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autor: Leopoldo Alas "Clarín" editor: Edu Robsy textos disponibles


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La Tara, Pasillo Cómico

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Efectivamente: el teatro representa un pasillo en una fonda. Una dama elegante, mince y frèle, que diría un traductor, envuelta en una mano, a ser posible misteriosamente, se detiene delante del cuarto número 13. Llama discretamente a la puerta con los ¡oh prosa! Nudillos de la mano derecha, (derecha, no del espectador, sino de la tapada). Se abre la puerta, entra la dama y termina la primera escena, que como ustedes ven, es muda. No se rompen moldes, ni siquiera un plato, a lo menos por ahora.

Escena segunda.— Ni vista ni oída. El pasillo sólo.

Pasa… un buen rato. Llega un caballero que está pasando un mal rato… pero esto ya constituye la escena tercera. Se conoce que está disgustado en que blasfema entre dientes (¡adiós moldes!) y da patadas, pietinando sobre la plaza, como diría el traductor de marras.
Se detiene ante la puerta del cuarto número 13. ¡Nada! Es decir, que a la otra puerta, aunque llama también con los nudillos. Llama con el puño del bastón. Nada. Llama a gritos blasfemando y rompiendo moldes y casi cinchas.

UNA VOZ DENTRO.— ¿Quién va?…

EL CABALLERO DEL PASILLO.— Soy López. ¿Es usted Pérez?

LA VOZ.— Servidor de usted. ¿Qué se le ofrecía al señor López?

LÓPEZ.— Que me entregue usted a la… (Moldes nuevos.) de mi mujer, viva o muerta.

PÉREZ.— ¡Caballero!…

LÓPEZ.— ¡Señor mío!…

PÉREZ.— Ni viva ni muerta; aquí no tengo ninguna mujer, ni de usted, ni de nadie…

LÓPEZ.— ¡Abra usted, cobarde, o descerrajo la puerta a tiros!

PÉREZ.— …


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Dominio público
5 págs. / 8 minutos / 97 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

León Benavides

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


«Un león por armas tengo,
y Benavides se llama».

(TIRSO DE MOLINA — La prudencia en la mujer.)


Apuesto cualquier cosa a que la mayor parte de los lectores no saben la historia ni el nombre del león del Congreso, el primero que se encuentra conforme se baja por la Carrera de San Jerónimo. Pues, llamar, se llama… León, naturalmente. Pero ¿y el apellido? ¿Cómo se apellida? Se apellida Benavides.

Pero más vale dejarle a él la palabra, y oír su historia tal como él mismo tuvo la amabilidad de contármela, una noche de luna en que yo le contemplaba, encontrándole un no sé qué particular que no tenía su compañero de la izquierda.

«¿Qué tiene este león de interesante, de solemne, de noble y melancólico que no tiene el otro; el cual, sin embargo, a la observación superficial, puede parecerle lo mismo absolutamente que este?».

Hacia la mitad de la frente estaba el misterio; en las arrugas del entrecejo. No se sabía cómo, pero allí había una idea que le faltaba al otro; y sólo por aquella diferencia el uno era simbólico, grande, artístico, casi casi religioso, y el otro vulgar, de pacotilla; el uno la patria, el otro la patriotería. El uno estaba ungido por la idea sagrada, el otro no. Pero ¿en qué consistía la diferencia escultórica? ¿Qué pliegue había en la frente del uno que faltaba a la del otro?

Y contemplaba yo el león de más arriba, empeñado, con honda simpatía, en arrancarle su secreto. ¡Cuántas veces en el mundo, pensaba, se ven cosas así: dos seres que parecen iguales, vaciados en el mismo molde, y que se distinguen tanto, que son dos mundos bien distantes! El nombre, la forma, cubren a veces bajo apariencias de semejanza y aun de identidad, las cualidades más diferentes, a veces los elementos más contrarios.


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Dominio público
143 págs. / 4 horas, 10 minutos / 95 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Novela Realista

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Apuntes de la cartera de un suicida: “—He venido á Z... á bañarme y á resucitar la muerta poesía del corazón. He dado trece baños, número fatal, y hoy me decido á quedarme en el agua. He cogido la sábana como si fuera un sudario; el calzoncillo de punto me lo he puesto como quien se viste la mortaja. Al pasar bajo el balcón del célebre doctor Sarcófago le he visto apoyado sobre el antepecho. Fumaba tranquilo, de bata, calzando babuchas tan holgadas y tan poco cristianas como su conciencia. Eran babuchas berberiscas. El doctor me ha saludado sonriente.—¡Corto, corto! gritaba, ya se lo tengo á usted dicho.—Quería decir que el baño durase poco.—¿Baño de impresión, no es eso?—Sí, de impresión.—Así será en efecto. ¡Un baño de impresión!—Escribo en la casa de baños. Es decir, en la capilla. ¡Acabo de fumar un cigarro del estanco y de leer un número atrasado de La Correspondencia! El cielo está nublado, llueve, hace frío, el agua está como dormida, en la sucia playa se abaten las olas sobre montones de inmundicia. Parece esto un lavadero público. Todo es triste, insignificante, sucio. Allí está don Restituto, con el agua al cuello, aunque sólo le llega á las rodillas; pero su esposa doña Paz está á su lado, mejor sobre sus costillas, y don Restituto, mísero Atlante con 8.000 reales de sueldo, sufre en los hombros la inmensa pesadumbre de su cara mitad. Una mitad leonina. ¿Y qué me importa á mí esto? Nada. Y sin embargo, la presencia de doña Paz me turba, y mi deseo de morir es más vehemente contemplando esta cópula canónica y civil que se llama ante el mundo matrimonio, y en el hogar es la explotación del hombre por el histérico. Doña Paz tiene histérico, última ratio de la machorra. ¡Machorra! Palabra grosera, sarcástica, que el Diccionario autoriza. En Madrid don Restituto es mi subalterno. Yo cobro algo más que él, soy su jefe.


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7 págs. / 12 minutos / 94 visitas.

Publicado el 21 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

El Oso Mayor

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Servando Guardiola dejó caer el libro, una novela francesa, sobre el embozo de la cama; apoyó bien la nuca en la almohada, estiró los brazos con delicia de dilettante de la pereza... y bostezó, sin hastío, sin sueño —acababa de dormir diez horas—, sin hambre —acababa de tomar chocolate—; saboreando el bostezo, poniendo en él algo de oración al dios de la galbana, que alguno ha de tener.

Dejaba caer el libro para continuar deleitándose con las propias ideas y las queridas familiares imágenes, mucho más interesantes que la lectura que le había sugerido, por comparación, mil recuerdos, mil reflexiones.

Se sentía superior al libro, con una inadvertida complacencia.

Era el volumen pequeño, elegante, coquetón, de un autor joven, de moda, de los pervertidos, jefe de escuela, un jeune maître próximo ya a la Academia y que iba cansándose de su especialidad, el amor con quintas esencias y lo quería convertir en extraña filosofía austera, de austeridad falsa, llena de inquietud y sobresalto.

Todavía aquel poeta del vicio parisiense, que tantas depravaciones eróticas había pintado, casi inventado, continuaba en esta reciente obra, por tesón de escuela, por costumbre, acaso por espíritu mercantil, buscando nuevos espasmos del placer; pero lo hacía con evidente disgusto ya, cansado de repetirse, empleando por rutina, ahora, las frases gráficas, fuertes, audaces, que en otro tiempo habían sido el triunfo principal de su estilo nervioso.

Todo aquello le sabía a puchero de enfermo a Servando, gran lector ahora de clásicos, que estaba descubriendo la historia en los autores célebres antiguos, aquellos de que todos hablan y que en nuestro tiempo casi nadie los tiene para leer. Él sí, los leía, los saboreaba; ¡qué de cosas decían que no habían hecho constar los comentaristas más minuciosos!


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7 págs. / 13 minutos / 91 visitas.

Publicado el 11 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Aprensiones

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


La hermosísima Amparo vivía, durante el invierno, en una ciudad no muy alegre del centro de España; y por el verano, dejando á su marido atado á su empleo, se marchaba como una golondrina á buscar tierra fresca, alegría, allá al Norte. Vivía entonces con su madre, cuya benevolencia excesiva había pervertido, sin querer, el alma de aquella moza garrida, desde muy temprano. La pobre anciana, que había empezado por madre descuidada, de extremada tolerancia, acababa por ser poco menos que la trotaconventos de las aventuras galantes de su hija, loca, apasionada y violenta. Amparo, que había sido refractaria al matrimonio, porque prefería la flirtation cosmopolita á que vivía entregada viajando por Francia, Suiza, Bélgica, Italia y España, acabó, porque exigencias económicas la obligaron á escoger uno entre docenas de pretendientes, por jugar el marido á cara y cruz, como quien dice. Era supersticiosa y pidió consejo á no sé qué agüeros pseudopiadosos para elegir esposo. Y se casó con el que la suerte quiso, aunque ella achacó la elección á voluntad ó diabólica, ó divina: no estaba segura. Por supuesto que á su marido, á quien dominaba por la seducción carnal y por la energía del egoismo ansioso de placeres, le impuso la obligación de mimarla como su madre había hecho; de tratarla á lo gran señora; y según ella, las grandes señoras tenían que vivir con gran independencia y muy por encima de ciertas preocupaciones morales, buenas para las cursis de la clase media provinciana. Por culpa de este tratado, bochornoso para el pobre director de la sucursal del Banco de la ciudad de X, Amparo dedicaba el verano á la vida menos propia de una casada honesta. Guardaba, es claro, ciertas formas... pero otras no; no era casta, pero era cauta á veces á su madre le exigía tolerancia para sus devaneos como antes le había exigido muñecas, viajes, sombreros, cintas, teatros, bailes, lujo y alegría.


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7 págs. / 12 minutos / 85 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2023 por Edu Robsy.

La Médica

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Era D. Narciso un enfermo de mucho cuidado; entendámonos, porque la frase es de doble sentido. No digo que estuviera enfermo de mucho cuidado.... Tampoco esto va bien. Si estaba enfermo de mucho cuidado, ya lo creo; muy grave; sobre todo porqué empeoraba, empeoraba y no se podía acertar con el remedio, ni había seguridad alguna en el diagnóstico. Pero lo que yo quería decir primero no se refiere á la gravedad y rareza del mal, sino á la condición personal de D. Narciso, que era un enfermo de mucho cuidado.... como hay toros de mucho cuidado también, ante los cuales el torero necesita tomar bien las medidas á las distancias, y á los quiebros, y al tiempo, para no verse en la cuna. El médico era á don Narciso lo que el torero á esos toros; porque don Narciso, hombre nerviosísimo, filósofo escéptico y aficionado á leer de todo, y por contera aprensivo, como todos los muy enamodos de la propia, preciosa existencia, le ponía las peras á cuarto al doctor, discutía con él, le exigía conocimientos exactos á lo que á el le pasaba por dentro, conocimientos que el doctor estaba muy lejos de poseer; y con las voces técnicas más precisas le combatía, le presentaba objeciones, y, en fin, le desesperaba. Lo peor era que, acostumbrado don Elenterio, el médico, á la mala manía de hablar delante de sus enfermos legos en los términos del arte, porque así ni él mentía ocultando la gravedad del mal, ni los enfermos se alarmaban demasiado, porque no le entendían, á veces se le escapaba delante de D. Narciso alguna de esas palabrotas poco tranquilizadoras para quien las entiende; y el paciente, erudito, siquiera fuese á la violeta, ponía el grito en el cielo, se alborotaba, y si no pedía la Extremaunción no era por falta de miedo había que tranquilizarle, mentir, establecer distingos, en fin, sudar ciencia y paciencia; y no para curarle, sino para que se volviese á sus casillas.


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7 págs. / 13 minutos / 81 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2023 por Edu Robsy.

Viaje Redondo

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


La madre y el hijo entraron en la iglesia. Era en el campo, a media ladera de una verde colina, desde cuya meseta, coronada de encinas y pinares, se veía el Cantábrico cercano. El templo ocupaba un vericueto, como una atalaya, oculto entre grandes castaños; el campanario vetusto, de tres huecos —para sendas campanas obscuras, venerables con la pátina del óxido místico de su vejez de munís o estilitas, siempre al aire libre, sujetas a su destino— se vislumbraba entre los penachos blancos del fruto venidero y los verdores de las hojas lustrosas y gárrulas, movidas por la brisa, bayaderas encantadas en incesante baile de ritmo santo, solemne. Del templo rústico, noble y venerable en su patriarcal sencillez, parecía salir, como un perfume, una santidad ambiente que convertía las cercanías en bosque sagrado. Reinaba un silencio de naturaleza religiosa, consagrada. Allí vivía Dios.

A la iglesia parroquial de Lorezana se entraba por un pórtico, escuela de niños y antesala del cementerio. En una pared, como adorno majestuoso, estaba el ataúd de los pobres, colgado de cuatro palos. Debajo dos calaveras relucientes como bajo—relieve del muro, y unas palabras de Job.

La puerta principal, enfrente del altar, bajo el coro, era, según el párroco, bizantina; de arco de medio punto, baja, con tres o cuatro columnas por cada lado, con fustes muy labrados, con capiteles que representaban malamente animales fantásticos. Aquellas piedras venerables parecían pergaminos que hablaban del noble abolengo de la piedad de aquella tierra.

El templo era pobre, pero limpio, claro; de una sencillez aldeana, mezclada de antigüedad augusta, que encantaba. En la nave, el silencio parecía reforzado por una oración mental de los espíritus del aire. Fuera, silencio; dentro, más silencio todavía; porque fuera las hojas de los castaños, al chocar bailando, susurraban un poco.


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8 págs. / 14 minutos / 78 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Speraindeo

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


I. La voz de Lina

Un joven vestido de riguroso luto, pero mal vestido, con la levita demasiado corta y los pantalones demasiado estrechos y el sombrero demasiado bajo, apoyaba medroso el dedo índice sobre el botón de un timbre, a la puerta del cuarto de la izquierda del piso segundo, en una casa del barrio de Salamanca.

O el timbre no sonó o dentro no le oyeron; porque la puerta no quiso abrirse. El joven se mordió los labios. Parecía enojarle no poco aquella pasiva oposición de la puerta. Necesitó no pequeño esfuerzo de ánimo para decidirse a tocar el botón otra vez, y para hacerlo esperó un intervalo inverosímil. –«Sin duda no me han oído» –necesitó pensar para animarse a tentar de nuevo fortuna. La superstición de los desgraciados ya le había hecho imaginar que no le abrían porque no le habían conocido, sin verle.

El pobre Speraindeo, injusto como suelen serlo también los desventurados, empezó a pensar mal de su tío el Sr. Soldevilla, inquilino de aquel cuarto izquierdo. –«Tiene un corazón de hielo, ¡bien decía mi padre!»– Así exclamó el pobre muchacho, después que sintió con terror pasar algunos minutos sin que la puerta se moviese. Se decidió a ser un héroe; como Moisés, sin fe, llamó por tercera vez, pero ya casi desesperado. Se corrió entonces la tapa de la rejilla, y una voz que le llegó al corazón estremeciéndole, le preguntó –¿Quién es?–. Speraindeo mientras pensaba que aquella voz parecía la de su difunta madre, contestó con otra pregunta. ¿El señor Soldevilla vive aquí?

–Sí, señor, pero... no está en casa.

–¡No está!

–No señor. Si Vd. tiene que dejar algún recado... Yo soy su hija.

–¡Rosario!...

–Servidora de Vd.... ¿Usted sería acaso...

–Yo soy su primo de Vd.. . soy... Speraindeo.


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21 págs. / 37 minutos / 77 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

La Trampa

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


¿Convenía o no la carretera? Por de pronto era una novedad, y ya tenía ese, inconveniente. Manín de Chinta, además, sentía abandonar la antigua calleja, el camín rial, un camino real que nunca había llegado a cuarto siquiera; porque, pese a todas las sextaferias que habían abrumado de trabajo a los de la parroquia, en ochavo se había quedado siempre aquella vía estrecha, ardua, monte arriba, con abismos por baches, y con peñascos, charcos y pantanos por el medio. En invierno, el ganado hundía las patas en el lodo hasta los corvejones; en verano, aquella masa, petrificada en altibajos ondeados, como olas de un mar de barro, mostraba todavía los huecos profundos de las huellas de vacas y carneros, que adornaban como arabescos el oleaje inmóvil. No importaba; por aquel camino habían llevado el carro el padre de Manín, el abuelo de Manín, todos los ascendientes de que había memoria.

Manín de Chinta tardaba tres horas en llegar con las vacas a la villa; mucho era para tan poco trecho; pero tres horas habían tardado, su abuelo. Además, la carretera le dividía por el medio el suquero, fragrante y fresco pedazo de verdura, regalo del corral. Manín resistió cuanto pudo, dificultó la expropiación hasta donde alcanzaron sus influencias… pero el torrente invencible y arrollador de la civilización y el progreso, como dijo el diputado del distrito, en una comida que le dictaron los mandones, en casa del cura nada menos, el torrente, es decir, la carretera, pudo más que Manuel; y por medio del suquero pasó el enemigo, llenando de polvo, que todo lo marchitaba, la hierba y los árboles, que a derecha e izquierda siguieron siendo propiedad de Manín.


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10 págs. / 17 minutos / 72 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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