aseguraba al público que tenía un plectro, y
acababa de escribir en una hoja de blanquísimo
papel:
Quiero cantar, por reprimir el
llanto,
tu gloria, oh patria, al verte en la
agonía…
digo, que mordiéndose las uñas, Eleuterio Miranda, el mejor poeta
del partido judicial en que radicaba su musa, meditaba malhumorado
y a punto de romper, no la lira, que no la tenía, valga la verdad,
sino la pluma de ave con que estaba escribiendo una oda o elegía
(según saliera), de encargo.
Era el caso que estaba la patria en un
grandísimo apuro, o a lo menos así se lo habían hecho creer a los
del pueblo de Miranda; y lo más escogido del lugar, con el alcalde
a la cabeza, habían venido a suplicar a Eleuterio que, para
solemnizar una fiesta patriótica, cuyo producto líquido se
aplicaría a los gastos de la guerra, les escribiese unos versos
bastante largos, todo lo retumbantes que le fuera posible, y en los
cuales se hablara de Otumba, de Pavía… y otros generales ilustres,
como había dicho el síndico.
Aunque Eleuterio no fuese un Tirteo ni un
Píndaro, que no lo era, tampoco era manco en achaques de malicia y
de buen sentido, y bien comprendía cuán ridículo resultaba, en el
fondo, aquello de contribuir a salvar la patria, dado que en efecto
zozobrase, con endecasílabos y heptasílabos más o menos parecidos a
los de Quintana.
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